Capítulo 15
El hombre fue despertado por la alarma de su teléfono celular. Al principio no sabía dónde estaba. Pero enseguida sabía que hoy iba a ser importante. Vivía para días como estos.
Sabía que había despertado en este extraño lugar por una muy buena razón, porque sería ese tipo de día. Sería un día de satisfacción deliciosa para él, y de puro terror y dolor indescriptible para alguien más.
¿Pero dónde estaba? Todavía dormido medio, no podía recordarlo. Estaba acostado en un sofá en una habitación pequeña y alfombrada, mirando una nevera y un microondas. Luz matutina entraba por una ventana.
Se levantó, abrió la puerta de la habitación y miró hacia un pasillo oscuro. Encendió la luz con el interruptor al lado del marco de la puerta. La luz brilló hacia el pasillo y a una puerta abierta por el pasillo. Pudo distinguir una mesa de revisión médica negra tapizada con papel blanco esterilizado extendida por ella.
Por supuesto, pensó. La clínica médica gratuita.
Ahora recordaba dónde estaba y cómo había llegado allí. Se felicitó a sí mismo por su sigilo y astucia. Había llegado a la clínica ayer en el día, cuando estaba especialmente ocupada. En medio del bullicio de los pacientes, había pedido una prueba de presión sanguínea simple. Y ella había sido la enfermera que le hizo la prueba.
La mujer que había venido aquí a ver. La mujer que había estado observando durante días, en su casa, cuando iba de compras, cuando venía aquí a trabajar.
Después de la prueba de presión arterial, se había metido en un espacio reducido dentro un armario de suministros. Que inocente había sido todo el personal. La clínica había cerrado y todos se habían ido a casa sin siquiera revisar los armarios. Luego se había salido y se había acomodado aquí mismo, en el pequeño salón del personal. Él había dormido bien.
Y hoy iba a ser un día muy extraordinario.
Apagó la lámpara de techo inmediatamente. Nadie afuera debía saber que alguien más estaba en el edificio. Miró la hora en su teléfono celular. Faltaban pocos minutos para ser las 7:00 de la mañana.
Ella llegaría en cualquier momento ahora. Él sabía esto por sus días de vigilancia. Era su trabajo preparar la clínica para los médicos y pacientes por las mañanas. La clínica en sí abría a las ocho. Entre las siete y las ocho, siempre estaba sola aquí.
Pero hoy sería diferente. Hoy no estaría sola.
Oyó un carro entrar al estacionamiento afuera. Ajustó las persianas lo suficiente como para mirar afuera. Era ella, bajándose del carro.
No tuvo problemas para estabilizar sus nervios. Esta no era como sus primeras dos veces, cuando se había sentido tan temeroso y aprensivo. Desde su tercera vez, cuando todo había fluido tan bien, sabía que realmente había alcanzado su máximo desempeño. Ahora era experimentado y hábil.
Pero había una cosa que quería hacer un poco diferente, para variar su rutina, para hacer que esta vez fuera un poco diferente de las demás.
Iba a sorprenderla con un pequeño símbolo, su propia tarjeta de visita personal.
*
Mientras que Cindy MacKinnon caminaba por el estacionamiento vacío, ensayó mentalmente su rutina diaria. Después de colocar todos los materiales en su lugar, su primera orden del día sería firmar solicitudes de recarga en las farmacias y asegurarse de que el calendario de citas estuviera actualizado.
Los pacientes estarían esperando afuera de la puerta en el momento en que abrieran a las ocho. El resto del día estaría dedicado a tareas diversas, incluyendo tomar signos vitales, sacar sangre, poner vacunas, hacer citas y cumplir con las demandas a menudo irrazonables de los enfermeros y médicos.
Su trabajo aquí como una enfermera práctica con licencia no era nada glamoroso. Aun así, ella amaba lo que hacía. Era muy gratificante ayudar a las personas que de lo contrario no podrían pagar por atención médica. Sabía que salvaban vidas aquí, incluso con los servicios básicos que ofrecían.
Cindy sacó las llaves de la clínica de su cartera y abrió la puerta de vidrio. Entró rápidamente y cerró la puerta con llave detrás de ella. Alguien la abriría de nuevo a las ocho. Luego introdujo un código para desactivar la alarma del edificio inmediatamente.
Mientras caminaba por la sala de espera, algo captó su atención. Era un objeto pequeño tirado en el suelo. En la luz tenue, no podía ver lo que era.
Prendió las luces de arriba. El objeto en el piso era una rosa.
Caminó hacia ella y la recogió. La rosa no era real. Era artificial, hecha de tela barata. ¿Pero qué estaba haciendo aquí?
Probablemente se le había caído a un paciente ayer. Pero, ¿por qué nadie la había recogido después de que la clínica cerrara a las cinco p.m.?
¿Por qué ella no la había visto ayer? Había esperado hasta que la mujer de la limpieza terminara. Había sido la última en salir y estaba segura de que la rosa no había estado allí.
Entonces vino una descarga de adrenalina y una explosión de puro miedo. Sabía lo que significaba la rosa. Ella no estaba sola. Sabía que tenía que salir de allí. No tenía un segundo que perder.
Pero a lo que se dio la vuelta para correr hacia la puerta, una mano fuerte agarró su brazo por detrás, deteniéndola. No había tiempo para pensar. Tenía que dejar que su cuerpo actuara por sí solo.
Levantó su codo y se dio la vuelta, lanzando todo su peso al lado y hacia atrás. Sintió su codo golpear una superficie dura pero flexible. Oyó un gemido feroz y fuerte y sintió el peso del cuerpo de su atacante inclinándose sobre ella.
¿Había tenido suerte y golpeado su plexo solar? No podía darse la vuelta para verlo. No había tiempo—unos segundos, si acaso.
Corrió hacia la puerta. Pero el tiempo se detuvo, y sintió que no estaba corriendo. Sintió que estaba corriendo a través de gelatina espesa y clara.
Finalmente llegó a la puerta e intentó jalarla para abrirla. Pero, por supuesto, la había cerrado con llave después de entrar.
Buscó a tientas frenéticamente en su cartera hasta que encontró sus llaves. Entonces sus manos temblaron tanto que no pudo sostenerlas. Cayeron al suelo. El tiempo se había estirado aún más mientras se inclinó y las recogió. Buscó entre las llaves hasta que encontró la correcta. Luego metió la llave en la cerradura.
Era inútil. Su mano era inútil por estar temblando. Se sentía como si su cuerpo la estaba traicionando.
Por último, su ojo alcanzó ver un poco de movimiento afuera. En la acera, más allá del estacionamiento, una mujer estaba paseando a su perro. Todavía agarrando las llaves, levantó sus puños y golpeó contra el vidrio increíblemente duro. Abrió la boca para gritar.
Pero su voz fue ahogada por algo apretado a través de su boca, tirando dolorosamente en las esquinas. Era de tela, un trapo o un pañuelo o una bufanda. Su agresor la había amordazado con fuerza despiadada e implacable. Sus ojos se abrieron, pero en vez de un grito, todo lo que pudo emitir fue un horrible gemido.
Bajó sus brazos, y las llaves se cayeron otra vez de su mano. Fue jalada hacia atrás, lejos de la luz a un mundo oscuro y turbio de terror repentino e inimaginable.