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Regresé en el colectivo 104, hacia Godoy Cruz y al bajar caminé bajo el sol de la mañana hasta el Hostal Macondo.
Pensaba por donde comenzar a buscar, pues mi lista se había ampliado después de la visita al museo. Ahora tendría que incluir artistas que tallan madera, alfareros, e incluso los que trabajan el yeso. Debía encontrar también una forma de presentarme que no levantara sospechas o creara barreras para acceder a la información. Por ese lado, la entrevista con el director del museo de arte, me había enseñado algo importante.
Pensé también en el detective, que desde Buenos Aires llevaba dos días haciendo averiguaciones; quizás al cabo de una semana, como había prometido, tendría alguna información firme. Así que debía tomarlo con calma y darme tiempo.
Entré en el hostal distraídamente, y pasé por la recepción sin detenerme, saludando a la amable propietaria con una sonrisa y un distante "Hola". Pero al levantar la vista, la propietaria me reconoció y me llamó con voz algo nerviosa.
- ¡Claudia! Espere por favor, tiene una visita.
- ¿Para mí? ¿Está segura?
- Si la espera desde hace unos diez minutos en la cafetería del hostal - y señaló con la mano hacia la ventana que separaba la recepción de la cafetería.
Allí, sentado en una mesa y mirándome fijamente, estaba Oscar, mi ex-marido. Una mezcla de emociones me mareó momentáneamente y agradeciendo a la propietaria me dirigí al encuentro de un doloroso pasado.