42
Salí de la clase cuando el sol se ponía sobre las montañas. Aún quedaban varias horas de luz y no quería encerrarme en el hostal inmediatamente, quería pensar un poco.
Nada más dejar el local me pareció ver a alguien dentro de una camioneta estacionada, pero yo estaba perdida en mis pensamientos y no presté atención hasta que oí esa voz conocida detrás de mí.
- ¡Claudia! Por favor. ¡Espere!
Me giré y allí estaba Leandro. Bajaba de la camioneta y se acercaba con gesto conciliador.
- Hola - dije intentando no delatar mi acelerado corazón
- Hola - dijo Leandro nervioso – Perdone si la he asustado… Es que… Quiero preguntarle algo y me gustaría que me respondiera con la verdad.
- Si puedo responderte, lo haré.
- ¿Nos conocemos? Es decir, yo se quien eres... Pero es que no puedo creerlo todavía.
Se me aflojaron las piernas y tuve que sentarme en una ventana cercana para no caerme. Leandro me tomó de la mano y me sostuvo por el hombro hasta que me repuse un poco.
- ¿Cómo me reconociste? - pregunté azorada
- Yo tenía ocho años la última vez que te vi, pero nunca olvidaría tu cara. Papá me dijo que habías muerto y yo no supe... - Sus ojos se llenaron de lágrimas y preguntó con énfasis - ¿Dónde estuviste? ¿Por qué nos dejaste?
- Leo, hay una explicación, pero no sé si te va a gustar, o si será suficiente para compensar lo que has sufrido.
- ¿Vanessa lo sabe? - pregunto preocupado.
- No. Decidí no decírselo por ahora. No sé como pueda reaccionar.
- Por ahora no se lo digas. Me gustaría escuchar tu historia y tratar de entender antes de hablar con ella.
- No podemos hablar aquí. Estamos muy cerca del taller de Vanessa y hay mucho que debería contarte.
- Caminemos - dijo Leandro, debatiéndose entre la pena y la bronca.
Y en silencio caminamos sin tocarnos hasta llegar al parque donde decenas de niños jugaban al fresco de la tarde. Nos sentamos en el borde de un banco e intenté resumir mi historia a mi pobre hijo; sabiendo que la revelación podría partir su corazón o alejarlo para siempre de mi.