No es la gente que camina por las calles
difuminada entre la pólvora y la mecha y el fuego.
No, no lo es. Lo es el agua.
Son los detractores de la ignorancia
los que viven en ella y de ella.
Los impávidos ruiseñores que se aletargan
en los manuales de las piedras semejantes al mármol,
intocable manuscrito que manejó la gloria
en nombre de la razón y de la memoria.
Son los que se creen haber nacido
en la copa de los árboles disfrazados de átomos,
los que comen, los que duermen, los que aparentan,
mientras los otros, los otros trabajan para sus sueños.