Capítulo 32
El corazón de Riley estaba latiendo con fuerza en anticipación a lo que llegó a la pequeña ciudad de Shellysford. Las Modas de Madeline fue fácil de encontrar. Estaba a plena vista en la calle principal, y su nombre aparecía en la ventana delantera. Shellysford era un poco más lujoso de lo que se esperaba. Algunos edificios históricos se habían mantenido en buen estado, y la calle principal era bastante elegante. La tienda de ropa de aspecto bastante chic encajaba bien en su entorno próspero.
Riley estacionó en la acera frente a la tienda, se bajó de su carro y analizó lo que tenía a su alrededor. Inmediatamente se dio cuenta de que uno de los maniquíes de la tienda estaba sosteniendo una muñeca—una princesa en un vestido rosado con una tiara brillante. Los agentes que investigaron esta ciudad, sin embargo, pueden fácilmente haber tomado esto como un mero adorno. Sólo un pequeño cartel en la ventana sugería lo contrario: Muñecas de Colección se Muestran con Cita Previa.
Una campana encima de la puerta sonó a lo que Riley entró, y la mujer en el mostrador miró en su dirección. Se veía ser de mediana edad pero parecía muy joven, y su pelo entrecano estaba completo y saludable.
Riley sopesó sus opciones. Sin su placa, tenía que tener cuidado. Sin embargo, había logrado que otros minoristas le hablaran sin ella. Pero absolutamente no quería asustar a esta mujer.
“Permiso”, dijo Riley. “¿Eres Madeline?”
La mujer sonrió. “Bueno, mi nombre es Mildred realmente, pero me conocen por el nombre Madeline. Me gusta más. Y suena mejor para el nombre de una tienda. ‘Las Modas de Mildred’ simplemente no suena igual”. La mujer sonrió y guiñó un ojo. “No atraería a la clientela deseada”.
Hasta ahora, todo bien, pensó Riley. La mujer era abierta y habladora.
“Es un lugar encantador”, dijo Riley, mirando a su alrededor. “Pero parece mucho trabajo para una sola persona. ¿Tienes algún tipo de ayuda? Seguramente no haces todo esto sola”.
La mujer se encogió de hombros.
“Hago casi todo sola”, dijo. “A veces viene una adolescente que trabaja en la caja registradora mientras que ayudo a los clientes. Este es un día tranquilo, sin embargo. No había necesidad de que viniera”.
Aun considerando el enfoque correcto, Riley caminó a un estante de ropa y tocó la mercancía.
“Ropa muy hermosa”, dijo. “No muchas tiendas llevan vestidos como estos”.
Madeline se veía complacida.
“No, no es probable que encuentres vestidos como esos en otros lugares”, dijo. “Son todos de alta moda, pero los compro de outlets cuando los estilos son descontinuados. Así que por las normas de grandes ciudades, estos serían la moda de ayer”. Luego con otro guiño y una sonrisa, añadió, “Pero en un pueblo pequeño como Shellysford—bueno, son lo más nuevo”.
Madeline sacó un vestido de color lavanda del estante.
“Te verías maravillosa con este vestido”, dijo. “Es perfecto para tu color de piel, y para tu personalidad también, sospecho”.
Riley no lo creía. De hecho, no podía verse a sí misma usando cualquiera de los trajes elegantes de la tienda. Sin embargo, estaba segura que este vestido hubiera sido más apropiado para el club de campo que lo que llevaba ahora.
“En realidad”, dijo Riley, “esperaba ver algunas de tus muñecas”.
Madeline se veía un poco sorprendida.
“¿Hiciste una cita?” preguntó. “Si lo hiciste, parece que se me olvidó. ¿Y cómo te enteraste de nuestra colección de muñecas?”
Riley sacó el recibo de su cartera de mano y se lo mostró a Madeline.
“Alguien me dio esto”, dijo Riley.
“Ah, una referencia”, dijo Madeline, obviamente complacida. “Bueno, en ese caso puedo hacer una excepción”.
Caminó hacia la parte trasera de la tienda y abrió una amplia puerta plegable, y Riley la siguió a una pequeña habitación trasera. Sus estantes estaban alineados con muñecas, y un par de estantes parados en el piso estaban llenos de accesorios de muñecas.
“Comencé este pequeño negocio secundario hace unos años”, dijo Madeline. “Tuve la oportunidad de comprar las acciones de un fabricante que dejó el negocio. El dueño era mi primo, así que cuando cerraron me dieron una oferta especial. Estoy feliz de pasar esos ahorros a mis clientes”.
Madeline tomó una muñeca y la miró con orgullo.
“¿No son encantadoras?”, dijo. “A las niñas pequeñas les encantan. A sus padres también. Y estas muñecas ya no se hacen, así que son verdaderamente de colección, aunque no son antigüedades. Y mira todos estos trajes. Cualquiera de mis muñecas puede usar cualquiera de estos trajes”.
Riley analizó las filas de muñecas. Se parecían bastante, aunque su color de pelo variaba. También su ropa, que incluía vestidos modernos, vestidos de princesas y trajes históricos. Entre los accesorios, Riley vio muebles de muñecas que iban con cada estilo. Los precios de las muñecas estaban todos por encima de cien dólares.
“Espero que entiendas por qué no mantengo esta sección abierta”, explicó Madeline. “La mayoría de mis clientes individuales no vienen a comprar muñecas. Y, entre nosotros”, añadió, bajando la voz a un susurro, “muchos de estos artículos más pequeños son muy fáciles de robar. Así que tengo cuidado a quien se los muestro”.
Arreglándole el vestido a una muñeca, Madeline preguntó, “Por cierto, ¿cuál es tu nombre? Me gusta saber los nombres de todos mis clientes”.
“Riley Paige”.
Luego Madeline entrecerró los ojos con una sonrisa inquisitiva.
“¿Y quién fue la cliente que te refirió?” preguntó.
“Reba Frye”, dijo Riley.
La cara de Madeline se oscureció.
“Ay, Dios”, dijo. “La hija del Senador Estatal. Recuerdo cuando vino. Y me enteré de...” se quedó en silencio por un momento. “Ay, Dios”, añadió, sacudiendo su cabeza tristemente.
Luego miró a Riley cautelosamente.
“Por favor, dime que no eres una periodista”, dijo. “Si es así, tendrás que irte. Sería terrible publicidad para mi tienda”.
“No, soy una agente del FBI”, dijo Riley. “Y la verdad es que estoy aquí para investigar el asesinato de Reba Frye. Me reuní con su padre, el Senador Newbrough, justo hace un rato. Me dio este recibo. Por eso estoy aquí”.
Madeline parecía cada vez más inquieta.
“¿Puedes mostrarme tu placa?” preguntó.
Riley ahogó un suspiro. Tenía que farolear para lograr salir de esta. Tenía que mentir, así sea un poco.
“Estoy fuera de servicio”, dijo. “No llevamos placas cuando estamos fuera de servicio. Es el procedimiento estándar. Sólo vine aquí en mi propio tiempo para averiguar todo lo que pudiera”.
Madeline asintió con simpatía. Parecía creerle. Riley no intentó demostrar su alivio.
“¿Qué puedo hacer para ayudar?” preguntó Madeline.
“Sólo dime todo lo que puedas acerca de ese día. ¿Quién más vino a trabajar? ¿Cuántos clientes vinieron?”
Madeline tendió su mano. “¿Puedo ver el recibo? Para ver la fecha”.
“Ay, sí, recuerdo”, Madeline dijo cuándo lo miró. “Ese fue un día loco hace varias semanas”.
Riley le empezó a prestar aún más atención.
“¿Loco?” preguntó Riley. “¿Cómo así?”
Madeline frunció el ceño, tratando de recordar.
“Un colector vino”, dijo. “Compró veinte muñecas. Me sorprendió que tuviera el dinero. No se veía tan rico. Era un hombre mayor que se veía bastante triste. Le di un precio especial. Todo realmente era un lío mientras mi chica y yo arreglamos toda esa mercancía. No estamos acostumbradas a este tipo de negocios. Todo fue un desorden por un largo rato”.
La mente de Riley hizo clic, juntando esta información.
“¿Reba Frye estuvo en la tienda al mismo tiempo que el colector?” preguntó.
Madeline asintió. “Sí”, dijo ella. “Ahora que lo mencionas, estuvo allí justo en ese momento”.
“¿Mantienes un registro de tus clientes?” preguntó Riley. “¿Con información de contacto?”
“Sí, sí lo mantengo”, dijo Madeline.
“Necesito ver el nombre y la dirección del hombre”, dijo Riley. “Es muy importante”.
La expresión de Madeline se volvió más cautelosa.
“¿Dijiste que el Senador te dio este recibo?” preguntó.
“¿De qué otra forma pude haberlo conseguido?” preguntó Riley.
Madeline asintió. “Estoy segura de que eso es cierto, pero...”
Hizo una pausa, luchando con su decisión.
“Ay, lo siento”, dijo, “pero no puedo hacerlo—no puedo dejar que mires los registros. No tienes ninguna identificación, y mis clientes merecen su privacidad. No, realmente, Senador o sin Senador, no puedo dejar que los mires sin una orden judicial. Lo siento, pero simplemente no me parece correcto. Espero que lo entiendas”.
Riley respiró profundamente mientras trataba de evaluar la situación. No dudaba de que Bill llegara tan pronto como pudiese. Pero, ¿cuándo sería? ¿Y la mujer seguiría insistiendo en ver una orden? ¿Cuánto más tiempo significaría eso? La vida de alguien más podría estar en riesgo en ese mismo momento.
“Entiendo”, dijo Riley. “¿Pero está bien si sólo miro por aquí un poco? Podría encontrar algunas pistas”.
Madeline asintió. “Por supuesto”, dijo. “Quédate el tiempo que necesites”.
Una táctica de distracción rápidamente tomó forma en la mente de Riley. Comenzó a rebuscar entre las muñecas mientras que Madeline arreglaba algunos de los accesorios. Riley alcanzó para arriba en un estante alto como si estuviera tratando de bajar una muñeca. En cambio, se las arregló para sacar una fila entera de muñecas del estante.
“¡Ay!” dijo Riley. “¡Lo siento mucho!”
Se echó para atrás en la manera más torpe que pudo. Chocó contra un estante de accesorios e hizo caerlos todos.
“¡Ay, lo siento mucho!” dijo Riley de nuevo.
“No te preocupes”, dijo Madeline, sonando un poco irritada, “Sólo—sólo déjame encargarme de eso”.
Madeline comenzó a recoger la mercancía dispersa. Riley apresuradamente salió de la sala y se dirigió a la recepción. Mirando para atrás para asegurarse de que Madeline no la estaba mirando, Riley se zambulló detrás del escritorio. Rápidamente vio un libro de registros en un estante bajo la caja registradora.
Riley ojeó el libro con manos temblorosas. Encontró rápidamente la fecha, el nombre del hombre y su dirección. No tenía tiempo para escribirlo, así que se lo aprendió de memoria.
Apenas había salido del mostrador cuando Madeline regresó de la trastienda. Parecía que Madeline estaba bastante sospechosa ahora.
“Es mejor que te vayas”, dijo. “Si regresas con una orden, podré ayudarte. Sin duda quiero ayudar al Senador y a su familia en cualquier manera que pueda. Me siento terrible por todo esto que están pasando. Pero ahora creo que debes irte”, añadió.
Riley caminó derechito a la puerta frontal.
“E—Entiendo”, tartamudeó. “Lo siento mucho”.
Corrió a su carro y se metió en él. Sacó su celular y marcó el número de Bill.
“¡Bill, tengo un nombre!” casi gritó cuando respondió. “Su nombre es Gerald Cosgrove. Y tengo su dirección”.
Recordándola cuidadosamente, le dijo la dirección a Bill.
“Estoy a unos pocos minutos de esa dirección”, dijo Bill. “Llamaré y mencionaré su nombre y dirección para ver qué tipo de información puede recopilar la Oficina. Te llamaré de nuevo inmediatamente”.
Bill finalizó la llamada. Riley se movió nerviosamente, esperando con impaciencia. Miró hacia atrás a la tienda y notó que Madeline estaba parada cerca de la ventana, mirándola sospechosamente. Riley no podía culpar a Madeline por su desconfianza. Su comportamiento había sido bastante extraño.
El celular de Riley zumbó. Contestó la llamada.
“Zas”, dijo Bill. “El tipo aparece como un delincuente sexual”, añadió. La dirección que me diste no queda lejos. Tal vez estás un poco más cerca de él que yo”.
“Me dirigiré para allá ahora mismo,” dijo Riley, pisando el acelerador.
“¡Por amor a Dios, Riley, no entres allí sola!” le gritó en respuesta. “Espérame afuera. Llegaré tan pronto como pueda. ¿Me escuchas?”
Riley finalizó la llamada y empezó a conducir. No, ella no podía esperar.
*
En menos de quince minutos, Riley llegó a un lote aislado y polvoriento. Una casa móvil desvencijada estaba en el medio. Riley estacionó su carro y se bajó.
Un carro viejo estaba estacionado en la calle frente el lote, pero Riley no vio ninguna señal de la camioneta que el testigo describió después del secuestro de Cindy MacKinnon. Por supuesto, Cosgrove podría tenerla en otro lugar. O tal vez la había desechado por temor a que la pudieran rastrear.
Riley se estremeció cuando vio un par de cobertizos con puertas cerradas con candados en la parte posterior del lote. ¿Allí fue en dónde mantuvo a las mujeres cautivas? ¿Tenía una cautiva ahora mismo, torturándola y preparándose para matarla?
Riley miró a su alrededor, analizando la zona. El lote no estaba completamente aislado. Había unas cuantas casas y tráileres no tan lejos de allí. Aun así, parecía probable que nadie viviera lo suficientemente cerca para escuchar a una mujer gritando en uno de esos cobertizos.
Riley sacó su arma y se acercó al tráiler. Estaba colocado sobre una base permanente y parecía que llevaba allí muchos años. Hace algún tiempo, alguien había plantado un parterre junto al tráiler para que se viera más como una casa regular. Pero ahora el parterre estaba lleno de malezas.
Hasta el momento, el lugar cumplía con sus expectativas. Se sentía segura de que había llegado al lugar correcto.
“Se te acabó el juego, cabrón”, murmuró en voz baja. “Nunca le quitarás la vida a otra persona”.
Cuando llegó al tráiler, golpeó la puerta de metal.
“¡Gerald Cosgrove!” gritó. “Es el FBI. ¿Estás ahí?”
No hubo respuesta. Riley subió los escalones y miró a través de la ventanita de la de la puerta. Lo que vio adentro la hizo estremecerse.
El lugar parecía estar lleno de muñecas. No vio un alma viviente, solo muñecas de todos los tamaños y formas.
Riley movió el picaporte. Estaba cerrado. Golpeó en la puerta otra vez. Esta vez escuchó la voz de un hombre.
“Vete. Sólo déjame en paz. No hice nada”.
Riley pensó que oyó a alguien moverse adentro. La puerta del tráiler estaba diseñada para abrirse hacia fuera, así que no podía patearla. Disparó su pistola en la cerradura. La puerta se abrió.
Riley irrumpió en la pequeña sala principal. Momentáneamente se deslumbró por el gran número y variedad de muñecas. Debía haber habido cientos de ellas. Simplemente estaban por todas partes—en estantes, en mesas e incluso en el piso. Tomó un momento para que viera a un hombre entre ellas, encogido de miedo en el piso contra una pared de separación.
“No dispares”, rogó Cosgrove, sus manos levantadas y temblorosas. “No lo hice. No me dispares”.
Riley saltó hacia él y lo puso a sus pies. Le dio la vuelta y colocó una mano detrás de su espalda. Guardó su pistola y sacó sus esposas.
“Dame tu otra mano”, dijo.
Temblando de pies a cabeza, obedeció sin vacilar. Riley rápidamente lo esposó y lo hizo sentarse en una silla.
Era un hombre débil en sus sesenta con pelo gris fino. Se veía bastante patético, sentado allí con lágrimas corriendo por su rostro. Pero Riley no sentía lástima por él. El espectáculo de estas muñecas era suficiente para decirle que era un hombre enfermo y retorcido.
Antes de que pudiera hacer cualquier pregunta, oyó la voz de Bill.
“Dios, Riley. ¿Derribaste la puerta?”
Riley se volvió y vio a Bill entrando en el tráiler.
“No quería abrirla”, dijo Riley.
Bill gruñó en voz baja. “Pensé que te dije que esperaras afuera”, dijo.
“Y yo pensé que sabías que no lo haría”, dijo Riley. “De todos modos, me alegra que estés aquí”. Este parece ser nuestro tipo”.
El hombre estaba sollozando ahora.
“¡No lo hice! ¡No fui yo! ¡Cumplí mi condena! ¡Todo eso quedó en el pasado!”
Riley le preguntó a Bill, “¿Qué te enteraste de él?”
“Cumplió su condena por intento de abuso infantil. Nada desde allí—hasta ahora”.
Esto le pareció a Riley que tenía bastante sentido. Este monstruoso hombre sin duda se había trasladado a presas más grandes y ahora era más cruel.
“Eso fue hace años”, dijo el hombre. “Me he portado bien desde entonces. Me tomo mis medicamentos. Ya no siento esas necesidades. Todo quedó en el pasado. Cometieron un error”.
Bill le preguntó en un tono cínico, “¿Entonces eres un hombre inocente, eh?”
“Está bien. Lo que pensaron que hice, no fui yo”.
“¿Y todas estas muñecas?” preguntó Riley.
A través de sus lágrimas, Cosgrove sonrió con palabras entrecortadas.
“¿No son bellas?” dijo. “Las coleccioné poco a poco. Tuve suerte un par de semanas atrás y encontré esta gran tienda en Shellysford. Tantas muñecas y tantos vestidos diferentes. Gasté todo mi cheque del Seguro Social allí, compré todas las que pude”.
Bill negó con la cabeza. “De verdad no quiero saber qué hacer con ellas”, dijo.
“No es lo que piensas”, dijo Cosgrove. “Son como mi familia. Mis únicas amigas. Son todo lo que tengo. Sólo me quedo en casa con ellas. No es como si puedo darme el lujo de salir a cualquier lado. Ellas me tratan bien. No me juzgan”.
Eso preocupó a Riley. ¿Cosgrove tenía una víctima en cautiverio ahora?
“Quiero revisar tus cobertizos”, le dijo.
“Adelante”, dijo. “No hay nada allí. No tengo nada que ocultar. Las llaves están allí”.
Asintió con la cabeza hacia un manojo de llaves colgando junto a la puerta herida. Riley caminó y las tomó.
“Voy por ahí a revisar”, dijo.
“No sin mí”, dijo Bill.
Juntos, Bill y Riley utilizaron las esposas de Bill para sujetar a Cosgrove a la puerta de su refrigerador. Luego salieron y caminaron alrededor del tráiler. Abrieron el candado del primer cobertizo y miraron adentro. No había nada allí excepto un rastrillo de jardín.
Bill entró en el cobertizo y miró a su alrededor.
“Nada”, dijo. “Ni siquiera ninguna señal de sangre”.
Caminaron al siguiente cobertizo, lo abrieron y miraron adentro. Aparte de un cortacésped de mano oxidado, el cobertizo estaba completamente vacío.
“Las tenía que haber mantenido en cautiverio en otro lado”, dijo Bill.
Bill y Riley volvieron al tráiler. Cosgrove todavía estaba sentado allí, mirando terriblemente a su familia de muñecas. A Riley le pareció un espectáculo inquietante—un hombre sin una vida real propia, y ciertamente sin ningún futuro.
Aun así, le parecía un enigma. Decidió preguntarle unas cosas.
“Gerald, ¿dónde estuviste el pasado miércoles por la mañana?”
“¿Qué?” Cosgrove respondió. “¿Qué quieres decir?” No lo sé. No recuerdo el miércoles. Aquí, supongo. ¿Dónde más estaría?”
Riley lo miró con creciente curiosidad.
“Gerald”, dijo, “¿qué día es hoy?”
Los ojos de Cosgrove se abrieron en confusión desesperada.
Riley se preguntó— ¿cómo posiblemente podría ser verdad? ¿Qué no sabía qué día era? Sonaba perfectamente sincero. Ciertamente no parecía amargado o enojado. No vio ninguna lucha en él. Sólo miedo y desesperación.
Entonces se recordó a sí misma a no dejarse llevar por él. Un verdadero psicópata podría engañar a veces incluso a un veterano experimentado con mentiras.
Bill soltó a Cosgrove de la nevera. Cosgrove todavía estaba esposado detrás de su espalda.
Bill gritó, “Gerald Cosgrove, estás bajo arresto por el asesinato de tres mujeres...”
Bill y Riley lo escoltaron fuera del tráiler mientras Bill continuaba con los nombres de las víctimas y los derechos de Cosgrove. Luego lo metieron al carro que Bill había conducido aquí—un vehículo de la Oficina bien equipado con mallas entre los asientos delanteros y los de atrás. Riley y Bill lo empujaron al asiento trasero. Lo ataron y lo esposaron de forma segura. Luego sólo se quedaron parados por un momento sin decir una palabra.
“Joder, Riley, lo hiciste”, murmuró Bill con admiración. “Encontraste al desgraciado—incluso sin su placa. La Oficina te dará la bienvenida con los brazos abiertos”.
“¿Quieres que te acompañe?” preguntó Riley.
Bill se encogió de hombros. “No, lo tengo bajo control. Lo llevaré para que sea detenido. Llévate tu carro”.
Riley decidió no discutir, preguntándose si Bill todavía albergaba resentimiento hacia ella por la otra noche.
Mientras observaba a Bill irse, Riley quería felicitarse a sí misma por su éxito y su redención. Pero cualquier sensación de satisfacción la eludió. Sentía que algo no estaba bien. Seguía oyendo las palabras de su padre.
Simplemente tienes que seguir tu instinto.
Poco a poco mientras conducía, Riley comenzó a darse cuenta de algo.
Su instinto le estaba diciendo que no tenían al hombre correcto.