12. Abogado
La mañana siguiente me desperté algo sobresaltada mientras José golpeaba la puerta de mi pequeña habitación con insistencia.
No había dormido tan profundamente en años y la verdad es que no quería dejar la cama.
- ¡Un momento! ¡Ya voy! - Dije en un volumen algo más alto de lo necesario
Me puse una bata de color fucsia chillón, que había encontrado en el armario la noche anterior y “entre-abrí” la puerta con desconfianza.
La cara de José mostraba todas las disculpas que necesitaba, pero igualmente habló muy suave y condescendiente.
- Lo siento, Claudia. Pero hay alguien que te espera en la recepción.
- Ah, ¿si?, muchas gracias por venir a avisarme. ¿No es muy temprano para visitas?
- Son más de las diez…
- ¡Que barbaridad! Hacía años que no dormía tanto…
José sonrió aliviado y dijo satisfecho
- Es el “efecto Miucha”. ¡Te deja sin energías antes de dejarte ir! ¡Jajajajaja!
- Tienes una esposa fuera de serie, José
- ¡Lo sé! ¡Lo sé! - decía mientras se alejaba por el pasillo y levantaba la mano
- Le diré a tu invitado que te espere diez minutos.
- De acuerdo. ¡Graaciaaaas! - dije estirando la palabra mientras sacaba la cabeza por la puerta para verlo marcharse por el pasillo.
Entré a mi habitación y me vestí apresuradamente. No se me ocurría quien podía visitarme al día siguiente de mi liberación y no estaba para hacer cábalas. Me peiné con una coleta y salí al pasillo con naturalidad.
Miucha me miró sonriente cuando pasé por la recepción y me guiño un ojo con picardía, sin dejar de atender a una pareja de jubilados que entraban ese día al hostal. Movió la cabeza en dirección a la mínima cafetería que José había instalado en una esquina de la recepción, y vi una cara conocida.
Raúl, mi abogado en los últimos diecinueve años, me esperaba sonriente, sentado en una de las pequeñas mesas contiguas al ventanal.
Me acerqué mucho mas relajada y Raúl se levantó y me abrazó amistosamente.
- Felicidades - dijo solemne
- Gracias, doctor. No lo hubiera superado sin su ayuda.
- Aún no puedes tutearme, después de tantos años. Tenemos la misma edad, ¿recuerdas?
- Bueno… Lo intentaré de ahora en más.
- Eso espero. Querría haber estado ayer en el momento de tu liberación, pero como me dejaste tan claro que no querías a nadie allí, me aparecí hoy por aquí. Espero que no te moleste.
- Al contrario, Raúl. Te agradezco mucho que vinieras desde Salta, sólo para verme.
- Hay clientes y hay amigos. Cecilia y yo te consideramos una amiga, y nos gustaría ayudarte con tu nueva vida.
- Se los agradezco, aunque todavía no estoy muy segura de cual será mi próximo paso.
- Convencí a Cecilia y a Marquitos para que se quedaran hoy en casa, porque tenemos que hablar de asuntos legales y no quería que el chico te volviera loca nada más poner un pié fuera. Está hecho un terremoto, igualito que la madre.
- ¡Jajajaja! - Me reí con ganas - Seguro que Cecilia dice lo mismo, pero al revés.
- ¡No lo dudes! Te hizo un arrollado de esos con jamón cocido que te gustan tanto. La encargada del hostal lo puso en la heladera, pero échale un ojo luego, porque lo miró con cara de perrito hambriento.
- ¿Miucha? Es una mujer encantadora y me recibieron como si fuera de la familia. Dale las gracias a Cecilia por el detalle, es una mujer muy sensible y siempre me hizo sentir aceptada. Espero compensarla algún día.
- Sabes que estábamos recién casados cuando acepté tu caso de divorcio. Yo abogado y ella asistente social, y sin embargo no pudimos demostrar tu inocencia o mantenerte en contacto con tus hijos. Para Cecilia fue una frustración enorme.
- No tienen ninguna culpa por lo que pasó… Yo aprendí a aceptarlo y a esperar. Y ustedes fueron un apoyo increíble durante todo este tiempo. No se como podría agradecerles.
- Pues, podrías venir a pasar unos días con nosotros mientras piensas que quieres hacer con el resto de tu vida. Te vendría bien descansar unos días con gente amiga. Dinero no te falta, pues las propiedades que te heredó tu madre, han dejado ganancias estos años, así que no tienes que trabajar por ahora.
- Te lo agradezco, Raúl. Pero la única idea que tengo fija en mi cabeza es encontrar a mis hijos.
- Lo se. Pero no será fácil. Traigo alguna información y el resultado de todos mis intentos en este tiempo. Pero se esfumaron hace mucho, y no he podido dar con su paradero actual.
- Necesito tu ayuda Raúl. No puedo ni caminar por la calle en el pueblo, me siento de otro planeta.
- Entonces, ¿por qué no pasar unos días con nosotros?
- Si no me pongo en movimiento ahora, empezaré a comerme la cabeza y a deprimirme.
- Lo entiendo y lo respeto. Pero recuerda que tienes amigos cerca. ¿Cómo piensas encarar la búsqueda?
- Aquí tienen conexión a Internet, así que me gustaría quedarme unos días y hacer… ¿Como se dice? ¿Búsquedas? Intentar encontrar a alguien de la familia de mi ex marido, o quizás a mis propios hijos. Dicen que todo el mundo está en “la red”
- No es tan fácil, Claudia. Yo puedo enseñarte cómo y donde buscar. Y quizás tengas más suerte que yo. Conociendo a fondo a tu familia podrás hacer mejores suposiciones que nosotros, ya que lo que para mí no significa nada, para vos puedes ser una pista importante.
- Necesitaré tu ayuda con la tecnología. Tengo que encontrar un hilo para tirar. Un principio por donde comenzar las averiguaciones. Todo lo que se me ocurra te lo haré saber… Agradezco tu ayuda, de corazón, Raúl.
- Ni lo digas, es un asunto personal para nosotros. Nos sentimos, en parte, condenados injustamente como tu.
- Veo que traes una carpeta, ¿Hay nueva información?
- Muy poca. Empecemos por el principio.
13
Miucha se acercó en ese momento a preguntar si queríamos un café. Aunque ambos nos dimos cuenta que quería saber quien era mi apuesto visitante.
Le presenté a Raúl, que aceptó un café con leche igual que el que Miucha estaba preparando para mí. Le conté rápidamente quien era Raúl y todo el apoyo que me habían dado él y su esposa durante mi tiempo en prisión. Y Miucha, sonriendo tiernamente, acarició el hombro de mi abogado repitiendo suavemente:
- Dios te bendiga, nene. ¡Que Dios te bendiga a vos y a tu mujer! No sabes que importante es tener amigos cuando estás ahí dentro.
-
Raúl me miró inquisitivo y entendí que había pensado lo mismo que yo la noche anterior.
- No - le dije cortante antes de que Miucha se diera cuenta de la pregunta que mi abogado había insinuado - Ella no estuvo presa, pero conoce a alguien que si.
- Es una historia larga y muy triste, nene - Respondió Miucha con los ojos húmedos. - Mejor te traigo el café.
Y se retiró antes de que pudiéramos darle las gracias.
Raúl abrió entonces la carpeta que traía y habló como si estuviera en un juzgado exponiendo su caso ante un juez.
- Oscar, tu ex marido se volvió a casar casi de inmediato.
- No me habías dicho nada de esto. Pensé que solo había desaparecido.
- Estabas en la cárcel. Solo querías ver a tus hijos y a pesar de todas mis diligencias, no era capaz de convencer a tu marido de que te visitaran. Cuando me enteré que se había vuelto a casar, me indigné y fui a verlo a Buenos Aires. Pero la casa estaba vacía y nadie sabía donde se habían mudado. ¿Para qué amargarte con detalles de su nuevo estado civil?
- Hiciste bien en no contármelo, pero ahora necesito todos los detalles.
- Hasta donde pude averiguar, se casó con una mujer cercana a tu familia. Pero no consta el nombre en ningún lado. Averigüé el apellido unos años más tarde, era Torres.
- ¿Torres, dijiste?
- Si, ¿te suena?
- Si, Malena… Malena Torres…
- ¿La conocías?
- Más que eso, fue una de mis mejores amigas y la antigua novia de Oscar. Cortaron de malas maneras y cuando un año después él empezó a salir conmigo, ella dejó de hablarme. No la vi hasta el día que nació mi hijo Leandro. Ese día vino a verme a la clínica e hicimos las paces. Aunque nunca vino de visita a casa ni volvió a ver a Oscar. Al menos eso es lo que yo pensaba.
- Estoy seguro que tu marido la veía mientras aún estaba casado con vos y luego de tu detención…
- Luego de mi detención, ¿Qué?
- Cuando preguntaron a Oscar si alguien podía confirmar donde estaba, la citó a ella como coartada.
Bajé la vista entre avergonzada y furiosa. Habían pasado tantos años y sin embargo todavía me dolía. Pero tenía que conocer todos los detalles si quería tener una oportunidad de encontrar a mis hijos de nuevo.
Miucha se acercó a dejar los cafés y unas pastas, pero yo no pude mirarla, porque ella sabría de inmediato lo que me pasaba por la cabeza.
Bajé la mirada y giré la cabeza con la esperanza de que no viera mi rabia. Pensé que lo había logrado porque pasaron un par de segundos sin sonido alguno. Pero Miucha seguía allí de pié, a mi lado, entendiendo por mi lenguaje corporal que había recibido malas noticias. Me acarició el pelo con la ternura de una madre y se marchó hacia la cocina, haciendo ruido con las chancletas sobre el suelo de baldosas.
Con la práctica desarrollada en veinte años de encierro y controles, enterré mis sentimientos y me tranquilicé lo suficiente como para seguir escuchando esta vieja historia de traición.
- ¿Estás bien? - me pregunto Raúl preocupado
- Si - le respondí lo más natural que pude - No se porqué me afecta después de tantos años…
- Me hago una idea. ¿Quieres que siga?
- Si, por favor. Necesito todos los detalles.
- Bien, lo último que pude hacer es intentar encontrar a Oscar a través del gremio de marchantes de arte. Los dueños de galerías de arte son un círculo muy cerrado y un buen vendedor como Oscar no pasaría desapercibido, aunque intentara esconderse de un abogado.
- ¿Averiguaste algo?
- Increíblemente no. Nada de nada. Se lo tragó la tierra. Seguro que trabaja dentro de la misma profesión, pero quizás se dedique a tasar o a importar arte, con un nombre distinto.
- ¿Puede hacer eso? Digo usar otro nombre.
- Si, claro. Crea una compañía a nombre de alguien más y el sólo aparece en un contrato privado como socio capitalista. Hay muchas maneras de hacerlo y más en este país nuestro.
- Y en todos estos años ¿no apareció su nombre en ningún documento público? Recuerdo que siempre tenía que rellenar papeles de aduana y cosas por el estilo.
- Nada de nada, Claudia. Y me moví, te lo juro. Tengo “amigos” en aduanas que por un par de billetes de vez en cuando, me averiguan cualquier cosa. Pero nada de nada. Bueno, si tengo una sospecha en realidad…
- ¿Qué se te ocurrió?
- Hay un importador de arte que tiene un socio que se llama Torres de apellido, pero es de Montevideo, en Uruguay y por más averiguaciones que intenté no pude dar con el.
- Esta bien, Raúl… Aunque no lo creas me has aclarado muchas cosas. Ahora se me ocurre por donde empezar.
- ¿Si? ¿Por donde?
- ¿Te acuerdas de Amelia, mi compañera de celda?
- Si, mediana edad, robo a mano armada… Perdón, soy abogado.
- Si, “Robo a mano armada”. Pues Amelia es pintora ¿sabes? - dije fingiéndome enojada por su comentario - Y resulta que muy buena.
Raúl tragó saliva, abrió los ojos y levantó las manos como rindiéndose. Y esperó moviendo la cabeza sin hablar, como invitándome a terminar mi idea.
- Resulta que me dio algunos cuadros - dije sonriendo - unas miniaturas que pintaba como terapia. Y pueden ser una gran excusa para acercarme a las galerías y a los marchantes. Si hay alguien que los pueda hacer hablar soy yo.
- Si, estoy seguro. ¿Todavía recuerdas algo de tus estudios?
- Seguro que si, y me puedo poner al día también. Hace años que no leo nada de bellas artes, pero no será difícil.
- Me gustaría que tengas cuidado, Claudia. No vayas a destapar un avispero e intenten hacerte callar.
- No te preocupes, se defenderme.
- ¿El Hapkido ese?, ¿Las técnicas que te enseño la “ninja-reclusa”?
- Raúl, si fueras otra persona, ya habrían llamado a una ambulancia ¿sabes?
- ¡Perdón! ¡Perdón! Lo único que te pido es que tengas los ojos bien abiertos y en cuanto averigües algo me lo hagas saber. Me parece bien que sepas defenderte, pero como dijiste, el exterior de la cárcel ahora es como otro planeta para ti. No te arriesgues, por favor.
- No lo haré, no te preocupes. Supongo que los marchantes y los importadores de arte no serán tan peligrosos de todas maneras.
- ¿Quién sabe? - Dijo Raúl pensativamente - Bien, tengo que volver a Salta después del almuerzo porque me esperan en el juzgado. Te enseño a manejarte en Internet y te invito a almorzar antes de irme.
- Cuando Cecilia se entere de que estás invitando a almorzar a las clientas, te mata.
- Sabe que eres una amiga, nada más. Y fue ella la que me dio algo de dinero extra para que te invite. - dijo con la boca torcida como si fuera un niño haciendo burla.
Me reí aliviada y volví a repetirle que tenía una esposa adorable; y el sonrió como sólo alguien que siente un profundo amor puede hacerlo, asintiendo con la cabeza y con los ojos brillantes.
- Me saqué la lotería, Claudia. ¡Me saqué la lotería!