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—¿Por qué llamó a la policía? —preguntó Mildred con curiosidad, pero con temor de escuchar algo feo como lo ocurrido hacía unas semanas cerca de la escuela de su nieto.
—Alguien cortó los cables del ascensor. Lo demás está bien. La máquina tractora, la báscula, los amortiguadores, los patines, todo funciona.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo. La primera vez fue igual, pero en esa ocasión pensé que el cable se había cortado por un desgaste. Ah, otra cosa, ¿usted sabe quién abrió la puerta del elevador?
—No. Yo cuando pasé por aquí, la vi cerrada.
—Yo la encontré abierta.
—¿Y quién habrá sido?
—No sé, pero la policía se encargará de averiguarlo.
—Esto es algo cruel.
—Cruel y muy raro. Es el octavo caso que se reporta a la empresa en los últimos meses y el segundo en este edificio. Lo siento, pero deberá esperarse unos días a que los agentes averigüen qué pasó.
—Ojalá no se tarden porque un día de éstos me hallan muerta en las escaleras.
—Vaya a su cuarto, señora, y descanse. Aquí no hay nada más qué hacer.
—¿Y cuándo volverá a funcionar el elevador?
—En unos dos días.
—Esto es una desgracia. El mundo se está acabando, hijo mío. De suerte pronto me voy a morir. Adiós y cuidate.
Mildred se sintió más vieja al ver las escaleras, pero, resignada, fue a ellas.
Bajó a ver si tenía correspondencia y, en efecto, en el buzón había dos cartas. Las tomó, dirigió su atención hacia arriba y subió.
En el segundo piso Evert otra vez no estaba.
Hizo una pausa en el cuarto piso y al llegar al sexto, se volvió a sostener de la baranda. Su corazón estaba al tope y su respiración era dificultosa. Además, le dolían las articulaciones.
Tras cerrar la puerta, tomó otra vez su agenda, marcó el número telefónico del celular de su nieto y le pidió ir al supermercado para comprarle la comida de la semana.
Vincent, su hijo, trabajaba en el extranjero en una empresa de exploración petrolera, así que le dejaba al cuido de Jack, pues la madre había fallecido años atrás en una avalancha de nieve cuando fue de excursión a los Alpes austríacos.
El muchacho afirmó que esa tarde tenía juego de fútbol con los amigos del colegio, pero ella le explicó la situación.
Jack quiso inventar alguna excusa más, aunque sabía que si se negaba, en cualquier oportunidad su abuela se lo reportaría a su padre.
A regañadientes le pidió la lista de los comestibles y le repitió no preocuparse pues llegaría en dos horas.
Mildred se asomó a la ventana. Allá abajo, en el estacionamiento del edificio, estaban dos patrullas de la policía.
Pidió que ojalá capturaran a ese desconsiderado que había dañado dos veces el elevador.
Entonces se acordó de las cartas.
Abrió una y era la factura de la calefacción.
La otra, era de la policía.
La anciana tomó de la mesa sus anteojos y, de pie, leyó:
Departamento de Policía
Buró de comunicaciones.
Dirección:
Circunvalación norte
Calle 4589
CP 2310, Edificio Puesta del Sol.
De: Escuadrón de Búsqueda de la Policía Metropolitana.
Para: Padres de familia o responsables de hijos que estudian en la Escuela Septimus.
Fecha: 2 de septiembre del 2009.
Asunto: Asesinato ocurrido en la Calle Oppenbar.
Estimados señores/señoras,
Esta carta es para recordar a cada una de las personas, ya sean padres de familia o encargados de los alumnos de la Escuela Septimus, que aún está abierta la investigación sobre lo ocurrido el pasado 30 de junio del 2009 en la Calle Oppenbar, donde un hombre de 69 años de edad fue asesinado.
Debido a que el escuadrón de búsqueda continúa las indagaciones, les pedimos su total colaboración en caso de que alguno de nuestros agentes se contacte con ustedes, por teléfono o yendo a su domicilio para hacerle algunas preguntas sobre lo sucedido el día referido entre las 08:30 de la mañana y 20:30 de la noche en la Calle Oppenbar.
Sabemos que el día de los hechos, muchos padres de familia acompañaron a sus hijos a la escuela porque era el carnaval de despedida de mitad del año. Enviamos esta comunicación para que sin ningún temor, nos informen de lo visto o escuchado ese día sobre lo acontecido.
A cada uno de ustedes les pedimos que en cuanto les llegue esta nota, nos llamen al número de teléfono: 071-524-903-9.
Su testimonio es sumamente importante.
Aunque ustedes no lo consideren significativo, recuerden que cualquier dato podría ser valioso para nosotros.
Con mi más sincera gratitud.
Ralph de Boer
Capitán del Escuadrón de Búsqueda
de la Policía Metropolitana.
Dejó la carta y sus gafas sobre la mesa, volvió a sentarse frente al televisor, encendió el aparato y tras unos minutos, se durmió.