Y con el llanto, la primera lágrima sutil,
recorre el camino hasta la frágil corteza
donde se alimenta de agua y de sol,
de aire respirable y circundante de pureza.
Toca sus ojos cerrados, la tenue luz,
así como la luz se deja tocar impávida;
la imagen traslucida tras el cristal,
los órganos cubiertos de una fina gasa.
Pero como todo comienzo, su antítesis,
la prolongación que deforma las ocres vías:
al camino se le quiebra la fútil orilla
que acampa para siempre entre pliegos.
Ahora sí, una vez llegado ese día, sí…
comparte el adiós del corazón pulcro,
festeja el final y venera otra dimensión,
otra forma de ser en un estado anímico.