Capítulo 23
Nia soltó un grito ahogado y a mí me empezaron a temblarme las manos. Nos quedamos inmóviles durante unos instantes hasta N que Nia metió la mano en el cajón. Debía de haber como un centenar de hojas de papel, así que sacó un puñado primero y después volvió a introducir la mano para sacar varias más.
—¿Qué es? —preguntó Callie, ansiosa—. ¡Déjame ver!
—Tranqui —le espetó Nia.
Todavía quedaban unas cuantas en el cajón, pero las dejamos a un lado de momento y nos apiñamos en torno a Nia para ver los que tenía en la mano.
—Es un mapa —dije.
El papel que sostenía entre las manos era un mapa de carreteras normal y corriente. Mi madre tiene un montón de ellos en el coche.
Seguí con la mirada una gruesa línea negra hasta llegar a…
—De Maryland —dije.
Y así era. Cuando Nia lo desplegó, comprobamos que era una guía de Rand McNally que cubría el espacio entre Virginia y Maryland.
Examinamos cuidadosamente hasta el último centímetro del plano, pero no tenía ninguna marca significativa a excepción de lo que parecía una mancha de café en una esquina.
—Está bien, no pasa nada… veamos que más hay —dijo Callie, impaciente, igual que nosotros.
Nia dejó el mapa a un lado y empezamos a revisar el siguiente trozo de papel. Era un recorte de periódico de hacía cinco años dedicado a un tal doctor Cole Tobias, que desapareció sin dejar rastro de su hogar en Ann Arbor, Michigan, apenas unos días después de publicar un importante artículo sobre el cambio climático. Según ponía en la noticia, las autoridades habían concluido que no había indicios de delito.
—Callie —susurró Nia—, esto es igual que lo de tu…
—Sí, lo sé —la interrumpió con brusquedad.
Nia y yo nos quedamos mirándola.
—Lo siento —se disculpó.
—¿Os dice algo el nombre de Cole Tobias, de cuarenta y cinco años de edad? —preguntó Nia, revisando los datos del artículo.
Callie y yo negamos con la cabeza y Nia dejó el recorte junto con el mapa.
—Está bien, dos menos.
La siguiente hoja era la reseña de un libro titulado El mapa del genoma humano, escrito por una mujer llamada Maude Cooper.
—¡Un momento! —exclamé.
Maude Cooper… Maude Cooper… ¿De qué me sonaba ese nombre?
—¡La lista de Thornhill! —exclamé chasqueando los dedos.
—¿Qué? —preguntó Nia, alzando la cabeza del papel.
De pronto caí en la cuenta de que no les había contado que Cornelia había conseguido acceder al ordenador de Thornhill y que eso me había permitido revisar más detenidamente la lista de nombres, hasta que alguien nos cortó el acceso. Así que les hice un rápido resumen de lo que había visto.
—¿Amanda y Beatrice Rossiter eran amigas? —Las caras de Nia y Callie eran el vivo reflejo de la confusión.
—Lo sé, parece una locura —dije.
—¿Y estás seguro de que viste el nombre de Maude Cooper en la lista?
— inquirió Nia.
—Segurísimo —respondí.
—¿Algún otro descubrimiento o secreto relevante que quieras compartir con nosotras, Hal Bennett? —preguntó Nia fulminándome con la mirada.
—Creo que no, eso es todo.
Nia sacudió la cabeza y volvió a centrar su atención en la pila de papeles.
—Necesitamos más espacio para ir separando las cosas de la caja que sean importantes.
—Pero si todas son importantes —replicó Callie, abrumada—. Solo porque no las entendamos, no quiere decir que no lo sean.
Nia abrió la boca para decir algo y, por la expresión de su rostro, pensé que iba a echarle una de sus broncas.
—¿Por qué no hacemos una pila de papeles aparte solo con los que nos digan algo? —me apresuré a proponer.
—Muy bien. ¿Y esto te dice algo? —preguntó Nia ondeando el artículo sobre el libro de Maude Cooper.
—Bueno, seguro que me dice algo más que eso —respondí señalando el mapa de Maryland que había sobre la mesita.
Nia le echó un vistazo a la pila de papeles que tenía en el regazo, después consultó la hora y finalmente soltó un gruñido.
—No podemos perder diez minutos con cada trozo de papel, o cuando llegue mi hermano no habremos revisado ni la cuarta parte.
Cogió un puñado de lo alto de la pila y se lo dio a Callie, después me dio otro fajo a mí. Sin abandonar nuestras incómodas posiciones sobre el suelo, nos pusimos a leer.
Lo primero que me tocó a mí fue otro mapa, esta vez de Los Ángeles. De nuevo, no había ni una sola anotación en todo el plano, así que lo coloqué sobre el artículo del doctor Cole Tobias y el mapa de Maryland, es decir, en la «pila de misterios importantes todavía sin resolver». El siguiente papel era otro recorte de periódico, esta vez una esquela. Un hombre llamado George Chang había muerto despeñado cuando hacía senderismo por la ruta de los Apalaches. Al parecer, el señor Chang había sido uno de los primero inversores de Silicon Valley. Seguí revisando algunos datos sobre su trayectoria, pero no encontré nada relevante, así que lo dejé en la pila misteriosa.
—¡Callie escucha esto! —dijo Nia que empezó a leer en alto uno de sus papeles—. La doctora Ursula Leary, natural de Orion, ha recibido un premio honorífico del Instituto Nacional de Ciencia por su trabajo para localizar la galaxia Alpha Benton-554.
Callie se asombró por encima del hombro de Nia sin apartar los ojos del papel.
—Es del Orion Herald —me explicó Nia sin apartar los ojos del papel—.
Y la noticia está rodeada con un círculo.
El artículo incluía una foto de la madre de Callie y hablaba de que la entrega había tenido lugar en Washington D.C. En la misma página había también un fragmento de otro artículo sobre la financiación de un refugio de animales. Pero dado que no estaba completo y que el círculo rojo solo sobresaltaba a la madre de Callie, estaba claro que Amanda no había guardado ese recorte porque estuviera interesada en la labor de la protectora de animales.
—Mi madre recibió ese premio dos años antes de que Amanda llegara a Orion —dijo Callie, y al levantar la mirada se cruzaron nuestros ojos—.
¿Por qué lo guardaría?
—Y además es un trozo de periódico, no una página impresa sacada del ordenador —recalcó Nia.
—¿Pero entonces Amanda leía el Orion Herald dos años antes de venir aquí? —pregunto Callie, incrédula.
—Eso parece —respondió Nia, dejando el recorte sobre el de Maude Cooper.
Me quedé mirando el montón de papeles que tenía entre las manos. En mi confusión, me llevó unos segundos concentrarme en las palabras, pero enseguida me di cuenta de que se trataba de un documento oficial con las palabras Oficina Médica Forense impresas en una gruesa tipografía en el encabezado. Era el certificado de defunción de una tal Annie Beckendorf.
—¡Un momento! Esta es la mujer del artículo que publicaron en la web, ¡la que murió atropellada! —exclamé de pronto.
—¿De qué estás hablando? —preguntaron las chicas al unísono.
—Ups… otro detalle que olvidé mencionar —respondí, compungido.
—¡Hal! —gritó Nia, y Callie me dio un puñetazo (bastante fuerte) en el brazo.
—¡Oye! Perdonad, pero ¿quiénes eran las que no me dirigían la palabra?
— les recordé—. En cualquier caso no sabía que pudiera tener importancia. ¿Sabéis los cientos de posts que se publican en la web todos los días? Y además, vosotras también podríais haberlo leído por vuestra cuenta.
Mientras me frotaba el brazo en la zona donde me había dado Callie, les hablé del artículo en cuestión que hablaba de una mujer que había fallecido atropellada en California.
—California —susurró Callie—. Las entradas del cine que encontramos eran de allí.
—Y también hay un mapa de los Ángeles —añadí señalando la pila de papeles misteriosos.
—Chicos —dijo Nia, con la mirada fija en uno de los papeles que tenía sobre el regazo—, escuchad esto.
Empezó a leer el texto en voz alta, pero era un documento cargado con tanta jerga legal que me costó comprender lo que quería decir.
—…por el presente documento se convierte en tutora legal de su hermana pequeña, menor de edad. Los derechos legales de Robin Beckendorf comprenden (sin quedar limitados únicamente a ello) escoger una escuela apropiada para dicha menor; emplear los fondos de las cuentas administradas por su madre, la fallecida Annie Beckendorf (referida, a partir de este momento por su nombre de pila, Annie), para todos los gastos que considere necesarios; la firma de cualquier formulario legal relacionado con dichos gastos o recursos escolares…
—No entiendo nada —interrumpió Callie—. ¿Quién es esa gente?
—Beckendorf —dijo Nia—. Es el apellido de la mujer que murió en el accidente de coche. Y también el de sus hijas.
—¿Serán amigas de Amanda? —pregunté—. ¿O tal vez parientes?
Me había acostumbrado a la idea de que Amanda estaba sola en el mundo, así que me costó bastante asimilar que de pronto aparecieran de la nada unos familiares suyos.
Nia y Callie se encogieron los hombros.
—Todo es posible —dijo finalmente Callie.
Volvimos a quedarnos en silencio, enfrascados en la lectura de los documentos. Me llevé una enorme sorpresa cuando vi que el siguiente papel de pila era un sobre dirigido a Max y Annie Beckendorf, 451 Lilac Drive, Denver, CO, 56783. No venía la dirección del remitente. Dentro del sobre había una tarjeta con la imagen de una cigüeña que llevaba en el pico una sábana rosa con un bebé dentro. Abrí la carta y leí lo que ponía.
MIS QUERIDÍSIMOS ANNIE Y MAX,
FELICIDADES POR LA LLEGADA DE VUESTRO
NUEVO RETOÑO. LA NIÑA NO PODRÍA
HABER ESCOGIDO MEJOR A SUS PADRES.
UN FUERTE ABRAZO,
JOHN JOY
Tragué saliva y exclamé:
—¡El doctor Joy! ¡El doctor Joy le escribió una tarjeta a la tal Annie Beckendorf cuando nació su hija!
Les enseñé la tarjeta a las chicas, pero ninguna supo decir qué relación podrían tener con todo aquello. Cuando me la devolvieron, la dejé sobre la pila de cosas importantes y seguí revisando los papeles que me quedaban.
No supe qué hacer con una carta datada el cinco de septiembre de este año escolar, firmada por el señor Thornhill y enviada a los padres de los alumnos de Endeavor. La primera página era un calendario de partidos de fútbol; la segunda, una circular del instituto en la que se promovía la política de tolerancia cero en lo que respectaba al consumo de alcohol durante los eventos escolares, tanto dentro como fuera de las instalaciones de Endeavor. Al final de la página había escrito una palabra, y sin lugar a dudas era la letra de Amanda: ¿QUIZÁ?
¿Quizá que? ¿Por qué habría guardado esta carta de Thornhill, que fue escrita un mes antes de que llegara a Orion? ¿Y como la había conseguido? Según tenía entendido, cuando se envió esta carta, ella todavía no se había mudado a Orion. ¿Se la habría enseñado alguien cuando ya vivía aquí? ¿Tendría pensado utilizarla en un artículo para el Spirit?
Antes de que pudiera expresar en voz alta mi confusión, Callie gritó: —¡Chicos, mirad esto!
Callie había encontrado una foto de Amanda con once o doce años, al lado de otra chica más mayor que tenía la cara parcialmente oculta por la visera de una gorra de béisbol. Amanda parecía una niña normal y corriente: no llevaba peinados ni trajes extraños, ni tampoco accesorios extravagantes. En cambio, llevaba unos vaqueros cortos y una camiseta roja con un texto escrito que no conseguí descifrar. Junto a ellas había una mujer que se tapaba los ojos para protegerse del sol.
De repente recordé que a mi madre le encantaba apuntar las flechas y los lugares en el reverso de nuestras fotos familiares.
—Dale la vuelta, a lo mejor pone algo.
Cuando Nia la giró, comprobamos que había un texto en el reverso de la foto.
Las chicas Beckendorf.
—Pero… —empezó a decir Callie.
Volvimos a girar la foto para mirar a las chicas. No había lugar a dudas: la niña que estaba en medio era Amanda. Lo cual significaba que…
—Dios mío —susurró Nia—. Hal, tenías razón.
—Amanda Valentino y esta niña que se apellida Beckendorf son la misma persona —susurró Callie.
—Y su madre, Annie, murió en ese accidente de coche —añadió Nia.
—Lo que significa —empecé a decir, con el corazón acelerado al recordar el artículo que había leído antes Nia— que tiene una hermana que se llama Robin.
—Que además es su tutora —finalizó Nia.
—¿Y qué pasa con su padre? —pregunté—. ¿Qué pasa con.. —recordé la tarjeta del doctor Joy— Max Beckendorf?
—Igual también ha muerto —dijo Callie.
—O ha desaparecido —comentó Nia.
Las chicas intercambiaron una mirada, pero ninguna conocía la respuesta.
Nia bajó la cabeza y cogió el siguiente papel de su pila: una tarjetita en la que ponía AMANDA en letras rojas y brillantes. Debajo del nombre, en un cuerpo más pequeño, se podía leer: «Aquella que debe ser amada».
Nia le dio una vuelta a la tarjeta. El reverso estaba en blanco, a excepción de una pequeña impresión que decía: LO QUE SIGNIFICA TU
NOMBRE S.A.
—Amanda se cambió el nombre —musitó Nia sin soltar la tarjeta—. Lo escogió por lo que significaba. ¡Nada de lo que nos dijo era verdad! —añadió, resentida, al tiempo que lanzaba sobre la mesa la tarjeta, que se deslizó por la superficie de cristal hasta llegar al borde—. ¡Ni una sola palabra!
—Eso no es así —dije.
Nia se dio la vuelta para mirarme. Su rostro reflejaba lo traicionada que se sentía en esos momentos.
—Su madre está muerta, Hal, no de viaje por África ni lidiando con un divorcio. Está muerta. ¡Nos mintió! Ni siquiera fue capaz de decirnos su verdadero nombre —espetó.
Nia apartó con rabia los papeles que tenía sobre el regazo, como si el simple hecho de tocarlos le abrasara la piel. Intenté apaciguarla poniéndole una mano en el brazo. Callie no dijo nada, pero también parecía profundamente herida.
—Amanda hizo que nos juntáramos, y eso no es ninguna mentira —dije—. Es algo real y mucho más importante que el hecho de llamarse Hayes, Stone o Valentino.
Me di cuenta de que estaba apretando el brazo de Nia con demasiada fuerza, como si quisiera forzarla a creer mis palabras, así que la solté.
Nos quedamos en silencio mientras cada uno reflexionaba sobre lo absurdo que era defender a esa chica loca y mentirosa a la que tanto habíamos querido.
—Amanda está metida en un lío —dijo Callie—. En un lío muy serio, además. Eso tampoco es mentira.
Nia permaneció callada durante lo que pareció una eternidad, hasta que finalmente dijo:
—Sí, de eso no hay duda. Aquí está pasando algo gordo. Algo muy, pero muy gordo.
Pensé en el médico del hospital y en los nombre de la lista de Thornhill.
—Y de alguna manera, nosotros también estamos implicados.
Por su forma de hablar, supe que Nia ya había perdonado a Amanda por mentirnos sobre su nombre y su familia.
—Tenemos que publicar todo esto en la web. Es posible que la persona que colgó el artículo sobre su madre sepa algo más.
—Pero así también podrán verlo los que la están buscando, sean quienes sean. Tenemos que andar con cuidado. —dijo Callie.
—Ya veremos lo que podemos publicar y lo que no. De momento, no nos preocupemos por eso. Lo importante es encontrarla —añadí, intentando parecer más seguro de lo que me sentía en realidad.
¿Cómo podríamos encontrar a Amanda antes que las personas que la estaban buscando?
Tenían al jefe de la policía de su parte, a los médicos, a los guardias de los hospitales… todos los adultos en los que desde pequeños me habían enseñado a confiar estaban trabajando para esa gente siniestra y malvada que andaba detrás de Amanda.
Era una misión imposible.
Me sentí abrumado por lo que se nos venía encima, pero entonces sentí los dedos de Callie entrelazándose con los míos.
—Tenemos a Amanda —dijo, su voz casi un susurro, como si me hubiera leído el pensamiento—. Puede que ellos tengan muchas otras cosas de su parte pero nosotros la tenemos a ella. A ella y a nosotros mismos. Estamos juntos en esto.
En la mitad del silencio que sucedió a las palabras de Callie, se oyó el sonido de un claxon pitar dos veces.
Cisco ya había llegado.
Callie me apretó la mano y yo le devolví el apretón. Entonces Nia se unió a nosotros. Y mientras los tres nos abrazábamos, empezamos a entonar los versos de aquella canción de los Beatles que había vuelto a unirnos.
— Come together —dijo Nia.
— Right now —añadió Callie.
— Over me —dije yo.
—¡Juntos! —exclamamos al unísono.
Y aunque sabíamos que Cisco nos estaba esperando fuera, nos quedamos como estábamos, agarrados y en silencio, un ratito más.