Capítulo 27
Manos aún temblorosas, Riley buscó la botella de vodka que tenía escondida en el gabinete de cocina, la que prometió que nunca tocaría de nuevo. Abrió la botella y trató de servirse discretamente, para que April no escuchara. Puesto que se parecía mucho al agua, esperaba poder bebérsela abiertamente sin mentir sobre ello. No quería mentir. Pero la botella sonaba indiscretamente.
“¿Qué pasa, Mamá?” April preguntó detrás de ella en la mesa de la cocina.
“Nada”, respondió Riley.
Oyó a April refunfuñar un poco. Podía notar que su hija sabía lo que estaba haciendo. Pero no había manera de verter el vodka en la botella. Riley quería botarla, realmente quería hacerlo. Lo último que quería hacer era beber, especialmente frente a April. Pero nunca se había sentido tan mal, tan agitada. Sentía como si el mundo estaba conspirando contra ella. Y realmente necesitaba un trago.
Riley deslizó la botella de nuevo dentro del gabinete, luego fue a la mesa y se sentó con su vaso. Tomó un sorbo largo, y quemó su garganta de una manera reconfortante. April la miró fijamente por un momento.
“¿Eso es vodka, verdad, mamá?”, dijo.
Riley no dijo nada, sintiéndose culpable. ¿April se merecía esto? Riley la había dejado en casa todo el día, llamando de vez en cuando para ver como estaba, y la niña había sido perfectamente responsable y no se había metido en problemas. Ahora Riley era la que estaba siendo furtiva e imprudente.
“Te enojaste conmigo por fumar marihuana”, dijo April.
Riley aún no dijo nada.
“Ahora es cuando se supone que me dices que esto es diferente”, dijo April.
“Es diferente”, dijo Riley con cansancio.
April la miró.
“¿Cómo?”
Riley suspiró, sabiendo que su hija tenía razón y sintiendo una profunda sensación de vergüenza.
“La hierba es ilegal”, dijo. “Esto no. Y—”
“Y eres una adulta y yo soy una niña, ¿cierto?”
Riley no respondió. Por supuesto, eso era exactamente lo que había comenzado a decir. Y por supuesto, era hipócrita.
“No quiero discutir”, dijo Riley.
“¿Realmente vas a empezar de nuevo con este tipo de cosas?” dijo April. “Bebiste tanto cuando estabas lidiando con todos esos problemas—y jamás me dijiste qué pasó”.
Riley sintió su barbilla apretarse. ¿Era de ira? ¿Qué razón tenía para estar enojada con April, al menos ahora?
“Hay algunas cosas que simplemente no puedo decirte”, dijo Riley.
April puso los ojos en blanco.
“¿Dios, Mamá, por qué no? Quiero decir, ¿nunca seré lo suficiente mayor como para saber la horrible verdad sobre lo que haces? No puede ser mucho peor de lo que me imagino. Créeme, me imagino muchas cosas”.
April se levantó de su silla y caminó al gabinete. Bajó la botella de vodka y empezó a servirse un trago.
“Por favor no hagas eso, April”, dijo Riley débilmente.
Riley se levantó y le quitó la botella a April suavemente. Luego se sentó de nuevo y se sirvió el contenido del vaso de April en el suyo.
“Sólo termina de comer, ¿está bien?” dijo Riley.
April estaba comenzando a llorar.
“Mamá, me gustaría que pudieras verte a ti misma en este momento. Tal vez entenderías lo mucho que me duele verte así. Y lo mucho que me duele que nunca me dices nada. Duele demasiado”.
Riley intentó hablar pero vio que no pudo.
“Habla con alguien, mamá”, dijo April, empezando a sollozar. “Si no quieres hablar conmigo, habla con otra persona. Tiene que haber alguien en quien puedes confiar”.
April se fue a su cuarto, cerrando la puerta detrás de ella.
Riley enterró su rostro entre sus manos. ¿Por qué se seguía equivocando tanto con April? ¿Por qué no podía mantener las partes feas de su vida separadas de su hija?
Todo su cuerpo convulsionó con sollozos. Su mundo había girado completamente fuera de control y no podía formar ni un sólo pensamiento coherente.
Se quedó sentada allí hasta que las lágrimas dejaron de fluir.
Llevándose la botella y el vaso con ella, entró en la sala de estar y se sentó en el sofá. Prendió el televisor y vio el primer canal que apareció. No tenía idea qué película o programa de TV estaban pasando, y no le importaba. Sólo se sentó allí mirando sin comprender las imágenes y dejando que las voces sin sentido entraran en su mente.
Pero no pudo evitar las imágenes que pasaban por su mente. Vio los rostros de las mujeres que habían sido asesinadas. Vio la llama cegadora del soplete de Peterson moviéndose hacia ella. Y vio la cara muerta de Marie, cuando Riley la había encontrado colgando y cuando había sido tan ingeniosamente colocada en el ataúd.
Empezó a sentir una nueva emoción, una que temía mucho. Era miedo.
Estaba aterrorizada de Peterson, y podía sentir su presencia vengativa a su alrededor. No era tanto la cuestión de que si estaba vivo o muerto. Había tomado la vida de Marie y Riley no pudo sacudir la convicción de que ella era su próximo objetivo.
También temía, tal vez incluso más, el abismo en el que estaba cayendo ahora. ¿Realmente estaban separados los dos? ¿Peterson no era el que había causado este abismo? Esta no era la Riley que conocía. ¿El TEPT nunca tenía un final?
Riley perdió la noción del tiempo. Su cuerpo entero zumbaba y dolía con su miedo multifacético. Bebió constantemente, pero el vodka no la estaba adormeciendo.
Finalmente fue al baño y rebuscó por el gabinete de medicinas hasta encontrar lo que estaba buscando. Finalmente los encontró con manos temblorosas: sus tranquilizantes recetados. Debía tomarse uno al acostarse y no lo mezclarlo nunca con alcohol.
Con manos temblorosas, se tomó dos.
Riley volvió al sofá de la sala y miró la TV otra vez, esperando que el medicamento surtiera efecto. Pero no estaba funcionando.
Pánico le tenía en un agarre helado.
El cuarto parecía estar dando vueltas ahora, haciéndola sentir náuseas. Cerró los ojos y se estiró en el sofá. Los mareos cesaron un poco, pero la oscuridad detrás de sus párpados era impenetrable.
¿Cuánto más podían empeorar las cosas? se preguntó a sí misma.
Supo enseguida que era una pregunta estúpida. Las cosas iban a empeorar más y más para ella. Las cosas nunca mejorarían. El abismo no tenía fondo. Lo único que podía hacer era entregarse a la caída y a la desesperación fría.
Lo negro de la intoxicación se apoderó de ella. Perdió el conocimiento y pronto comenzó a soñar.
Una vez más, la llama blanca de la antorcha de propano cortó por la oscuridad. Oyó la voz de alguien.
No era la voz de Peterson. Era familiar, sin embargo— extremadamente familiar. ¿Alguien había venido a rescatarla? Se levantó y comenzó a seguir a quien sea que llevaba la antorcha.
Pero, para su horror, la antorcha arrojaba su luz sobre un cadáver tras otro—primero Margaret Geraty, luego Eileen Rogers, luego Reba Frye, luego Cindy MacKinnon—todas desnudas y horriblemente posadas. Finalmente la luz cayó sobre el cuerpo de Marie, suspendido en el aire, su cara horriblemente contorsionada.
Riley oyó la voz otra vez.
“Chica, de verdad que has arruinado las cosas”.
Riley se dio vuelta y buscó. En el ardiente resplandor, vio la persona que estaba sosteniendo la antorcha.
No era Peterson. Era su propio padre. Llevaba el uniforme de gala de coronel de Marina. Eso le pareció extraño. Se había retirado hace ya muchos años. Y no lo había visto, ni le había hablado, en más de dos años.
“Vi algunas cosas terribles en Vietnam”, dijo con una sacudida de su cabeza. “Pero esto realmente me enferma. Sí, arruinaste bastante las cosas, Riley. Por supuesto que aprendí hace mucho tiempo a no esperar nada de ti”.
Agitó la antorcha para que alumbrara un último cuerpo. Era su madre, muerta y sangrando de la herida de bala.
“Podrías prácticamente haberle disparado tu misma”, dijo su padre.
“Era sólo una niña, papá”, gemía Riley.
“No quiero escuchar ninguna de tus malditas excusas”, gritó su padre. “Nunca le has traído a una alma humana un sólo momento de alegría o felicidad, ¿sabes? Nunca le hiciste nada bueno a nadie. Ni siquiera a ti misma”.
Le dio la vuelta a la perilla de la antorcha. La llama se apagó. Riley volvió a estar en completa oscuridad.
Riley abrió los ojos. Era de noche, y la única luz en la sala vino de la televisión. Recordaba su sueño claramente. Las palabras de su padre seguían resonando en sus oídos.
Nunca le has traído a una sola alma humana un sólo momento de alegría o felicidad.
¿Era verdad? ¿Le había fallado a todos tan miserablemente, incluso a las personas que más amaba?
Nunca le hiciste nada bueno a nadie. Ni siquiera a ti misma.
Su mente estaba nublada y no podía pensar con claridad. Tal vez no podía traerle a nadie verdadera felicidad y alegría. Tal vez simplemente no había amor verdadero dentro de ella. Tal vez no era capaz de amar.
Al borde de la desesperación, buscando alguna ayuda, Riley recordó las palabras de April.
Habla con alguien. Alguien en quien puedes confiar.
En su confusión embriagada, no pensando claramente, casi automáticamente Riley marcó un número en su teléfono celular. Después de unos instantes, oyó la voz de Bill.
“¿Riley?” preguntó, sonando más que medio dormido. “¿Tienes alguna idea de la hora que es?”
“No tengo ninguna idea”, dijo Riley, arrastrando las palabras.
Riley escuchó a una mujer preguntar, “¿Quién habla, Bill?”
Bill le dijo a su esposa, “Lo siento, tengo que atender esta llamada”.
Oyó los pasos de Bill y una puerta cerrarse. Supuso que se fue a algún lugar para hablar en privado.
“¿De qué trata todo esto?” preguntó.
“No lo sé, Bill, pero—”
Riley se detuvo por un momento. Se sentía al borde de decir cosas que lamentaría después—tal vez para siempre. Pero no pudo frenarse.
“Bill, ¿crees que podrías salir un rato?”
Bill dejó escapar un gruñido de confusión.
“¿De qué estás hablando?”
Riley respiró profundamente. ¿De qué estaba hablando? Se le estaba haciendo difícil ordenar sus pensamientos. Pero sabía que quería ver a Bill. Era un instinto primitivo, un impulso que no podía controlar.
Con la poca conciencia que le quedaba, sabía que debía decir Lo siento y colgar. Pero el miedo, la soledad y la desesperación se apoderaron de ella, y se hundió más todavía.
“Quiero decir...” continuó, arrastrando sus palabras, tratando de pensar coherentemente, “sólo tú y yo. Pasar tiempo juntos”.
Hubo sólo silencio en la línea.
“Riley, es el medio de la noche”, dijo. “¿Qué quieres decir con pasar tiempo juntos?” exigió, su irritación claramente aumentando.
“Quiero decir...” comenzó, buscando, queriendo detenerse, pero incapaz de hacerlo. “Quiero decir...Pienso en ti, Bill. Y no sólo en el trabajo. ¿No piensas en mí, también?”
Riley sentía un peso terrible aplastándola tan pronto como lo dijo. Estuvo mal, y no había manera de retractarse.
Bill suspiró amargamente.
“Estás borracha, Riley”, dijo. “No me reuniré contigo. No vas a manejar a ningún lado. Tengo un matrimonio que estoy tratando de salvar y... bueno, tú tienes tus propios problemas. Componte. Trata de dormir un poco”.
Bill finalizó la llamada abruptamente. Por un momento, la realidad parecía estar en un estado de suspensión. Luego Riley sintió una terrible claridad.
“¿Qué hice?” dijo en voz alta.
En sólo unos momentos, había tirado a la basura una relación profesional de diez años. Su mejor amigo. Su único compañero. Y probablemente la relación más exitosa de su vida.
Había estado segura de que el abismo en el que había caído no tenía fondo. Pero ahora sabía que estaba equivocada. Tocó fondo y golpeó el piso. Aun así, estaba cayendo. No sabía si sería capaz de levantarse de nuevo.
Tomó la botella de vodka de la mesa de café—no sabía si tomarse lo último de sus contenidos o botar lo que quedaba. Pero su coordinación entre manos y ojos estaba completamente arruinada. No podía tomar el control de ella.
La sala daba vueltas, hubo un estruendo, y todo se puso negro.