Capítulo 36

 

El Agente Especial Brent Meredith cerró el sobre de manila grueso lleno de fotografías e informes escritos, estando satisfecho. Riley sintió la misma satisfacción, y estaba segura de que Bill y Flores también. Todos estaban sentados en la mesa de la sala de conferencias de la Unidad de Análisis de Conducta. Si sólo Riley no estuviera vendada y con dolor, el momento hubiera sido perfecto.

“Así que la madre de Dirk quiso una hija en vez de un hijo”, dijo Meredith. “Trató de convertirlo en una Belleza Sureña. Probablemente era sólo era la punta del iceberg. Dios sabe por lo que pasó siendo niño”.

Bill se recostó en su asiento.

“No le demos demasiada simpatía”, dijo. “No todo el mundo con una infancia mala se convierte en un sádico asesino. Él tomó sus propias decisiones”.

Meredith y Flores asintieron, estando de acuerdo.

“¿Pero alguien sabe lo que le sucedió a la madre de Dirk?” preguntó Riley.

“Los registros muestran que murió hace cinco años”, dijo Flores. “Su padre desapareció mucho antes de eso, cuando Dirk todavía era un bebé”.

El silencio se apoderó del grupo. Riley entendió exactamente lo que significaba. Estaba en la presencia de tres personas cuyas vidas estaban dedicadas a destruir el mal. Incluso en su satisfacción, el espectro de más maldad, y mucho más trabajo por hacer, se cernía sobre todos ellos. Nunca se acabaría. No para ellos.

En ese momento, Carl Walder entró por la puerta. Estaba sonriente.

“Gran trabajo, chicos”, dijo. Deslizó el arma y la placa de Riley por la mesa hacia ella. “Te pertenecen”.

Riley sonrió irónicamente. Walder no iba a pedir disculpas y mucho menos reconocería su propia culpa. Pero así era mejor. Riley no sabía cómo respondería si realmente dijera que lo sentía. Probablemente no con gracia.

“Por cierto, Riley”, dijo Walder. “El Senador me llamó esta mañana, te envía sus mejores deseos para tu recuperación, y también te envía las gracias. Al parecer te tiene en un pedestal”.

Riley ahora tuvo que fingir que esto no le parecía divertido. Estaba segura que Walder le estaba devolviendo su placa y su arma precisamente por esa llamada. Recordó una de las últimas cosas que Newbrough le había dicho.

“No eres el perro faldero de nadie”.

Lo mismo no se podría decir nunca de Carl Walder.

“Cuando puedas, pasa por mi oficina”, dijo Walder. “Hablemos de una promoción. Un cargo administrativo, tal vez. Te lo mereces”.

Walder salió de la oficina sin decir más. Riley oyó a sus compañeros respirar de alivio porque se había ido así de rápido.

“Debes pensarlo, Riley”, dijo Meredith.

Riley se rio entre dientes.

“¿Puedes realmente verme en un trabajo administrativo?”

Meredith se encogió de hombros.

“Has trabajado duro. Has hecho más trabajo difícil de campo que la mayoría de los agentes hacen en su vida. “Tal vez deberías convertirte en instructora. Serías genial formando agentes por tu experiencia y perspicacia. ¿Qué te parece?”

Riley lo pensó. ¿Qué tenía realmente para enseñar a agentes jóvenes? Todo lo que tenía era sus instintos y los instintos no podían enseñarse. No había manera de capacitar a las personas a seguir sus instintos. O los tenían o no.

Además, ¿realmente deseaba que otros tuvieran sus instintos? Vivía demasiado asustada de sus propios pensamientos, atormentada por su inquietante capacidad de comprender una mente malvada. Era difícil vivir con eso.

“Gracias”, dijo Riley, “pero me gusta donde estoy”.

Meredith asintió y se levantó de su silla. “Bueno, vamos a dar el día por terminado. Descansemos, chicos”.

La reunión se disolvió, y Riley y Bill se encontraron caminando por el pasillo en silencio. Salieron del edificio y se sentaron juntos en un banco afuera. Transcurrieron largos minutos. No parecían saber que decir. Había mucho que decir.

“Bill”, preguntó tentativamente, “¿crees que podemos ser compañeros otra vez?”

Después de una pausa, Bill dijo “¿Qué crees?”

Se volvieron y se miraron a los ojos. Riley podía ver dolor persistente en el rostro de Bill. La herida que había infligido con su llamada borracha todavía no había sanado. Iba a tomar mucho tiempo.

Pero ahora sabía algo más, algo que había sido cierto por mucho tiempo, pero que nunca se había dejado admitir antes. Su lazo con Bill era intenso y poderoso, y seguramente él sentía lo mismo. Ya no era un secreto que podían ocultar. No había manera de que las cosas volvieran a lo que eran antes.

Su asociación había terminado. Ambos lo sabían. No tenían que decirlo en voz alta.

“Vete a casa, Bill”, dijo Riley suavemente. “Intentar arreglar las cosas con tu esposa. Tienes que pensar en tus hijos”.

“Lo haré”, dijo Bill. “Pero espero no perder tu amistad”.

Riley le dio unas palmaditas en su mano y sonrió.

“No hay ninguna posibilidad de que eso suceda”, dijo.

Ambos se pusieron de pie y caminaron hacia sus carros.

 

*

 

“¿En qué piensas, Mamá?” preguntó April.

Riley y April habían estado sentadas en la sala de estar, viendo televisión. Esa misma tarde, Riley le había dicho a April todo lo que había ocurrido, o al menos todo lo que sentía que podía decirle.

Riley vaciló antes de responder la pregunta de April. Pero sabía que tenía que decirlo en voz alta. Además, ya April lo sabía. No era un secreto. Era algo que Riley no pudo sacar de su mente.

“Maté a un hombre hoy”, dijo Riley.

April la miró con amor y preocupación.

“Lo sé”, susurró. “¿Cómo se siente eso?”

“Es difícil expresarlo con palabras”, dijo Riley. “Es terrible. Es algo que nadie tiene derecho a hacer—nunca, en realidad. Pero a veces es lo único que puedes hacer”.

Riley hizo una pausa. “Siento algo más”, dijo. “No estoy segura que debo decirlo”.

April se rio. “Pensé que no íbamos a volver a esa época silenciosa, Mamá”.

Riley se compuso y dijo, “Me siento viva. Que Dios me ayude, pero me hace sentir viva. Y ahora sé que cualquier mujer que entre a la tienda de Madeline a comprar una muñeca no estará en peligro. Estoy... bueno, sólo me alegro por ella. Me alegro que pudiera darle eso, aunque nunca lo sepa”.

Riley apretó la mano de April.

“Es tarde y tienes que ir a la escuela mañana”, dijo.

April besó a su madre en la mejilla.

“Buenas noches, Mamá”, dijo April, y luego se fue a su habitación.

Riley sintió una nueva oleada de dolor y cansancio. Entró en cuenta de que sería mejor que se fuera a la cama o se quedaría dormida en el sofá.

Se puso de pie y caminó hacia su habitación. Ya estaba en su camisón, y no se molestó en entrar al baño a cepillarse los dientes. Sólo quería ir directamente a la cama.

Cuando entró en su habitación y encendió la luz, algo captó su atención inmediatamente. Su corazón dio un vuelco.

Había algo que no encajaba en su cama, algo que andaba mal.

Era un puñado de piedritas.