Capítulo 14

 

Estaban cerca de Sanfield cuando Riley repentinamente cruzó dos carriles y giró en una rampa de salida.

Bill estaba sorprendido. “¿A dónde vamos?” preguntó.

“Belding,”, dijo Riley.

Bill la miró desde el asiento del pasajero, esperando una explicación.

“El esposo de Margaret Geraty todavía vive allí”, dijo. “Su nombre es Roy, ¿cierto? Roy Geraty. ¿Y no es dueño de una gasolinera o algo así?”

“En realidad, es un taller de reparación de carros y tienda de suministros”, dijo Bill.

Riley asintió. “Vamos a visitarlo”, dijo.

Bill se encogió de hombros de nuevo, dudando.

“Está bien, pero no sé por qué”, preguntó. “Los locales hicieron un trabajo bastante minucioso de entrevistarlo sobre el asesinato de su esposa. No obtuvieron pistas”.

Riley no dijo nada durante un rato. Ya ella sabía esto. Aun así, sentía como si faltaba algo que necesitaban saber. Algún cabo suelto que habrá quedado en Belding, a poca distancia en carro a través de la zona de granjas de Virginia.  Tenía que descubrir lo que era, si podía hacerlo. Pero estaba empezando a dudar de sí misma.

 “Estoy oxidada, Bill”, Riley murmuró mientras manejaba. “Por un tiempo estuve realmente segura que Ross Blackwell era nuestro asesino. Debería haber sabido que no era así a primera vista. Mis instintos ya no sirven”.

“No seas demasiado dura contigo misma”, respondió Bill. “Parecía encajar con tu perfil”.

Riley refunfuñó. “Sí, pero mi perfil era el equivocado. Nuestro hombre no posaría muñecas así— y no en un lugar público”.

“¿Por qué no?” preguntó Bill.

Riley pensó por un momento.

“Porque él se toma las muñecas demasiado en serio”, dijo. “Tienen un significado muy profundo para él. Es algo personal. Creo que estaría ofendido por las escenitas de Blackwell, las maneras en que las posó. Él lo consideraría vulgar. Las muñecas no son juguetes para él. Son...no lo sé. No he podido descifrarlo”.

“Sé cómo funciona tu mente”, dijo Bill. “Y lo descifrarás en algún momento”.

 Riley se quedó en silencio mientras repetía mentalmente algunos de los acontecimientos de los últimos días. Sólo aumentó su sensación de inseguridad.

“He estado equivocado sobre otras cosas, también”, le dijo a Bill. “Pensé que el asesino estaba seleccionando madres. Estaba seguro de ello. Pero Margaret Geraty no era una madre. ¿Cómo pude haberme equivocado en eso?”.

“Pronto volverás a ser como antes”, dijo Bill.

Llegaron a las afueras de Belding. Era un pueblo pequeño de aspecto cansado que debía haber estado allí durante generaciones. Pero las granjas cercanas habían sido mantenidas por familias ricas que querían ser agricultores y aún trasladarse a puestos de poder en D.C. La ciudad estaba desapareciendo y casi podías conducir por ella sin siquiera darte cuenta.

Era imposible no ver la tienda de suministros y taller de reparación de carros de Roy Geraty.

Riley y Bill se bajaron del carro y entraron en la oficina. No había nadie allí. Riley sonó la campana pequeña en el mostrador. Esperaron, pero no vino nadie. Después de unos minutos, entraron al garaje. Un solo par de pies se asomaba por debajo de un carro.

“¿Eres Roy Geraty?” preguntó Riley.

“Sí”, vino una voz desde debajo del coche.

Riley miró a su alrededor. No había otro empleado a la vista. ¿Las cosas se habían puesto tan malas que el dueño tenía que hacer todo solo?

Geraty vino rodando de debajo del carro y entrecerró los ojos hacia ellos sospechosamente. Era un hombre voluminoso en sus treintas y llevaba un mono manchado de aceite. Se limpió las manos en un trapo sucio y se puso de pie.

“No son locales”, dijo. Luego añadió, “Bueno, ¿en qué puedo ayudarles?”

“Somos del FBI”, dijo Bill. “Nos gustaría hacerle algunas preguntas”.

“Ay, Dios”, gruñó el hombre. “No necesito esto”.

“No tomará mucho tiempo”, dijo Riley.

“Bueno, vamos”, dijo el hombre. “Si tenemos que hablar, tenemos que hablar”.

Condujo a Riley y a Bill a una pequeña área de descanso con un par de máquinas expendedoras. Todos se sentaron en sillas plásticas. Casi como si nadie más estaba allí, Roy tomó un control remoto y encendió un televisor viejo. Pasó canales hasta que encontró una vieja comedia. Entonces miró fijamente a la pantalla.

“Pregunten lo que quieran para salir de esto”, dijo. “Estos últimos días han sido horribles”.

A Riley le resultó fácil adivinar lo que quería decir.

“Lamento que el asesinato de tu esposa esté de nuevo en las noticias”, dijo.

“Los periódicos dicen que han habido dos más como el de ella”, dijo Geraty. “No puedo creerlo. Mi teléfono ha estado sonando y sonando con reporteros y pendejos. Mi buzón de correo electrónico está inundado también. Ya no hay respeto por la privacidad. Y pobre Evelyn—mi esposa—está realmente agitada por esto”.

“¿Te volviste a casar?” preguntó Bill.

Geraty asintió, todavía mirando a la pantalla del televisor. “Nos casamos siete meses después que Margaret...”

No pudo terminar la frase.

“La gente de por aquí pensó que fue demasiado rápido”, dijo. “A mí no me pareció demasiado rápido. Nunca me había sentido más solo en mi vida. Evelyn ha sido un regalo del cielo. No sé qué hubiese sido de mí sin ella. Supongo que tal vez habría muerto”.

Su voz se llenó de emoción.

“Tenemos una niña ahora. Seis meses de edad. Su nombre es Lucy. La alegría de mi vida”.

Sonó una risa inapropiada, viniendo de la comedia en el televisor. Geraty resopló, despejó su garganta y se inclinó hacia atrás en su silla.

“De todos modos, no entiendo lo que quieren preguntarme”, él dijo. “Me parece que contesté todo tipo de preguntas hace dos años. No sirvió de nada. No pudieron atraparlo en ese entonces, y tampoco podrán hacerlo ahora”.

“Todavía estamos intentando”, dijo Riley. “Lo llevaremos ante la justicia”.

Pero ella podía sentir el vacío en sus propias palabras.

Se detuvo un momento, luego preguntó, “¿Vives cerca de aquí? Me preguntaba si podríamos visitar tu casa, echarle un vistazo”.

Geraty frunció el ceño, pensando.

“¿Tengo que hacerlo? “¿Tengo una opción?” preguntó.

La pregunta tomó a Riley por sorpresa.

“Es una solicitud”, dijo. “Pero podría ser útil”.

Geraty negó con la cabeza.

“No”, dijo. “Tengo que trazar una línea. Los policías prácticamente se mudaron a mi casa en esos días. Algunos de ellos estaban seguros de que la había matado. Tal vez ustedes están pensando lo mismo ahora. Que maté a alguien”.

“No”, le aseguró Riley. “No es por eso que estamos aquí”.

Riley vio que Bill estaba mirando al mecánico muy de cerca.

Geraty no levantó la mirada, pero continuó. “Y pobre Evelyn, ella está en casa con Lucy, y ya está hecha un manojo de nervios por todas las llamadas telefónicas. No la haré pasar por más de esto. Lamento ser poco cooperativo. Es solo que ya es suficiente”.

Riley podía notar que Bill estaba a punto de insistir. Ella habló antes de que él pudiera hacerlo.

“Entiendo”, dijo. “Está bien”.

Riley se sentía segura de que ella y Bill probablemente no aprenderían algo importante de una visita a la casa Geraty de todos modos. Pero tal vez contestaría unas preguntas.

“¿A tu esposa—Margaret, tu primera esposa—le gustaban las muñecas?” Riley le preguntó con cautela. “¿Las coleccionó, tal vez?”

Geraty se dio la vuelta hacia ella, alejando la mirada de la TV por primera vez.

“No”, dijo, sorprendido por la pregunta.

Riley se dio cuenta de que nadie hubiera hecho esa pregunta particular antes. De todas las teorías que la policía podría haber tenido hace dos años, las muñecas no hubieran estado entre ellas. E incluso en el acoso al que estaba siendo sometido ahora, nadie más habría hecho una conexión con muñecas.

“A ella no le gustaban”, continuó Geraty. “No era que las odiaba ni nada. Es que la ponían triste. Ella no podía—nosotros no podíamos—tener hijos y las muñecas siempre la hacían pensar en eso. Se lo recordaban. A veces lloraba cuando estaba alrededor de muñecas”.

Con un profundo suspiro, volvió hacia la TV otra vez.

“Estuvo descontenta sobre eso los últimos años”, dijo en una voz baja y lejana. “No tener hijos, quiero decir. Muchos amigos y familiares teniendo hijos propios. Parecía como si todo el mundo excepto nosotros estaba teniendo bebés todo el tiempo, o tenían hijos que ya estaban creciendo. Siempre había algún baby shower, madres siempre pidiéndole a ayudar con fiestas de cumpleaños. Realmente eso la hacía sentir mal”.

Riley sintió un nudo de condolencia formarse en su garganta. Sintió empatía con este hombre, que todavía estaba tratando de arreglar su vida después de una tragedia incomprensible.

“Creo que eso será todo, Sr. Geraty”, dijo. “Muchas gracias por tu tiempo. Y sé que es muy tarde para decirlo, pero lamento mucho tu pérdida”.

Unos instantes más tarde, Riley y Bill se fueron manejando.

“Un viaje perdido”, Riley le dijo a Bill.

Riley miró en el espejo retrovisor y vio la pequeña ciudad de Belding desapareciendo detrás de ellos. El asesino no estaba allí, ella lo sabía. Pero estaba en algún lugar en el área que Flores les había mostrado en el mapa. En algún lugar cerca. Tal vez estaban manejando por su tráiler ahora mismo y ni siquiera lo sabían. El pensamiento torturaba a Riley. Casi podía sentir su presencia, su entusiasmo, su deseo de torturar y matar que se estaba convirtiendo en una necesidad cada vez más absorbente.

Y ella tenía que detenerlo.