Cap ítulo XLIX

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Jack noctivagó por la ciudad buscando llenar esa oquedad que sentía en su cuerpo.

Esa noche se perdió en cantinas de poca monta. Pidió cervezas, ron y tragos de tequila. En una calle, alguien le llamó y, musitando, le ofreció marihuana. Jack le compró dos cigarrillos y se los fumó en diferentes esquinas.

En la madrugada se metió a una discoteca, alguien le vendió una píldora de metilendioximetanfetamina (MDMA) vulgarmente llamada ‘éxtasis’ y la ingirió con dos tragos de cerveza. Salió como a las cuatro de la mañana. Estaba ebrio y sentía amar cada cosa que había en el mundo.

Fue cuando vio las luces de la zona roja aún encendidas.

Caminó un poco dificultoso y se asomó a algunas ventanas donde las cortinas estaban abiertas.

Una muchacha lo llamó, pero a Jack no le gustó.

Fue a la cuarta vez que se quedó quieto viendo a la mujer que, sentada en una silla, fumaba moviendo sus piernas un poco insinuantes. Ella lo observó sin animarlo a entrar. Jack se quedó mirando el tamaño de sus senos.

Hacía unos años, ella había estado casada, pero su pareja no soportó la relación. Al principio, le repetía que así la había conocido y que ese era su trabajo, un trabajo duro pero al fin, era su manera de sobrevivir.

A pesar de la protección exigida del condón, se hacía periódicos chequeos de hepatitis, VIH y herpes genital. Había hecho desde felaciones, sexo anal, dobles penetraciones hasta relaciones con cinco hombres a la vez. No le gustaba que la ataran o la golpearan, rechazaba eso de incluir animales y la tal lluvia dorada.

También fue sincera con su pareja al explicarle que en algunas ocasiones experimentaba orgasmos porque tampoco era de piedra. Había tipos que la trataban bien y eso le gustaba, pero no significaba que le fuera infiel.

Otro punto que saltó en la relación, fue el de las posiciones. A su esposo parecía no afectarle, pero con el tiempo mostró algunos comportamientos extraños pidiéndole que hicieran todo tipo de acrobacias en la cama. Le aseguró que ni sus clientes le pedían eso, aunque aceptó hacerlo con él porque lo quería mucho.

Luego su hombre se mostró un poco reacio a estar con ella porque temía no dar la talla y creía que su pareja se guardaba la crítica a cómo él lo hacía o se fijaba mucho en el tamaño de su miembro viril porque al compararlo con otros, salía perdiendo.

Intentó calmarlo asegurándole que jamás la había dejado insatisfecha y que le encantaba su cuerpo. Era cierto que tenía un trabajo anormal, pero junto a él se sentía una mujer normal y sin complicaciones.

A pesar de su esfuerzo por tranquilizarlo, las discusiones y los reclamos se hicieron más continuos, variados y cada vez más fuertes, por lo que fue mejor dejarlo.

Se levantó de la silla y le abrió la puerta.

—Hola, hijo.

—Yo no soy su hijo —le reclamó Jack molesto.

Pasá mi amor, no te enojés.

El muchacho no habló y se metió a la casa.

Ella cerró la puerta y las cortinas.

Jack la miraba con felicidad. Al dejarse desnudar, sentía cómo su interior se llenaba con una hermosa y satisfactoria emoción. Tras quitarle la camisa, la mujer le besó el pecho lampiño, la panza plana y sus piernas de muchacho.

—¿Qué edad tenés?

—La suficiente.

No quiero problemas, niño bonito.

—No soy niño.

—Entendido, mi galán.

Continuó desvistiéndolo y por último, le quitó los zapatos y calcetines.

Jack la besó.

Lo hizo con torpeza, pero ésta la enterneció. La mujer trató de calmarlo.

Qué labios más suaves.

Él no le respondió y continuó besándola.

—¿Sabés la tarifa?

—No te preocupés.

—Bueno, si te hace falta dinero, te dejo lavar los platos.

—Con gusto lavaré hasta el piso.

—Cuidado, muchacho. A mí me encanta que me sirvan. Si lo hacés bien, hasta te puedo secuestrar.

—No será necesaria la violencia.

Entonces, dejate llevar.

Lo condujo a la cama dándole besitos en la cara y tomándole los testículos con su mano. Parecían dos kiwis pequeños.

Ella estaba sorprendida.

Nunca le había tocado un muchacho virgen.

Tenía diez años metida en el negocio y sí era requerida por jóvenes, pero esto era casi como amamantar una cría.

Jack la acarició con ternura. Ella no supo si besarlo en la boca o en la frente.

El muchacho le tocó sus senos con curiosidad.

La mujer se quitó el sostén y metió uno de sus pechos en la boca de Jack quien lo chupó con insistencia. Tocó el vientre de la mujer y lo encontró muy suave y delicioso.

Las piernas de ella eran gruesas y su trasero, sólido.

Se quitó el calzón y Jack paseó sus dedos en la vagina seca y que continuó así por más que la acarició.

Ella fue a la gaveta y sacó un par de condones. Abrió uno.

Se metió a su boca el pene de Jack y estuvo jugueteando unos minutos.

Al joven esto le resultó por demás agradable. Se quedó paralizado y con los ojos cerrados.

Le colocó el preservativo y casi le indicó cómo penetrarla.

El placer experimentado fue algo estupendo y el muchacho perdió la embriaguez alcanzada gozando el encuentro con mucha entrega.

Jack se retiró un instante y sin que ella lo notara, se quitó la funda de látex. No supo por qué lo hizo. Por muy estúpido que esto era, tampoco le importó. Volvió a meter su pene y feliz, eyaculó.

Así, por fin se sintió sin ese extraño vacío que lo había atormentado estos años.

Abril hace lo que quiere
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