7. Recuerdos de
Sangre
Esa noche me fui a dormir tarde. Toda la charla con mis anfitriones, trajo a mi mente los recuerdos de otra terrible noche en la que mi vida cambió para siempre.
Por varios años no había podido alejar ese momento de mi cabeza por más de unas horas, y a la hora de dormir lloraba en silencio, intentando dar con una clave, una pista que me llevara a alguna respuesta. Pero estaba en prisión y entendí que solo podía esperar y sobrevivir.
La prisión es desesperante. Junto a la disciplina y al sentido de culpa que te imponen en cada cosa que haces; tienes que convivir con cientos de otras mujeres, las cuales han tenido vidas muy duras entre la violencia y el maltrato. Sobrevivientes y muchas de ellas malvadas hasta los huesos. Siempre buscando nuevas víctimas en las que volcar sus frustraciones. Las presas son violentas y hay una gran tasa de mortalidad por peleas y venganzas de sangre.
Intentar mantenerme viva fue, más que una lucha, un aprendizaje. Tuve que adaptarme a la ley de la cárcel; luego de varias palizas, a las que me sometí sin presentar ninguna resistencia, y luego de pasar por la enfermería y el hospital hasta seis veces, por fin la suerte se puso de mi lado.
Un ángel de ira, vestido como un demonio casi femenino, se acercó a mí fingiendo crueles propósitos, que disfrazaban un intento desesperado por encontrar amistad y fuerza de grupo. Una fuerza que le permitiera dejar de pelear cada día para sobrevivir.
Era una reclusa nueva, con menos de un año de internamiento, que se había metido en cada pelea de patio en los últimos meses. Fue trasladada a mi celda, de la que yo era la única ocupante en ese momento. Leonor era hija de una robusta panadera polaca y de padre desconocido, aunque mirando sus rasgos se intuía la mezcla de razas europea e indígena.
Y Leonor siguió
peleando cada día en el patio, volviendo con heridas que debía
ocultar, pues si las guardias las descubrían podía pasar tiempo en
aislamiento. Y ella no podía permitirlo; ella quería pelear.
Necesitaba pelear. Yo me convertí en su enfermera secreta,
ganándome su amistad y su respeto.
Leonor estaba presa por agresión a su
marido y alguna vez me contó que estuvo a punto de matarlo. Él la
había maltratado durante años hasta que ella pudo huir a una ciudad
vecina y esconderse. Pensó que necesitaba aprender a defenderse,
así que se inscribió en la única academia de artes marciales de la
pequeña población y casi cuatro años después consiguió el cinturón
negro en Hapkido, el "Bo Dan".
Pero su marido la estaba buscando y ella quería ser encontrada. Ahora se sentía fuerte y planeó su venganza.
Volvió a casa de su madre y esperó, aparentando rehacer su vida. Pocas semanas después, una noche, cuando volvía de hacer unas compras de última hora, su marido la esperaba en la puerta de su casa con dos amigos. Él olía a alcohol y la agarró del brazo, insistiendo en que Leonor era suya y que ahora se enteraría de lo que pasaba cuando alguien lo defraudaba de esa manera. El hombre se arrepentiría el resto de su vida de esa acción; como también sus amigos. Y Leonor acabó presa. No por defenderse de su marido, que tuvo que usar bastón el resto de su vida; sino porque dos días después de la agresión, se tomo revancha contra sus amigos también. La tienda que vendía bastones en la pequeña ciudad, tuvo un pico de ventas esa semana.
Pero seis años después, Leonor había sido puesta en libertad, cuando cumplió parte de su condena y jamás volví a verla.
Luego de esa temporada con ella, como amiga y maestra, yo no era la misma persona. Ya no recibía palizas y era respetada en la prisión. También había dejado de pensar cada día en el pasado, en todo lo que me había sido arrebatado y en ese horrible momento que cambió mi vida para siempre.
Mis pensamientos volvieron a la actualidad y tomé conciencia de la pequeña y oscura habitación en la que estaba. Era libre, después de dos décadas en prisión. Tiempo que me había cambiado por completo y que no recuperaría de ninguna manera.
Sola, en el pequeño cuarto del Hostal de Miucha y José, tan cerca de la cárcel que fuera mi terrible hogar por tanto tiempo, intenté dormir sin conseguirlo.
Había sobrevivido a todo y ahora era más fuerte. Era el tiempo de encarar la búsqueda de los míos y afrontar las consecuencias.
Entonces retiré los precintos que ahogaban los recuerdos y esa noche me permití recordar como había empezado todo.