El gran amor de mi vida

Como Ivone es casada nos encontramos por la tarde, después de su trabajo, en el café de Loures, lo más lejos posible de la oficina, de la peluquería, del colegio de sus hijos, de la consulta médica donde se trata los riñones, de la modista, de la depiladora, de la tía de su marido y del concesionario de automóviles usados de su hermano que anda siempre fuera, de mono, levantando capós y elogiando las baterías ante sus clientes.

Descubrimos esta terracita junto al cementerio, entre una empresa funeraria y una floristería de muertos con moscardas y coronas polvorientas en el escaparate, y nos quedamos cogidos de la mano, por encima de dos pasteles de camarón, de mi trinaranjus y del agua mineral que el doctor le ha recetado para disolver los cálculos, mirando los cipreses y al ciego en el banquito arrimado al portón, que toca el acordeón horas y horas, reprobándonos con sus gafas oscuras, el Vals de la medianoche y el Tango del emigrante. Aquí no vive nadie que conozcamos y como cierran el cementerio a las seis y los difuntos que se retrasan tienen que esperar hasta la mañana siguiente, no hay peligro de que ningún conocido suyo nos vea.

A mí que soy soltero, vivo en el Forte da Casa y tengo a mi familia en Luxemburgo, me aburren un poco estas precauciones constantes, tener que usar la gabardina con el cuello levantado y el sombrero a lo mazantino que ella me obliga a ponerme en agosto, me aburre tener que llamarla Corália a gritos siempre que el camarero se acerca, con ella que me susurra lívida de miedo

—Llámame Corália, mi amor, llámame Corália, mi amor, a ver si el camarero conoce a Fernando

me aburre esperar media hora, después de que ella sale, para coger el autobús hacia el Forte da Casa

(–Aguarda media hora, mi amor, que si Fernando sospecha algo me pega un tiro)

esperar media hora mientras el cementerio se oscurece oyendo el Vals de la medianoche y el Tango del emigrante que el ciego invisible hace chirriar en las tinieblas, y otra media hora más ahogándome de calor con la gabardina y el sombrero debido a que se retrasó unos segundos el autobús de las ocho, y todo esto dos veces por semana, los lunes y los jueves, hizo un año en octubre, para conseguir hasta hoy cinco besos a lo sumo, nunca hemos ido a la cama, nunca hemos hecho el amor, nunca le he tocado el pecho, para conseguir hasta hoy el teléfono despertándome sobresaltado, a mí que tengo que levantarme a las siete y su voz en un susurro acelerado

—Sólo para decirte muy deprisa que te quiero mientras Fernando está allí dentro lavándose los dientes, adiós

para conseguir hasta hoy que comamos un domingo en mesas diferentes, sin mirarnos, en la parrilla de Loures, ella con su marido y sus hijos y yo solo con A Bola, oyéndola reprender al mayor

—No comas con las manos, Eduardo, siéntate en la silla como es debido

oyendo a Fernando impaciente con ella

—Deja al chico en paz, Ivone

soportando los berridos del menor que exige más coca-cola, más helado, más tarta, jugando con cochecitos sobre el mantel

—Brrrrrrum

paseando por el restaurante, metiéndose con las personas, plantándose frente a mi mesa

—¿Cómo te llamas?

ella al borde del desmayo y Fernando con una sonrisa de disculpa

—No molestes al señor, Pedrinho

yo sonriendo también, con la boca llena de entrecot

—No molesta en absoluto, pobrecito

ella angustiada, con el tenedor perdido entre el plato y la boca, ella en un aullido

—Pedrinho

Fernando irritado, encogiéndose de hombros y guiñándome un ojo cómplice

—Cállate, Ivone

y el lunes, en la terracita junto al cementerio, ella ajena al pastel de camarones, con los dedos temblorosos

—Seguro que Fernando lo ha descubierto todo, mi amor

Fernando que no la quiere, es evidente que no la quiere

(–Eso es lo que tú crees, mi amor)

cualquier día coge la maleta y se va a vivir a Damaia con una colega de los impuestos

(–Fernando nunca haría eso, mi amor)

Fernando a quien le tiene sin cuidado que ella salga conmigo o que deje de salir, Fernando que ya no aguanta a Eduardo, ya no aguanta a Pedrinho, ya no la aguanta a ella, que sería incapaz de pasar los lunes y los jueves, con gabardina y sombrero a lo mazantino, en la terracita junto al cementerio, sorbiendo trinaranjus y quedándose sordo con el Vals de la medianoche y el Tango del emigrante, no soportaría el sobresalto del teléfono

—Sólo para decirte muy deprisa que te quiero mientras Fernando está allí dentro lavándose los dientes, adiós

y mi problema es lo que me sucedería si por casualidad Fernando agarra la maletita y se va a Damaia con la colega de los impuestos, mirándolo bien prefiero el Forte da Casa y el Forte da Casa son dos habitaciones con kitchenette, no es para tener niños, no es para tener mujer, además mi sobrina pasa todas las vacaciones de Navidad conmigo, mañana que es martes le pido el día libre al jefe de sección, cojo el autobús, espero a Fernando a la hora de la comida y le pido por lo que más quiera que no se vaya de Loures.