A mis amigas, que me hicieron empezar esta novela con un “no hay tilines” y luego celebraron que esto se me fuera de las manos y acabara con un libro completo.
A mi familia, que me hacían caso cuando les pedía que me compraran esas novelas con highlanders descamisados en la portada. A mi hermano, por hacerme ver las infinitas posibilidades de una historia de tórrida pasión en la Andalucía bandolera.
Y a mi novio, por inspirarme cada día con su glorioso esplendor y su melena larga y dorada, por animarme a escribir todos los días y por devorar cada nuevo capítulo con cara de “no sé qué leches es esto, pero me chifla”.