Capítulo 34
Cuando la granja entro a la vista, Riley se sintió agitada de una manera que no esperaba. Era como si había conducido a una pintura al óleo de una América rural ideal. La casa blanca de estructura de madera estaba ubicada cómodamente en un pequeño valle. La casa era vieja, pero obviamente mantenida en condiciones decentes.
Algunos edificios estaban esparcidos en terrenos cercanos. No estaban en las mismas condiciones que la casa. Tampoco un granero grande que parecía listo para derrumbarse. Pero esas estructuras se veían aún más encantadoras debido a su deterioro.
Riley se estacionó cerca de la casa. Revisó la pistola en su funda y se bajó del carro. Respiró el aire claro y limpio de campo.
No debería ser tan precioso aquí, pensó Riley. Y sin embargo sabía que tenía perfecto sentido. Desde que había hablado con su padre, vagamente comprendió que la guarida del asesino bien podría ser un lugar hermoso.
Aún así, había un tipo de peligro para el cual no se había preparado. Era el peligro de ser aquietada por el puro encanto de su entorno, de bajar la guardia. Tenía que recordarse a sí misma que un mal horrible convivía con esta belleza. Sabía que estaba a punto de encontrarse a sí misma cara a cara con el verdadero horror del lugar. Pero no tenía idea del lugar en donde lo encontraría.
Riley se dio la vuelta y miró sus alrededores. No vio ninguna camioneta en el terreno. O Dirk estaba conduciendo a algún lugar, o la camioneta estaba dentro de uno de los edificios o en el granero. El hombre en sí podría estar en cualquier lugar, por supuesto—en uno de los edificios, posiblemente. Pero decidió echarle un vistazo a la casa primero.
Un ruido la sobresaltó, y su visión periférica cogió una ráfaga de movimiento rápido. Pero fue sólo un puñado de pollos sueltos. Varias gallinas estaban picoteando el suelo. Nada más se movía excepto briznas altas y hojas en los árboles a lo que una suave brisa sopló por ellos. Se sentía completamente sola.
Riley se acercó a la casa de campo. Cuando llegó a los escalones, sacó su arma, y luego caminó hasta en el porche. Llamó a la puerta principal. No hubo respuesta. Tocó otra vez.
“Tengo una entrega para Dirk Monroe”, gritó. “Necesito una firma para dejarla”.
Todavía nada.
Riley se bajó del porche y comenzó a circundar la casa. Las ventanas eran demasiado altas como para ver dentro de ellas, y encontró que la puerta trasera también estaba cerrada con llave.
Volvió a la puerta frontal y tocó otra vez. Hubo sólo silencio. La cerradura de la puerta era una simple y pasada de moda para una llave maestra. Llevaba un pequeño kit para abrir cerraduras en su bolso de mano para estas situaciones. Sabía que el gancho de una llave de tensión plana pequeña haría el truco.
Colocó su pistola en su funda y encontró la llave. La insertó en la cerradura, luego la tomó y la torció hasta que la cerradura rotó. Cuando intentó el picaporte, la puerta se abrió. Sacando su pistola otra vez, entró.
El interior tenía la misma calidad pintoresca como el paisaje exterior. Era una casa de campo perfecta, muy aseada y limpia. Había dos grandes sillas suaves en la sala de estar con piezas tejidas en los brazos y el espaldar.
La habitación la hacía sentirse como si miembros familiares amistosos podrían salir en cualquier segundo a darle la bienvenida, invitándola a ponerse cómoda. Pero a lo que Riley estudió su entorno, esa sensación menguó. Parecía como si nadie viviera en esta casa. Todo estaba demasiado limpio.
Recordó las palabras de su padre.
Quiere empezar de nuevo. Quiere regresar al principio.
Eso es justo lo que estaba tratando de hacer aquí. Pero estaba fallando, porque su vida de alguna manera había sido irremediablemente defectuosa desde el principio. Seguramente lo sabía y eso lo atormentaba.
En lugar de encontrar su camino hacia una infancia más feliz, se había atrapado a sí mismo en un mundo irreal—una exhibición que podría estar en algún museo histórico. Un bordado de punto de cruz enmarcado hasta colgaba en la pared de la sala de estar. Riley se acercó para mirarlo.
Las pequeñas x cosidas componían la imagen de una mujer en un vestido largo sosteniendo una sombrilla. Debajo de ella había unas palabras bordadas...
Una Belleza Sureña es siempre
amable
cortés
gentil...
La lista continuó, pero Riley no se molestó en leer el resto. Entendió el mensaje. La costura no era nada más que ilusiones. Obviamente, esta granja nunca había sido una plantación. Ninguna Belleza Sureña había vivido aquí, bebiendo té dulce y ordenando a sus sirvientes.
Aun así, la fantasía debe ser apreciada por alguien que vivía aquí—o había vivido aquí en el pasado. Tal vez esa persona compró una muñeca alguna vez, una muñeca que representaba una Bella Sureña en un libro de cuentos.
Pendiente por si escuchaba cualquier sonido, Riley se movió silenciosamente por el pasillo. Por un lado, una puerta en forma de arco daba paso a un comedor. Su sensación de estar en un tiempo pasado se volvió más fuerte. El sol entraba por cortinas con encajes que colgaban de las ventanas. Las mesa y las sillas estaban posicionadas perfectamente, como si esperando una cena familiar. Pero, como todo lo demás, el comedor parecía no haber sido utilizado durante mucho tiempo.
Una cocina grande y anticuada estaba al otro lado del pasillo. Allí, también, todo estaba en su lugar, y no había ningún indicio de que había sido usada recientemente.
Por delante de ella, al final del pasillo, había una puerta cerrada. Mientras Riley se movía en esa dirección, un grupo de fotografías enmarcadas en la pared llamó su atención. Las examinó al pasar. Parecían ser fotos normales de familia, algunas blancas y negras, algunas a color. Eran bastante viejas—quizás hasta un siglo.
Eran justo el tipo de fotos que se pueden encontrar en cualquier hogar—padres, abuelos ancianos, niños, y la mesa del comedor llena de festines de celebración. Muchas de las imágenes estaban desteñidas.
Una foto que no parecía tener más que un par de décadas parecía ser la imagen de escuela de un niño—un estudiante con un nuevo corte de pelo y una sonrisa rígida e insensible. La foto a su derecha era de una mujer abrazando a una niña en un vestido adornado.
Luego, Riley notó que la niña y el niño tenían exactamente la misma cara y se conmocionó. Realmente eran la misma persona. La niña con la mujer no era una niña, pero el niño con un vestido y una peluca. Riley se estremeció. La expresión en la cara del niño con disfraz le dijo que no se trataba de un caso de un disfraz inofensivo o un travestismo cómodo. En esta fotografía, la sonrisa del niño era angustiada e infeliz, incluso enojada y rencorosa.
La foto final mostraba al niño como a los diez años. Estaba sosteniendo una muñeca. La mujer estaba parada detrás del niño, sonriendo una sonrisa que brillaba con alegría totalmente fuera de lugar. Riley se inclinó más cerca para ver la muñeca y jadeó de sorpresa.
Allí estaba—una muñeca que coincidía con la imagen en el libro en la tienda. Era exactamente igual, con el pelo largo y rubio, ojos azules brillantes, y cintas rosadas. Hace años, la mujer le había dado al niño esta muñeca. Debía haberlo obligado a tenerla, esperando que la valorara y la amara.
La expresión torturada en la cara del niño contaba la historia real. No pudo fingir una sonrisa esta vez. Su rostro estaba lleno de repugnancia y auto-aversión. Esta foto capturaba el momento cuando algo se quebrantó dentro en él, nunca jamás sería igual. Justo en ese momento, la imagen de la muñeca se fijó a su imaginación infantil e infeliz. Jamás podría sacudirla. Era una imagen que él recreaba con mujeres muertas.
Riley se alejó de las imágenes. Se movió hacia la puerta cerrada al final del pasillo. Tragó saliva.
Ahí está, pensó.
Estaba segura de ello. Esa puerta era la barrera entre la belleza muerta, artificial e irreal de esta casa de campo y la realidad horrible que había detrás de ella. Esa habitación donde la máscara falsa de la normalidad feliz caía de una vez por todas.
Sosteniendo su pistola en su mano derecha, abrió la puerta con su mano izquierda. La habitación estaba oscura, pero incluso en la tenue luz del pasillo, podía ver que era completamente diferente del resto de la casa. El piso estaba lleno de restos.
Encontró un interruptor al lado de la puerta y encendió la luz. Un solo bombillo reveló una pesadilla exhibida en frente de ella. Lo primero que se registró en su mente fue un tubo metálico en el centro de la habitación, atornillado al piso y al techo. Las manchas de sangre en el piso indicaban lo que había sucedido allí. Los gritos de las mujeres hicieron eco en su mente, casi abrumándola.
No había nadie dentro de la habitación. Riley se estabilizó a sí misma y dio un paso adelante. Las ventanas estaban clausuradas con tablas de madera y no entraba luz del sol. Las paredes eran rosadas, con imágenes de cuentos pintadas en ellas. Pero estaban pintarrajeadas por manchas feas.
Mobiliario infantil—sillas y bancos para niñas—estaban volcados y rotos. Había trozos de muñecas en todos lados—extremidades y cabezas amputadas y pedazos de pelo. Pequeñas pelucas de muñecas estaban clavadas a las paredes.
Corazón latiendo con miedo y con rabia, recordando su propio cautiverio, Riley caminó más adentró de la habitación, hipnotizada por la escena, por la furia, por la agonía que sentía aquí.
Hubo un sonido repentino detrás de ella y, de repente, se apagaron las luces.
Riley, presa del pánico, se dio la vuelta para disparar su arma, pero perdió su oportunidad. Algo pesado y duro golpeó su brazo. Su arma se deslizó a la oscuridad.
Riley intentó esquivar el siguiente golpe, pero un objeto rígido y pesado rebotó contra su cráneo con un chasquido. Se cayó y se movió hacia un rincón oscuro de la habitación.
El golpe seguía haciendo eco entre sus oídos. Destellos de conmoción oscilaron en la oscuridad de su mente. Había sido herida y lo sabía. Luchó por aferrarse a su conciencia, pero se sentía como arena deslizándose entre sus dedos.
Allí estaba otra vez—esa llama blanca en la oscuridad. Poco a poco, la luz brillante reveló quién la tenía en sus manos.
Esta vez era la madre de Riley. Estaba de pie justo en frente de Riley, la herida de bala fatal sangrando en medio de su pecho, su rostro pálido y con aspecto de muerta. Pero cuando su madre habló, fue con la voz del padre de Riley.
“Chica, estás haciendo todo mal”.
Riley sintió unos mareos repugnantes. Todo seguía dando vueltas. Su mundo no tenía sentido. ¿Qué estaba haciendo su madre, sosteniendo este terrible instrumento de tortura? ¿Por qué estaba hablando con la voz de su padre?
Riley gritó: “¿Por qué no eres Peterson?”
De pronto, la llama se extinguió, dejando sólo rastros persistentes de luz fantasma.
De nuevo, oyó la voz de su padre gruñendo en la oscuridad.
“Ese es tu problema. Deseas enfrentar a todo el mal en el mundo—todo al mismo tiempo. Tienes que tomar tu decisión. Un monstruo a la vez”.
Su cabeza todavía estaba nadando, Riley intentó comprender el mensaje.
“Un monstruo a la vez”, murmuró.
Su conciencia fluía, burlándose de ella con ráfagas de lucidez. Vio que la puerta estaba entreabierta y un hombre estaba parado allí en contra del pasillo tenuemente iluminado. No podía distinguir su cara.
Tenía algo en su mano—una palanca, ahora entró en cuenta. Parecía estar descalzo. Debió haber estado en algún lugar en la casa todo este tiempo, esperando el momento adecuado para venir y sorprenderla.
Su brazo y su cabeza le dolían horriblemente. Sintió un calor pegajoso y líquido en el lado de su cráneo. Estaba sangrando bastante. Luchaba contra la inconsciencia.
Oyó al hombre reírse, y la risa no era una voz familiar. Sus pensamientos se confundieron irremediablemente. No era la voz de Peterson, tan cruel y burlona en esa oscuridad. ¿Y dónde estaba su antorcha? ¿Por qué era todo tan diferente?
Buscó a tientas en su mente la verdad de su situación.
No es Peterson, se dijo a sí misma. Es Dirk Monroe.
Se murmuró en voz alta a sí misma, “Un monstruo a la vez”.
Este monstruo estaba empeñado en matarla.
Se arrastró por el piso. ¿Dónde estaba su arma?
El hombre se movió hacia ella, haciendo pivotar la palanca con una mano, cortando el aire con ella. Riley se puso de pie antes de que aterrizara un golpe en su hombro y la derribara de nuevo. Se preparó para otro golpe, pero luego escuchó el sonido de la palanca cayendo al piso.
Algo fue enrollado alrededor de su pie izquierdo, jalándola. Había puesto una cuerda alrededor de ese pie y la estaba arrastrando lentamente por el suelo, a través de la basura y hacia el tubo de en medio de la habitación. Era el lugar donde cuatro mujeres ya habían sufrido y se habían muerto.
Riley intentó sondear sus pensamientos. No la había escogido. Nunca la había visto comprando una de esas muñecas que odiaba tan profundamente. Aun así, tenía la intención de aprovechar al máximo su llegada. Iba a hacerla su próxima víctima. Estaba determinado a hacerla sufrir. Iba a morir sufriendo.
Sin embargo, Riley pilló un destello de justicia inminente. Bill y un equipo llegarían aquí pronto. ¿Qué haría Dirk cuando el FBI irrumpiera en la casa? La mataría, por supuesto, y al instante. Nunca permitiría que la rescataran. Pero estaba condenado de todas maneras.
¿Pero por qué Riley tenía que ser su última víctima? Vio los rostros de las personas que amaba—April, Bill—incluso su padre. Ahora Riley sabía que compartía con él un vínculo terco de sabiduría oscura, una comprensión de la maldad sin límites del mundo. Pensó en el trabajo que vivía para hacer todos los días y, lentamente, sintió una nueva determinación. No dejaría que la reclamara tan fácilmente. Moriría en sus propios términos, no en los suyos.
Rebuscó por el suelo con su mano. Encontró algo sólido—no una parte de una muñeca, pero algo duro y afilado. Agarró el mango del cuchillo. Seguro era el cuchillo que había utilizado en las cuatro mujeres.
El tiempo se volvió más y más lento. Entró en cuenta de que Dirk apenas había pasado la cuerda alrededor del tubo central. Ahora estaba colocando su pie contra el mismo.
Estaba dándole la espalda, demasiado segura que ella ya estaba derrotada. Su mente estaba ocupada con atarla al poste—y en lo que le haría luego.
Su impudencia le dio a Riley una oportunidad, sólo una oportunidad, antes de que se volteara. Aún boca abajo en el piso, colocó su cuerpo en posición sentada. Él notó esto y empezó a darse vuelta, pero ella se movió más rápido. Luchó para sacar su pie derecho de debajo de ella, luego se puso de pie para enfrentarlo.
Hundió el cuchillo en su estómago, y luego lo sacó y lo apuñaló una y otra vez. Lo oyó gritar y quejarse. Siguió apuñalándolo localmente hasta que perdió el conocimiento.