~~ 20 ~~
La lombriz gigante
—Abras te que ordena te, amo tu, Nomis, —dijo Jenna, esforzándose para que aquellas palabras salieran de su boca.
Nunca antes había pronunciado un encantamiento inverso y esperaba no tener que volver a hacerlo nunca más, pero ahora no le quedaba más remedio que hacerlo. La galería de la lombriz gigante estaba sellada con una enorme tapadera de hierro, y Jenna sabía que si la convertía en chocolate no habría modo de que estuviera libre por la mañana. Contuvo la respiración, con la esperanza de haber recordado correctamente el encantamiento.
Para su sorpresa, la gruesa tapadera de hierro giró silenciosamente hacia fuera, y la pálida luz de luna decreciente se filtró en la galería de la lombriz, junto con una ráfaga de aire y unas cuantas gotas de lluvia.
—Vamos, Trueno, vamos, chico —susurró Jenna, animando al reticente caballo a salir con un guijarro de chocolate.
La oscura cantera no era una perspectiva agradable; el viento lastimero aullaba y barría la quebrada, trayendo consigo las primeras gotas de fría lluvia. Jenna se puso la capa de Lucy, y empezó a temblar cuando la golpeó el aire nocturno. Luego guió a Trueno por el inclinado sendero que llevaba desde la galería hasta el camino que corría junto al barranco.
—Quieto, quieto, Trueno —susurró mientras el caballo miraba nervioso a su alrededor y movía las orejas, para escuchar los sonidos nocturnos.
Jenna se montó, no sin antes preguntarse cómo aceptaría Trueno a su nueva jinete. El caballo no puso ninguna objeción, tal vez porque ya se había acostumbrado a Jenna durante el largo viaje de ese día. Cuando Jenna dijo: «Arre, Trueno, arre», y apretó con delicadeza los talones contra los flancos del caballo, Trueno descendió sin prisas el camino que con tanto esfuerzo había subido hacía solo unas horas.
Jenna estaba a sus anchas en el enorme caballo. Aunque era de Simon, Trueno parecía un animal de buen carácter y avanzaba con paso firme por el camino mientras Jenna se sentaba erguida, escrutando la lisa roca por si percibía alguna señal de movimiento. Cuanto antes llegaran al barranco, mejor, pensó, animando a Trueno a andar a trote ligero.
Al doblar la primera curva, Trueno se detuvo bruscamente. Un desprendimiento de tierras le bloqueaba el paso.
—¡Oh, no! —exclamó Jenna.
No había por dónde pasar. Un enorme montón de rocas irregulares y grandes losas de pizarra habían caído sobre el camino. A su derecha, tenía la cara escarpada de una roca, y a su izquierda, al fondo del barranco, estaba el río, que fluía rápido y peligroso.
Tendrían que retroceder.
Jenna intentó engatusar a Trueno para que diera la vuelta, pero el caballo se negaba a moverse. Sacudió la cabeza y la brida tintineó ruidosamente.
—¡Chissst!, Trueno —le calmó Jenna—. Vamos, da la vuelta.
Pero Trueno no se movió. Con el corazón en un puño, Jenna bajó del caballo y le hizo dar la vuelta con la ayuda de otro guijarro de chocolate. Luego volvió a montarlo y, con el corazón latiéndole todavía deprisa, volvieron sobre sus pasos, camino arriba, otra vez hacia la galería.
Era cuesta arriba. Trueno ahora caminaba con el viento en contra, pero estaba contento porque iba hacia casa. Cuando llegaron al sendero que conducía hasta la galería, Trueno se detuvo, esperando a que Jenna descabalgase y lo volviera a llevar a su cómodo establo.
—No, Trueno, no vamos a casa. ¡Arre!
Trueno sacudió la cabeza, haciendo tintinear de nuevo la brida.
—¡Chissst!, por favor, Trueno. ¡Arre! —susurró Jenna todo lo alto que se atrevió, temiendo que Simon pudiera oírla.
Espoleó el caballo con decisión y Trueno avanzó a regañadientes. Jenna miró atrás, esperando ver salir a Simon de la galería, pero la tapadera de hierro seguía abierta y no había nada, tan solo un espacio oscuro y vacío.
Una vez pasada la galería, el camino se nivelaba, lo que hizo más fácil la marcha para Trueno, pero el viento empezó a arreciar y, con él, la lluvia. El viento trajo nubes oscuras y un relámpago iluminó en silencio las recortadas cimas de la quebrada. Al cabo de unos instantes, el rugido del trueno llegó hasta ellos.
Jenna y Trueno siguieron adelante. La luz de la luna se oscureció y la cantera se quedó en tinieblas, iluminada solo por los relámpagos que recorrían el cielo. El viento aulló en el barranco, proyectando la lluvia contra sus caras. Jenna y Trueno tuvieron que entornar los ojos, y mantener la mirada fija en el camino, hasta que un movimiento en lo alto de las rocas llamó la atención de Jenna. Miró hacia arriba con la esperanza de que fuera una nube pasajera, pero era algo mucho más amenazador que una nube.
Era la roma cabeza gris de una lombriz gigante.
Una lombriz gigante tarda mucho en salir de su galería, y Jenna había sorprendido a la lombriz cuando asomaba por primera vez la cabeza fuera de ella. Sabía, por los cuentos de los viajeros que Silas solía contarles, que la cabeza de la lombriz gigante no era peligrosa, sino la cola. La cola de la lombriz gigante es rápida y mortal; cuando una lombriz gigante divisa a su víctima, mueve la cola como un lazo y la deja caer por encima de su cabeza. Luego enrosca la cola a su alrededor y la estruja. Muy, muy lentamente. Aunque a veces, según le había contado Silas, si la lombriz gigante no estaba particularmente hambrienta, la metía en su cámara y la almacenaba durante un tiempo, aún con vida, para mantenerla fresca. Una lombriz gigante prefiere la carne fresca, todavía caliente.
Jenna recordaba a un visitante que una vez tuvieron en las dependencias de los Heap a quien los más pequeños conocían como Dan el Babeante. Dan el Babeante tenía la mirada perdida y asustaba a los más pequeños, pero Silas les decía que fueran amables con él. Según Silas, Dan había sido un trabajador de la cantera sin una sola baba, hasta que se lo llevó una lombriz gigante y lo tuvo en la cámara durante tres semanas. Había sobrevivido chupando la secreción de la lombriz y comiendo ratas. Por fin había conseguido escapar una noche que la lombriz se vio tentada a salir por un gran rebaño de ovejas —y un inexperto pastor— que se había aventurado a ir a la cantera. Pero Dan nunca volvió a ser el mismo después de las tres semanas que pasó en la cámara de la lombriz.
Jenna no tenía la menor intención de acabar como Dan el Babeante, o peor. Levantó la vista hacia la lombriz, intentando decidir si debía acelerar y pasar ante ella o detenerse y dar media vuelta. Pero Jenna sabía que si daba media vuelta quedaría atrapada entre la lombriz gigante y el desprendimiento de tierras, y en medio estaba la galería de Simon con Simon dentro, que en ese momento ya debía de estar despierto buscándola. No le quedaba otra alternativa que pasar frente a la lombriz antes de que esta sacara la cola de la galería.
—¡Arre, Trueno! —dijo Jenna con voz grave y urgente, espoleándole fuertemente con los talones, pero Trueno seguía abriéndose paso lentamente a través del viento y la lluvia.
Jenna volvió a mirar la lombriz. Su galería estaba muy por encima de ellos, a bastante distancia, casi en lo alto de las obras de la vieja cantera que estaba por encima del camino. Ahora la cabeza de la lombriz estaba completamente fuera de la galería y Jenna vio que sus apagados ojos rojos se fijaban en ella y en Trueno.
—Vamos, Trueno —gritó Jenna a la oreja del caballo, espoleándole fuerte—. ¿O quieres que te coma una lombriz gigante?
Jenna sacudió las riendas de Trueno y de repente el caballo echó hacia atrás las orejas y salió disparado como un cohete, galopando por el camino como para demostrar a Jenna que si lo que quería era velocidad, la tendría.
Mientras galopaban hacia la lombriz gigante, Jenna sabía que la criatura los había visto llegar, y estaba saliendo de su galería a toda prisa, como una gruesa e interminable corriente de lodo gris.
—¡Vamos, Trueno, vamos! —gritó Jenna con urgencia por encima del aullido del viento y la lluvia mientras el caballo avanzaba por el camino, cada vez más cerca de la lombriz.
La lombriz estaba saliendo, resbalando por la cara de la roca tan rápido que Jenna de repente dudó de que Trueno consiguiera superar a la lombriz antes de que esta llegara al camino. Se agachó sobre el caballo como un jockey, para que la resistencia al viento fuera menor, y le habló a la oreja, animándole.
—¡Vamos, Trueno, vamos, chico, vamos!
Trueno marchaba a galope, como si también supiera que su salvación dependía de él. Cuando la lombriz llegó al pie del risco, y Trueno redujo las distancias, Jenna levantó la mirada para ver si la cola había salido de la galería. Aún no había rastro de ella, pero sabía que en cualquier momento saldría lanzada. Volvió a dirigir su atención hacia el camino justo a tiempo para ver la cabeza de la lombriz llegar allí.
—Vamos, Trueno —gritó, y entonces, mientras la lombriz se cruzaba en el camino y les cerraba el paso, Jenna gritó más alto—: ¡Salta, Trueno!
Trueno saltó. El poderoso caballo voló en el aire por encima de la gran monstruosidad gris que resbalaba debajo de ellos. Y mientras Trueno aterrizaba al otro lado de la lombriz y seguía galopando hacia delante, la cola de esta salió de la galería como un látigo y cortó el aire con estruendo.
Jenna notó el silbido del viento y oyó un fuerte golpe mientras la punta de la cola cortaba una roca que estaba detrás de ellos. No pudo evitar mirar hacia atrás, la cola no les había alcanzado por pocos centímetros.
Los débiles ojos rojos de la lombriz gigante siguieron a su presa por el camino mientras recogía la cola preparándose para asestar otro golpe, describiendo un círculo en el aire como si fuera un gran lazo. Pero, al estrellarse por segunda vez en el camino, Trueno galopó alrededor de un saliente rocoso y la lombriz los perdió de vista.
¡Plaaas! Algo aterrizó detrás de Jenna.
Jenna se volvió en la silla, preparada para luchar contra la cola de la lombriz con todas sus fuerzas, pero no había nada. Lo único que vio fue el alto saliente de pizarra desapareciendo rápidamente en la noche mientras Trueno seguía galopando.
—¡Ufff! —dijo una vocecita algo quejumbrosa detrás de ella—. Por los… pelos. Casi me ha dado… un ataque al corazón… esa cosa.
—¿Q… quién es? —preguntó Jenna, casi tan asustada de la extraña vocecita como de la lombriz gigante.
—Soy yo, Stanley. ¿No te acuerdas de mí? —La voz parecía un poco ofendida.
Jenna volvió a mirar detenidamente la oscuridad; había algo allí. Era una rata. Una pequeña rata marrón despatarrada sobre el lomo del caballo, agarrada desesperadamente a la silla.
—¿Podrías… parar un momento mientras… me organizo? —preguntó la rata, rebotando en el lomo de Trueno mientras el caballo galopaba en la noche—. Creo que he… aterrizado sobre mis bocadillos.
Jenna se quedó mirando la rata.
—Solo frena… un poquito —suplicó.
—¡So, Tueno! —dijo Jenna tirando de las riendas—. Despacio, muchacho.
Trueno se puso al trote.
—Muy bien. Eso está mejor. —Sin dejar de aferrarse con fuerza a la silla, la rata se colocó en posición sedente—. No soy una rata a la que le apasionen los caballos, aunque creo que son mejores que los burros. No me gustan los burros, ni sus propietarios. Están todos más locos que una cabra. No me malinterpretes, no me refiero a los caballos. Ni a sus propietarios, que están perfectamente cuerdos. La mayoría de ellos, en cualquier caso, aunque yo diría que he conocido a algunos que…
De repente, Jenna se acordó de quién era la rata.
—¡La rata mensaje! —exclamó—. Eres la rata mensaje. La que rescatamos de Jack el Loco y de su burro.
—Acertaste —sonrió la rata—. Has dado en el clavo. Pero tu seguro servidor ya no es una rata mensaje… tuvimos una acalorada trifulca con la Oficina de Raticorreos en los viejos tiempos. Acabé en una jaula bajo tierra durante semanas. No fue nada agradable, ni divertido. Me rescataron y me reclutaron los del… —la rata se calló y miró a su alrededor como si estuviera comprobando si alguien les estaba escuchando—. Servicio Ratisecreto —dijo en un susurro.
—¿El qué? —preguntó Jenna.
La rata se dio unos golpecitos a un lado de la nariz.
—Supersecreto… ¿sabes lo que quiero decir? Quien mucho habla, mucho yerra; en boca cerrada no entran moscas…
—¡Ah! —dijo Jenna, que no tenía la menor idea de lo que quería decir la rata, pero no quería entablar una conversación sobre eso—. Sí, claro.
—Es lo mejor que he hecho en mi vida —dijo la rata—. En realidad, acabé mi entrenamiento la semana pasada. Y entonces, ¡qué me aspen!, mi primera misión era para la extraordinaria. ¡Vaya éxito!, en serio. Los chavales estaban impresionados.
—¡Oh, eso está bien! —exclamó Jenna—. Entonces, ¿cuál es la misión?
—Encontrar y devolver. Prioridad número uno.
—¡Ah!, ¿y a quién tienes que encontrar y devolver?
—A ti —respondió Stanley con una sonrisa.