26
Esa tarde, Erlendur entró en una calle sin salida de Grafarvogur y se detuvo junto a la casa en la que vivía el médico. Habían acordado una cita para ese día. Erlendur le llamó a primera hora de la tarde y dijo que necesitaba hablar con él. Baldvin quería saber por qué, y Erlendur le contestó que le había llegado cierta información de una tercera fuente, y quería confrontarla con él. El médico pareció muy extrañado, quería saber quién era esa tercera fuente y si aquello significaba que la policía le estaba examinando con lupa a él. Erlendur le tranquilizó como el día anterior, diciendo que no tardaría nada en responder a sus preguntas. Estuvo a punto de añadir que no era nada serio, pero sabía que eso sería mentir.
Estuvo un buen rato sentado en el coche antes de apagar el motor. La inminente reunión con Baldvin no le hacía demasiada ilusión. Estaba solo. Ni Elínborg ni Sigurður Óli sabían exactamente a qué se dedicaba, ni tampoco lo sabían sus superiores en la policía de investigación. Erlendur no tenía ni la menor idea de cuánto tiempo podría mantener la investigación del caso sin hacerla pública. El desarrollo ulterior de los acontecimientos dependería quizá de la reacción de Baldvin.
Baldvin recibió a Erlendur en la puerta y le invitó a entrar en el salón. Estaba solo en la casa. Erlendur tampoco esperaba otra cosa. Se sentaron. La atmósfera era más incómoda aún que en sus anteriores encuentros.
Baldvin se mostró cortés y muy formal. Cuando hablaron por teléfono no preguntó si debería pedir la asistencia de un abogado. Erlendur se alegró de ello. No habría sabido qué responder. Lo mejor era hablar con Baldvin solo, tal como estaban las cosas de momento.
—Como te dije por teléfono… —comenzó Erlendur, dispuesto a empezar con los prolegómenos que había estado preparando en el coche. Baldvin le interrumpió.
—¿Por qué no vas directamente al grano? —dijo—. Confío en que la reunión será breve. ¿Qué es lo que quieres saber?
—Iba a decirte que hay tres detalles…
—¿Qué quieres saber?
—Magnús, tu suegro…
—No llegué a conocerle —dijo Baldvin.
—Claro que no, eso lo tengo claro. ¿A qué se dedicaba?
—¿Cómo que a qué se dedicaba?
—¿De qué vivía?
—Me da la sensación de que eso ya lo sabes.
—Lo más sencillo sería que respondieras tú a las preguntas —dijo Erlendur con gesto serio.
—Era agente inmobiliario.
—¿Y le iba bien?
—No. En realidad, le iba fatal. Cuando murió estaba a punto de entrar en quiebra, según me contó María. Leonóra también lo mencionó.
—Pero ¿no llegó a la quiebra?
—No.
—Y Leonóra y María fueron sus herederas, ¿no?
—Sí.
—¿Qué es lo que heredaron?
—En su momento no se consideró demasiado —respondió Baldvin—. Conservaron esta casa porque Leonóra se empeñó en ello.
—¿Y algo más?
—Un terreno en Kópavogur. Magnús lo había aceptado como parte de un acuerdo, como un adelanto o algo por el estilo, y se convirtió en dueño de la parcela. Eso fue dos años antes de morir.
—¿Y Leonóra lo conservó durante todos esos años? ¿Aunque tenía que salvar la casa?
—¿Adónde quieres ir a parar con todo esto?
—Desde entonces, Kópavogur ha sido la comunidad de mayor crecimiento de toda Islandia, y su población ha crecido más que la de ningún otro lugar del país, Reikiavik incluido. Cuando Magnús adquirió esa parcela, estaba tan lejos que la gente apenas se atrevía a ir por allí. Ahora está casi en el corazón de la ciudad. ¿Quién habría podido creerlo?
—Sí, es increíble.
—Comprobé el precio de venta en las fechas en que Leonóra vendió los terrenos, ¿no hace ya tres o cuatro años? Le dieron una cantidad considerable. De acuerdo con los cálculos de la municipalidad de Kópavogur, serían como trescientos millones de coronas. A Leonóra se le daba bien manejar el dinero, ¿no? No presumía de tenerlo, quizá ni siquiera le interesaba demasiado. De modo que la mayor parte se quedó en una cuenta bancaria acumulando intereses. María heredó a su madre. Tú heredas a María. Nadie más. Solo tú.
—No puedo hacer nada para evitarlo —dijo Baldvin—. Te habría hablado de ello si hubiera pensado que tenía alguna importancia.
—¿Cuál era la postura de María respecto a ese dinero?
—¿La postura? Yo… Ninguna en especial. No tenía ninguna postura en especial sobre el dinero, en general.
—Por ejemplo, ¿quería que lo utilizaseis para disfrutar más de la vida de como lo hacíais? ¿Quería gastarlo en lujo y cosas innecesarias? ¿O era como su madre y no quería saber nada de él?
—Ella sabía perfectamente que ese dinero estaba ahí —dijo Baldvin.
—Pero ¿no lo usaba?
—No. Ni ella ni Leonóra. Eso es cierto. Creo saber el motivo, pero esa es otra cuestión. ¿Con quién has estado hablando, si puedo preguntarlo?
—Eso seguramente no importa por el momento. Puedo hacerme idea de que tú querrás disfrutar de la vida. Y allí estaba todo ese dinero. Sin nadie que lo utilizara para nada.
Baldvin respiró hondo.
—No tengo el menor interés en hablar de ese dinero.
—¿Cómo organizasteis las cosas María y tú, hicisteis capitulaciones matrimoniales?
—Sí, en efecto.
—¿Cómo eran las capitulaciones?
—Esos terrenos y el dinero que se obtuviera de ellos le pertenecían a ella.
—¿Así que eran propiedad suya en exclusiva?
—Sí, y conservaría esa propiedad si nos divorciábamos.
—Muy bien —dijo Erlendur—. Ahora tenemos el detalle número dos. ¿Conoces a un hombre llamado Tryggvi?
—¿Tryggvi? No.
—Naturalmente, hace mucho tiempo desde que coincidisteis, pero deberías recordar las circunstancias. Tiene un primo que vive en Estados Unidos. Se llama Sigvaldi. Su novia se llamaba Dagmar. Precisamente está ahora de vacaciones en Florida. Volverá a casa dentro de una semana o dos. Intentaré hablar con ella. ¿Te suenan estos nombres?
—Más o menos… ¿Qué…?
—¿Estabas con ellos en la Facultad de Medicina?
—Sí, si estamos hablando de las mismas personas.
—¿Participaste en un experimento con Tryggvi, en el que le mantuvisteis muerto durante unos minutos?
—No sé qué…
—Tú y tu amigo Sigvaldi y su novia Dagmar.
Baldvin se quedó mirando a Erlendur durante unos segundos sin responder. Luego fue como si no pudiese aguantar seguir sentado, y se puso en pie.
—No pasó nada —dijo—. ¿Cómo has desenterrado ese asunto? ¿Adónde quieres ir a parar? Yo no hice más que mirar. Fue Sigvaldi quien se ocupó de todo. Yo… No pasó nada. Yo estaba allí, nada más. Ni siquiera conocía a ese hombre. ¿Se llama Tryggvi?
—¿De modo que sabes de quién estoy hablando?
—Fue una idiotez de experimento. No podía demostrar absolutamente nada.
—¿Pero Tryggvi estuvo muerto durante un rato?
—Ni siquiera lo sé. Yo salí. Sigvaldi dispuso una salita del hospital, y allá fuimos. Ese Tryggvi era un tanto raro. Sigvaldi se burlaba de él desde mucho antes de hacer el experimento. Yo acababa de empezar Medicina. Sigvaldi era un tipo muy listo, pero un tanto loco. Fue él quien estaba al frente de aquello, él y nadie más. Y quizá también Dagmar. Yo apenas tenía idea de lo que pensaban hacer.
—No he hablado con ellos, pero tengo intención de hacerlo —dijo Erlendur—. ¿Cómo hizo Sigvaldi para detener el corazón de Tryggvi?
—Enfrió el cuerpo y le administró un medicamento. No recuerdo cómo se llamaba ni si sigue en el mercado. El medicamento fue ralentizando el corazón hasta que dejó de latir. Sigvaldi cronometró el tiempo en que estaba parado el corazón, y al cabo de un minuto utilizó un desfibrilador. Tuvo efecto enseguida. El corazón empezó a latir enseguida.
—¿Y?
—¿Y qué?
—¿Qué dijo Tryggvi?
—Nada. No dijo nada. No sintió nada, no sintió ningún daño. Lo describió como un sueño profundo. No comprendo por qué estás desenterrando este asunto. ¿Qué estás buscando tanto tiempo? ¿Por qué estás investigándome a mí, y a mi vida, con tanto detalle? ¿Qué crees que he hecho? ¿Es así como investigáis los suicidios? ¿Pretendes acosarme?
—Solo una cosa más —dijo Erlendur, sin responder a sus preguntas—. Y me voy.
—¿Esto es ya una investigación oficial?
—No —dijo Erlendur.
—¿Y entonces? ¿Estoy obligado a contestar a esas preguntas?
—En realidad, no. Solo intento averiguar lo que pasó cuando María se quitó la vida. Si había sucedido algo extraño.
—¡¿Algo extraño?! ¿Un suicidio no es ya de por sí algo extraño? ¿Qué quieres de mí?
—María visitó a una médium antes de morir. Dijo que la médium se llamaba Magdalena. ¿Te suena algo de eso?
—No —dijo Baldvin—. No me suena nada. Ya hemos hablado de ello. Yo no tenía ni idea de que hubiera ido a ver a ningún médium. No conozco a ninguna médium que se llame Magdalena.
—Fue a ver a la médium porque creyó ver a su madre aquí en casa, bastante después de la muerte de Leonóra.
—No tengo ni la más remota idea —respondió Baldvin—. Ella podía ser más receptiva que otros, creía ver cosas en sueños. No es tan infrecuente. Y no es nada raro, si es eso lo que andas investigando.
—No, claro que no.
Baldvin vaciló. Había vuelto a sentarse enfrente de Erlendur.
—Quizá debería hablar con tus superiores —dijo.
—Naturalmente —dijo Erlendur—. Si crees que eso hará que te sientas mejor.
—Bueno… Hablando de fantasmas. Hay una cosa que no te he contado —dijo Baldvin, escondiendo el rostro entre las manos—. Quizá comprendas mejor a María cuando sepas esto. Lo que hizo. Quizá te conmueva un poco. Ojalá comprendas que yo no le hice a ella absolutamente nada. Que fue solamente cosa suya.
Erlendur guardó silencio.
—Tiene que ver con el accidente de Þingvellir.
—¿Con el accidente en el que murió Magnús?
—Sí. Pensé que no tendría necesidad de entrar en el asunto, pero ya que crees que sucedió algo sospechoso, probablemente será mejor que lo sepas. Prometí a María que no se lo contaría a nadie, pero no me gustan nada estas visitas tuyas, y deseo que se acaben de una vez. No quiero que sigas viniendo por aquí con insinuaciones y medias verdades. Quiero que lo dejes ya y nos dejes… que me dejes que llore a mi mujer en paz.
—¿De qué me estás hablando?
—De lo que me contó María después de la muerte de Leonóra. Sobre su padre y el Þingvallavatn.
—¿Qué era?
Baldvin respiró hondo.
—Lo que contaron Leonóra y María sobre lo sucedido cuando se ahogó él es correcto en todos los puntos, con una sola excepción. Quizás hayas investigado el asunto, porque parece que no has dejado sin tocar nada que pudiera guardar relación con nosotros.
—Algo sé al respecto —dijo Erlendur.
—Yo solo conocía la explicación oficial, como todo el mundo. La hélice se soltó, parece que Magnús intentó arreglar el motor y cayó por la borda, el agua estaba helada y se ahogó.
—Sí.
—María me dijo que su padre no estaba solo en la barca. Sé que no debería contarte lo que te voy a contar, pero no encuentro otra forma de librarme de ti.
—¿Quién estaba con él en la barca?
—Leonóra.
—¿Leonóra?
—Sí. Leonóra y…
—¿Y quién?
—María.
—¿María estaba también en la barca?
—Magnús engañaba a Leonóra. Tenía una relación. Por lo que sé, se lo contó en Þingvellir. En la casa de verano. Leonóra sufrió un ataque de nervios. No tenía ni la más remota idea de que la estuviera engañando. Magnús, Leonóra y María subieron a la barca. María no me contó lo que pasó, pero sabemos que Magnús cayó por la borda. La agonía fue breve. Nadie puede vivir mucho tiempo en el lago en otoño.
—¿Y María?
—María lo vio todo —respondió Baldvin—. No dijo nada cuando llegó la policía y confirmó la historia de que Magnús estaba solo en la barca.
—¿María no te contó lo que sucedió a bordo de la barca?
—No. No quiso.
—¿Y tú la creíste?
—Por supuesto.
—¿Le dolía mucho lo sucedido?
—Sí, siempre. Fue solo después de la muerte de Leonóra, de su difícil agonía aquí mismo, en casa, cuando María me lo contó. Le prometí que no se lo contaría a nadie. Espero que sepas mantener la promesa.
—¿Y por ese motivo ni ella ni su madre tocaron el dinero de Magnús? ¿Tenían mala conciencia?
—Esos terrenos carecían de valor hasta que se produjo el auge de la construcción en los alrededores de Reikiavik. Ya se habían olvidado de él cuando una gran empresa constructora se dirigió a ellas con una oferta por los terrenos. Cientos de millones. No acababan de creérselo.
Baldvin miró una foto de María que estaba sobre una mesita al lado de donde estaban sentados.
—Ya no podía más. Nunca había podido hablar con nadie de lo sucedido, y Leonóra la había convertido en algo así como su cómplice, se había asegurado su silencio. María no podía vivir sola con la verdad y… optó por esa solución.
—¿Quieres decir que su suicidio está relacionado con lo que le sucedió a su padre?
—Me parece evidente —respondió Baldvin—. No pensaba contártelo, pero…
Erlendur se puso en pie.
—No te molestaré más. Basta por hoy.
—¿Piensas hacer algo con esta nueva información sobre lo sucedido en Þingvellir?
—No veo ningún motivo para remover el asunto. Hace mucho tiempo, y tanto Leonóra como María están ya muertas.
Baldvin lo acompañó a la salida. Erlendur estaba ya en la acera cuando se dio la vuelta hacia él.
—Una última cosa —dijo—. ¿En el bungaló de Þingvellir tenéis ducha?
—¿Que si tenemos ducha? —preguntó Baldvin perplejo.
—Sí, o bañera.
—Tenemos las dos cosas. Ducha y bañera de agua termal. Supongo que tú también tendrás bañera. Está fuera, en el porche. ¿Por qué lo preguntas?
—Por nada. Bañera de agua termal, claro. Todo el mundo tiene un trasto de esos en las casas de verano, ¿verdad?
—Adiós.
—Vale, adiós.