No veo en la ventana
aquel haz de luz de adormideras,
sí crujen los azules
y los amarillos en mi espalda
de enjabonados cielos.
Aun me frecuentan los desórdenes,
la madurez del viento
que arrecia en mi cara,
con lunas opacas cada noche
en mis largos paseos de silencios,
de versos que ultrajan mis desdenes.