XXII

Dionnai, conde de Maivail, se sentía trastornado.

—Sin correctores. Entonces, ¿cómo se curan cuando les sobrecoge la fatiga?

—Dejan de existir físicamente. Como nosotros en los accidentes imprevistos. Como los salvajes, los animales y los fanáticos de la Naturaleza.

—¿Todos ellos?

—Por lo visto, señor.

—¡Hum...! ¿Y las enfermedades y heridas?

—Curas específicas y tratamiento. Distintos para cada dolencia.

—Y considerando todo esto, ¿cómo se explica que consigan tener tanta resistencia?

—Han estado trepando largo tiempo —dijo Sarokel, con cautela—. No han llegado a la cima de la Meseta, pero tampoco están en el llano. Casi saben cómo construir lo que nosotros consideramos básico.

—¿No sacará ninguna conclusión de esto? —quiso saber Maivail.

—No, Excelencia.

—Entonces tengo que interrogarle. Usted afirma que ellos se hallan a punto, por ejemplo, de construir el hidrofusor.

—Sí, señor.

—¿Y construirlo sin tener ninguno?

—Sí, señor —Sarokel estaba tenso.

—¿Podemos nosotros hacerlos sin tener antes un modelo? —preguntó Maivail, inclinándose hacia delante.

—No, señor —suspiró Sarokel.

—¿Entonces pueden ellos hacer lo que no podernos nosotros?

—La conclusión, aunque desagradable, se impone por sí sola.

Maivail asintió y se retrepó en el asiento.

—Esto es herejía —dijo—. Recuerde sus enseñanzas:

»1) Al principio estuvo el Hombre y sus hidrofusores, y el Manual, y encima de todo el Espíritu Ordenador.

»2) Y por mandato del Espíritu Ordenador, al Hombre se le enseñó a usar sus hidrofusores, y a leer el Manual.

»3) Y el uso del hidrofusor, según el Manual, es la Ciencia, y se nos enseña que la Ciencia coloca al Hombre por encima de todos los demás seres.

»4) Y el uso de la Ciencia destruye el hambre y el dolor, viste y alimenta al Hombre, y derrota a sus enemigos...

Maivail hizo una pausa y repitió:

—1) Al Principio estuvo el Hombre y sus hidrofusores. ¿No es esto cierto?

—Puede serlo para nosotros, señor —replicó Sarokel, inquieto—. Pero estos seres no han alcanzado todavía lo que nosotros consideramos el principio.

—¿Pero están ya muy cerca?

—Sí, señor. Según lo que he deducido por los interrogatorios, por sus conversaciones en las celdas y estudiando toda la información disponible, no veo otra conclusión razonable.

—Correcto. Lo cual nos lleva a dos puntos. Primero, si ellos llegan a producir nuestros aparatos, ¿qué ocurrirá? ¿Quién será más poderoso?

—Bien, señor..., por ahora la balanza se inclina a nuestro favor. Nuestra base es mucho más amplia. Pero ellos no son tontos. Con nuestros aparatos sumados a los suyos... Parece claro que ellos obtendrían un considerable refuerzo. Por ejemplo, pensemos en cómo podrían incrementar sus defensas. Ello obstaculizaría nuestro ataque. Otra cuestión que se me ocurre es: ¿Es nuestra Meseta el punto más alto de alcanzar? Vacilo en seguir adelante, a menos de caer en la herejía. Sin embargo, aun sin tener esto en cuenta, me parece claro que si ellos lograsen construir nuestros aparatos, además de los suyos propios, que ya nos han producido daños considerables...

—¿Podrían vencernos?

—Con el tiempo. Esto parece razonable, señor.

—Si A es sólo ligeramente mayor que B —asintió Maivail—, se deduce que A más B es mucho mayor que A. Esto es lógico.

—Sí, señor.

Maivail volvió a asentir, con la expresión de un hombre que acaba de morder un trozo de carne y encuentra un grano de pimienta.

—Muy bien. Veamos la segunda cuestión. El Dios de la Guerra —dijo, tras mirar el informe.

—Señor —se lamentó el teniente—, ya he admitido que no sé nada a este respecto.

—Entonces, aparte de su memoria la incertidumbre —replicó Maivail, mostrando un montón de informes—. Aquí están las memorias de ese tipo, traducidas. Llegaron hace poco.

Sarokel contempló el título del informe:

—Una traducción de:

EL DIOS DE LA GUERRA,

DE 1202 (2P6) 11-4.

Recuerdos Personales.

Sarokel levantó la mirada.

—Bien, éste es el planeta que sigue a éste en su sistema.

—Exacto. Pero la descripción no concuerda con nuestros comunicados de exploración.

—Creo que puedo explicarlo, señor. Al fin y al cabo, si este Dios de la Guerra es una realidad, de ahí se deriva que las conversaciones entre Higgins y Delahi son ciertas. Es la obra de un aparato de camuflaje realizado por dos científicos del planeta 1202 (2P6) 11-4. No recuerdo sus nombres, pero están en un informe. Los dos prisioneros se refirieron a ello un día. Lo recuerdo con toda claridad. Los prisioneros comentaban la gravedad del planeta. Uno de ellos observó que por esta razón el Dios de la Guerra no podía venir directamente hasta aquí con sus ejércitos, pero sí animarnos a invadir su planeta. Sus palabras fueron: «Será mucho más fácil matarles allí». Pero el primero dijo que este aparato de camuflaje que Tovas había hecho —sí, éste es uno de los nombres—, nos impediría la invasión, ya que pondría una falsa imagen en nuestras mentes y nuestros instrumentos. Después el segundo preguntó que en tal caso cómo iban a volver sus espadas contra nosotros. El primero replicó que no había que mencionar esto, pero que el Dios de la Guerra hacía tiempo había enviado a uno de los científicos mencionados —creo que nombró a otro—, a establecer una «factoría automática». Creo que esto es un ensamblaje de varios hidrofusores, cronometrado, para fabricar naves espaciales. Con ellas, siguió uno de ellos, sería sencillo cortar nuestras comunicaciones con nuestra región, y podrían sostener una descomunal batalla aérea contra nosotros cuando tratásemos de despegar, lo cual les proporcionaría mucha gloria. Lo único que tendrían que hacer para empezar la batalla sería localizar al Dios de la Guerra. Más tarde uno se refirió a la magia del científico que les envió aquí y le preguntó al otro si se daba cuenta del idioma en que estaban hablando. Y este fue el final de la información, señor. El otro contestó algo así como: Raj dia, doctor, sij haed...

»No pudimos encasillar estas palabras con ninguno de los idiomas locales, y antes de que la cinta grabadora recogiese más informes, ellos se desvanecieron.

Maivail estaba completamente interesado.

—¿No dijeron nada respecto a la hora del ataque, o a su táctica con las armas?

—Nada, señor. Comprendí que todas las decisiones deben de ser efectuadas por ese Dios de la Guerra. Tendremos que tomar en consideración a ese individuo.

Maivail ya lo estaba haciendo. Era obvio que ese tipo era un entusiasta de las guerras. Inquieto, Maivail se inclinó hacia delante.

—Oiga, Sarokel, ¿cuánto tiempo cree que tardarán en localizarle?

—No tengo idea, señor.

Con un esfuerzo, Maivail logró contener su ansiedad y asintió.

—Bien; gracias por su ayuda, teniente.

—Gracias a usted, Excelencia.

Sarokel salió. Maivail exhaló un profundo suspiro y recordó que ignoraban, sobre la base de la observación física, que el Dios de la Guerra fuese una realidad. Pero si no lo era, ¿por qué habría redactado sus memorias aquel tipo?

Frustrado y colérico, Maivail maldijo en voz baja. ¿Por qué debía él, el Mariscal General Dionnai, conde de Maivail, Comandante Supremo de la Fuerza 12 de la Invasión Combinada, vacilar en medio de una charca pestilente de hechos inciertos? ¿Por qué tenía que evaluar tales misterios?

Entonces recordó que la causa del conflicto era tan sólo debida a que el primitivo agente residente en el planeta, que había enredado el asunto, había sido asesinado por el segundo residente, Lassig, así como había también muerto todo el primitivo personal, que más o menos había logrado intuir la verdadera situación. Y, naturalmente, el personal de Lassig había tenido buen cuidado de no llegar a la misma solución.

Por un instante, Maivail vio puntitos luminosos delante de sus ojos. Luego pensó con cierta satisfacción que estaba completamente justificado coger a Lassig y...

Pero después recordó que él, Maivail, no podía obrar de tal forma, considerando que ya había recompensado a Lassig con una nébula de plata por los actos que ahora estaban produciendo tantos males.

Maivail golpeó la mesa con el puño. Con la atención fija en problemas inconcretos se dio cuenta de una sensación rasposa en su garganta. Le parecía estar nadando dentro de agua gaseosa. El balanceo del mar provocaba la deformación de los objetos de la estancia. Mirando ofuscadamente, pareció empeorar. La mesa se convirtió en un aeropuerto espacial. El muro opuesto se encogió en un tabique no más grueso que un papel.

Maivail se movió entre los gigantescos objetos de su despacho, y extendió un brazo del tamaño de una nave espacial para oprimir el timbre que llamaría al Jefe del Estado Mayor Ejecutivo, barón Kram Angstat.

Sin embargo, apretar el botón no fue tarea fácil. El movimiento del brazo de Maivail tenía que ir coordinado con precisión, o no tocaría el botón. Mientras lo miraba con frustración, el brazo pasó por el lado del timbre, y cuando envió una orden mental para corregir el error, el brazo se retiró a fin de efectuar otra tentativa. Peor aún, un brazo de tal magnitud era muy pesado y le hacía perder el equilibrio.

El siguiente intento de Maivail, sin embargo, colocó su voluminoso índice en medio del botón, pero en aquel momento se le ocurrió que algo no marchaba como era debido.

La voz de Angstat sonó con toda claridad.

—Señor, hay un nuevo informe de ese Shurlok Homes... ¿Eh?... ¡Señor!... ¡Su Excelencia! ¿Qué ocurre?

Las últimas palabras resonaron como un trueno en los oídos de Maivail.

—¡Maldita hormiga! —exclamó, contemplando la diminuta figura que tenía delante—. Baje su voz a un tono normal o le pondré la mano encima.

La diminuta figura de Angstat pareció alarmarse cuando Maivail le amenazó con su brazo del tamaño de una nave espacial. Luego, bruscamente, Angstat corrió hacia delante, aumentando enormemente de tamaño.

La estancia resonó con fantásticas vibraciones, cambiando todos los objetos de forma, proporciones y posiciones relativas. La enorme mesa quedó invertida, increíble proeza para un objeto del tamaño de un planeta, efectuándola junto con la butaca, aún sujeta al suelo.

Angstat empezó a decir algo, con una voz como diez hidrofusores vueltos inestables al instante, y de repente todo aquello fue excesivo para Maivail. De pronto toda la escena se desvaneció..., la visión, el sonido, el tacto, el equilibrio..., todo, y entonces se vio libre del espejismo.