La génesis de Hiboria
Notas sobre la creación de los relatos de Conan
por Patrice Louinet

En una carta enviada al escritor Clark Ashton Smith en diciembre de 1933, Robert E. Howard se refería a la creación de su personaje más famoso, Conan el cimmerio:

Sé que durante meses he sufrido una absoluta carencia de ideas y he sido completamente incapaz de terminar nada que fuera vendible. Entonces, Conan pareció crecer en mi mente sin que hiciera falta demasiado trabajo por mi parte e, inmediatamente, una riada de historias empezó a Huir de mi pluma —o, más bien, de mi máquina de escribir— sin mediar casi esfuerzo por mi parte. Es como si, en lugar de estar creando, estuviera relatando unos hechos que habían tenido lugar realmente. Los episodios se sucedían a tal velocidad que apenas podía seguirles la pista. Durante semanas, no hice otra cosa que escribir historias de Conan. El personaje se apoderó por completo de mi mente y expulsó de allí todo lo relacionado con la escritura, a excepción de sí mismo. Cuando, deliberadamente, traté de escribir otras cosas, fui incapaz.

Esta idea de que sus personajes e historias se le aparecían con facilidad era algo habitual en Howard, quien casi nunca mencionaba en su correspondencia relatos inacabados o que no hubiera podido vender. En el caso del ciclo de Kull, por ejemplo, solo tres de los relatos habían sido publicados, mientras que una docena de ellos habían quedado inacabados o habían sido rechazados. Y, sin embargo, Howard escribió a Lovecraft:

Le agradezco las cosas amables que ha dicho sobre las historias de Kull, pero dudo que sea capaz de volver a escribir una. Las tres historias que escribí sobre ese personaje parecieron casi escribirse solas, sin planificación alguna por mi parte; no tuve que hacer ningún esfuerzo consciente para crearlas. Simplemente aparecieron sin que yo las llamara y empezaron a crecer en mi mente hasta alcanzar la madurez, y entonces fluyeron sobre el papel a partir de las yemas de mis dedos.

De hecho, existen manuscritos originales de casi todas las historias de Kull, y estos revelan que el trabajo fue mucho más laborioso de lo que Howard sugiere. ¿Cómo podemos entonces dar crédito a la afirmación de que los relatos de Conan fueron virtualmente un caso de escritura automática? Las cosas no fueron tan sencillas y directas como a Howard le hubiera gustado que Clark Ashton Smith —y nosotros— creyéramos.

En octubre de 1931, Howard completó la primera versión de un relato titulado El pueblo de la oscuridad y la envió a la nueva revista de Clayton Publications, Strange Tales of Mistery and Terror, una competidora directa de Weird Tales. Al editor, Harry Bates, le gustó el relato pero pidió que se llevaran a cabo algunas modificaciones. Howard accedió y, varias semanas más tarde, Bates aceptó el relato junto con otro que Howard le había enviado, El túmulo en el promontorio.

El pueblo de la oscuridad es un relato de remembranza y reencarnación. En esta historia, narrada en primera persona, el protagonista, John O'Brien, cuenta que ha experimentado un episodio de la vida de una de sus anteriores encarnaciones, un tal «Conan el ladrón», un gaélico de pelo negro que jura por la deidad celta Crom. Es indudable que resultaría tentador ver en este personaje un prototipo directo de su más famoso tocayo (y, de hecho, para algunos críticos ha sido así) de no ser porque People of the Dark, a diferencia de las historias de Conan, es un relato de remembranza y reencarnación narrado en primera persona.

¿O no es así?

Con la venta de El pueblo de la oscuridad, Howard había encontrado un nuevo cliente, un cliente que pagaba al aceptar los relatos. Cuando recibió el dinero, pocas semanas más tarde, el escritor estaba entusiasmado.

Por fin he conseguido a Clayton. Les he vendido un par de relatos seguidos, y aunque me han hecho esperar por la pasta, cuando me han pagado, me han pagado bien: 134 dólares por uno y 144 por el otro. Y eran relatos cortos. Espero poder venderles una novela corta.

(Carta a Tevis Clayde Smith, ca. febrero de 1932)

De este modo, en febrero de 1932, Howard se encontraba con que era 278 dólares más rico, y probablemente fuera esta la razón, y no una falta de inspiración, de que decidiera tomarse unas vacaciones en el sur de Texas.

Varias semanas más tarde, le comentó a Wilfred Blanch Taiman: «He pasado algunas semanas recorriendo la parte sur del estado, a lo largo de la frontera, y no he trabajado nada en todo este tiempo. Mi ocupación principal ha sido el consumo de tortillas, enchiladas y vino español».

Aunque no escribió cartas ni relatos —probablemente porque no se había llevado la máquina de escribir—. Howard al menos compuso un poema durante las vacaciones: Cimmeria. En 1934, le envió una copia a Emil Petaja con el siguiente comentario: «Escrito en Mission, Texas, febrero de 1932; sugerido por la visión de las colinas que se alzan sobre Fredricksburg bajo la neblina de un chaparrón invernal».

No sabemos si Howard había alumbrado ya la idea de Conan cuando escribió el poema; pero, en cualquier caso, tanto el personaje como el poema fueron creados con pocos días de diferencia:

Conan apareció en mi cabeza, simplemente, hace pocos años, mientras me encontraba en una pequeña aldea fronteriza de la parte baja del río Grande. No lo creé por medio de un proceso consciente. Sencillamente emergió del olvido, maduro del todo, y me envió a dejar testimonio de la saga de sus aventuras.

(Citado en A Biographical Sketch of Robert E. Howard,
de Alvin Earl Perry, 1935)

Se ha dicho que gran parte de la descripción que aparece en el poema Cimmeria es una traslación directa de pasajes específicos de las Vidas de Plutarco. Al igual que Howard, Plutarco relacionaba a los celtas cimbrios con los cimmerios, diciendo que «viven en una tierra sombría y boscosa en la que los árboles están tan apiñados que los rayos del sol apenas penetran y que se extiende hasta los bosques hercinianos».

Sin embargo, el poema es algo más que una mera descripción. La primera línea («Recuerdo») deja bien claro que nos encontramos de nuevo ante el tema de la reencarnación y la remembranza, al igual que en El pueblo de la oscuridad. El protagonista de este último relato, John O'Brien, es un americano de ascendencia irlandesa que vive en el suroeste americano. Claramente evoca la figura del propio Howard; y, si O'Brien puede recordar su vida pasada como Conan el ladrón, ¿creía Howard, o imaginaba, que era capaz de «recordar» que había vivido en Cimmeria en una vida anterior?

Cuando uno investiga más a fondo esta vena autobiográfica descubre con asombro las semejanzas entre las descripciones de Cimmeria que aparecen en el poema y las que se encuentran en los recuerdos de Howard del lugar en el que nació, Dark Valley, en el condado de Palo Pinto, Texas. En octubre de 1930 le escribió a H.P. Lovecraft.

Creo, por ejemplo, que mi naturaleza sombría se debe en parte a los alrededores del lugar en el que pasé una parte de mi infancia. Era un valle alargado y estrecho, solitario y aislado, situado en pleno condado de Palo Pinto. Apenas estaba colonizado y creo que su nombre, Dark Valley, resulta altamente descriptivo. Tan altos eran sus cerros, tan recios y orgullosos sus robles, que en él reinaban las sombras incluso en pleno día, y de noche era tan oscuro como un pinar…, que es lo más oscuro del mundo. Las criaturas de la noche cuchicheaban y se llamaban unas a otras, una tenue brisa nocturna susurraba entre las hojas y, de vez en cuando, entre las ramas mecidas suavemente por el viento se vislumbraba el brillo de una estrella lejana.

Una imaginería parecida, combinación de maldad, árboles nudosos y un aura de terror, puede encontrarse también en el poema de Howard, The Dweller tn Dark Valley, que concluye con un «ya no voy a Dark Valley, pues es la puerta del Infierno».

Por tanto, es posible que en la mente de Howard Dark Valley y Cimmeria estuvieran estrechamente relacionados. Pero el recuerdo que evocan es de una naturaleza muy peculiar. Los recuerdos de Howard sobre Dark Valley no son menos fantásticos que los de John O'Brien sobre su vida pasada: los Howard abandonaron Dark Valley cuando Robert acababa de cumplir dos años y no volvería a ver el lugar hasta la primavera de 1931. En este caso, la reencarnación puede verse como una solución para escapar a la propia biografia. Ocurre lo mismo que en El peregrino de la estrella, de Jack London, una de las obras favoritas de Howard, en la que el protagonista encuentra alivio —y evasión— a la tortura recordando sus vidas pasadas. Aquí encontramos sin duda un patrón, puesto que Howard completó su primer relato de reencarnación —Los Hijos de la Noche— el mismo mes que le habló a Lovecraft sobre Darle Valley en una carta, y el segundo —Elpueblo de la oscuridad— pocas semanas después de haber vuelto a ver la localidad.

Todos estos elementos se combinaron en el primer relato de Conan, El fénix en la espada, donde, en la descripción de Cimmeria, encontramos ecos de Plutarco, Darle Valley y los poemas:

No ha existido en este mundo país más sombrío que ese. Todo él está cubierto de colinas y densamente arbolado, y los árboles son extrañamente tenebrosos, hasta el punto de que incluso de día la tierra parece oscura y amenazante. Hasta donde alcanza la vista, no se divisa otra cosa que colina tras colina, más oscuras a medida que se alejan en la distancia. Entre estas colinas flotan nubarrones; los cielos son casi siempre grises; los vientos soplan fríos y mordientes, arrastrando lluvia, neviza o nieve y llenando de funestos aullidos los pasos y los valles. Hay poca alegría en esa tierra, y los hombres se vuelven extraños y taciturnos.

(Esbozo no publicado a, pp. 9-10)

Si Howard podía atribuir la parte «sombría» de su naturaleza a lo que creía recordar de Dark Valley, un argumento parecido puede esgrimirse para explicar el temperamento taciturno del propio Conan. Aunque muchos lectores ven en Conan una proyección de Howard, lo que se presenta ante ellos es principalmente una versión idealizada de Howard: el conquistador, irresistible y temerario bárbaro. El carácter sombrío de su personalidad ha pasado en gran medida inadvertido, y no es de extrañar. El propio Howard mencionaba solo en raras ocasiones este rasgo, al menos en las versiones publicadas de sus relatos.

En su forma definitiva, El fénix en la espada se abre con un pasaje de las «Crónicas nemedias». Es en estas líneas donde nos encontramos con la primera mención a Conan; el propio personaje no aparece hasta el segundo capítulo de la historia. El pasaje en cuestión reza: «Y allí llegó Conan, el cimmerio, el pelo negro, los ojos sombríos, la espada en la mano, un ladrón, un saqueador, un asesino, de gigantescas melancolías y gigantescos pesares, para pisotear con sus sandalias los tronos enjoyados de la Tierra» (vol. 1, p. 29, las cursivas son mías). Las «Crónicas nemedias» se introdujeron en la historia porque Farnsworth Wright (editor de Weird Tales) pidió a Howard que reescribiera y condensara los dos primeros capítulos. La función del pequeño extracto era reemplazar a largos párrafos referentes, respectivamente, a algunos de los países de la edad hiboria y a ciertos rasgos de la personalidad del cimmerio.

Y si Howard atribuía su carácter sombrío a Dark Valley, Conan parece atribuir sus propias «gigantescas melancolías» a sus orígenes cimmerios:

—Bueno —sonrió Próspero—, las oscuras colinas de Cimmeria han quedado muy atrás. Y ahora me marcho. Me beberé un vaso de vino blanco nemedio en tu honor cuando esté en la corte de Numa.

—Bien —gruñó el rey—. Pero besa a las bailarinas de Numa solo en tu nombre, ¡no vayas a provocar un incidente diplomático!

Su convulsa risa siguió a Próspero mientras salía de la estancia. La puerta tallada se cerró tras el poitanio y Conan continuó con lo que estaba haciendo. Se detuvo un momento y escuchó distraídamente los pasos cada vez más lejanos de su amigo, que resonaban vacíos sobre los azulejos del suelo. Y, como si el sonido vacuo pulsase una cuerda afín en su alma, sintió que lo embargaba un sentimiento de repulsión. Su optimismo cayó como una máscara y su rostro se volvió de pronto anciano, y fatigados sus ojos. La irrazonable melancolía de los cimmerios cubrió su alma como una mortaja y lo paralizó con la sensación aplastante de la futilidad del comportamiento humano y la carencia de sentido de la vida. Su corona, sus placeres, sus miedos, sus ambiciones y todas las cosas terrenas le fueron reveladas repentinamente como polvo y juguetes rotos. Las fronteras de la vida se marchitaron y las líneas de la existencia se cernieron sobre él y lo entumecieron. Cubriéndose la leonina cabeza con las manos poderosas, profirió un estentóreo rugido.

Entonces, al levantar la cabeza, como un hombre que busca una salida, sus ojos fueron a posarse sobre una jarra de cristal, llena de vino dorado. Se levantó rápidamente, llenó una copa hasta el borde y la apuró de un solo trago. Llenó y apuró la copa de nuevo, y volvió a hacerlo una segunda vez. Cuando al fin la dejó a un lado, una agradable calidez se extendía por sus venas. Las cosas y los sucesos cobraron un aspecto nuevo. Las oscuras colinas de Cimmeria se perdieron en la distancia. La vida volvía a ser buena, real y vibrante, no el sueño de un dios loco. Se estiró lentamente como un felino gigantesco y volvió a sentarse al escritorio, consciente de la magnitud y la importancia vital de su persona y del trabajo que estaba llevando a cabo. Concentrado, mordisqueó su estilo y contempló el mapa.

(El fénix en la espada, primera versión, vol. 1, p. 263)

Cuando Howard decía que «Conan pareció crecer en mi mente sin que hiciera falta demasiado trabajo por mi parte» probablemente estuviera diciendo la verdad. Lo que no entendía es que este acto de creación obedecía a motivaciones profundamente arraigadas: las «gigantescas melancolías de Conan» eran el reflejo del «carácter sombrío» de Howard, como él lo llamaba, así como Cimmeria era el reflejo de Dark Valley y, del mismo modo que este era un recuerdo siniestro para Howard, nunca existió para Conan un «país más sombrío» que Cimmeria.

Por tanto, el Conan de Howard, al menos en las fases iniciales de su creación, era más un reflejo de lo que Howard era que de lo que hubiera querido ser.

El poema Cimmeria no forma parte, estrictamente hablando, del ciclo de Conan, pero ayuda a ambientar las historias de Conan: Conan —o más bien Howard— solo puede «recordar» Cimmeria; es una tierra terrible, cuya mera invocación provoca recuerdos tristes e invita al olvido. Por esa razón, ninguna historia de Conan tiene lugar en Cimmeria y en los relatos no aparece —ni podría aparecer— ningún otro cimmerio. En La reina de la Costa Negra, Conan explicará a Bélit que, «en este mundo los hombres luchan y sufren en vano, y solo encuentran placer en el torbellino enloquecedor de la batalla (…) Que me dejen vivir intensamente mientras viva; quiero saborear el rico jugo de la carne roja y sentir el sabor ácido del vino en mi paladar, gozar del cálido abrazo de una mujer y de la jubilosa locura de la batalla cuando llamean las azules hojas de acero; eso me basta para ser feliz. Que los maestros, los sacerdotes y los filósofos reflexionen acerca de la realidad y la ilusión. Yo solo sé esto: que si la vida es ilusión, yo no soy más que eso, una ilusión, y ella, por consiguiente, es una realidad para mí. Estoy vivo, me consume la pasión, amo y mato; con eso me doy por contento». Este es el auténtico trasfondo del ciclo de Conan, el deseo de ahogarse en una vida turbulenta. La intensa vida física de Conan parece un desesperado intento por olvidar Cimmeria y los recuerdos aterradores asociados a ella. Tal vez pueda decirse lo mismo de la intensa actividad literaria de Howard, que podría interpretarse como un intento de olvidar Dark Valley. Cuando Conan está ocioso —como ocurre al principio de El fénix en la espada— y se acuerda de Cimmeria, su primera reacción es buscar el olvido y beber hasta ahogar sus pesares. Soluciones diferentes para un mismo problema.

Una vez escrito Cimmeria, tras haber expresado la necesidad de huir de la tierra y olvidarla en la medida de lo posible, Howard estaba preparado psicológicamente para componer el primero de los trepidantes relatos de Conan.

Cuando regresó a Cross Plains en febrero de 1932, todavía tenía por delante la tarea de crear lo que acabaría por ser conocido como el «mundo hiborio».

La razón que se escondía tras la invención de la Edad Hiboria era posiblemente de índole comercial. Hasta 1929, el único cliente de Howard había sido Weird Tales, pero a principios de los años treinta se le abrieron varios mercados, especialmente Oriental Stories y la efímera Soldiers of Fortune. Howard sentía un intenso amor por la historia y los relatos que vendió a Oriental Stories se cuentan entre los mejores jamás producidos por él. Pero, al mismo tiempo, era consciente de las dificultades y las costosas investigaciones que requería el mantenimiento de una fidelidad histórica. Al describir un mundo que no era el nuestro pero que podría haberlo sido, al escoger cuidadosamente unos nombres que recordaban a nuestra historia, Howard sorteaba el problema de los anacronismos y la necesidad de incluir extensos capítulos introductorios. Más tarde, Lovecraft lo criticaría por esto, pero acabaría por concluir que: «Lo único que se puede hacer es aceptar su nomenclatura tal cual es, hacer la vista gorda en los puntos débiles y dar gracias por poder disfrutar de un artificial ciclo legendario dotado de tanta viveza». (Carta a Donald Wollheim, usada en la introducción a La Edad Hiboria, 1938.)

Howard era perfectamente capaz de elaborar nombres imaginarios cuando lo deseaba: las historias de Kull, tan admiradas por Lovecraft, están plagadas de nombres tan extraños como Zarfhaana, Valusia y Grondar. Pero con su referencia al «artificial ciclo legendario» de Howard, Lovecraft había hecho hincapié en uno de los factores más importantes que presiden la creación de la Edad Hiboria.

Aunque no estaba presente en la biblioteca de Howard y no se alude a ella en sus documentos ni su correspondencia, es bastante probable que la concepción de la Edad Hiboria se originara en la obra de Thomas Bulfinch, The Outline of Mythology (1913), que habría actuado como catalizador para permitirle unir en un todo coherente sus aspiraciones literarias y los fuertes elementos psicológico-autobiográficos inherentes a la creación de Conan.

Bulfinch (1796-1867) sentía un gran interés por los estudios clásicos y dedicó gran parte de su tiempo libre a escribir una serie de libros que popularizaban las leyendas clásicas y los episodios mitológicos. The Outline of Mythology combina sus tres libros más famosos: The Age of Fable (1855), The Age of Chivalry (1858) y Legends of Charlemagne (1863). En las páginas de los libros de Bulfinch se encuentran relatos heroicos ambientados en diferentes lugares y épocas de la historia y la leyenda, es decir, la propia sustancia de la Edad Hiboria. No es de extrañar que muchos de los nombres que aparecen en la primera concepción del mundo imaginario de Howard se encuentren en Bulfinch, empezando por el de Conan: «… el siguiente acontecimiento digno de mención es la conquista y colonización de Armorica por parte de Maximis, un general romano, y Conan, señor de Kliniadoco Denbighland, en Gales». (Bulfinch, The Outline of Alythology, p. 388.)

Por descontado, Howard estaba ya familiarizado con el nombre de Conan antes de la concepción del ciclo hiborio, puesto que ya lo había utilizado para el protagonista de El pueblo de la oscuridad. Pero puede que esto solo indique que ya había leído o estaba leyendo a Bulfinch en el momento en que escribió aquel relato.

Por lo que se refiere al país natal de Conan, Bulfinch ofrece una descripción similar a la de Howard:

Cerca de la frontera de Cimmeria, una caverna ofrece refugio al dios dormido, Somnus. Allí no osa acercarse Phoebus, ni al amanecer, ni a mediodía ni al crepúsculo. El suelo exhala nubes y tinieblas y la luz resplandece con trémulo brillo. El ave del alba, de cabeza crestada, nunca lanza allí su llamada a Aurora, y no hay perro guardián ni ganso sagaz que perturbe el silencio. Ni las bestias salvajes ni el ganado ni las ramas de los árboles que se mueven con el viento ni el sonido de las conversaciones humanas jamás perturban su quietud. Allí reina el silencio; pero desde el fondo de la roca fluye el río Lethe, cuyo murmullo invita al sueño.

(Bulfinch, pp. 71-72)

Algunos críticos han comentado el parecido entre la descripción que Howard hace de Cimmeria y la de Herodoto. Howard podría deberle la referencia a Bulfinch, que extrajo de Herodoto parte de su material. Bulfinch (p. 529) añade:

Se supone que los primeros habitantes de Britania eran una rama de esa gran familia conocida en la historia bajo la denominación de celtas. Se cree que Cambria, que es un nombre con el que frecuentemente se alude a Gales, deriva de Cymri, el nombre que en la tradición galesa se aplica a los extranjeros que llegaban a la isla desde el continente. Este nombre parece idéntico al de los cimmerios y los cimbrios, con los que los historiadores romanos y griegos aluden a un pueblo bárbaro que se extendió por toda Europa noroccidental desde la margen norte del Euxino.

En marzo de 1932, precisamente al mismo tiempo que escribía los primeros relatos de Conan, Howard parafraseaba a Bulfinch en una carta escrita a Lovecraft: «La mayoría de autoridades en la materia considera que los cimbrios eran germanos, por supuesto, y probablemente lo fueran, pero también existe la posibilidad de que fueran celtas, o una mezcla de celtas y germanos y, en cualquier caso, a mi imaginación complace retratarlos [sic] como celtas».

Por sí solos, estos elementos distan mucho de ser concluyentes, pero bastan para aventurar que tal vez Howard utilizase la recopilación de leyendas realizada por Bulfinch como referencia para crear su mundo hiborio. En ninguna parte resulta esto más evidente que en el primer relato de Conan, El fénix en la espada.

Alrededor de mayo de 1929, Howard escribió dos versiones de un relato de Kull titulado, ¡Con esta hacha gobierno! La historia se ofreció (y fue rechazada) a Argosy and Adventure. Casi tres años más tarde, en marzo de 1932, Howard rescató el relato de su archivo de obras inéditas y lo reescribió como El fénix en la espada. Es imposible saber con seguridad qué modificaciones sufrió la última versión del relato de Kull para convertirse en la primera del de Conan, puesto que el manuscrito final de ¡Con esta hacha gobierno! no ha llegado hasta nosotros (el texto publicado es el de la primera versión, la única existente). En cualquier caso, la descripción física de Kull se hizo extensiva a Conan, con la única y notable excepción del color de los ojos: grises en el caso del atlante, azules para el cimmerio. La versión de Conan también prescinde del elemento romántico presente en la de Kull y lo sustituye por otro sobrenatural; una decisión lógica si tenemos en cuenta que el relato de Conan estaba dirigido al mercado de fantasía mientras que la versión de Kull había tratado de encontrar acomodo en las revistas de ficción general. En los tres años transcurridos desde la creación de la primera historia, Howard había iniciado una correspondencia con Howard Phillips Lovecraft. Muchas de las historias de terror escritas por Howard en 1931 son intentos de imitar el estilo de Lovecraft. A finales de este año, sin embargo, Howard había logrado asimilar su influencia y estaba en condiciones de incluir elementos lovecraftianos en sus relatos sin plagiar a su colega de Providence. El monstruo que aparece en el relato es un ejemplo perfecto, así como la discreta referencia a los «Primordiales que no deben ser nombrados» que, en la versión publicada, reemplaza a «Cthulhu, Tsathogua, Yog-Sothoth y los Primordiales que no deben ser nombrados».

En la historia de Kull, los nombres de los conspiradores eran Ascalante, Gromel, Volmana, Kaanub y Ridondo. Todos ellos aparecen en la de Conan, salvo Kaanub y Ridondo. La sustitución de Kaanub por Dion tiene fácil explicación, puesto que aquel aparece en alguno de los relatos de Kull que Howard vendió a Weird Tales. Sin embargo, este no es el caso de Ridondo. Así que, ¿por qué cambiarle el nombre por Rinaldo? Rinaldo, de hecho, aparece en la obra de Bulfinch: «Rinaldo era uno de los cuatro hijos de Aymon, quien se casó con ( Aya, la hermana de Carlomagno. Por tanto, Rinaldo era cuñado de Carlomagno y primo de Orlando» (p. 660). No solo hay largos pasajes sobre el personaje en la obra de Bulfinch, sino que el hecho de que no siempre disfrutara del favor del rey supone explicación suficiente para el cambio: los dos Rinaldos comparten sentimientos ambivalentes hacia sus respectivos monarcas.

Es probable que todos los nombres introducidos entre la versión de Kull y la de Conan, con las notables excepciones de Próspero y Publius (extraídos indudablemente de Shakespeare), provengan de Bulfinch:

«Hiborea/Hiboria» y «Aquilonia» (la palabra «hiborio» no aparece hasta la última versión del ensayo La Edad Hiboria. La palabra original era «hiboreo»): «estando personificados tantos agentes menos activos, era de esperar que los vientos también lo estuvieran. Eran Bóreas o Aquilo, el viento del norte». Como «Hy» es en irlandés «país de» (y teniendo en cuenta el interés que Howard sentía por todo lo céltico), Hiboria sería pues «el país de Borea» o «el país del viento del norte».

«Rey Numa»: «Se decía que Numa, segundo rey de Roma…».

«Epemiteus/Epemitreus» (en la primera versión de El fénix, el personaje (se llama Epemiteus): «Prometeo era uno de los titanes, una raza de gigantes que habitaban la Tierra antes de que el hombre fuera creado. A él y a su hermano Epimeteo se encomendó la tarea de hacer al hombre y procurarle, junto con todos los demás animales, las facultades necesarias para su preservación».

«Hiperbórea»: «Se supone que la parte meridional de la Tierra estaba habitada por una raza feliz de hombres conocidos como hiperbóreos, que moraban en la sempiterna bonanza primaveral que reina más allá de las orgullosas montañas cuyas cavernas se supone escupen los afilados dardos del viento del norte que hiela al pueblo de Helias (Grecia). Su país era inaccesible por tierra o por mar. Vivían ajenos a la enfermedad, la vejez, las privaciones y la guerra».

«Hirkania»: «… en no menor medida que el príncipe de Hirkania…». «Brithunia y los pictos»: «… una historia de Britania llegada desde la costa opuesta, en Francia, que, bajo el nombre de Bretaña, estaba poblada ante todo por nativos de la isla, expulsados de su propio país por las incursiones de los pictos y los escotos». (Por descontado, Howard conocía perfectamente a los pictos antes de haber leído a Bulfinch.)

«Estigia»: citada en numerosas ocasiones.

«Thoth-amon»: «para los egipcios, la deidad más importante era Amun, llamado después Júpiter o Júpiter Ammon». (El nombre «Thoth» no aparece en Bulfinch.)

«Marcas boecias/bosonias» (en la primera versión se utiliza la forma «Marcas boecias»): «el ejército y la flota se reunieron en el puerto de Aulis, en Boecia». «Zamora»: aparece como «Zumara».

La segunda de las historias de Conan completadas por Howard, La hija del gigante helado, extrae algo más que nombres de Bulfinch. Probablemente la idea para el argumento surgiera mientras Howard estaba escribiendo El fénix en la espada, en el que se hace referencia al tiempo pasado por Conan con los vanires y aesires que aparecen en aquel relato:

—Asgard y Vanaheim. —Próspero examinó el mapa—. Por Mitra, casi hubiera creído que eran reinos de leyenda.

Conan sonrió y, sin darse cuenta, se llevó una mano a las diversas cicatrices que jalonaban su moreno rostro.

—¡Por Mitra, que si hubieras pasado tu juventud en la frontera septentrional de Cimmeria, pensarías de otro modo! Asgard se encuentra al norte de Cimmeria, y Vanaheim, al noroeste, y en ambas fronteras reina un estado de guerra permanente. (…) [Quienes moran allí son] altos y rubios y de ojos azules, parecidos entre sí por su sangre y su lengua, salvo los aesires, que tienen el pelo más claro, y los vanires, que lo tienen rojizo. El mayor de sus dioses es Ymir, el gigante de hielo, y no hay entre ellos un señor supremo, sino que cada tribu tiene su propio rey.

(El fénix en la espada,
primera versión, vol. 1, pp. 261-262)

Los siguientes nombres aparecen tanto en el relato de Howard como en la obra de Bulfinch: Asgard, Vanaheim, Ymir, Horsa, Heimdal, Bragi y hasta los gigantes de hielo. Aunque Howard ya había escrito muchos relatos con personajes norteños, en este caso la inspiración no se limitó a los nombres: el argumento de La bija del gigante helado puede encontrarse en la obra de Bulfinch. Pues la Atali de Howard, la hija del gigante de hielo, no le debe solo el nombre a Atalanta. Como Bulfinch (pp. 141-142) nos dice:

La inocente causa de tantos pesares fue una doncella, de cuyo rostro podría decirse que era masculino para ser de mujer y, al mismo tiempo, demasiado femenino para haber sido de hombre. Le habían dicho la buenaventura, y esto fue lo que escucharon sus oídos: «Atalanta, no te cases; el matrimonio será tu ruina». Aterrorizada por el oráculo, escapó a la sociedad del hombre y se consagró a la caza. A todos los pretendientes (que eran numerosos) les imponía una condición que, por lo general, obraba el milagro de librarla de su acoso: «Seré de aquel que logre vencerme en una carrera, pero la muerte será el castigo de aquellos que lo intenten y fracasen». A pesar de lo cual, algunos lo intentaron.

Howard combinó este bosquejo con otra famosa leyenda que puede encontrarse también en la obra de Bulfinch, la de Dafne y Apolo, solo que revirtiendo los roles. Mientras que Apolo era hijo de un dios y Dafne una mujer mortal, Howard convierte a Atali en una diosa y a Conan en mortal. En el original, Cupido había herido a Apolo con una de sus flechas para inflamar el amor que sentía por Dafne y a ella con otra que le hacía repudiarlo. Howard mantuvo la parte del Apolo enloquecido de amor (o, más bien, de un Conan loco de lujuria) que persigue a la chica hasta que esta invoca la ayuda de su divino padre:

Apolo la amaba y ansiaba conseguirla. […] Fue tras ella; ella huyó, más rápida que el viento, y no perdió un solo instante escuchando sus súplicas. […] La ninfa prosiguió su huida y dejó los ruegos de Apolo a medio pronunciar. Cuanto más huía, más crecía el encantamiento. El viento se llevó sus ropajes y su cabello suelto fluyó tras ella. El dios empezó a cansarse de ver rechazadas sus peticiones y, azuzado por Cupido, fue ganándole terreno a la muchacha. Era como un sabueso persiguiendo a una liebre, con las fauces abiertas y preparadas para morder, mientras el pequeño animal corre tratando de escapar de sus garras. Sin embargo, el perseguidor es más rápido y poco a poco va comiéndole terreno, y ella empieza a sentir su aliento en el cabello. Las fuerzas le fallan y, a punto de sucumbir, invoca a su padre, el dios del río: «¡Ayúdame, Peneus, abre la tierra para que pueda esconderme en ella, o cambia esta forma que es la que me ha puesto en peligro!».

(Bulfinch, pp. 20-22; cf. con «¡Oh, padre mío, sálvame!» de Howard)

Parece, pues, que Howard estaba diciéndole la verdad a Clark Ashton Smith cuando afirmaba que: «Los episodios se sucedían a tal velocidad que apenas podía seguirles la pista. Durante semanas, no hice otra cosa que escribir historias de Conan». Tras enviar El fénix en la espada y La hija del gigante helado a Farnsworth Wright, a comienzos de mayo de 1932, ni siquiera esperó a saber si eran aceptadas para escribir otra gran historia, El dios del cuenco.

Howard tuvo que escribir tres versiones de El dios del cuenco antes de estar satisfecho. En este caso, es posible que tomase algunos nombres prestados de las Vidas de Plutarco, algunos de los cuales había incluido ya en una lista de nombres y países que había preparado mientras escribía El fénix en la espada (véase Miscelánea, pp. 227-228). Comparemos los nombres de Plutarco con los de sus equivalentes en la historia de Howard: Oenarus (Enarus), Demetrius (Demetrio: en la primera versión del relato, Howard utilizó erróneamente Demetrius en tres ocasiones), Postumius (Postumo), Dion (Dionus), Areus (Arus), Deucalion (Deucalion en las notas, Kallian [Publico] en el texto) y Petinus (como [Aztrias] Petanius). La historia tiene lugar en Numalia (Plutarco menciona a Numancia) y es indudable que la Vía Palia se corresponde con la Vía Apia. Como había ocurrido con El fénix, parece ser que la «influencia» se limitó al préstamo de estos nombres.

Howard estaba escribiendo estos relatos en rápida sucesión y su lista de nombres y países se había quedado obsoleta. Consciente probablemente de que la nueva serie tenía potencial, empezó a escribir lo que se convertiría en La Edad Hiboria. El ensayo requirió de cuatro versiones sucesivas antes de estar por completo a su gusto. A partir de un breve bosquejo en dos páginas, no tardó en evolucionar hasta convertirse en un ensayo de ocho mil palabras, enriquecido en cada versión sucesiva.

A lo largo de los años, la idea de que Howard había escrito primero La Edad Hiboria y luego los relatos se generalizó bastante, en no poca medida a causa de las ambiguas explicaciones dadas por el autor al respecto: «Cuando empecé a escribir los relatos de Conan, hace algunos años, preparé la “historia” de su era y de los pueblos de su era, a fin de dotar al personaje y a la saga de mayor realismo».

Aunque nadie puede negar que Howard tenía ya alguna idea sobre el aspecto que cobraría su mundo de la Edad Hiboria, no hubo ningún intento de sistematización hasta después de que se escribieran las tres primeras historias. El país de Zingara y el mar de Vilayet (como «mar interior») se introdujeron en la primera, Ofir y Gunderland en la segunda y Corinthia, Argos, Ofir y Turan en la tercera. A continuación preparó dos mapas muy semejantes (véanse pp. 231, 233), así como las breves Notas sobre diversos pueblos de la Edad Hiboria (véase vol. 1, pp. 281-282).

De los muchos países descritos por vez primera en estos ensayos y mapas, varios nunca serían utilizados ni mencionados en el resto de la serie. El término «Reino Fronterizo», por ejemplo, aparece solo en estos documentos, y de otros, sencillamente, se prescindió: «Al sur de Estigia se extienden los vastos reinos negros de las amazonas, los kushitas, los atlaianos y el imperio híbrido de Zimbabwe». Solo los kushitas aparecerían en las historias. En 1936, Howard explicaría su posición en una carta a P. Schuyler-Miller:

Nunca he intentado cartografiar los reinos meridionales y orientales, aunque tengo una idea bastante clara de su geografia en mi cabeza. Sin embargo, cuando escribo sobre ellos, tengo la impresión de que puedo tomarme ciertas licencias, puesto que los habitantes de las naciones hiborias occidentales eran tan ignorantes en cuanto a los países del sur y del este como los habitantes de la Europa medieval con respecto a los africanos y los asiáticos. Cuando escribo sobre las naciones de la Hiboria occidental, me siento confinado a los límites de lo conocido y a las inflexibles fronteras y territorios, pero cuando lo hago sobre el resto del mundo, siento que puedo dar mayor libertad a mi imaginación. Es decir, una vez he adoptado cierto concepto de geografia y etnografía, me siento obligado a ceñirme a él por mor de la coherencia. Mi concepto del este y del sur no es tan definido ni tan arbitrario.

Howard se mantuvo bastante fiel al concepto del mundo hiborio que había descrito en su ensayo. A medida que escribía nuevas historias de Conan, otras regiones y países se iban añadiendo a él. Sin embargo, esto no le impedía reciclar nombres utilizados por primera vez en alguna historia descartada. Por ejemplo, el nombre «Punt» se utilizó por primera vez como nombre de ciudad en una historia que fue rechazada, y más adelante se utilizó para bautizar un país.

Poco después de completar estos documentos, Howard escribió un esbozo para un nuevo relato de Conan (véase vol. 1, pp. 305-306) en el que el cimmerio aparece como ladrón en el Maul de una ciudad zamoria. Sin embargo, al final decidió no continuar con la historia, seguramente a causa de las noticias de Farnsworth Wright. En una carta fechada el 10 de marzo de 1932, Wright escribió:

Estimado señor Howard: le devuelvo «La hija del gigante helado» en un sobre separado, puesto que no ha sido de nuestro agrado. Pero «El fénix en la espada» posee elementos de auténtica excelencia. Confío en que estime oportuno retocarla un poco y enviárnosla de nuevo. Son los primeros dos capítulos los que no terminan de encajar. En mi opinión, la historia se abre de forma poco interesante y el lector experimenta dificultades para orientarse. El primer capítulo termina bien y el segundo empieza de forma soberbia, pero una vez que la personalidad del rey Conan ha quedado bien establecida, el capítulo adolece de un exceso de texto. Creo además que la última página de la historia debería reescribirse porque resulta un poco floja para los estupendos sucesos que la preceden.

Teniendo en cuenta el trabajo que Howard había invertido en construir esta nueva serie, la noticia debió de suponer un duro golpe para él, tanto más cuanto que El dios del cuenco, enviada sin duda pocos días después que los dos primeros relatos, sería también rechazado.

El dios del cuenco quedó relegado a los archivos. Sin embargo, Howard tenía una buena opinión de La hija del gigante helado, como lo demuestra el hecho de que se la ofreciera pocos meses después a otra revista —reemplazando el nombre de Conan con el de Amra— bajo el título La hija del rey helado. (Mientras tanto, es posible que La hija del gigante helado fuera ofrecida a otra revista, como Strange Tales.) Cuando se publicó finalmente La hija del gigante helado, en 1934, los lectores estaban ya lo bastante familiarizados con los relatos de Conan como para percatarse de que el nombre de Amra se mencionaba en La ciudadela escarlata (publicada por Weird Tales en enero de 1933) como uno de los alias de Conan.

A continuación, Howard rehizo El fénix en la espada siguiendo las sugerencias de Wright: eliminó los largos pasajes descriptivos sobre el mundo hiborio y recicló los nombres de los países, incluyéndolos en unas recién creadas «Crónicas nemedias». Pocos días después envió la nueva versión y en abril de 1932 podía ya escribirle a Lovecraft:

He estado trabajando en un nuevo personaje de una nueva época: la Edad Hiboria, que los hombres han olvidado pero que pervive en los nombres clásicos y en mitos distorsionados. Wright ha rechazado la mayoría de los relatos, pero le he vendido uno: El fénix en la espada, que narra las aventuras del rey Conan el cimmerio en el reino de Aquilonia.

Con «la mayoría de los relatos», Howard se refería a La hija del gigante helado y El dios del cuenco.

Tras haber terminado y enviado la versión revisada de El fénix en la espada, Howard escribió inmediatamente un nuevo relato de Conan, el primero que integraría este concepto nuevo del mundo hiborio y por tanto el primero en el que el lector lo recibiría. Es posible que la idea para La Torre del Elefante le surgiera a Howard mientras revisaba El fénix en la espada (en el que se menciona a «Zamora, con sus muchachas de cabellos negros y sus misteriosas torres plagadas de arácnidos misterios»). El nuevo relato nació también de las cenizas de la sinopsis abandonada que antes hemos mencionado, en el que (al igual que en La Torre) Conan es un ladrón en el Maul de una ciudad zamoria. La primera fase de la creación de Conan había terminado. Ahora, Howard no tenía solo una sólida concepción del personaje, sino también del universo en el que este operaba.

La Torre del Elefante, en el que Howard inserta con maestría el máximo número posible de elementos del mundo hiborio, es uno de los mejores relatos de Conan. El relato se abre en una taberna de mala reputación, en la que Howard coloca a individuos de tantas nacionalidades —con la excepción de los cimmerios, claro— como le es posible:

Los bribones del lugar eran mayoría: zamorios de piel oscura y ojos negros, con dagas en sus cintos y astucia en los corazones. Pero también había allí lobos de varios pueblos extranjeros. Llamaba la atención un gigante hiperbóreo renegado, taciturno, peligroso, con un sable colgando de su lúgubre y feroz corpachón, puesto que los hombres llevaban el acero sin disimulo en el Maul. Había también un falsificador shemita, de nariz ganchuda y rizada barba de color negro azulado. Un poco más allá, una moza brithunia de mirada descarada sentada sobre las rodillas de un hombre de Gunderland de cabello leonado; se trataba de un mercenario errante, un desertor de algún ejército derrotado. Y el obeso y grosero bribón, cuyas bromas procaces eran motivo de regocijo general, era un secuestrador profesional que había venido de la lejana tierra de Koth para enseñar a los zamorios a raptar mujeres, si bien estos conocían mucho mejor este arte de lo que aquel hombre pudiera saber jamás, (vol. 1, p. 96)

Hacia el final del relato, Howard hace que Yagkosha explique a Conan —y al lector— las fases más importantes de la creación del mundo hiborio:

Hemos visto cómo los monos se transformaban en hombres y los vimos construir las rutilantes ciudades de Valusia, Kamelia, Commoria y otras. Los hemos visto tambalearse ante los ataques de los paganos atlantes, pictos y lemurios. Hemos visto cómo los océanos se levantaban y sumergían a Atlantis y Lemuria, las islas de los pictos y las brillantes ciudades de la civilización. También vimos cómo los supervivientes de los reinos pictos y los atlantes construían su imperio de la Edad de Piedra y luego cayeron en la ruina, enzarzados en sangrientas batallas. Hemos visto cómo los pictos se hundían en los abismos del salvajismo y cómo los atlantes volvían a descender al nivel del mono. Hemos visto cómo los nuevos salvajes se dirigían hacia el sur desde el Círculo Artico, en oleadas conquistadoras, para construir una nueva civilización con los nuevos reinos llamados Nemedia, Koth, Aquilonia y otros. Vimos cómo tu pueblo surgía con un nuevo nombre de las selvas de los monos que habían sido los atlantes. Hemos visto a los descendientes de los lemurios que habían sobrevivido al Cataclismo levantarse una vez más superando el salvajismo y dirigirse hacia el oeste convertidos en hirkanios. Y hemos visto cómo esta raza de seres malignos, supervivientes de la antigua civilización que existía antes del hundimiento de Atlantis, volvía a tener cultura y poder: se trata de este maldito reino de Zamora, (vol. 1, pp. 115-116)

Howard envió el nuevo cuento a finales de mes, y unos días más tarde pudo escribir a Lovecraft que: «Wright ha aceptado otro relato de la serie de Conan, La Torre del Elefante, ambientada en las torres enjoyadas y plagadas de arañas de Zamora la maldita, cuando Conan todavía es un ladrón, antes de alcanzar la corona».

Sólo en el mes de marzo de 1932, Howard, sin mediar demasiado trabajo por su parte, había escrito unas doscientas cincuenta páginas de material de Conan, pero había vendido únicamente dos relatos.

Parece que Howard no trabajó en Conan durante las siguientes semanas. Probablemente no quisiera inundar a Weird Tales con más historias de Conan hasta que hubieran sido aceptadas las que había enviado ya. Pero el mundo hiborio seguía muy presente en sus pensamientos.

Aparentemente, uno de los elementos de la fase prototípica del ciclo había desaparecido: el tema de la remembranza/reencarnación, que estaba presente en El pueblo de la oscuridad, Cimmeria y la primera versión de El fénix en la espada. Esto resulta sorprendente si tenemos en cuenta la importancia que había tenido este tema en la concepción de lo que acabaría por convertirse en el ciclo de Conan. De hecho, poco después de terminar el primer relato de Conan, Howard mencionó a Lovecraft que también estaba «trabajando en un período mítico de la prehistoria, en el que lo que ahora es el estado de Texas era una gran meseta que se extendía desde las montañas Rocosas al mar, antes de que se quebrara la tierra que hay al sur de la cordillera y formara las estepas onduladas que ahora constituyen la región». El relato al que alude aquí es Los caminantes de Falhalla, en su primera versión. El relato sería rechazado por Farnsworth Wright. Los caminantes del Valhalla es el primero de los cuentos de James Allison. Allison es un tullido tejano de la época posterior a la independencia, condenado a una vida gris, que adquiere la capacidad de rememorar sus heroicas vidas pasadas. En octubre de 1933, Howard escribió a Clark Ashton Smith que El jardín del miedo —otra de sus historias de James Allison— exploraba «uno de los varios conceptos que manejo sobre el mundo hiborio y poshiborio». Para comprender del todo las implicaciones de esta afirmación, Smith debería haber conocido una de las versiones de Los caminantes de Falhalla, en la que el diálogo de Ishtar difería bastante del que aparecía en la versión publicada:

—¡Escúchame y te lo diré! —exclamó ella mientras se me acercaba de rodillas y me cogía la túnica por el faldón—. ¡Escúchame tan solo y luego concédeme la minucia que te pido! Soy Ishtar, hija de un rey de la tenebrosa Lemuria, que el mar se tragó hace mucho tiempo. Thoth-amon, el hechicero de Estigia, odiaba a mi padre, e impulsado por este odio me maldijo con la vida eterna.

»¡Oh, he vivido tantos y tan fatigosos años…! Yo he visto cómo se hundían la Atlántida y Lemuria bajo las aguas y la aparición de los hiboreos, pero durante mil años he morado en esta cámara abovedada, bajo la dorada cúpula del templo de Khemu, esperando que una galera de la lejana Khitai viniera a buscarme… (Versión sin publicar)

La «Edad Hiboria», pues, estaba en camino de convertirse en algo más que el mundo en el que vivía Conan, y podría haber llegado a extenderse a los cuentos de James Allison. Poco tiempo después, Howard había empezado, aunque no llegaría a concluirla, una historia ambientada en la época moderna en la que también se menciona la «edad hiboria» (fragmento publicado en The Howard Collector, 1979), y también vendió El cazador del anillo, otra historia de reencarnación en la que se mencionan a Thoth-amon, su anillo y Estigia.

En la primavera de 1932, Howard empezó a trabajar en La ciudadela escarlata (Weird Tales, enero de 1933). El relato era el segundo que protagonizaba Conan como rey de Aquilonia, pero tenía unas connotaciones medievales mucho más marcadas que El fénix en la espada. La ciudadela escarlata es el primer relato de Conan que demuestra el interés que Howard sentía por la historia y la épica. Es posible que sacara la idea para el comienzo del cuento, en el que Conan y su ejército caen en una emboscada tendida por sus supuestos aliados, de una anécdota referida por Bulfinch. Al describir la batalla de Roncesvalles, Bulfinch (p. 801) escribe lo siguiente:

Marsilio empezó lamentándose, actuando no como embajador sino como amigo, al cual las injurias cometidas por Carlos al invadir sus dominios habían hecho albergar el deseo de arrebatarle el reino y entregárselo a Orlando. Y sin embargo, no se privó de sugerir que si el ambicioso paladín recibía la muerte, se haría justicia a todos los hombres de bien. Gan […] exclamó:

—Todo lo que dices es cierto; debe morir, lo mismo que Oliverio, quien me propinó aquel golpe traicionero delante de toda la corte. […] Lo tengo todo planeado: ya he organizado las cosas con su infausto amo. Orlando vendrá a vuestras fronteras —a Roncesvalles— con el propósito de recaudar el tributo. Carlos lo esperará al pie de las montañas. Orlando no traerá consigo más que un pequeño séquito: vosotros, cuando le salgáis al encuentro, contaréis en secreto con el respaldo de todo vuestro ejército. Lo rodearéis y, ¿quién cobrará entonces el tributo a quién?

A partir de este breve pasaje, Howard construyó un relato épico que no debe nada a Bulfinch. ¿Por qué los préstamos cuando precisamente el propósito de la creación del mundo hiborio era quedar libre de las ataduras de la historia? Las lecturas de Howard eran como mecanismos de resorte, a partir de los cuales creaba historias que le pertenecían por completo: ¿quién podría detectar, por ejemplo, tras leer la versión publicada de La ciudadela escarlata que La compañía blanca y Sir Nigel, de sir Arthur Conan Doyle, le habían proporcionado posiblemente algunos datos para la ambientación de su historia? En una carta recibida el 9 de agosto de 1932 por Lovecraft, Howard menciona casualmente: «Al igual que Samkin Aylward, me ablando ante un hombre con una gota de amargura». Samkin Alyward es un personaje de las dos novelas de Doyle, ambientadas en la Francia y la Inglaterra medievales durante la Guerra de los Cien Años. En la versión publicada de La ciudadela escarlata, hay una críptica mención a «la tierra desgarrada por la guerra de los barones». En las primeras versiones del relato, el pasaje era mucho más detallado: «Los aristócratas tenían larga memoria; recordarían a los ricos mercaderes que habían contribuido libremente a la causa de Conan, recordarían a los recios campesinos con los que Conan había quebrado el poder de los señores feudales en la Guerra de los Barones» (versión b, pp. 29-30). La razón de este recorte es muy sencilla: existió una «Guerra de los Barones» en la Inglaterra histórica, en el siglo XIII, a la que se alude en Sir Nigel. Un ejemplo similar es el que se encuentra en la mención a «seis ricos comerciantes, enviados en delegación de protesta, fueron apresados y decapitados sin ceremonias» (La ciudadela escarlata, vol. 1, p. 154). Probablemente derive del episodio histórico de los seis burgueses de Calais, aunque estos escaparon a la muerte. Doyle menciona el hecho: «Recuerda que juró colgar a los seis burgueses de esta ciudad [Calais] y sin embargo los perdonó». Gran parte de la terminología medieval de Howard, en especial lo referente a las armas y las armaduras, podría muy bien proceder de las novelas de Doyle.

La ciudadela escarlata es la primera historia en la que se menciona el equivalente hiborio a la costa africana, en una escena en la que el carcelero reconoce a Conan como Amra, nombre por el que el cimmerio había sido conocido por los habitantes de Cush en su época de pirata: Amra, el León. Del mismo modo que La Torre del Elefante había seguido a la mención de Zamora en El fénix en la espada, el siguiente relato de Conan se desarrollaría en esta exótica región del mundo hiborio.

Completada alrededor de agosto de 1932, La reina de la Costa Negra es una de las historias de Conan más famosas, y es lógico que sea así. Por descontado, su elemento más interesante es la pirata Bélit (cuyo nombre era Tameris en la primera versión), primer personaje femenino de cierta relevancia que aparece en un relato de Conan. Howard necesitó cuatro versiones sucesivas para completar el relato y parece ser, a juzgar por las versiones anteriores, que no sabía muy bien cómo terminaba la historia. Probablemente comprendiera que la auténtica fuerza del relato no yacía en su argumento sino en la extraña relación que unía a Conan y Bélit.

En la primera versión, Bélit (Tameris) afirma de forma explícita que sigue siendo virgen: «¡Soy Tameris, reina de la Costa Negra, y no he conocido las caricias de ningún hombre! Siempre me he mantenido intacta para uno que sabía que acabaría por llegar» (versión a, p. 11).

La relación entre Conan y Bélit, aunque de naturaleza amorosa, se aleja mucho del clásico romance del género. Por todo el relato, y en especial en las primeras versiones, una sutil corriente de sadismo preside sus diálogos y encuentros. Al «¡Tómame y estréchame con tu fiero amor!» de la versión publicada, corresponde el «¡Tómame, estréchame y magúllame con tu fiero amor!» de las versiones anteriores. Y este no es, ni de lejos, un ejemplo aislado. En la tercera versión del relato, justo después de la siguiente línea de diálogo; «—Muy bien —dijo ella con voz ausente y sin prestarle mucha atención—. Haré que los suban a bordo», nos encontramos con lo siguiente: «Conan, con los ojos entrecerrados y consciente de unos celos que brotaban tenuemente en su interior, le dirigió una mirada furibunda, centrada en las toscas joyas que decoraban sus senos marfileños. Experimentó el impulso primitivo de arrancárselas y arrojarlas al río. Y, por vez primera, sintió el impulso de aferrar con dedos de hierro los negros rizos de su compañera y administrar a su persona una moderada violencia» (versión C, p. 22).

No sabemos si fue Howard quien rebajó el tono del relato en su versión final o fue la consecuencia de las interferencias editoriales de Farnsworth Wright. Una comparación entre los pocos relatos de la última época de Conan de los que se conserva la última versión presentada y la publicada finalmente demuestra que Wright censuraba de forma sistemática algunas líneas de diálogo que le parecían demasiado «sensuales».

Es también en esta salvaje y sombría historia donde Howard ofrece el lector un atisbo de la filosofia vital del cimmerio en una discusión sobre religión, vida y muerte mantenida por Conan y Bélit:

—¿Cómo son los dioses de tu pueblo? Nunca te he oído hablar de ellos.

—El dios principal es Crom, que vive en una gran montaña. Pero de nada vale invocarlo. Le importa muy poco si los hombres viven o mueren. ¡Es mejor callar que reclamar su atención, ya que suele enviar desdichas y no fortuna! Es implacable y sin compasión, pero infunde poder para luchar y matar en el momento de nacer. ¿Qué más puede pedir un ser humano?

—En el culto de mis gentes no hay esperanza aquí ni en el más allá —respondió Conan—. En este mundo los hombres luchan y sufren en vano, y solo encuentran placer en el torbellino enloquecedor de la batalla; una vez muertos, sus almas entran en un reino gris, lleno de nubes y azotado por vientos helados, donde vagan tristes y melancólicas durante toda la eternidad.

Entre el 7 de mayo y el 23 de julio de 1932, Collier’s Magazine publicó a modo de folletín la última novela de Sax Rohmer, La máscara de Fu Mancbú. Pocas semanas después se publicó en forma de libro, y antes de que hubiese terminado el año, se había rodado ya una película basada en ella. Rohmer era desde hacía mucho tiempo uno de los autores preferidos de Howard, cuya biblioteca contenía muchas de sus novelas, así que es de suponer que reparara en esta última, especialmente si tenemos en cuenta su atractiva portada. La máscara de Fu Manchú relata el fallido intento del genio chino del crimen por resucitar el culto a Mokanna, «el Oculto, a veces llamado el Profeta Velado»:

Alrededor del 770 d. C. (Mokanna) se hizo pasar por una reencarnación de Dios y atrajo a su secta a muchos miles de seguidores. Revisó el Corán. Su poder llegó a ser tan grande que el califa Al Mahdi se vio obligado a reunir un considerable ejército para atacarlo. Mokanna era una criatura repulsiva. Sus facciones estaban tan mutiladas que resultaban horribles de contemplar… En la hora de la derrota, se envenenó junto con sus seguidores. Desde aquel día hasta hoy, nadie ha sabido dónde estaba enterrado.

(La máscara de Fu Manchú, capítulo 4)

La novela de Rohmer se abre justo después de que la tumba de Mokanna haya aparecido en Khorassa, las reliquias se hayan puesto a buen recaudo y la tumba haya sido destruida como precaución contra los fanáticos. Sin embargo, «un grito, “Mokanna ha vuelto”, se extendió por Afganistán… Ninguno de los salvajes que, como sospechas con razón, sirven todavía a la tradición de Mokanna, imaginaba que tú o cualquier otra influencia humana hubiera tenido algo que ver con la erupción que dejó reducida una solitaria capilla a un agujero polvoriento».

A partir de estas premisas tentadoras, Rohmer construyó una novela detectivesca de «peligro amarillo» alrededor de los vanos intentos de Fu Manchú por apoderarse de las reliquias para hacerse pasar por la reencarnación de Mokanna. Es muy posible que Howard captara el potencial inexplorado de la novela de Rohmer y empezara a escribir una historia sobre la reencarnación de un «profeta velado» del desierto, cuyo primer objetivo sería unir a los clanes del desierto en una guerra de conquista que amenazaría a todas las naciones hiborias (esto es, indoeuropeas). Rohmer era prisionero de los imperativos de la verosimilitud histórica que la Edad Hiboria de Howard podía pasar por alto, y así fue como nació El coloso negro:

Las noticias llegaron desde el desierto que se extendía entre Estigia y el sur de las montañas de Koth. Decían que había nacido un nuevo profeta entre los nómadas. Se hablaba de una guerra tribal, de una reunión de hombres rapaces en el sudeste y de un terrible jefe que había conducido a sus crecientes hordas a la victoria. Los estigios, que constituían una amenaza perpetua para las naciones del norte, no parecían estar relacionados con aquel movimiento, ya que tenían a sus tropas acampadas en las fronteras orientales y sus sacerdotes formulaban conjuros contra el hechicero, a quien llamaban Natohk el Velado, pues llevaba el rostro siempre oculto (vol. 1, p. 215).

En la novela de Rohmer, la tumba de Mokanna se encuentra en «Khorassa», mientras que la historia de Howard comienza en «Khoraja»; en la sinopsis del relato, era «Khoraspar».

El trasfondo del relato de Howard deriva posiblemente de los libros sobre historia de Mesopotamia que por aquel entonces estaba leyendo. El retrato de Bélit (un nombre asirio) en La reina de la Costa Negra, atestigua ya el interés de Howard por el tema, que vería su expresión definitiva en el relato de finales de 1932, La casa de Arabu.

Como había ocurrido con La reina de la Costa Negra, El coloso negro contenía originalmente algunas escenas de flagelación: en la sinopsis, Howard escribe que, Yasmela «desnudó a su más hermosa doncella y la obligó a tenderse, sollozando, sobre el altar, pero no tuvo el valor ni la crueldad necesarios para sacrificarla», y en la primera versión escribió: «El día de su cumpleaños, hasta la edad de doce años, Yasmela era obligada a postrarse de rodillas frente a la imagen del templo de Ishtar y recibía los azotes de una sacerdotisa para que aprendiera el valor de la humildad en presencia de la diosa» (versión a, p. 13).

Incluso en la versión publicada, la historia contiene muchas alusiones sexuales, desde el «¡yo te enseñaré las antiguas formas del placer, ya olvidadas!» de Khotan al «no me parece apropiado ir vestida de seda al templo. Será mejor que vaya desnuda y de rodillas, como las suplicantes; así, Mitra advertirá mi humildad» de Yasmela. En cuanto a la conclusión del relato, el propio Howard comentó en una carta a Tevis Clyde Smith:

Mis héroes se pervierten más a medida que pasan los años. Uno de los últimos relatos que he vendido terminaba con sexo en lugar de la acostumbrada matanza. Mi espadachín cogió a la princesa —a esas alturas desnudada casi del todo por el villano [sic]— y la tendió sobre el altar de los dioses olvidados mientras en el exterior arreciaban la batalla y la masacre, y en la oscuridad, clavado a la pared por el héroe, y medio muerto, el villano observaba con aire sardónico el pasatiempo. Ignoro si le gustará a los lectores. Seguro que a algunos sí. El hombre medio alberga secretamente el deseo de ser un espadachín implacable, borracho y pendenciero.

(Carta a TCS, ca. diciembre de 1932, inédita.)

Resulta significativo el hecho de que, en la primera versión, la historia terminaba de forma diferente:

Por un instante la sostuvo entre sus brazos pero entonces, con un movimiento brusco, la soltó.

—¡Demonios de Crom! —gruñó—. Cuarenta mil hombres han perecido hoy y yo aquí, acunando a una muchachota llorosa. Toma esto, tápate y nos marcharemos. Hay trabajo que hacer.

Podría discutirse si el propio Howard era o no un «hombre medio», pero lo cierto es que cuando envió el relato, no parece que Wright tuviera reparos sobre los elementos sexuales que contenía. Su única objeción hacía referencia a la longitud de la historia, excesiva desde su punto de vista. El propio Howard había estado reduciendo la extensión del relato en cada versión sucesiva y nuevamente se plegó a las sugerencias de Wright. Pero el tejano parecía haber comprendido que los elementos sexuales ayudaban a vender los cuentos de Conan. Aparentemente, lo que a Wright no agradaba no eran tanto las escenas «evocadoras» como el lenguaje «profano».

Los tres siguientes relatos de Conan, Sombras de hierro a la luz de la luna, Xuthal del crepúsculo y El estanque del negro, se escribieron, por este orden y en rápida sucesión, entre noviembre y diciembre de 1932. En los tres nos encontramos con doncellas ligeras de ropa que se ven atraídas irresistiblemente por el cimmerio. Los tres se vendieron inmediatamente. Con la excepción de La hija del gigante helado y La Torre del Elefante, todos los relatos anteriores de Conan habían tenido que pasar por tres o cuatro versiones previas. En cambio, estas tres solo tuvieron dos, un primer esbozo y la versión final. La venta de El coloso negro había convencido a Howard de que la calidad y la caracterización sólida de los personajes no eran los elementos esenciales a la hora de vender un relato de Conan. No ha de sorprender a nadie que El coloso negro fuera el primer relato de Conan en obtener una portada de Weird Tales, en el número de junio de 1933, seguido en septiembre por Xuthal del crepúsculo (publicado como La sombra deslizante). Resulta curioso que en ninguna de las dos portadas aparece Conan, sino los personajes femeninos de los relatos, tan desnudos como permitían los censores. El coloso negro apareció al mes siguiente, mientras que la infinitamente superior La rema de la Costa Negra no se publicaría hasta el número de mayo de 1934. Probablemente no sea una casualidad que Margaret Brundage, una maestra retratando mujeres escasamente vestidas, se convirtiera en la portadista fija de Weird Tales en 1933.

De estos tres rutinarios cuentos, el más interesante es Xuthal del crepúsculo. Hablando de él con Clark Ashton Smith, Howard comentó: «en realidad no ] es solo una historia de duelos a espada, como podrían sugerir los anuncios». El argumento básico —Conan y una chica encuentran una ciudad aislada y habitada por hombres decadentes y mujeres perversas— sería considerablemente desarrollado y enriquecido en la futura Clavos rojos (julio de 1935). El tema poseía una profunda resonancia psicológica en la mente de Howard. Sin embargo, a finales de 1932, no estaba todavía preparado para darle el tratamiento que merecía, y lo cierto es que Xutbal del crepúsculo palidece en comparación con este cuento futuro.

Si solo había necesitado dos versiones para terminar sus últimos cuentos de Conan, con Filíanos en la casa —muy probablemente escrito en enero de 1933— fue un paso más allá. En enero de 1934 escribió a Clark Ashton Smith:

Me alegra que le haya gustado Villanos en la casa. Fue una de esas historias que parecen escribirse solas. No tuve que reescribirla ni una sola vez. Solo recuerdo haber borrado y cambiado una palabra, y luego la dejé tal cual estaba. Además, cuando escribí la primera parte tenía una terrible jaqueca, pero eso no pareció afectar a mi trabajo en absoluto. Ojalá pudiera escribir siempre con tanta facilidad. Normalmente tengo que revisar los relatos de Conan una o dos veces, y el resto de mi obra tengo que sacarla a martillazos.

Villanos en la casa fue el último de los relatos de Conan que extrae parte de sus elementos del interés que Howard sentía por lo asirio. Por estas fechas, sus intereses empezaban a derivar hacia la historia y las leyendas del sudoeste americano. Brak Mak Morn, Turlogh O'Brien, Cormac Mac Art y Kull pertenecían ahora a su pasado literario. En cuestión de pocos meses inauguraría su serie de más éxito desde el punto de vista comercial: las sátiras del oeste americano protagonizadas por Breckinridge Elkins. En abril de 1932, había escrito a Lovecraft: «Estoy tratando de dotar a mis regiones nativas de una atmósfera espectral y una ambientación realista al mismo tiempo; El horror del montículo, que aparece en el número de este mes de Weird Tales, ha sido un intento fallido en esa dirección». Otras intentonas de parecido cariz fueron El hombre del suelo y El corazón del viejo Garfteld, que mezclan un escenario del oeste americano con elementos sobrenaturales.

En diciembre de 1932, Howard empezó a intercambiar correspondencia con August W. Derleth, un escritor que cultivaba tanto el campo de los relatos sobrenaturales como la ficción regionalista, y los dos autores no tardaron mucho en intercambiarse relatos e historias sobre sus respectivas regiones. En una carta matasellada el 29 de diciembre de 1932, Howard preguntaba a Derleth: «¿Ha oído usted hablar de Quanah Parker, el gran caudillo comanche, hijo de Petah Nocona y de Cynthia Ann Parker?». Lo más probable es que no, y Derleth pidió a Howard que le contara la historia. Como la mayoría de los téjanos, Howard la conocía bien; no obstante, parece ser que realizó algunas investigaciones antes de responder. Su extensa carta a Derleth dice en uno de sus párrafos:

En 1836, mientras los téjanos estaban luchando por su libertad, los comanches multiplicaron sus ataques contra los asentamientos más alejados y dispersos, y fue en uno de estos ataques cuando cayó Fuerte Parker. Setecientos comanches y kiowas lo borraron literalmente de la faz de la Tierra. El fuerte se perdió en el olvido y entre las mujeres y niños capturados se encontraban Cvnthia Ann Parker, de nueve años, y su hermanos John, de seis.

Cada uno de ellos acabó en manos de un clan diferente. John se hizo hombre entre los indios pero nunca olvidó su sangre blanca. La visión de una joven mejicana, doña Juanita Espinosa, cautiva de los pieles rojas, despertó la adormecida herencia de su sangre. Escapó de la tribu, llevándosela consigo, y contrajeron matrimonio…

Fue probablemente en la historia de Cynthia Ann y John donde Howard encontró inspiración para el siguiente cuento de Conan, El valle de las mujeres perdidas (escrito alrededor de febrero de 1933). En este relato se dice que Conan ha pasado varios meses entre los equivalentes para la Edad Hiboria a las tribus de África. En la aldea de Bajujuh descubre a una prisionera blanca, Livia. Al igual que Cynthia Ann Parker, Livia tenía un hermano —«Esta mañana mutilaron y mataron cruelmente a mi hermano delante de mí…»— y los dos habían sido capturados por una tribu hostil. Y, al igual que la visión de doña Juanita Espinosa «despertó la adormecida herencia» de la sangre de John, Livia provoca similares consideraciones etnocéntricas en Conan: «no soy tan perro como para dejar a una mujer blanca en manos de un negro». A partir de este punto, las dos historias divergen. Conan logra acabar con el poco creíble demonio del «negro espacio exterior» y luego promete devolver a Livia a su pueblo, por supuesto sin casarse con ella.

No es de extrañar que la historia no se vendiera. Si Howard estaba tratando discretamente de infundir algo de su creciente interés por el folclore y la historia del Oeste a sus relatos de Conan, quizá estuviera siendo demasiado sutil: resulta imposible detectar la fuente sin tener acceso a la documentación periférica. La poderosa historia de Cynthia Ann y John Parker se pierde entre la absurda amenaza sobrenatural y la propensión de Livia a la desnudez. En cuanto a la tendenciosidad racista del cuento, aunque su violento etnocentrismo puede entenderse desde el punto de vista de un colonizador anglosajón del siglo XIX, con los negros desempeñando el papel de los indios, resulta perturbadora para una audiencia más moderna. En cualquier caso, el primer experimento de Howard en la versión western de la Edad Hiboria fue un fracaso, y tendrían que pasar varios años para que hiciera un segundo.

Probablemente, El valle de las mujeres perdidas fue rechazado por Wright, aunque no tenemos constancia documental de que le fuera ofrecido. Este rechazo marca el final del primer período de Conan. No regresaría al personaje hasta finales de 1933. En poco más de un año había escrito doce cuentos de Conan, de los cuales había vendido nueve. Aunque los primeros habían estado, por término medio, muy por encima de la media, las últimas historias mostraban una preocupante tendencia a lo convencional. Estaban convirtiéndose en el tipo de relatos que Robert Bloch condenaría desde las cartas al director de Weird Tales.

De los nueve cuentos aceptados solo tres habían sido publicados en la primavera de 1933, y Wright tardaría más de un año en publicar los demás. Howard dedicó este tiempo a concentrarse en otros mercados. La Depresión estaba golpeando con fuerza a la industria de la ficción de género y para Howard era cada vez más imperativo abrir nuevos horizontes profesionales.

En mayo de 1933, el editor británico Denis Archer se puso en contacto con él para hablar de la posible publicación de un libro en Inglaterra. Howard hizo una selección de sus mejores relatos y se los envió el 8 de junio. De los ocho cuentos incluidos, dos eran de Conan: La Torre del Elefante y La ciudadela escarlata. El escaso número de historias de Conan no refleja una mala opinión del autor sobre ellas, sino sencillamente el hecho de que Weird Tales poseía los derechos de publicación. Consecuentemente, la mayoría de ellas no podían ofrecerse a otros editores. Como Weird Tales no devolvía los originales mecanografiados después de su publicación, Howard reescribió La ciudadela escarlata copiándola directamente de la revista, aunque corrigió ligeramente el texto en el proceso, y envió las páginas de la revista en el caso de La Torre del Elefante. Hasta enero de 1934 no tuvo noticias de Archer, que rechazó la colección de relatos pero le sugirió que enviara una novela en su lugar.

Es difícil asignar fechas concretas a los fragmentos de Conan que aparecen en este volumen (pp. 211 y 215).

Ambos fueron escritos en 1933, y el segundo después de abril. Es tentador considerarlos intentos fallidos de reemprender el ciclo de Conan después de un lapso de varios meses. En octubre de 1933, Howard escribió a Clark Ashton Smith: «Wright tiene otros tres relatos de Conan sin publicar: Sombras de hierro a la lux de la luna, La reina de la Costa Negra y Villanos en la casa. Ahora mismo estoy trabajando en otra que todavía no tiene título». Pocas semanas después volvía a escribirle: «Wright acaba de aceptar otro cuento de Conan, El diablo de hierro».

El diablo de hierro, primer relato de Conan completado desde El valle de las mujeres perdidas, no es una historia completamente original, pues toma prestados muchos elementos de Sombras de hierro a la lux de la luna, escrita un año antes. Parece ser que a Howard estaba costándole sumergirse de nuevo en el mundo del cimmerio después de una prolongada ausencia. Como escribió a Clark Ashton Smith, refiriéndose a sus personajes: «De repente me encuentro desconectado de mi creación, como si el personaje, que hasta entonces estaba observando por encima de mi hombro, dirigiendo mis esfuerzos, hubiera de repente dado media vuelta y se hubiera alejado, dejándome en busca de otro».

En la primavera de 1933, consciente de que necesitaba expandir sus posibilidades mercantiles, Howard había contratado a Otís Adelbert Kline como agente. Lo primero que hizo Kline fue pedirle que probara diferentes géneros para aumentar sus posibilidades.

A finales de 1933, Howard estaba escribiendo historias de detectives, de boxeo, relatos históricos y cuentos ambientados en el Oeste, así como experimentando con obras de diferente extensión. Las últimas y rutinarias historias de Conan habían quedado en el pasado y, después de varios intentos no demasiado entusiastas de reanudar el ciclo, Howard volvía a estar preparado para escribir de forma convincente sobre el cimmerio.

Me siento especialmente en deuda con Glenn Lord, por su ayuda y apoyo continuos y por haberme ofrecido acceso a muchos de los originales mecanografiados de Howard. Gracias también a Rusty Burkey Leo Grinpor sus comentarios y críticas.