Capítulo 21
—¿Se puede saber qué estabais haciendo ahí dentro? —preguntó Heidi.
—¿S Le temblaba la voz, no sé si por furia o por miedo.
—Apuesto a que se estaban enrollando —dijo una chica de pelo oscuro.
No era la misma que se empapó la camiseta con los refrescos, sino otra.
Nos miraba como si fuéramos un chicle asqueroso que se le hubiera pegado al zapato.
—No creo que ninguno de esos dos sepa lo que es un beso con lengua —replicó Lexa Booker, que también no lanzó una mirada de odio.
Lexa iba conmigo a clase de Biología, pero no tenía ni idea de que fuera una Chica I. ¿Habría empezado a llamarse «Lexi»?
—Os he hecho una pregunta. ¿Qué estabais haciendo ahí? —repitió Heidi.
En ese momento pasaron un par de estudiantes a los que no conocía.
Eran mayores que nosotros y ni siquiera me sonaba que hubiesen participado en la obra.
—Ey, tío —dijo uno de ellos a otro chaval que estaba al otro lado del pasillo—. ¿Qué hay?
A lo lejos se escuchó el sonido del timbre dela puerta.
—¿Qué pasa, Heidi. ¿Es que hay algo ahí dentro que no quieres que encontremos? —le respondió Callie, desafiante, con los puños apretados.
El timbre volvió a sonar. ¿Acaso nadie pensaba abrir?
Justo entonces, pasó otro grupito de gente llamando a voces a alguien para que los siguieran.
—Estáis pirados, ¿lo sabéis? —gritó Heidi—. Y esa amiguita vuestra también está pirada, y la única razón por la que pensáis que es tan especial… ¡es porque estáis todos pirados!
El rostro de Heidi se encendió de rabia, hasta el punto de resultar casi irreconocible.
—No, Heidi, resulta que Nia sí que es especial —dijo Callie—. Aquí la única pirada que no tiene nada de especial… eres tú.
El comentario de Callie enfureció tanto a Heidi que pensé que iba a tirarse al suelo a patalear de un momento a otro. Y eso que tampoco era para tanto: había oído insultos peores. Muchos de ellos, de boca de la propia Heidi.
—Te arrepentirás de esto, Callie —dijo Heidi, cada vez más enfadada.
Para entonces, el pasillo se había llenado de gente. Nos habíamos ido desplazando poco a poco hacia la pared contraria, a medida que pasaban más y más chicos entre nosotros, ajenos a la escenita que se estaba montando.
—¿Pero quién es toda esta gente? —preguntó la Chica I que se había derramado los refrescos encima.
No obstante, Heidi seguía concentrada en odiarnos con todas sus fuerzas.
—Decidme de una vez lo que estabais haciendo ahí dentro.
—Oye, tranquilízate, que solo es un cuarto de la limpieza —dije, asomando entre un gigantesco grupo de chicas que se abría paso a empujones—. ¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza que veamos tus braguitas sucias o qué?
—Hal Bennett, eres un maldito…
Pero la última parte de su frase quedó en el aire, porque Callie y yo nos fuimos pitando de allí, aprovechando que el enorme grupo de chicas que abarrotaba el pasillo nos separaba de Heidi y compañía.
Cuando salimos al jardín, aquello parecía una batalla campal. Durante el rato que había pasado desde nuestra llegada, los alrededores se había llenado con decenas de coches y una interminable riada humana se encaminaba en dirección a la casa de los Bragg. Entre tanta gente, reconocí a varios compañeros de Endeavor, pero también había chicos que llevaban chaquetas de Harrison, el instituto pijo que hay al otro lado de la ciudad. Me pregunté cómo terminaría una fiesta con alumnos de dos institutos rivales.
Pues mal. No hacía falta ser un experto en psicología adolescente para conocer la única respuesta posible a esa pregunta.
Cogí a Callie de la mano y la arrastré hasta el rincón donde nos esperaría Nia, contento de que hubiera escogido un lugar de reunión alejado de lo que a simple vista terminaría siendo el fiestón más gordo en la historia de Orion.
Cuando la encontramos, me sorprendió muchísimo ver que seguía afanada en escribir mensajes con el iPhone de su hermano.
—¿Qué estás haciendo? —inquirí—. ¿A quién estás escribiendo?
Nia levantó la cabeza y me miró con cara de saber bien lo que hacía.
—A todo el mundo —respondió, bajando la vista a la pantalla del móvil—. Bueno, yo no, en realidad —añadió, y me clavó los ojos, esta vez con una sonrisa pícara—. Sino Cisco.
De pronto, empecé a comprender por qué la fiesta de una obra de teatro escolar estaba tan concurrida.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Callie.
Nia escribió una última cosa y se guardó el iPhone de su hermano en el bolso. Después nos dirigió su mejor sonrisa de niña buena.
—¿Es que no habéis recibido ningún mensaje?
Callie y yo intercambiamos una mirada y después consultamos nuestros móviles. Me di cuenta de tenía un mensaje nuevo en la bandeja de entrada.
FIESTA N CSA D LS BRAGG, TÍOS.
OS VEO ALLÍ! CISCO.
—¿Sabéis qué hay de malo en tener un hermano que es el tío más popular de su clase? —preguntó Nia
Callie y yo nos quedamos mirándola, expectantes.
—Nada —añadió riéndose—. Esperadme aquí un momento. Tengo que devolverle el móvil a Cisco.