Capítulo 16
Me puse en pie de un salto con tanta rapidez como si hubiera escuchado el disparo de salida que indicaba el principio de M una carrera.
¡Amanda!
Pero la persona que estaba en el umbral de la puerta no era Amanda.
Era Callie.
El corazón me latía a toda velocidad y se me secó la boca.
—Me has dado un susto de muerte —solté.
Tenía unas ganas tremendas de verla, pero temí que mi respuesta hubiera sonado un poco brusca.
—¿Con quién estabas hablando?
—Con… —empecé a decir.
¿Cómo podía responder a eso?
Con el pasado. Estaba hablando con el pasado.
—Con nadie —dije al fin.
—Ah.
Volví a recostarme en él sofá, con la respiración acelerada por el susto que me había llevado. Desde luego Callie había escogido el momento más oportuno para aparecer. Pasados unos segundos, se acercó y se sentó a mi lado.
Inspiró profundamente y empezó a hablar con serenidad, como si ya tuviera pensado lo que me iba a decir. Me encogí, a la espera de una buena bronca, pero…
—Te debo una enorme disculpa. Siento muchísimo haberme portado tan mal y espero que me perdones —me dijo.
—¿Qué?
Era yo el que le debía una disculpa, así que sus palabras me tomaron tan de sorpresa que tardé unos instantes en reaccionar. Callie se giró para mirarme, su pálida piel brillaba bajo la luz roja de la bombilla.
—He dicho que lo siento.
—Lo sientes… —repetí, y volví a quedarme en silencio—. Oye, en serio, me he perdido. ¿Por qué me estás pidiendo perdón?
Callie se mordió el labio unos segundos antes de volver a hablar, pero esta vez lo hizo con más titubeos, como si no hubiera podido ensayar esa parte del discurso.
—Porque soy la última persona en el mundo que podría juzgar a alguien por caer bajo el hechizo de Heidi Bragg.
—Pero…
No sabía qué resultaba más increíble: que Callie pareciera decidida a perdonarme, o que describiera con tanta precisión el poder de Heidi. El hechizo de Heidi Bragg. Eso era precisamente lo que había sentido, que me había hechizado.
Lo cual tampoco justificaba mi metedura de pata.
—Callie, escucha, yo… Lo siento mucho, de verdad…
—Chissst —me mandó callar poniéndome un dedo en los labios—. No hace falta que digas nada. Podría haberle pasado a cualquiera. Heidi es lista. Es tan lista que da miedo. Sabe encontrar los puntos débiles de la gente se aprovecha de ellos.
Recordé la expresión compungida de Heidi, su falso remordimiento por lo mal que había tratado a Callie. No había intentado halagarme ni coquetear conmigo por que nada de eso habría funcionado. Sabía perfectamente que solo había una manera de conseguir que la escuchara: fingir que se arrepentía de lo que le había hecho a Callie.
Había encontrado mi punto débil y lo había utilizado para distraerme.
—Gracias —es lo único que fui capaz de responder, pero tuve la sensación de que era más que suficiente.
De repente, la puerta del aula se abrió de golpe.
—Tenemos exactamente ocho minutos y medio.
Era Nia.
—Lo tomaré como un hola —dije.
Después de hacer las paces con Callie, había esperado la confianza suficiente como para sonreír a Nia.
—Tómatelo como quieras —replicó, pero sé que en el fondo ella también me estaba sonriendo—. Así que aquí es donde vienes a lloriquear, ¿eh?
Callie tenía razón.
—Oye, que no estaba lloriqueando…
—Sí, lo que tú digas —dijo Nia, negando con tul gesto—. La cuestión es que tenemos… —echó un vistazo a su móvil— menos de ocho minutos y medio para planear cómo quitarle la caja a Heidi Bragg y sus Lelas I. La I es de Idiotas, ¿verdad? —le preguntó a Callie.
—Creo que más bien quiere decir: «Intenta subestimar a tu enemigo y te arrepentirás» —replicó Callie.
—Tienes razón —asintió Nia.
Por el tono de su voz, supe que incluso ella se sentía un poco amilanada por la tarea, casi imposible, de arrebatarle la caja a Heidi.
—¿Quieres dejar de hacer eso, Hal? —gruñó Nia—. Me estás volviendo loca.
—¿Dejar de hacer qué?
Lo único que había hecho era pensar que jamás volveríamos a recuperar la caja, pero a no ser que Nia hubiera desarrollado poderes extrasensoriales de la noche a la mañana, resultaba poco probable que hubiera podido captar mis pensamientos negativos.
—Eso —señaló el reloj de Amanda—. Deja ya de abrirlo y cerrarlo sin parar.
—Perdona, no me había dado cuenta —hice amago de guardármelo en el bolsillo.
—¿Qué es eso? —preguntó Callie.
—Es un reloj de bolsillo —dijo Nia.
Mientras Nia se acercaba a nosotros, recordé de repente la advertencia de Frieda. No estábamos haciendo caso de su aviso…
Callie me quitó el reloj y lo sostuvo en alto. Se lo acercó a la cara y leyó la inscripción bajo la tenue luz.
— I know you.
—Chicas —dije—, tenemos que separarnos.
Callie estaba demasiado concentrada en la inscripción como para escucharme, pero Nia sí que lo hizo.
—¿De qué estás hablando? Pero si acabamos de reunirnos, idiota.
—No —insistí—. Es decir, sí, acabamos de reunirnos, pero no deberíamos hacerlo. Es peligroso que estemos juntos.
Justo cuando me disponía a contarles todo lo que había hablado con Frieda, Callie dijo:
— I know you. You know me… Pues no lo entiendo…
Giré la cabeza de golpe para mirarla.
—¿Qué has dicho?
—Que no lo entiendo —repitió Callie.
—No, antes de eso.
—He dicho: I know you. You know me.
—Eso no es lo que dice —la corregí—. Lo que pone es I know you; después un x2 entre paréntesis, y por último, know me.
Callie negó con la cabeza y me mostró una vez aquella inscripción que conocía tan bien.
—Ese x2 entre paréntesis significa que hay que triplicar por dos el elemento que le precede. En este caso, el you. Es una notación algebraica.
—Dios mío —susurré.
De repente, comprendí el significado de la misteriosa inscripción.
Callie se rió, creyendo que la cara que había puesto se debía a algo completamente diferente.
—No es tan complicado. Simplemente…
—¡No, no es eso! Ya sé lo que significa. I know you. You know me.
Las chicas se quedaron mirándome sin comprender.
—Este reloj —dije señalándolo— me lo dejó Amanda. ¡Y la inscripción corresponde al fragmento de una canción! —eché la cabeza hacia atrás, sin saber si echarme a reír o a llorar—. ¡Son los versos de una canción de los Beatles!
—Amanda —susurró Callie.
—¿Y qué? —dijo Nia—. Tampoco es para entusiasmarse tanto, ¿no? En fin, los Beatles tienen canciones muy buenas, como Day in the life, pero Michelle no es nada del otro mundo…
Levanté una mano para hacerla callar.
—Es un mensaje —anuncié, antes de tomarme unos segundos para que los engranajes de mi cabeza empezasen a funcionar—. Esos versos son de Come together. Es decir, que tenemos que… ¡juntarnos! Amanda nos está diciendo que nos juntemos para encontrarla. No es peligroso que estemos los tres juntos. ¡Es esencial!
—¿De qué estás hablando? —preguntó Nia.
—¿Por qué tendría que ser peligroso? —añadió Callie.
—Frieda dijo que…
Pero las chicas no podían entenderlo porque no sabían nada de mi encuentro con Frieda. Y no lo sabían por que yo no se lo había contado.
Y yo no se lo había contado porque estaba tan ansioso por encontrar a Amanda que había olvidado la pieza clave de toda esta búsqueda.
Nosotros. Los tres. Siempre juntos.
Debíamos trabajar juntos.
Escuchamos un murmullo de voces a lo lejos. Venía del salón de actos y fue incrementándose a medida que pasaban los segundos.
—Chicos, tenemos menos de un minuto para colarnos entre bastidores —dijo Nia después de comprobar su móvil, y empezó a caminar hacia la puerta.
—¡Espera! —exclamó Callie—. Todavía no sabemos cómo vamos a recuperar la caja.
—Claro que sí —le replicó Nia dándose la vuelta para mirarnos.
—¿Cómo? —pregunté.
—Juntos —sentenció Nia.
Callie y yo intercambiamos una mirada, desconcertados, y Nia sacudió la cabeza al ver que no nos enterábamos de nada.
—¿Dónde vamos a estar todos juntos en menos de una hora?
—Pues… ¿En ninguna parte? —dijo Callie.
—¿Es que ya no os acordáis de la fiesta para todos los que hemos participado en la obra? —preguntó Nia.
Le hizo un gesto a Callie para que se acercara a ella y Callie obedeció.
De pronto caí en la cuenta.
—La fiesta en casa de Heidi.
—¡Ah, no! ¡Ni hablar! —exclamó Callie meneando un dedo en el aire—.
Mirad, no me gusta montar numeritos, pero me prometí a mí misma que no volvería a poner un pie en esa casa.
Nia se limitó a agarrar a Callie del brazo.
—Sí, vale, objeción anotada. Vámonos —dijo arrastrándola hacia la puerta, y justo antes de que la cruzaran, giró la cabeza para decirme—: Dile a tu madre que te deje en casa de Heidi cuando termine la obra.
La puerta se cerró y volví a quedarme solo en el aula de dibujo. Me sentía tan abrumado por todo lo que acababa de ocurrir que me derrumbé en el sofá y cerré los ojos. Estaba exactamente en el mismo lugar donde me había encontrado Callie, pero me sentía diferente, como si me hubiera teletransportado al otro extremo del mundo.
Me toqué el antebrazo donde el tatuaje del puma se desvanecía cada día un poco más.
Un hombre interpreta multitud de papeles a lo largo de su vida.
O estás dentro o estás fuera.
Mi papel de chico solitario había terminado.
Había llegado el momento de actuar como un verdadero amigo.