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Un par de días atrás, por fin convencí a Leandro de que me acompañara a visitar a su padre a la cárcel.
Viajamos en silencio los pocos kilómetros hasta la prisión de Almafuerte, en Cacheuta. Y aunque Roxana, su mujer, quiso acompañarnos, solo llevamos a Vanessa y al pequeño Luciano, mi nieto.
Oscar apareció vestido de calle en el salón comedor de los presos y nos vio sentados en una mesa en el rincón más cercano a la puerta.
Se acercó lentamente y besó a los chicos. Yo esperaba sentada con Luciano en mi regazo. Oscar miró a Leandro y éste asintió con la cabeza. Se acercó donde yo estaba sentada, protectora de mi nieto (que era el suyo también) y se agachó para quedar a la altura del niño.
- Hola, Luciano. Soy tu abuelo Oscar. – dijo tiernamente
Y entonces Luciano hizo algo que nos ablandó el corazón a todos. Extendió sus bracitos y tomó por el cuello a su abuelo besándole en la mejilla. Lloramos inconteniblemente, mientras Oscar solo atinaba a pedir perdón sin poder soltarse del abrazo de su nietito.
Salimos de la cárcel aliviados y con la sensación de que el mundo era un lugar mejor.
Paramos a comer un enorme sándwich, (“chivito” lo llamó Leandro); en un olvidado restaurante de la pequeña y hermosa población; y al atardecer volvimos en el coche de Leandro con mejor ánimo.