Última crónica

Ésta es mi última crónica para el Público. La primera salió a principios de 1993, por invitación del entonces director, Vicente Jorge Silva, a quien no conocía y con quien simpaticé de inmediato. El problema que se me planteaba era el del tiempo. Necesitaba todo el tiempo para mis novelas, que escribo despacio y con dificultad, y se me hacía difícil abandonarlas de quince en quince días para redactar una página de revista imaginando que a los eventuales lectores de un suplemento dominical les gustaría un texto ligero, sencillo, agradable y fácil de escribir, lo contrario de lo que pretendo en los libros. Y de quince en quince días, obedientemente, me sentaba a la mesa.

—¿Y ahora?

Casi siempre sin ninguna idea en la cabeza. Llegué a pasarme horas frente al papel, a la espera de la primera frase, con la sensación de que el dinero que me pagaban no pagaba el hecho de abandonar un capítulo que me exigía entero, trabajándolo y pasándolo. Una novela lleva los días y las noches por completo, y la mayor parte de los sueños que tengo, durante su redacción, están ligados a ella. Al cabo de cinco años colaborando en el Público, y con la certeza constante de que me hacen falta doscientos para las novelas que pretendo hacer, es el momento de abandonar estas pequeñas prosas.

Las crónicas, tan poco pretenciosas, han sido no obstante una inmensa sorpresa para mí. Recibí centenares de cartas de lectores, la mayor parte entusiásticas y amigas, algunas de desacuerdo y censura, otras incluso agresivas y violentas. Los que me censuraron tenían sin duda razón, y les estoy tan reconocido a ellos como a los que me han dado estímulo y amistad. Escribo para mis lectores y sólo por ellos sigo publicando en Portugal. La basura que algunos periódicos ven en mí y en mis libros me deja indiferente, y siento un desprecio absoluto por la mayoría de las entidades oficiales y metaoficiales de mi país, gobernantes, políticos, universitarios, asociaciones de literatos, críticos, etc. Curiosamente encuentro en el extranjero una comprensión y una calidez inteligente que no recibo en mi propia tierra, porque las personas aprecian aquí los buenos malos escritores, es decir, los que dicen, con más o menos habilidad, lo obvio. Pero no puedo dejar de estar agradecido al público portugués, conmovidamente agradecido, que me lee y me estima, y es para ese público para el que seguiré publicando las novelas, rechazando, como siempre hago, cualesquiera privilegios o premios que entidades que no respeto pretendan ofrecerme. No pertenezco a ningún partido, a ninguna escuela, a ningún bando: soy libre. Aún ahora, acerca de mi rechazo a integrar la comitiva portuguesa a la Feria del Libro en Alemania, se han publicado las cosas más disparatadas. Los grupos existen porque existen debilidades individuales. No tengo nada contra aquellos que se juntan, siempre que no me pidan que me junte a ellos. A lo largo de estos cinco años de crónicas, de una cosa me arrepiento. Yo, que no ataco ni he dejado de atacar a nadie

(las personas son tan frágiles, Dios mío)

he sido liviano e injusto para con el poeta Vasco Graça Moura. Es un artista de primera línea, que no merecía lo que he dicho de su obra. Le he pedido disculpas por haber sido, para con él, portuguesamente tonto. Me sentiría mal conmigo mismo si no lo repitiese por escrito y en voz alta en el periódico donde, sin razón alguna, lo maltraté.

Ahora puedo acabar: la última palabra es todavía y siempre para mis lectores. De simpatía y complicidad. No sabéis cuánto, con vuestro apoyo, me habéis ayudado. Ojalá pueda agradeceros de la única manera que merecéis: dándoos más libros.