Capítulo 28

 

Riley abrió los ojos, luego los entrecerró, tapando su rostro con sus manos. Tenía un fuerte dolor de cabeza, su boca seca. La luz de la mañana que entraba por la ventana era cegadora y dolorosa, recordándole misteriosamente de la luz blanca de la antorcha de Peterson.

Escuchó la voz de April decir, “Me encargaré de eso, Mamá”.

Hubo un leve traqueteo y disminuyó el resplandor. Abrió los ojos.

Vio que April acababa de cerrar las persianas, dejando afuera la luz de la mañana. Se acercó al sofá y se sentó al lado de donde Riley todavía estaba acostada. Cogió una taza de café y se la ofreció.

“Cuidado, está caliente”, dijo April.

El cuarto todavía dando vueltas, Riley se sentó lentamente y alcanzó la taza. Agarrando la taza con cuidado, ella tomó un pequeño sorbo. Sí, estaba bastante caliente. Quemó sus dedos y su lengua. Aun así, fue capaz de sostenerla, y tomó otro sorbo. Al menos el dolor le dio una sensación de que había vuelto a la vida.

April estaba mirando al espacio.

“¿Vas a querer desayuno?” April le preguntó en una voz distante y vacante.

“Tal vez más tarde”, dijo Riley. “Lo prepararé”.

April sonrió un poco triste. Indudablemente, podía ver que Riley no estaba en ninguna condición para preparar nada.

“No, yo lo hago”, dijo April. “Sólo dime cuando quieras comer”.

Ambas se quedaron calladas. April siguió mirando a otra parte. Riley se sintió humillada. Vagamente recordaba su vergonzosa llamada a Bill anoche, luego sus últimos pensamientos antes de perder el conocimiento—ese conocimiento horrible que realmente había tocado fondo. Y ahora, para empeorar las cosas, su hija estaba aquí para ser testigo de su ruina.

Todavía sonando distante, April le preguntó, “¿Qué vas a hacer hoy?”

Parecía una pregunta extraña y a la vez buena. Era hora de que Riley hiciera planes. Si éste era el fondo, necesitaba comenzar a salir de allí.

Recordó su sueño, las palabras de su padre, y mientras lo hizo, se dio cuenta que era tiempo de enfrentar algunos de sus demonios.

Su padre. La presencia más oscura de su vida. Él es quien siempre estaba en la parte posterior de su conciencia. Sentía a veces que era la fuerza impulsadora detrás de toda la oscuridad que se había manifestado en su vida. Él, de todas las personas, era el que tenía que ir a ver. Bien sea si era una necesidad primordial por el amor de un padre, su deseo de enfrentar cara a cara la oscuridad en su vida, o un deseo de sacudirse de estar atormentaba por su sueño, no lo sabía. Pero el impulso la consumía.

“Creo que iré a visitar a Abuelo”, dijo.

“¿Abuelo?” preguntó, sorprendida. “No lo has visto en años. ¿Por qué irías a verlo? Creo que me odia”.

“No lo creo”, dijo Riley. “Siempre ha estado demasiado ocupado odiándome a mí”.

Otro silencio cayó, y Riley sintió que su hija estaba juntando el coraje.

“Quiero que sepas algo”, dijo April. “Boté el resto de la vodka. No quedaba mucho. También boté el whisky que quedaba en el gabinete. Lo siento. Supongo que no era de mi incumbencia. No debí haberlo hecho”.

Lágrimas vinieron a los ojos de Riley. Seguramente esto era lo más adulto y responsable que April había hecho.

“No, lo que hiciste estuvo bien”, dijo Riley. “Fue lo correcto. Gracias. Siento que no pude hacerlo yo”.

Riley se limpió una lágrima y juntó su propio coraje.

“Creo que es hora de que hablemos”, dijo Riley. “Creo que es hora que te cuente algunas cosas que has querido que te cuente”. Ella suspiró. “Pero no será agradable”.

April finalmente se volvió y la miró, anticipación en sus ojos.

“Ojalá realmente lo hicieras, Mamá”, dijo.

Riley respiró profundamente.

“Un par de meses atrás, estaba trabajando en un caso”, dijo. Sintió alivio al empezar a contarle a April sobre el caso Peterson. Se dio cuenta que debió haber hecho esto hace mucho tiempo.

“Me volví demasiado impaciente”, continuó. “Estaba sola y me encontré en una situación, y no estuve dispuesta a esperar. No pedí apoyo. Pensé que podía encargarme sola”.

April dijo, “Eso lo que haces todo el tiempo. Tratas de encargarte de todo sola. Incluso sin mí. Sin siquiera hablar conmigo”.

“Tienes razón”.

Riley se armó de valor.

“Saqué a Marie del cautiverio”.

Riley vaciló, y luego siguió. Oyó su propia voz temblar.

“Me atrapó”, continuó. “Me mantuvo en una jaula. Tenía una antorcha”.

Rompió a llorar, todo su terror reprimido saliendo a la superficie. Estaba tan avergonzada, pero no podía parar.

Para su sorpresa, sintió la mano reconfortante de April en su hombro y oyó a April llorar.

“Está bien, mamá”, dijo.

“No podían encontrarme”, Riley continuó entre sollozos. “No sabían dónde buscar. Fue mi culpa”.

“Mamá, no es tu culpa”, dijo April.

Riley se secó las lágrimas, tratando de controlarse.

“Finalmente logré escaparme. Exploté todo el lugar. Dicen que el hombre está muerto. Que no puede lastimarme ahora”.

Hubo un silencio.

“¿Y lo está?” preguntó April.

Riley desesperadamente quería decir que sí, para tranquilizar a su hija. Pero en cambio se encontró diciendo:

“No lo sé”.

El silencio continuó.

“Mamá”, dijo April, un nuevo tono en su voz, uno de bondad, de compasión, de fortaleza, uno que Riley nunca había oído antes, “salvaste la vida de alguien. Deberías estar muy orgullosa de ti misma”.

Riley sintió un temor nuevo mientras sacudió la cabeza lentamente.

“¿Qué?” preguntó April.

“Estuve allí ayer”, dijo Riley. “Marie. Su funeral”.

“¿Ella está muerta?” preguntó, estupefacta.

Riley sólo pudo asentir.

“¿Cómo?”

Riley vaciló. No quería decirlo, pero no tuvo otra opción. Le debía toda la verdad a April. Estaba cansada de retener las cosas.

“Se suicidó”.

Oyó a April jadear.

“Ay, Mamá”, dijo, llorando. “Lo siento mucho”.

Ambas lloraron por mucho, mucho tiempo, hasta que finalmente se asentaron en un relajante silencio, ya cansadas.

Riley respiró profundamente, se inclinó y le sonrió a April, alejando el pelo de sus mejillas mojadas con amor.

“Tienes que entender que habrán cosas que no te podré decir”, dijo Riley. “Bien sea porque no se lo puedo decir a nadie, o porque no sería seguro que lo sepas, o tal vez simplemente porque no creo que debes estar pensando en ellas. Tengo que aprender a ser la madre aquí”.

“Pero algo tan grande como esto”, dijo April. “Me debiste haber dicho. Eres mi madre, después de todo. ¿Cómo se supone que supiera por lo que estabas pasando? Tengo la edad suficiente. Puedo entender”.

Riley suspiró.

“Supongo que pensé que tenías lo suficiente para preocuparte. Especialmente con la separación de tu papá y yo”.

“La separación no fue tan dura, fue peor el hecho de que no hablaras conmigo”, April respondió. “Papá siempre me ignoraba excepto cuando me daba órdenes. Pero—es como si ya no estabas”. 

Riley tomó la mano de April y la apretó con fuerza.

“Lo siento”, dijo Riley. “Por todo”.

April asintió.

“También lo siento”, dijo.

Se abrazaron, y mientras Riley sentía el flujo de lágrimas de April por su cuello, juró ser diferente. Juró cambiar. Cuando este caso estuviera detrás de ella, se convertiría en la madre que siempre quiso ser.