Sombras de hierro a la luz de la luna

El orgullo de Conan le impide ser príncipe consorte de ninguna mujer, por hermosa y ardiente que sea. Al cabo de algún tiempo, el cimmerio se escapa para volver a su tierra natal y vengarse de sus antiguos enemigos: los hiperbóreos.

Conan cuenta casi treinta años. Sus hermanos de sangre —cimmerios y aesires— tienen mujeres y han engendrado hijos. Algunos de estos ya están tan crecidos que tienen la misma edad que tenía el cimmerio cuando se aventuró por primera vez por los suburbios infestados de ratas de Zamora. Sus experiencias como pirata y mercenario han fomentado en él el espíritu guerrero y el placer del saqueo con tal intensidad que no puede seguir el ejemplo de sus hermanos de sangre. Y cuando los mercaderes traen noticias de que hay nuevas guerras en el sur, Conan monta a caballo y regresa a los reinos hiborios.

Allí se entera de que un príncipe rebelde de Koth lucha por destronar a Strabonus, el rey del país, y Conan se encuentra pronto entre viejos compañeros de armas que sirven en las filas del príncipe. Pero este hace las paces con el rey, y su tropa de mercenarios se queda sin trabajo. Sus componentes, incluido el cimmerio, forman una banda de proscritos —los Compañeros Libres— que acosan las fronteras de Koth, de Zamora y de Turan. Finalmente se dirigen a las estepas que se encuentran al oeste del mar de Vilayet, donde se unen a una horda de bandoleros conocidos como los kozakos.

Conan no tarda mucho tiempo en llegar a jefe de una turba de forajidos con la que asola las fronteras occidentales del Imperio Turanio, hasta que su antiguo patrón —el rey Tildiz— adopta una política de represalias. Una de sus tropas, bajo el mando de Shah Amurath, atrae a los kozakos hacia el interior del territorio turanio y los deja aislados en una sangrienta batalla cerca del río Ilbars.