UN INCENDIO POLÍTICAMENTE CORRECTO
En el año 64 de nuestra era Roma era una
ciudad desigual.
Tenía zonas urbanas muy modernas, elegantes,
bien iluminadas, amplias y salubres, pero había otras partes,
correspondientes a la Roma antigua, que estaban abigarradas de
tugurios de madera y arcilla que se caían a pedazos, donde las
enfermedades eran pan de todos los días para sus habitantes. Nerón
quería terminar con ese problema de una vez por todas, pero no
encontraba la forma de que la gente cooperara con las reformas que
pensaba efectuar.
Además, quería construir un palacio
esplendoroso, digno de la divinidad que él se creía que era en sus
delirios de grandeza. Con el incendio, Nerón mataría dos pájaros de
un tiro: solucionar el problema de remodelación de la ciudad y
quitarse de encima a esa "superstición estúpida" (que así era como
tildaba al cristianismo Plinio el Joven en su Carta a Trajano).
El incendio duró seis días. Ardió Roma como
un papel.
Murieron miles de víctimas: quemados,
asfixiados, aplastados por los escombros, hubo gente que lo perdió
todo. Y aunque se designaron refugios para los damnificados, no
fueron suficientes. Al ir calmando el fuego, las víctimas
reclamaron un culpable y Nerón se los dio gustoso: los cristianos.
El pueblo aceptó ese chivo expiatorio, aunque sabía que ellos no
eran los responsables del incendio, igual la gente los condenó por
su fanatismo. El historiador romano Tácito escribe en el siglo I de
nuestra era: "...fueron arrestados los que confesaron (ser
cristianos),...aunque no se les condenó tanto por el incendio como
por su odio a la raza humana (Anales, XV 44)".