Capítulo 13
Riley apagó el carro y se quedó allí delante de la casa de Bill, admirando su agradable bungaló de dos pisos. Siempre se había preguntado cómo se las arreglaba para mantener el césped un color verde tan bonito y sus arbustos ornamentales tan impecablemente recortados. La vida doméstica de Bill podría ser en un caos, pero mantenía un patio hermoso, perfecto para este pintoresco vecindario residencial. No podía dejar de preguntarte como se veían los demás patios en esta pequeña comunidad tan cerca de Quántico.
Bill salió, su esposa, Maggie, apareciendo detrás de él y dándole a Riley una mirada feroz. Riley alejó la mirada.
Bill entró al carro y cerró la puerta de golpe detrás de él.
“Vámonos de esta mierda”, dijo entre dientes.
Riley encendió el carro y se alejó de la acera.
“Veo que todo en casa no está bien”, dijo.
Bill negó con la cabeza.
“Tuvimos una gran pelea cuando llegué a casa tan tarde anoche. Todo comenzó otra vez esta mañana”.
Él guardó silencio por un momento, luego añadió, “Está hablando de divorcio otra vez. Y ella quiere la custodia total de los niños”.
Riley vaciló, pero luego siguió adelante e hizo la pregunta que tenía en su mente, “¿Y yo soy parte del problema?”
Bill se quedó en silencio.
“Sí”, admitió finalmente. “No estaba feliz de saber que estamos trabajando juntos otra vez. Ella dice que eres una mala influencia”.
Riley no sabía qué decir.
Bill agregó, “Dice que me porto peor cuando estoy trabajando contigo. Estoy más distraído, más obsesionado con mi trabajo”.
Es cierto, pensó Riley. Ambos estaban obsesionados con su trabajo.
Silencio cayó otra vez mientras iban en viaje. Después de unos minutos, Bill abrió su ordenador portátil.
“Tengo algunos detalles sobre el tipo con el que vamos a hablar. Ross Blackwell”.
Escaneó la pantalla.
“Un delincuente sexual”, añadió.
El labio de Riley se levantó hacia arriba en disgusto.
“¿Cuáles cargos?”
“Posesión de pornografía infantil. Era sospechoso de más pero nunca se probó nada. Está en la base de datos pero sin restricciones en sus actividades. Fue hace diez años, y esta foto es bastante vieja”.
Engañoso, pensó. Tal vez difícil de atrapar.
Bill continuó leyendo.
“Despedido de varios puestos de trabajo, por razones vagas. La última vez estuvo trabajando en una cadena de tiendas en un gran centro comercial en Beltway—cosas comerciales más que todo, y su mercado es principalmente familias con niños. Cuando pillaron a Blackwell posando muñecas en posiciones perversas, lo despidieron y lo reportaron”.
“Un hombre con una peculiaridad sobre muñecas y un registro de pornografía infantil”, murmuró Riley.
Hasta el momento, Ross Blackwell encajaba en el perfil que ella estaba empezando a juntar.
“¿Y ahora?” preguntó.
“Tiene un trabajo en una tienda de manualidades y miniaturas”, respondió Bill. “Otra cadena de tiendas en otro centro comercial”.
Riley estaba un poco sorprendida.
“¿Los gerentes sabían acerca de los antecedentes de Blackwell cuando lo contrataron?”
Bill se encogió de hombros.
“Tal vez no les importa. Sus intereses parecen ser completamente heterosexuales. Tal vez supusieron que no haría mucho daño en una tienda de carros y aviones y trenes”.
Sintió un escalofrío por todo su cuerpo. ¿Por qué un tipo así sería capaz de conseguir otro trabajo? Este hombre parecía poder ser un asesino vicioso. ¿Por qué dejarían que saliera cada día y que caminara entre aquellos que eran vulnerables?
Finalmente hicieron su camino a través del incesante tráfico a Sanfield. El suburbio de D.C. le pareció a Riley como un ejemplo típico de una “ciudad de borde”, compuesta principalmente de centros comerciales y oficinas. Le pareció deprimente, sin alma y plástico.
Se estacionó afuera del gran centro comercial. Por un momento, solo se quedó sentada en el asiento del conductor y miró fijamente a la fotografía antigua de Blackwell en la computadora portátil de Bill. No había nada distintivo sobre su rostro, sólo un hombre blanco con cabello oscuro y una expresión insolente. Ahora estaría en sus cincuenta.
Ella y Bill se bajaron del carro y caminaron por la utopía de los consumidores, hasta que vieron una tienda de miniaturas.
“No quiero que se nos escape”, dijo Riley. “¿Qué pasa si nos ve y se escapa?”
“Debemos ser capaces de llevarlo a una esquina dentro de la tienda”, respondió Bill. “Inmovilizarlo y sacar a los clientes”.
Riley puso una mano sobre su arma.
Todavía no, se dijo a sí misma. No causemos pánico si no tenemos que hacerlo.
Se quedó parada allí por un momento, viendo a los clientes de la tienda yendo y viniendo. ¿Una de esas personas era Blackwell? ¿Ya estaba escapando de ellos?
Riley y Bill entraron por la puerta de la tienda. La mayor parte del espacio lo ocupaba una extensa y detallada reproducción de un pequeño pueblo, con un tren en marcha y luces de tráfico. Modelos de avión colgaban del techo. No había una muñeca a la vista.
Varios hombres parecían estar trabajando en la tienda, pero ninguno de ellos encajaba con la imagen que tenía en su mente.
“No lo veo”, dijo Riley.
En la recepción Bill preguntó, “¿Tienen a un cierto Ross Blackwell trabajando aquí?”
El hombre en la caja registradora asintió y señaló hacia un estante con maquetas a escala. Un hombre bajo y rechoncho con pelo grisáceo estaba clasificando la mercancía. Estaba de espalda a ellos.
Riley tocó su arma otra vez, pero la dejó en la funda. Ella y Bill se desplegaron para que pudieran bloquear cualquier intento de escape que podría hacer Blackwell.
Su corazón latía más rápidamente a medida que se acercaba.
“¿Ross Blackwell?” preguntó Riley.
El hombre se volteó. Llevaba anteojos gruesos y su barriga se salía sobre su cinturón. Riley le sorprendió la anémica palidez de su piel. Pensó que no parecía probable que se escapara, pero su juicio de “asqueroso” iba bien con él.
“Depende”, Blackwell respondió con una sonrisa amplia. “¿Qué quieren?”
Riley y Bill ambos le mostraron sus placas.
“¿Guau, los Federales, ah?” Blackwell dijo, sonando casi complacido. “Esto es nuevo. Estoy acostumbrado a tratar con las autoridades locales. No están aquí para arrestarme, espero. Porque realmente pensé que todos aquellos extraños malentendidos eran cosa del pasado”.
“Nos gustaría hacerle algunas preguntas”, dijo Bill.
Blackwell sonrió un poco e inclinó su cabeza inquisitivamente.
“Algunas preguntas, ¿ah? Bueno, me sé la Carta de Derechos de los Estados Unidos casi de memoria. No tengo que hablar con ustedes si no quiero hacerlo. Pero bueno, ¿por qué no? Incluso puede ser divertido. Si me compran una taza de café, lo haré”.
Blackwell caminó hacia la recepción, y Riley y Bill lo siguieron cerca. Riley estaba alerta ante cualquier intento para evadirlos.
“Tomaré un descanso para un cafecito, Bernie”, Blackwell le dijo al cajero.
Riley podría notar por la expresión de Bill que se preguntaba si habían encontrado al hombre adecuado. Entendió por qué él podría sentirse de esa manera. Blackwell no parecía estar ni un poco molesto por su presencia. De hecho, parecía estar bastante contento.
Pero para Riley, esto le hizo parecer más amoral y psicópata. Algunos de los más viles asesinos en serie en la historia habían sido encantadores y mostraron seguridad en sí mismos. Lo último que esperaba era que el asesino pareciera ser el menos culpable.
La zona de restaurantes quedaba cerca. Blackwell había escoltado a Bill y a Riley directamente a un mostrador de café. Si el hombre estaba nervioso por estar con dos agentes del FBI, no lo mostraba en lo absoluto.
Una niña que estaba caminando detrás de su madre tropezó y cayó justo en frente de ellos.
“¡Ups!” Blackwell gritó con alegría. Se inclinó y colocó a la niña sobre sus pies.
La madre dijo unas gracias automáticas y luego se llevó a su hija por la mano. Riley observó que Blackwell miró las piernas desnudas de la niña bajo su falda corta, y se sintió asqueada. Sus sospechas aumentaron.
Riley agarró el brazo de Blackwell fuertemente, pero él le dio una mirada de asombro e inocencia. Ella sacudió su brazo y lo dejó ir.
“Agarra tu café”, dijo ella, asintiendo con la cabeza cerca al mostrador de café.
“Me gustaría un capuchino”, dijo Blackwell a la joven detrás del mostrador. “Ellos pagarán”.
Luego, volteándose para mirar a Bill y Riley, preguntó, “¿Qué quieren ustedes?”
“Estamos bien”, dijo Riley.
Bill pagó por el capuchino, y los tres se dirigieron hacia una mesa que no tenía a otras personas sentadas cerca.
“Entonces, ¿qué quieren saber de mí?” preguntó Blackwell. Parecía relajado y agradable. “Espero que no se pongan moralistas, como las autoridades a las que estoy acostumbrado. Las personas tienen la mente muy cerrada estos días”.
“¿Mente cerrada acerca de colocar a muñecas en poses obscenas?” preguntó Bill.
Blackwell se veía honestamente herido. “Haces que suene tan sucio”, dijo. “No había nada obsceno sobre eso. Échenle un vistazo ustedes mismos”.
Blackwell sacó su celular y comenzó a mostrar fotografías de su obra. Incluían pequeños retablos pornográficos que había creado dentro de casas de muñecas. Las pequeñas figuras humanas estaban en varios estados de desnudez. Habían sido posadas en una matriz imaginativa de agrupaciones y posiciones en diferentes partes de las casas. Riley quedó atónita ante la variedad de actos sexuales retratados en las imágenes, algunos de ellos probablemente muy ilegales en muchos estados.
A mí me parece bastante obsceno, pensó Riley.
“Estaba siendo satírico”, explicó Blackwell. “Estaba haciendo una declaración social importante. Vivimos en una cultura tan vulgar y materialista. Alguien tiene que hacer este tipo de protesta. Estaba ejerciendo mi derecho a la libertad de expresión de una manera totalmente responsable. No estaba abusando. No es como si quitara 'fuego' en un teatro lleno”.
Riley notó que Bill estaba empezando a verse indignado.
“¿Qué pasa con los niños pequeños que se tropezaron con estas escenitas tuyas?” preguntó Bill. “¿No piensas que le estabas haciendo daño?”
“No, de hecho, no”, Blackwell dijo algo con aires de suficiencia. “Ven peores cosas en los medios de comunicación cada día. Ya no existe la inocencia infantil. Eso es justo lo que quería decirle al mundo. Me rompe el corazón, te digo”.
Realmente suena como si lo dijera en serio, pensó Riley.
Pero era obvio para ella que él no lo decía en serio. Ross Blackwell no tenía un solo hueso moral o empático en su cuerpo. Riley sospechaba más de su culpabilidad con cada momento que pasaba.
Ella intentó leer su expresión. No era fácil. Como todos los verdaderos sociópatas, él enmascaraba sus sentimientos con una habilidad increíble.
“Dime algo, Ross”, ella dijo. “¿Te gusta el aire libre?”, preguntó. “Me refiero al camping y a la pesca”.
La cara de Blackwell se iluminó con una amplia sonrisa. “Ah, sí. Desde que era niño. Fui un niño explorador. A veces entro en tierra salvaje solo y me quedó allí por semanas a la vez. A veces creo que fui Daniel Boone en una vida anterior”.
Riley le preguntó, “¿Te gusta ir de caza también?”
“Seguro, todo el tiempo”, dijo con entusiasmo. “Tengo un montón de trofeos en casa. Tú sabes, cabezas montadas de alces y ciervos. Las monto yo mismo. Me gusta mucho la taxidermia”.
Riley entrecerró los ojos hacia Blackwell.
“¿Tienes algún sitio preferido? Bosques y tal, quiero decir. Parques nacionales y estatales”.
Blackwell acarició su barbilla, pensativo.
“Voy a Yellowstone bastante”, dijo. “Supongo que es mi favorito. Por supuesto, es difícil superar las Grandes Montañas Humeantes. Yosemite, también. No es fácil elegir”.
Bill añadió, “¿Qué tal el Parque Estatal Mosby? ¿O tal vez el Parque Nacional cerca de Daggett?”
Blackwell se puso un poco precavido.
“¿Por qué lo quieren saber?” preguntó inquietamente.
Riley sabía que el momento de la verdad—o su opuesto—finalmente había llegado. Alcanzó en su cartera y sacó fotografías de las víctimas de asesinato, cuando todavía estaban vivas.
“¿Puedes identificar a cualquiera de estas mujeres?” preguntó Riley.
Los ojos de Blackwell se ampliaron con inquietud.
“No”, dijo. “Nunca las he visto”.
“¿Estás seguro?” Riley continuó. “Tal vez sus nombres refrescarán tu memoria. Reba Frye. Eileen Rogers. Margaret Geraty”.
Blackwell parecía estar al borde del pánico total.
“No”, dijo. “Nunca las he visto. Nunca he oído sus nombres”.
Riley estudió su rostro muy de cerca por un momento. Finalmente, entendió completamente la situación. Sabía todo lo que necesitaba saber sobre Ross Blackwell.
“Gracias por conversar con nosotros, Ross”, dijo. “Estaremos en contacto si necesitamos saber algo más”.
Bill se veía estupefacto mientras la seguía al alejarse de la zona de restaurantes.
“¿Qué sucedió allí?” espetó. “¿Qué estás pensando? Es culpable y sabe que sospechamos de él. No podemos perder la vista de él hasta que podamos arrestarlo”.
Riley soltó un suspiro de impaciencia.
“Piénsalo, Bill”, dijo ella. “¿Viste su piel pálida? Ni una sola peca. Ese tipo apenas ha pasado un día entero al aire libre en su vida”.
“¿Así que realmente no fue un niño explorador?”
Riley se rio ligeramente. “No”, dijo. “Y puedo asegurarte de que nunca ha ido a Yosemite, Yellowstone o a las Grandes Montañas Humeantes. Y él no sabe nada de taxidermia”.
Bill se veía muy avergonzado ahora.
“Realmente me tenía creyendo”, dijo Bill.
Riley asintió con la cabeza, estando de acuerdo.
“Por supuesto que lo hizo”, dijo. “Es un gran mentiroso. Puede hacer creer que está diciendo la verdad sobre cualquier cosa. Y le encanta mentir. Lo hace cuando tiene la oportunidad—y entre más grande la mentira, mejor”.
Hizo una pausa por un momento.
“El problema es”, añadió Riley, “que es pésimo para decir la verdad. No está acostumbrado a hacerlo. Pierde la calma cuando trata de hacerlo”.
Bill caminó silenciosamente a su lado por un momento, tratando de absorber esto.
“¿Entonces estás diciendo—?” comenzó.
“Estaba diciendo la verdad sobre las mujeres, Bill. Es por eso que sonaba tan culpable. La verdad siempre suena como una mentira cuando él intenta decirla. Realmente nunca vio a ninguna de esas mujeres. No estoy diciendo que no es capaz de asesinato. Probablemente lo es. Pero no cometió estos asesinatos”.
Bill gruñó en voz baja.
“Maldita sea”, dijo.
Riley no dijo nada más el resto del camino al carro. Esto fue un grave revés. Cuanto más pensaba sobre ello, más alarmada se sentía. El verdadero asesino todavía andaba por ahí, y no tenían ni idea de quién era o en dónde estaba. Y lo sabía, sabía que pronto mataría otra vez.
Riley se estaba frustrado con su incapacidad de resolver este caso, pero mientras pensaba y pensaba, de repente se le ocurrió con quién necesitaba hablar. Ahora mismo.