Leonóra había dicho siempre que el accidente era su secreto y que nadie debería saber nada de lo que había sucedido en realidad. Probablemente las separarían. Lo mejor sería no hablar nunca de aquel horrible suceso. Los accidentes se producían sin que fueran culpa de nadie, y aquello había sido un accidente. Nada cambiaría de allí en adelante, nada se conseguiría diciendo exactamente lo que sucedió a bordo de la barca. María escuchaba a su madre y depositaba en ella toda su confianza. No fue hasta mucho después cuando las consecuencias a largo plazo de aquella mentira empezaron a salir a la luz. La vida de María no podría volver a ser la misma, por mucho que se esforzara su madre por conseguirlo. Nunca volvió a ser una vida plena.
Con el paso del tiempo, María fue librándose de las alucinaciones y de la depresión que la habían aquejado desde la muerte de su padre, e incluso disminuyó la angustia, pero la sensación de culpa dormía en su interior, de tal modo que rara vez pasaba un día de su vida sin que pensara en lo sucedido en el Þingvallavatn. Podía suceder en cualquier momento del día o de la noche. Había aprendido a ahogar aquellos pensamientos, pero eran parte de su vida y se sentía tan mal por no poder hablar de lo sucedido, por no poder buscar un poco de alivio hablando de lo que había pasado, que en ocasiones pensaba en quitarse la vida, en poner fin a su miseria y su horror. No había nada peor que aquel silencio opresivo que la llamaba a gritos todos los días, en ocasiones incluso muchas veces en un solo día. Jamás había podido llorar a su padre de forma natural, nunca había podido despedirse de él, nunca había tenido ocasión de echarle de menos. Aquello le resultaba tremendamente doloroso, porque siempre había estado muy apegada a él, y él siempre se había portado bien con su niñita. Tampoco atesoraba recuerdos de él anteriores a aquel suceso. No se lo podía permitir.
—Perdóname —susurró Leonóra. Las dos sabían que quedaba muy poco tiempo.
—¿El qué? —dijo María.
—Eso… estuvo mal. Todo, desde el principio. Yo… Perdóname…
—No pasa nada —dijo María.
—No… Sí que pasa. Yo pensé que… Estaba pensando en ti. Lo hice por ti. Tienes… tienes que comprenderlo. Yo no quería que… que te pasara nada.
—Lo sé —respondió María.
—Pero… yo… yo no habría debido callar lo del accidente.
—Querías lo mejor para mí —dijo María.
—Sí…, pero también era puro egoísmo mío…
—No —dijo María.
—¿Podrás perdonarme?
—No te preocupes ahora por eso.
—¿Podrás?
María calló.
—Cuando yo muera, ¿contarás lo que pasó?
María no respondió.
—Cuéntalo… Sí —dijo Leonóra con un gemido—. Hazlo… por ti… Cuéntalo todo… Cuéntalo todo.