Capítulo 2
El despacho de Thornhill estaba a oscuras, pero la luz que entraba por el ventanal me permitía ver más que suficiente. Al E contrario que mis fantasías inspiradas en CSI, la habitación estaba prácticamente igual que la última vez que entramos, hace poco más de una semana. No había cristales rotos ni sillas volcadas. El único indicio del crimen era una mancha oscura sobre la moqueta, frente al escritorio, que bien podría pasar por café derramado en vez de sangre (aunque en ese caso me extrañaría mucho que la policía hubiera puesto una cinta amarilla con las palabras ESCENA DEL CRIMEN: NO PASAR junto a un manchurrón de café).
La urgencia que sentía por entrar en el despacho aumentó cuando crucé el umbral, pero después de echar un vistazo a mí alrededor, empecé a pensar que estaba perdiendo la cabeza. ¿Qué esperaba encontrar? Seguro que la policía se había pasado todo el fin de semana registrando la habitación. Si hubiera alguna pista, sin duda ya la habrían encontrado.
El escritorio seguía igual de ordenado que el día que nos preguntó por la pintada del coche y la desaparición de Amanda. Encima solo había una carpeta, un teléfono, un portátil y un cuaderno con el nombre del instituto impreso en el encabezado. Pasé las hojas, pero todas estaban en blanco. Cuando vi el viejo ordenador de mesa, observé que en la papelera de al lado había una taza de café vacía y una cuchara de plástico. ¿Las habría dejado el criminal? ¿Thornhill quizás? ¿Los policías que habían registrado el despacho? Igual debería llevármelas, seguro que tenían muestras de ADN.
¡Qué gran idea, Hal! Puedes utilizar tu kit de extracción de ADN para separar el material genético del plástico y después analizar los resultados en el ordenador del laboratorio forense.
Está bien, está bien, lo del ADN era un poco ridículo.
De repente escuché un grito, y el ruido de un objeto (¿un móvil tal vez?) estrellándose en el suelo de linóleo.
—¿Y si esa persona vuelve? ¿Y si somos su próximo objetivo?
A pesar del miedo, no pude evitar sonreír al pensar que Callie me estaba salvando el pellejo con su estupenda actuación. Puede que Amanda consiguiera el papel de Rosalin en Como gustéis y que se lo terminara quedando Heidi cuando esta lo rechazó, pero no había duda de que Callie tenía madera de actriz.
Pero por mucho talento que tuviera, ¿cuánto tiempo más podría aguantar distrayendo al agente Marsiano? Tarde o temprano (y probablemente más temprano que tarde), el poli la calmaría o la enviaría a casa.
Llevaba ya casi un minuto en el despacho de Thornhill y aún no había descubierto nada. Mientras recorría el escritorio con la mirada por segunda vez, reparé en la diminuta lucecita del portátil.
¡Un momento! ¿Desde cuándo Thornhill tenía portátil? Endeavor no estaba a la última tecnología, precisamente. Hace poco, mi hermana Cornelia, que es un genio de la informática, se puso enferma de faringitis y mi madre llamó a su profe de Historia para ver si podía escanearle los deberes y enviárselos por e-mail durante su ausencia. Su respuesta fue, y cito textualmente: «Los ordenadores no están pensados para eso, señora Bennett».
No hay nada mejor en esta vida que una institución que se aferre con fuerza al siglo XX.
Disimuladamente, como si alguien me estuviera observando, rodeé el escritorio y abrí el portátil de Thornhill, sin antes cubrirme los dedos con la manga de rugby. Puede que yo no conociera el procedimiento para encontrar huellas dactilares, pero el departamento de policía de Orion, seguro que sí.
La pantalla se encendió de inmediato y un documento apareció ante mis ojos. No era más que una nota para los profesores sobre el nuevo sistema de pedido de material para el siguiente curso escolar. «Estará disponible a partir del mes de abril y se puede solicitar rellenando un impreso que les entregará la señora Leong en la secretaría o…»
¿Pero qué diablos estaba haciendo? El agente Marsiano podría irrumpir en el despacho en cualquier momento, pistola en mano, y yo andaba perdiendo el tiempo con una circular sobre material de clase.
Como tenía el dedo cubierto por la camiseta, no podía subir el cursor hasta la barra de tareas, así que usé la parte lateral del meñique para llegar hasta la barra de tareas y hacer clic varias veces para entrar en MIS DOCUMENTOS. ¿La parte lateral de los dedos deja huella? Sin duda. Revisé a toda velocidad la lista de archivos que Thornhill había abierto recientemente. Cambios en la normativa de teléfonos móviles; Carta del rector Dr. Thomas; Calendario de reuniones para el mes de marzo; Reparto de «Mucho ruido y pocas nueces»; Actividades extraescolares de primavera (lista provisional); Actividades deportivas de primavera (lista definitiva).
Como esperaba, no había nada en el plan Posibles agresores de Thornhill (lista definitiva). Tirándome de los pelos, leí los títulos una vez más, aun sabiendo que era inútil. Allí no había ninguna pista. ¡Ni allí, ni en ninguna otra parte! ¿Cuántas veces habíamos revisado la web buscando pistas sobre la desaparición de Amanda, solo para descubrir que todos los que la conocían se sentían tan perdidos (y engañados) como nosotros?
¿Por qué lo de Thornhill iba a ser diferente?
Me levanté y puse una mano sobre el ordenador para cerrarlo. Entonces mis ojos pasaron una última vez sobre el nombre de un archivo.
Reparto de «Mucho ruido y pocas nueces».
Mucho ruido y pocas nueces.
Esa no era la obra que se iba a presentar este año en Endeavor.
Era Como gustéis…
¿Se habría equivocado el subdirector? ¿O se trataría de la representación de algún curso anterior? Mientras intentaba recordar que obra se había presentado en nuestro instituto el año pasado, desplace el puntero hasta el archivo. Clic.
El documento que se abrió ante mis ojos era cualquier cosa menos el reparto de una obra de teatro. Se parecía a los archivos que manejaba mi padre en su trabajo de contable: columnas repletas de datos incomprensibles, palabras sin sentido y números que se extendían hasta el infinito. C-33528, F-514, M-229, beta file-4421(a), Dem_94. Al principio me vi tan abrumado por tal cantidad de información inútil que las filas y las columnas me parecieron todas iguales. Pero entonces, poco a poco, la masa caótica empezó a cobrar sentido.
Aunque la letra era tan pequeña que tuve que entornar los ojos y pegarme a la pantalla para poder leerla, la cosa estaba más que clara: la columna de la izquierda tenía una serie de nombres dispuestos sin orden aparente. Los primeros no me decían nada: Reeve, Cecile; Hayes, Gacie… Pero a medida que avancé en la lista, acabé topándome con un nombre que conocía perfectamente.
El mío.