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En otra de las sesiones, el Álter ego de Steven se mostró más colaborador.
—Stephan, yo sé que usted ha sufrido…
—Yo he sufrido al tener el pegoste de Steven. Es él mi única y gran flaqueza.
—Pero los dos son una misma persona.
—No trate de confundirme, doctor chupapenes.
—Pero es que en cuanto Steven quiera, lo desaparecerá.
—¡No puede! ¡Jamás lo logrará porque es un cobarde y que lo escuche bien él y usted: ¡STEVEN ES UN COBARDE!
—Calma, Stephan.
—Es que Steven debe morir, doctor, yo soy su resurrección, yo soy su ave fénix, yo conquistaré lo que él no ha podido con las mujeres y le daré una lección de cómo vivir sus siguientes prósperos días.
—Pero es Steven quien debe decidir esto.
—Steven nunca ha decidido ni qué camisa comprar. Es un desgraciado que escuda su fracasada vida en sus cuentas bancarias y su auto último modelo.
—Entonces, usted está celoso…
—Para nada. A mí me encanta el dinero y la velocidad. Lo que me molesta es que Steven se ha protegido en su profesión y detrás de sus cuatro paredes para no ver lo que es, un pobre diablo que precisa de mí para enrumbar su vida.
—Yo más bien creo que es usted quien necesita a Steven y le da miedo que él lo mantenga atado y amordazado en un rincón oscuro pues teme quedarse por siempre en ese horroroso lugar.
—No diga tonterías, doctorcito marica…
—¿Cree que estoy equivocado?
—Bueno, yo supongo que usted es de la clase de matasanos como aquel que en vez de hacerle una biopsia a su paciente, le hizo una autopsia ¿Qué le parece?
—Muy gracioso de su parte.
—Siempre hay que verle el lado humorístico a la vida, doc, no se me ponga amargado, por fis.