Capítulo 19

 

Riley y Bill llegaron a la Unidad de Análisis de Conducta para encontrar a Walder esperándolos en la puerta.

“Lo tenemos”, dijo Walder, escoltándolos dentro del edificio. “Tenemos al tipo”.

Riley podía escuchar euforia y alivio en su voz.

“¿Cómo?”, le preguntó.

“Agente Paige, seriamente has subestimado a Huang y Creighton”, dijo Walder. “Después que se fueron, la recepcionista les dijo sobre un tipo espeluznante que había estado pasando el rato en la clínica recientemente. Su nombre es Darrell Gumm. Pacientes mujeres se habían quejado de él. Siempre se acercaba demasiado a ellas, dijeron, no respetando su espacio personal. También les dijo algunas cosas muy desagradables. Y una o dos veces realmente se coló en el baño de las mujeres”.

Riley estaba analizando todo, comparándola con sus propias hipótesis sobre el perpetrador. Podría ser él, pensó. Sintió una oleada de emoción subiendo por su garganta.

Bill le preguntó a Walder, “¿Nadie en la clínica llamó a la policía por Gumm?”

“Dejaron que su propio tipo de seguridad lidiara con él. La guardia le dijo a Gumm que se mantuviera alejado. En este tipo de instalaciones a veces llegan tipos raros. Pero Huang y Creighton estuvieron atentos de la descripción. Se dieron cuenta que sonaba como el chico que buscábamos. Consiguieron su dirección de la recepcionista, y todos nos dirigimos a su apartamento”.

“¿Cómo saben que es él?” preguntó Riley.

“Confesó”, dijo Walder firmemente. “Le sacamos una confesión”.

Riley comenzó a sentir alivio. “¿Y Cindy MacKinnon?” preguntó. “¿Dónde está?”

“Estamos trabajando en ello”, dijo Walder.

El alivio de Riley desapareció. “¿Qué quieres decir ‘trabajando en ello’?” preguntó.

“Tenemos a agentes de campo buscando en todo el vecindario. No pensamos que se la podría haber llevado muy lejos. De todos modos, nos lo va a contar muy pronto. Está hablando mucho”.

Más les vale que sea este tipo, pensó Riley. Cindy MacKinnon simplemente tenía que estar viva. No podían perder a otra mujer inocente por este retorcido. Su línea de tiempo estaba agotándose, pero seguramente no estaría muerta tan poco después del secuestro. No había tenido el placer de torturarla todavía.

Bill le preguntó a Walder, ¿Dónde está el sospechoso ahora?”

Walder señaló el camino. “Lo tenemos en el centro de detención”, dijo. “Vamos. Voy para allá ahora”.

Walder les contó todo mientras caminaban a través de la Unidad de Análisis de Conducta al edificio donde se retenían a los sospechosos.

“Cuando le mostramos nuestras placas”, Walder dijo en tono grave, “nos invitó a entrar y a acomodarnos. Hijo de puta seguro de sí mismo”.

Riley pensó que eso sonaba bien. Si Darren Gumm era realmente el perpetrador, la llegada de los agentes pudo haber sido el desenlace que él había estado esperando. Podría haber pretendido quedar atrapado, después de un juego muy inteligente del gato y el ratón con las autoridades de dos años. Tal vez la recompensa que él había estado esperando era la fama, mucho más que quince minutos de fama.

El problema era, Riley sabía, que todavía podía usar a su última prisionera para jugar con todos. Y bien podría ser el tipo que hiciera tal cosa.

“Ojalá hubieras visto su casa”, continuó Walder. “Un hueco sucio pequeño de una habitación, con un sofá plegable y un pequeño baño que apestaba. Y, en las paredes, absolutamente en todas partes, tiene recortes de prensa sobre agresiones y violaciones y asesinatos de todo el país. Ninguna señal de una computadora, está totalmente fuera del mapa, pero tengo que decir, tiene una base de datos analógica de criminalidad psicopática que muchos departamentos de policía envidiaría”.

“Y déjame adivinar”, añadió Bill. “Tenía muchas historias sobre nuestros asesinatos—prácticamente toda la información que se ha hecho pública sobre ellos en estos dos años”.

“Pues sí”, dijo Walder. “Creighton y Huang le hicieron unas preguntas, y actuó demasiado sospechoso. Finalmente Huang le preguntó qué sabía sobre Cindy MacKinnon y se quedó callado. Era evidente que sabía a quién nos referíamos. Teníamos lo suficiente para arrestarlo. Y él confesó casi tan pronto como lo trajimos aquí”.

En ese momento, Walder condujo a Riley y a Bill a una pequeña sala con una ventana unidireccional que daba a una sala de interrogatorios.

El interrogatorio ya había empezado. En un lado de la mesa estaba sentada la Agente Emily Creighton. El Agente Craig Huang caminaba de un lado a otro detrás de ella. Riley pensó que los dos agentes jóvenes realmente parecían más capaces que antes. Darrell Gumm estaba al otro lado de la mesa. Sus muñecas estaban esposadas a la mesa.

Riley se sintió asqueada por él inmediatamente. Era un sapito de hombre, en sus treinta, de contextura mediana y algo rechoncho. Pero parecía lo suficientemente robusto para ser una amenaza física plausible, sobre todo para mujeres indefensas tomadas por sorpresa. Su frente estaba inclinada bruscamente hacia atrás, haciendo que su cráneo pareciera de algún homínido extinto. Su barbilla era prácticamente inexistente. Con todo, ciertamente cualificaba para las expectativas de Riley. Y su confesión parecía envolver las cosas.

“¿Dónde está?” Creighton le gritó a Gumm.

Riley podía notar por el crujido impaciente en la voz de Creighton que ya le había hecho esa pregunta muchas veces.

“¿Dónde está quién?” Gumm preguntó en una voz alta y desagradable. Su expresión estaba llena de desprecio y de insolencia.

“Deja de jugar con nosotros”, dijo Huang agudamente.

“No tengo que decir nada sin un abogado presente, ¿cierto?” dijo Gumm.

Creighton asintió. “Ya te dijimos eso. Traeremos un abogado cuando pidas uno. Sigues diciendo que no lo quieres. Ese también es tu derecho. Puedes renunciar al derecho de tener un abogado. ¿Has cambiado de parecer?”

Gumm inclinó su cabeza y miró al techo, pensativo.

“Déjame pensarlo. No, no lo creo. Aún no”.

Huang se inclinó sobre la mesa hacia él, tratando de parecer amenazante.

“Lo preguntaré por última vez”, dijo. “¿En dónde escondiste la camioneta?”

Gumm se encogió de hombros. “Y lo diré por última vez— ¿qué camioneta? No tengo una camioneta. Ni siquiera tengo carro. Mierda, ni siquiera tengo una licencia de conducir”.

Hablando en voz baja, Walder le informó a Riley y a Bill, “Esa última parte es verdad. No tiene licencia, ni registro de votantes, ninguna tarjeta de crédito, nada de nada. Realmente vive fuera del mapa. No es de extrañar que la camioneta no tuviera placa. Probablemente la robó. Pero no la pudo haber llevado lejos en el tiempo que tuvo. Tiene que estar cerca de su apartamento”.

El Agente Creighton estaba mirando a Gumm ahora con el ceño fruncido.

“Crees que esto es divertido, ¿verdad?”, dijo. “Tienes a una pobre mujer atada en alguna parte. Ya admitiste eso. Está muy asustada, y apuesto a que está hambrienta y sedienta. ¿Cuánto tiempo la vas a dejar sufriendo? ¿Realmente estarías dispuesto a dejarla morir así?”

Gumm se rio burlonamente.

“¿Es esta la parte dónde me golpean?” preguntó. “¿O es cuándo me dicen que pueden hacerme hablar sin dejar ninguna marca visible?

Riley había intentado quedarse callada, pero no pudo contenerse más.

“No están preguntando las preguntas correctas”, dijo.

Pasó a Walder y se dirigió a la puerta que daba a la sala de interrogatorios.

“Espera, Agente Paige”, ordenó Walder.

Ignorándolo, Riley entró a la sala.  Corrió hacia la mesa, colocó ambas manos sobre ella y se inclinó íntimamente hacia Gumm.

“Dime, Darrell”, gruñó. “¿Te gustan las muñecas?”

Por primera vez, la cara de Darrell demostró un rastro de alarma.

“¿Quién demonios eres tú?”, preguntó.

“Soy alguien a quien no le quieres mentir”, dijo Riley. “¿Te gustan las muñecas?”

Los ojos de Darrell recorrieron la sala.

“No sé”, dijo. “¿Muñecas? Son lindas, supongo”.

“Ay, crees que son más que lindas, ¿no?” dijo Riley. “Fuiste ese tipo de muchacho cuando eras pequeño, el tipo que le gustaba jugar con muñecas, el tipo que todos los niños se burlaban”.

Darrell se volvió hacia el espejo que estaba en su lado de la ventana de un solo sentido.

“Sé que hay alguien allí atrás”, dijo, sonando asustado ahora. “¿Alguien podría alejar a esta loca de mí?”

Riley caminó alrededor de la mesa, empujó a Huang a un lado y ahora estaba parada justo al lado de Gumm. Luego empujó su cara hacia su rostro. Él se inclinó hacia atrás, tratando de escapar de su mirada. Pero ella no le da espacio para respirar. Sus rostros estaban solo a tres o cuatro pulgadas de distancia.

“¿Y todavía te gustan las muñecas, no?” dijo Riley, golpeando su puño contra la mesa. “Muñecas para niñas. Te gusta quitarles la ropa. Te gusta verlas desnudas. ¿Qué te gusta hacer con ellas cuando están desnudas?”

Los ojos de Darrell se abrieron.

Riley sostuvo a su mirada por un largo momento. Ella vaciló, tratando de leer su expresión claramente. ¿Fue ese desprecio o repugnancia que hizo que cambiara su expresión de esa manera?

Abrió la boca para preguntar más, pero la puerta de la sala de interrogatorios se abrió detrás de ella. Oyó la voz severa de Walder.

“Agente Paige, quiero que salga de aquí ahora mismo”.

“Deme sólo un minuto”, dijo.

“¡Ahora!”

Riley se quedó parada sobre Gumm en silencio por un momento. Ahora sólo la miraba desconcertado. Miró y vio que Huang y Creighton estaban mirándola, incrédulos y estupefactos. Entonces se dio la vuelta y siguió a Walder a la sala contigua.

“¿Qué diablos fue eso?” Walder exigió. “Estás pasándote. No quieres que este caso cierre. Está cerrado. Supéralo. Todo lo que tenemos que hacer ahora es encontrar la víctima”.

Riley gimió en voz alta.

“Creo que están equivocados”, dijo. “No creo que este individuo reacciona a las muñecas de la manera en que lo haría el asesino. Necesito más tiempo para estar segura”.

Walder la miró fijamente por un momento, luego sacudió la cabeza.

“Este realmente no ha sido tu día, ¿cierto Agente Paige?”, dijo. “De hecho, diría que no has estado en tu máximo desempeño en todo este caso. Eh, bueno tuviste razón sobre una cosa. Gumm no parece haber tenido una conexión con el Senador, ni política, ni personal. Bueno, eso no importa mucho. Estoy seguro de que el Senador estará satisfecho que trajimos al asesino de su hija ante la justicia”.

Riley casi no pudo contener su temperamento.

“Agente Walder, con todo respeto—”, comenzó.

Walder interrumpió. “Y ese es tu problema, Agente Paige. Me has faltado gravemente el respeto. Y estoy cansado de tu insubordinación. No te preocupes, no presentaré un informe negativo. Has hecho un buen trabajo en el pasado y te estoy dando el beneficio de la duda ahora. Estoy seguro de que todavía estás traumatizada por todo lo que pasaste. Pero puedes volver a casa ahora. Manejaremos las cosas desde aquí”.

Luego Walder le dio unas palmaditas a Bill en el hombro.

“Me gustaría que te quedaras, Agente Jeffreys”, dijo.

Bill estaba echando humo ahora. “Si ella se va, yo me voy”, gruñó.

Bill condujo a Riley hacia fuera en el pasillo. Walder salió de la sala para verlos irse. Pero a corta distancia por el pasillo, Riley supo algo con certeza. La cara del sospechoso había mostrado disgusto, estaba segura de eso ahora. Sus preguntas sobre muñecas desnudas no le habían emocionado. Sólo lo habían confundido.

Riley estaba temblando toda. Ella y Bill continuaron su camino afuera del edificio.

“Él no es el tipo”, le dijo suavemente a Bill. “Estoy segura de eso”.

Bill miró hacia atrás, sorprendido, y ella se detuvo y lo miró fijamente con toda intensidad.

Ella todavía está por ahí”, añadió. “Y no tienen ni idea donde está”.

 

*

 

Mucho tiempo después de que oscureciera, Riley caminaba de un lado a otro en su casa, reproduciendo todos los detalles del caso en su mente. Había incluso enviado correos electrónicos y mensajes de texto en un esfuerzo por alertar a miembros de la Oficina que Walder había arrestado al hombre que no era.

Había llevado a Bill a casa y había llegado tarde otra vez a buscar a April. Riley estaba agradecida de que April no había hecho un alboroto esta vez. Aún sumisa por el incidente de la marihuana, April había sido incluso hasta agradable mientras comieron y hablaron.

La medianoche vino y se fue, y Riley se sentía como si su mente iba en círculos. No estaba logrando nada. Necesitaba a alguien con quien hablar, alguien con quien compartir ideas. Pensó en llamar a Bill. Seguramente a él no le importaría recibir llamadas tan tarde.

Pero no, necesitaba a alguien más, alguien con ideas que no eran fáciles, alguien en cuyo juicio ella confiaba por experiencias pasadas.

Por último, se dio cuenta de que era ese alguien.

Llamó a un número en su teléfono celular y fue consternada al escuchar un mensaje grabado.

“Has contactado a Michael Nevins. Por favor deje un mensaje en el tono”.

Riley respiró profundamente y luego dijo, “¿Mike, podemos hablar? Si estás allí, contesta por favor. Es realmente una emergencia”.

Nadie respondió. No estaba sorprendida de que no estuviera disponible. Trabajaba a toda hora a menudo. Sólo deseaba que esta no fuera una de esas veces.

Finalmente dijo, “Estoy trabajando en un caso horrible, y creo que tal vez eres la única persona que me puede ayudar. Conduciré hasta tu oficina a primera hora mañana por la mañana. Espero que te parezca bien. Como dije, es una emergencia”.

Finalizó la llamada. No había nada más que podría hacer ahora mismo. Sólo esperaba poder dormir un poco.