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Esperaba encontrar a Santos al llegar. Que Reyes me hablase de él en cualquier momento. Pero aquello no sucedió. Intranquila, temiéndome que aquella biografía fuese póstuma, cuando entramos en el dormitorio que había destinado para mí, le pregunté, de forma indirecta, por él:

—¿Quién me irá relatando la biografía, Santos o tú?

Ella descorría las cortinas del ventanal mientras yo dejaba sobre la cama la maleta y el ordenador portátil. Me respondió sin darse la vuelta, como si quisiera ocultar su rostro.

—Lo haré yo —dijo con la voz quebrada—. Él no puede hacerlo. En realidad, no es una biografía en sí. Él sueño de mi marido era escribir su vida, novelarla para después enviarle el ejemplar a su único hijo. Debería habértelo dicho. Lo sé. Pero lo omití porque temí que no aceptaras el trabajo. Te pido disculpas por ello. Si no estás de acuerdo, puedes dejarlo. Te pagaré los gastos y los contratiempos.

—¿Él está bien? —le pregunté temiéndome lo peor.

Separó la silla de la mesa del despacho y se sentó en ella. Lo hizo como si la vitalidad, la alegría y el valor de los que había hecho gala desde que me recogió, la hubiesen abandonado de repente. Yo permanecía de pie. Intranquila, esperaba su respuesta.

—No. No lo está. Lleva casi un año en coma. Once meses. Las posibilidades de que se recupere son ya casi nulas. Cada día hay menos esperanzas. Los plazos se acortan porque las secuelas pueden ser irreversibles si continúa en ese estado. Pero yo me niego a perder la esperanza de recuperarle. Voy a aguantar hasta el último momento, hasta que me aseguren que no hay posibilidad de que se recupere.

»Su enfermedad fue lo que le condujo al estado en el que está. Si despierta, algo improbable según el equipo médico, tendrá que lidiar con la leucemia. Me ha costado mucho mantenerle aún con vida, dada su situación, las probabilidades tan bajas de recuperación, tuve que pleitear para poder mantenerle con vida. Estoy destrozada, agotada, pero no voy a abandonarle por nada del mundo. Y quiero cumplir su sueño. Hacer que esa novela tome forma. Luego se la enviaré a su hijo. Si no se recupera, al menos podrá morir en paz —rompió a llorar.

Respiré aliviada al escucharla. Santos aún estaba con vida y aquello me daba la posibilidad de traerlo, de hacer que regresara. Me hubiera gustado contarle a Reyes que había convivido con su marido. Que conocía su enfermedad y sus deseos, también lo mucho que la quería. A punto estuve de hacerlo. De abrazarme a ella y contarle que aquella casa, aquel dormitorio ya había sido habitado por mí y que él, Santos, su marido, aún continuaba en la casa. Que aunque no pudiera verle o sentirle, estaba ahí. En otro espacio, en otro tiempo, daba igual en qué forma o de qué manera. Pero no lo hice, no podía. Sabía que no me creería y que podía tomarme por una loca o una desaprensiva que intentaba aprovecharse de su situación, de su dolor. Mis vivencias durante el coma y lo que me estaba sucediendo desde que desperté, eran tan increíbles que, probablemente, jamás me atreviese a contárselo a nadie.

La taracea se le cayó de las manos y rodó por el suelo. Me levanté y cogí la piedra, la misma que me llevó hasta el gran arce antes de despertar del coma. Después la dejé sobre la mesa del despacho y me puse en cuclillas delante de ella. Tomé sus manos entre las mías y le dije:

—¡Lo siento! No sabes cuantísimo lo siento. Escribiéremos esa novela, pero con la idea fija de que será él quién le dé el visto bueno cuando la hayamos concluido. Ese y no otro debe ser nuestro pensamiento mientras estemos con la escritura. ¿Me lo prometes?

Sonrió. Pero no se atrevió a responderme.

—Los malditos productos que usaban para el tratado de las pieles le hicieron enfermar. La empresa se hizo cargo de todos los gastos, aún están pagando el tratamiento y su permanencia en el hospital. En eso hemos tenido suerte, una suerte desgraciada —dijo en un tono amargo y doloroso que me hizo también daño a mí—. Nos dieron una indemnización cuando se lo diagnosticaron. Con ella nos compramos esta casa y nos vinimos a vivir aquí. Pero, de qué le ha servido, ¿de qué? No ha disfrutado de ello. Nos pasamos la vida intentando salir adelante, tener casas maravillosas. Nos rodeamos de enseres que solo sirven para regalar nuestros ojos y nos olvidamos de que la vida es otra cosa y siempre nos damos cuenta de ello cuando es demasiado tarde.

»Acabas de llegar, aún no te has instalado y yo, en vez de ejercer de anfitriona, he descargado mi pena contigo, cuando lo que debería haber hecho es enseñarte el pueblo y los alrededores de la casa. ¡Lo siento! Discúlpame, por favor —dijo limpiándose las lágrimas que caían por sus mejillas. Después se pasó la mano por la melena, junto su pelo como si fuese hacerse una coleta y lo echó hacia atrás.

Pareció que con el gesto sacudiera aquellos pensamientos que tanto daño le hacían.

—No hay nada que disculpar. Al fin y al cabo, soy vuestra biógrafa, y una biógrafa debe estar dispuesta a conocer todo de la historia. Y debe hacerlo en cualquier momento, o sea que ni te plantees que me has incomodado. Al contrario.

—Si te parece bien, podemos comenzar mañana por la tarde el trabajo. Voy cuatro días a la semana a visitar a Santos. La ciudad está lejos y me quedo a dormir allí. No podría ir y venir en el día. Por ello solo dispongo de tres días para que nos reunamos y tomes notas. Cuando esté en el hospital estarás sola. Puedes aprovechar para visitar el pueblo. Mis amigos, los pescadores, estarán para lo que necesites cuando yo me ausente. Ellos me llevarán a la estación y me recogerán, así podrás disponer de mi coche por si quieres moverte de aquí. De otra forma estarías aislada y no quiero que eso suceda.

—No te preocupes por nada, todo irá bien. Si quieres que algún día te acompañe al hospital, lo haré encantada —le dije sonriendo, deseando que ella me respondiera que sí. Anhelaba volver a ver a Santos. Lo ansiaba con todas mis fuerzas.

—Te lo agradezco, pero prefiero ir sola. Ahora, si me disculpas, voy a preparar el almuerzo. Cuando estés instalada, si te apetece, puedes bajar al despacho de mi marido. Creo que es el lugar más adecuado para que charlemos sobre él, me refiero a que allí estaré más cómoda relatándote su vida. No entro en él desde que le ingresaron. No he tenido valor para hacerlo, pero tarde o temprano tendré que volver a entrar y qué mejor momento que éste.

—En cuanto organice la ropa en los armarios bajo —le respondí.

—El despacho está cerrado. Encontrarás las llaves en el primer cajón de la mesita de la entrada. Espero que no te sorprenda el desorden que hay. Mientras esperaba un donante, fue organizando todos sus discos en cajas. Se le había metido en la cabeza vender la casa. Decía que si moría, la venta me dejaría el dinero suficiente para que yo viviese sin problemas y en un lugar menos solitario. No quise llevarle la contraria, estaba ya muy mal y le dejé hacer. Pero eso, como la biografía, también quedó en el aire. Entró en coma antes de que encontrasen un donante compatible. Tampoco pudo poner el anuncio. Fui yo quién lo hizo…

Cuando entré en el despacho de Santos encontré todo tal y como lo recordaba. Solo una cosa llamó poderosamente mi atención; el retrato de una aborigen. Estaba hecho a carboncillo. En él destacaba el color de los ojos de la mujer. Su iris era violeta. La reconocí nada más verla. Era Jacinta.

No sé el tiempo que permanecí frente al cuadro ensimismada.

—Lo pintó Santos —dijo Reyes que había entrado en el despacho—. Lo hizo tomando el modelo de una fotografía que acompañaba a un artículo. Esta mujer fue uno de los pocos chamanes que no era varón. Su nombre es Kanda, significa poder mágico, pero Santos la llamaba Jacinta, que es el nombre de su abuela. Decía que tenía los mismos ojos que ella. Ese color violeta tan inusual —dijo señalándolos—. Los indígenas de la zona la veneran. Afirman que es un espíritu protector. Murió hace más de dos décadas, con ciento veinte años. Santos tiene el mismo Rh que ella. El llamado Rh nulo.

»Al enfermar Santos, cuando le comunicaron que su Rh era nulo y que en el mundo solo lo compartían un grupo muy reducido de personas, perdió la esperanza de encontrar un donante de médula compatible. Si es difícil, en su caso lo era aún más. Fue entonces cuando comenzó a informarse de todo lo concerniente a su grupo sanguíneo.

»Oficialmente no se tuvo constancia de la existencia de este grupo hasta 1961 cuando se identificó por primera vez en una aborigen australiana. Sin embargo, antes, mucho antes, hubo un hematólogo que lo identificó en Kanda —señaló el cuadro—. No le creyeron, pero él dejó constancia de sus investigaciones y de los resultados. Santos leyó todos esos estudios y, mientras lo hacía, entre la documentación de la hemeroteca, encontró una foto de la indígena. Junto a ella estaba la leyenda que se le atribuye de espíritu protector. Dicen que jamás ha dejado estas tierras y mucho aseguran haberla visto caminando cerca del bosque de arces, a pocos metros de él, donde supuestamente se asentaba el cementerio indígena. Sea como fuere, su espíritu, o su leyenda, parece que ha conseguido proteger a los indígenas en esta zona. Aquí se les respeta, no como en otros lugares, donde les han despojado de todo. Como podrás comprobar mantienen sus tradiciones, su forma de vida y la mayoría de sus tierras. Santos colgó el cuadro en su despacho para que ella le protegiese. Eso me dijo. Creía con vehemencia en la indígena, en que conseguiría su amparo.

»Desgraciadamente, tengo motivos sobrados para sentir desesperanza. Si despierta, su recuperación será más complicada de lo habitual, casi imposible. Solo le pido a Dios que si se lo tiene que llevar al menos me permita volver a hablar con él, abrazarle y decirle lo mucho que le quiero. Necesito volver a escuchar su voz, poder sentirle de nuevo.

—Me someteré a las pruebas inmediatamente —le dije sin dudar. Mirándola fijamente.

—No entiendo —respondió ella confusa, sin entender qué le estaba diciendo.

—Mi grupo sanguíneo es 0 y mi Rh nulo. Soy una de esas cuarenta y tantas personas que en el mundo poseen Rh nulo —le enseñé la tarjeta que siempre llevaba conmigo del Laboratorio de Referencia Inmunohematológico Francés—. Si todo va bien y Santos despierta, tendrá donante…