Cap ítulo XX

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Otra vez Ashia durmió mal.

No era más el cambio de hora que la afectaba, pues hacía meses había vuelto.

Esa madrugada se cuestionó con insistencia sobre qué hacía allí. ¿Por qué decidió regresar a su país? ¿Por qué no se fue a un lugar diferente? ¿Qué era lo que la atraía de nuevo a su patria? ¿Era acaso sólo olvidarse de los problemas del mundo que alguna vez creyó capaz de resolver? ¿Con esta decisión daba por hecho que estaba cansada de no poder cambiar nada? Además, se interrogó qué sentido tenía la vida sin amor, por qué costaba encontrar a alguien con quien identificarse y por qué sentía que algunas cosas se estancaban.

No consultó el reloj.

Para engañarse, dio incontables vueltas en su cama como si fuera una prisionera esperando su ejecución. Quiso tener una ventana para orientarse, pero el cuarto estaba en oscuridad total.

De pronto pensó en alguien.

Luego, en algo.

En algo pendiente.

Y así, sumó lo que haría mañana, aunque en realidad era el hoy.

Imaginó muchas cosas que siempre quiso hacer y no pudo o las que pudo hacer y no quiso.

Recordó a qué se debieron la mayoría de los insomnios sufridos en años anteriores y aunque eran demasiados, los pudo reunir.

Estaban los de cuando era niña.

El terror a la oscuridad.

A los dragones.

La angustia que le causaba cuando su padre o su madre no volvían de trabajar.

El desasosiego que le provocaba pensar que algún día moriría.

Las tareas escolares.

Las matemáticas.

El día siguiente que falleció su madre.

El día después del beso que le dio su primer enamorado.

La madrugada tras perder su virginidad.

Cuando le anunciaron de su viaje a Nicaragua.

La noche que por primera vez durmió con el pescador.

Las madrugadas que en vano lo esperó…

No pudo dormir, pero tenía sueño.

Cerró los ojos.

Los apretó fuerte aunque no sirvió de nada pues siguió pensando y pensando.

No consultó el reloj.

No hacía falta.

Era hora de levantarse.

En cuanto llegó a su trabajo, llamó a la empresa de mudanzas.

—Buenos días, Mudanzas Universales ¿en qué podemos servirle?

—Buenos días, mi nombre es Ashia Rijn y llamo para preguntar por un menaje de casa que espero desde hace meses y porque ustedes quedaron de llamarme, pero no he escuchado nada de mi carga.

El recepcionista le pidió el código de embarque.

—Manténgase en línea por favor. Le paso a la persona que lleva su caso.

Ella no contestó nada.

Tras unos segundos, el telefonista volvió a hablar.

Disculpe, la persona encargada tiene la línea ocupada. ¿Desea esperar?

—Sí.

—Entonces, no cuelgue.

Se quedó aguardando con el teléfono pegado a la oreja escuchando la aburrida y desesperante música de fondo hasta que la comunicaron.

—Buenos días, Mudanzas Universales, mi nombre es Alfredo. ¿En qué puedo ayudarle?

—Buenos días, mi nombre es Ashia Rijn y llamo preguntando sobre un menaje de casa que envié con ustedes desde…

—¿Podría darme su código de embarque para buscarlo en el sistema?

—Acabo de decírselo al recepcionista.

—Sí, pero él lo usa para saber quién es la persona a cargo del caso y yo, igual, lo necesito para saber el estado de su carga.

Ella lo repitió.

—Bueno, el sistema muestra que aún se encuentra en Panamá.

—¿En Panamá?

—Así es, señorita.

—¿Y qué hace todavía en Panamá?

—Estamos esperando a que el contenedor sea llenado con otros encargos y que baje el precio del combustible.

—¿Y eso?

—Es algo rutinario.

—Pero a mí no me explicaron esa rutina.

—Es que con los variables costos del combustible, tratamos de ser eficientes en los envíos y esperamos a obtener el precio más bajo del mercado petrolero para hacer el viaje.

—Pero yo pagué para que me lo enviaran, no para que ustedes estuvieran meses regateando.

—No es precisamente un regateo.

—Ah, es cierto. Aquí no se regatea. ¿Y entonces, qué es?

—Un ahorro.

—¿Y este ahorro, cuánto tiempo significará de espera?

—No sé. Dependerá de la situación del mercado.

—La situación del mercado…

—Es que la crisis económica mundial ha causado un efecto negativo en los servicios de las empresas.

—Lo entiendo, pero lo que no comprendo es que, debido a la crisis, ustedes están violando un acuerdo preestablecido para enviar mi carga.

—No es una violación a algún acuerdo previo, señorita. En esto no hay reglas y mejor la invito a leer las cláusulas de nuestros servicios. A veces, un embarque puede tardar entre tres meses y un año en llegar a su destino sin que sea nuestra culpa, sino de los contratiempos y atrasos.

¿Un año?

—Así es.

—A mí me dijeron dos meses como máximo.

—En el mejor de los casos, podría ser

—¿Y tiene idea de cuánto más tardará el mío?

—Un mes más, creo yo.

Cree usted…

—Eso es lo estimado.

—Pero señor, le digo que he esperado el máximo de tiempo.

—Bueno, tres meses es lo establecido, lo ideal, pero recuerde que hay imprevistos y éstos no siempre son responsabilidad de nuestra compañía. Sin embargo, puede ser que en unas semanas lo reciba…

¿Y cómo lo voy a recibir si aún está en Panamá?

Exactamente ésa es la información que indica el sistema.

—¿Y se podría saber si tiene alguna otra información además de la que le muestra el sistema?

—Aquí dice que está en Panamá.

—Usted me está tomando el pelo ¿verdad?

—No, señorita. Le estoy hablando claro. Yo no puedo cambiar las cosas.

—¿Y por qué me dice que en unas semanas podría llegar la carga?

—Bueno, siempre hay una posibilidad.

—Señor, esto me es inadmisible. Yo quisiera hablar con su jefe.

—Le adelanto que no remediará nada.

No es su problema. Yo tengo derecho a hablar con su superior.

—Señorita, le hago hincapié en que hacemos lo posible para que las cargas lleguen a tiempo.

—Claro, de seguro se pasan regateando el día entero para descontar uno o dos centavos por barril de combustible.

—Aunque lo ponga de esa manera, al sumar la cantidad de combustible que consume la nave, se asombraría del dineral que se ahorra la empresa.

—Pero yo no pagué un embarque para que los dueños de Mudanzas Universales se ahorren dinero esperando a que algún día baje el precio del petróleo.

—Señorita, le pido por favor que no se altere.

—No señor, yo le pido que me respete y no crea que soy una tonta. Yo pagué una suma que es igual a lo que usted ganaría en cuatro meses aplastado en su silla dando excusas tontas y por eso, quiero lo que me pertenece. Exijo se me responda cuanto antes, no con rodeos, juegos ni evasivas. Lo que quiero es saber exactamente cuándo tendré en la puerta de mi casa la carga que pagué para que ustedes me la trasladaran.

—Esto es lo que me ha autorizado decir la empresa. Y si me permite, le puedo asegurar que no paso todo el día aplastado en una silla. Mi trabajo, al igual que el suyo, es profesional.

—Mirando como tonto a la pantalla de su computadora a ver qué le dice el sistema…

—Al menos, no padezco de rabietas ni menstruaciones.

—¿Qué dijo?

—Lo que escuchó, señorita. Le pido que vuelva llamar a la planta telefónica para que le comuniquen con el jefe del departamento de embarques.

—¿Y cómo se llama?

—Sólo hay uno, no se preocupe.

—Pero dígame el nombre.

El telefonista se lo facilitará.

—Usted es un grosero.

—Gracias por su llamada y Mudanzas Universales le desea muy buenas tardes.

—Se va a arrepentir, se lo aseguro.

—Tal vez… pero lo dudo —le contestó el encargado y cortó.

Ashia volvió a marcar y tras esperar diez minutos, la conectaron con el responsable.

—Buenos días, mi nombre es Mark Stein, jefe del Departamento de Embarques de Mudanzas Universales, ¿en qué podemos servirle?

—Buenos días, mi nombre es Ashia Rijn.

—¿Me facilita su código de embarque, por favor?

Ella lo repitió.

Aquí veo que su carga se encuentra en Panamá. ¿En qué puedo ayudarle?

—Quiero saber cuándo la traerán.

—En cuanto salga el barco, señorita.

—¿Y cuándo será?

—En cuanto se llegue a un arreglo con nuestros distribuidores de combustible.

—O sea, que mi carga ahora es víctima de un regateo trasnacional…

—No, señorita. Lo que pasa es que con lo de la crisis…

—La crisis. La crisis. Cuando yo pagué por el traslado de mis cosas, no me hablaron de la crisis. Si lo hubiera sabido, mejor lo hubiera transportado por avión.

—Temo informarle que no podemos hacer nada más que esperar un poco.

—Y no saben cuánto…

—El sistema dice que más o menos en un mes.

—Pero hace varios meses que espero.

—Nosotros nos ajustamos a lo que dice el sistema y, al igual que usted, hay cientos de usuarios esperando su carga. Esto no es algo antojadizo de nuestra empresa, señorita. Ahora todas las demás compañías internacionales de mudanza y traslado de carga tomamos en cuenta los precios del combustible y dependiendo de eso, actuamos. Siento mucho esto. Le aseguro que nosotros tratamos a diario de que el cargamento salga y en cuanto el suyo esté aquí, le llamaremos.

—Si se ajustaran a eso, mi carga estaría aquí, ¿no le parece?

—Tiene razón, pero yo no tengo la culpa de esto, señorita. Usted debe comprender que el mundo vive una situación difícil…

—¿Y quién tiene la culpa?

—No sé.

—Pues deberían saberlo. Y también deberían ser más amables con los clientes. Acabo de hablar con el encargado de mi caso y estaba de muy mal humor.

—Mudanzas Universales siente mucho los contratiempos causados con su carga. Referente a su queja, le prometo hacer una investigación con la persona que la atendió. Nosotros grabamos cada una de las llamadas de nuestros clientes y le aseguro que su descontento será reportado, seguido y evaluado para tomar las medidas pertinentes.

—Pues deberían escuchar las grabaciones con más frecuencia y llamarle la atención a sus empleados.

—Señorita, lamento cualquier malentendido o inconveniente, pero le aseguro que en cuanto tengamos la carga aquí, le avisaremos.

—Espero que al menos, sea este año.

—De eso no hay duda.

—Aunque con esto de la crisis, todo puede ocurrir, ¿verdad?

—En eso usted tiene razón, pero no se preocupe. Trabajamos las veinticuatro horas para que su carga llegue a sus manos.

—Buenas tardes.

—Hasta pronto y Mudanzas Universales le agradece su confianza depositada.

Abril hace lo que quiere
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