Capítulo 20

—Mi móvil soltó un zumbido.

—¿Brittney Bragg y tu madre eran amigas de pequeñas?

—M —le pregunté a Callie, al tiempo que sacaba mi teléfono del bolsillo.

—El caso es que no lo eran —respondió Callie—. Al menos, mi madre nunca me ha hablado de ella.

Me sorprendió ver que había recibido un mensaje de un número desconocido, pero entonces me acordé que Nia utilizaba el iPhone de su hermano.

HBÉIS NCNTRADO ALGO?

Respondí rápidamente con otro mensaje, describiendo lo mejor que pude hacia dónde exactamente la ventana del cuarto de la lavadora.

Después miré a Callie, que seguía contemplando la foto.

—Tenemos que salir de aquí —la apremié.

Callie asintió con la cabeza, pero no dijo nada.

Me acerqué al escritorio y cogí la caja, sorprendido de que Callie hubiera cargado tan fácilmente con algo tan pesado. De camino a la puerta, nos fijamos en una especie de nevera portátil enchufada a la pared y con la parte delantera de cristal. En el interior había…

—¿Sangre?

Nos agachamos con cuidado para no derribarla y, efectivamente, se trataba de un pequeño refrigerador. Dentro había varios frascos rellenos de una espesa sustancia roja, y cada uno estaba etiquetado con un número seguido de tres letras. Aquello me recordó los archivos de la lista de Thornhill. ¿Se correspondían entre ellos? ¿Por qué ni paraba de encontrarme con aquellas interminables combinaciones alfanuméricas por todas partes?

Junto a las muestras de sangre había otro frasco de plástico de color naranja, parecido al de los antibióticos que me recetaron una vez para la sinusitis. Me acerqué un poco más para leer lo que ponía en la etiqueta y, al ver el nombre del médico que me había hecho la receta, el corazón me dio un vuelco.

—Callie…

Callie hizo amargo de levantarse, pero al escuchar su nombre volvió a agacharse para ver lo que estaba señalando.

—Doctor Joy —leyó.

Nos quedamos en silencio, y luego Callie se giró hacia mí. Ni siquiera se molestó en apartarse el mechón de pelo que le había caído sobre los ojos.

—Esto es lo más asqueroso que he visto en mi vida —dijo—.

Larguémonos de aquí.

Asentí y los dos atravesamos la puerta que conducía al cuarto de la limpieza. Tan rápido como pude, guardé la llave detrás de la foto y volví a colgar el marco en su sitio. No sé por qué, pero la sonrisa de autosuficiencia de Brittney Bragg me resultaba más aterradora. Me la imaginé bebiéndose la sangre de esos frascos (presentadora de la tele por el día y temible vampiro por la noche) hasta que Callie cerró el armario, liberándome de las inquietantes imágenes que habían acudido a mi mente.

Entonces me dije que no tenía tiempo para esas tonterías. Me asomé a la ventana y vi a Nia escribiendo un mensaje a toda velocidad desde el iPhone de su hermano.

—Eh, Nia, estamos aquí —le susurré.

Pero Nia no dejó de teclear.

—Nia deja eso ya, no hace falta que nos escribas. ¡Estamos aquí! —dije al tiempo que abría la ventana y me asomaba con la caja en brazos.

—No te estoy escribiendo a ti —replicó sin mirarme.

—¿Ah, no? ¿Entonces a quién es?

—Enviar mensaje… enviar… enviar… —empezó a murmurar Nia, casi como si estuviera poseída.

—Oye Nia, no es por nada, ¡pero esto pesa! —le espeté, y por fin conseguí llamar su atención.

—Perdona —se disculpó y enseguida se acercó a coger la caja.

No pude evitar mostrar lo orgulloso que me sentía por el éxito de nuestra misión.

—¿Has visto qué bien lo hemos hecho? —le dije, sonriendo.

De fondo, escuché el motor de varios coches más que habían llegado a la residencia Bragg. Al parecer, nadie quería perderse la fiesta.

Sin dejar de teclear en el móvil de Cisco, Nia dijo: —Venga, Hal, simplemente has recuperado lo que nunca deberías haber perdido.

Vale, definitivamente tendría que haberme ahorrado el comentario.

Touché. Quedamos en la puerta dentro de cinco minutos —añadí, y volví a meterme en el cuarto de la lavadora.

—Si veis que hay mucha gente y ni me encontráis, reuníos conmigo en la esquina —dijo Nia, justo antes de salir pitando de ahí.

¿De qué estaba hablando? Tampoco había participado tanta gente en la obra como para que no pudiéramos encontrarla. En cualquier caso, le hice un gesto con la cabeza y cerré la ventana.

Cuando me di la vuelta, Callie seguía con la foto en la mano, aquella en la que salían Brittney y su madre.

—No me digas que no debería llevármela —dijo al notar que la estaba mirando.

Eso, sin lugar a dudas, sería lo último que le habría dicho. Si mi madre hubiera desaparecido, me quedaría con todo lo que me recordase a ella sin presármelo dos veces.

—Nunca te diría algo así —le puse una mano en el hombro, y los dos volvimos a contemplar la foto de aquellas dos niñas sonrientes.

—¿Puedo contarte algo?

Su voz sonaba tan débil y temblorosa que me dio la impresión de que estaba haciendo un esfuerzo terrible para no echarse a llorar. Callie prosiguió sin esperar mi respuesta.

—Esta semana ha hecho bastante calor, así que ayer subí al desván para coger algunas prendas de verano…

Al pensar que Callie tenía que hacer eso, sentí una inmensa pena en el corazón. Dos veces al año, mi madre decide de repente que ya es hora de cambiar la ropa para la nueva temporada y se pasa un vertiginoso fin de semana revolviendo los armarios, guardando parte de la ropa en bolsas y lavando la otra parte que, según ella, «huele a armario». Lo siguiente que sé es que, como por arte de magia, los jerséis de mis cajones se han transformado en camisetas, y los vaqueros, en pantalones cortos.

Si mamá desapareciera, ¿quién se encargaría de hacerlo?

—Cuando abrí el baúl donde guardo mis camisetas, encontré un… —Callie hizo un gesto con las manos para señalar algo que se extendía sobre la superficie—. ¿Conoces esas estrellas que se pegan en el techo para formar constelaciones? ¿Esas que brillan en la oscuridad?

Asentí con la cabeza. Cornelia tenía unas cuantas en su cuarto.

Teniendo en cuenta que fue mi madre quien las puso, y que sus nociones de astronomía se limitaban a decir lo bonitas que son las estrellas, no estaba muy seguro de que formaran constelaciones propiamente dichas, pero vamos, que entendía lo que Callie quería decirme.

—Bueno, pues… mi madre las había utilizado para hacer un mapa estelar. Es un mapa que te dice dónde están las estrellas en un momento y en un lugar determinado.

Asentí nuevamente y ella prosiguió:

—Pues bien, el mapa estelar del baúl corresponde al cielo de Orion en primavera y… —Callie se sorbió la nariz antes de continuar—. Al principio pensé que podría ser una especie de broma para cuando tuviera que sacar la ropa de verano. Pero después de todo lo que ha pasado —extendió los brazos y supe que se refería a Amanda, a Thornhill, a la desaparición de su madre, a la caja…—, he llegado a pensar que quizá se trate de un mensaje. Que hay algo ahí que debería ser capaz de descifrar. Ya sé que parece una locura, pero…

Le aparté el pelo de la cara. Afuera, los coches se pitaban unos a otros, y el sonido de los cláxones se filtró a través de la ventana. Me di cuenta que Callie tenía las mejillas bañadas en lágrimas, y se las sequé con suavidad. Ojalá hubiera podido hacer algo más…

—Tu madre volverá, Callie. Seguro que está bien y pronto volverá a casa, ya lo verás.

Entonces ella se estremeció y se enjuagó la otra mejilla con el reverso de la mano.

—Lo sé —dijo, asintiendo enérgicamente con la cabeza—. Lo sé —volvió a decir, esbozando una sonrisa triste antes de añadir—: Es solo que le echo mucho de menos.

Ahora me tocó a mí asentir. Pasados unos segundos, el tono de voz de Callie volvió a la normalidad, y supe que no estaba fingiendo. Se sentía mucho mejor después de haber soltado todo lo que llevaba dentro.

—Bueno creo que ya va siendo hora de que nos vayamos de aquí, ¿no te parece? —dijo.

El murmullo de voces se hacía cada vez más fuerte.

—Parece que la fiesta está siendo todo un éxito. ¡Vaya marcha que lleva la gente! —comenté.

Callie se adelantó y cruzó la habitación. Cuando llegué a su lado, me dio un suave codazo.

—¡Ey! ¿Te puedes creer que hemos conseguido colarnos aquí sin que nos pillen?

Lo dijo con una sonrisita pícara, y tuve la sensación que de buena parte de su satisfacción se debía a que habíamos robado la caja de Amanda nada menos que de la casa de Heidi Bragg.

—Somos unas máquinas —coincidí.

Callie abrió la puerta y la brillante luz del pasillo baño el cuarto de la lavadora, cegándonos durante un momento.

Cuando por fin recuperé la visión, me encontré cara a cara con Heidi Bragg y el resto de las Chicas I.