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La pequeña pintura de San Demetrio nunca volvió Lima. El obispo envió un experto a comprobar si el cuadro encontrado en Argentina era realmente el que fuera robado de la catedral en Perú. Dicho experto no pudo confirmar que esta reproducción fuera la que había sido “extraviada” por el restaurador y la obra pasó a manos del museo de arte en la ciudad de Mendoza.
Lo cierto es que el dinero del seguro, que fue pagado por la desaparición de la pintura en Lima, ya se había gastado en reparar los últimos daños sufridos por la catedral en el terremoto de dos mil siete y el obispo no estaba dispuesto a devolver el dinero, para recuperar una obra que casi nadie veneraba.
Surgió el problema de exponer una obra antigua en un museo de arte moderno como el de Mendoza y antes de guardar la obra en un oscuro depósito por quien sabe cuantos años, se decidió devolverla a su lugar de origen.
Así, casi doscientos años después de dejar Novgorod, la pintura regresó a la ciudad que la vio nacer y fue expuesta para veneración en la propia catedral que Agustín de Betancourt, mandara construir para la ciudad. Una pequeña placa, colocada debajo de la obra en la pequeña catedral rusa, recuerda el fabuloso viaje de la pintura hasta el confín del mundo y la increíble historia de cómo regresó a su origen en la ciudad de los dos ríos.