Cap ítulo XVI

 

 

A finales de junio, Mildred fue junto a su nieto al carnaval de medio año en la escuela.

Era el último día de clases.

La mañana fue de juegos y celebración. Los estudiantes salieron a las once porque volverían pasadas las cinco de la tarde.

Ese día al regresar, encontraron al doble de personas de lo que regularmente se miraba a diario. Eran los padres y madres de los alumnos que quedaron afuera, mientras sus hijos dentro de las aulas, tenían una velada excepcional junto a sus profesores para celebrar el próximo mes de vacaciones.

Los alumnos vestían trajes elegantes.

Las niñas desfilaban con sus mejores atavíos y los muchachos modelaban hasta con corbata, esmoquin y zapatillas negras.

Los padres llevaron una cena especial para cada aula. Los escritorios donde estudiaban los alumnos, hoy eran mesas cubiertas con blancos manteles y adornadas con una rosa roja, platos, copas, cubiertos y servilletas.

Incluso los más pequeños participaban en la celebración, aunque algunos estaban cansados de jugar durante el día.

Afuera, se levantaron toldos y debajo de ellos, apretujados, andaban los padres de familia. Los temas de conversación eran el carnaval, el poco calor que hacía y la crisis económica global que había dejado más de trescientos mil despidos en el país. No se había visto algo así desde la Segunda Guerra Mundial.

Una mujer relató que en el noticiero de la mañana, vio un reporte sobre los terribles efectos que causaba la dificultad económica en Johannesburgo, donde se registraba un alarmante aumento de casos de recién nacidos abandonados por sus madres.

Ante esto, un grupo de voluntarios recogió fondos con organismos internacionales, alquiló un edificio y en la pared principal, colocaron un rótulo que decía: Puerta de la esperanza. En medio del muro, con mazos y picos, partieron la pared dejando un hueco cuadrado que acondicionaron con una pequeña cama con sensores especiales. Por fuera, instalaron una puerta metálica. Al abrirla, desde la calle cualquier mujer podía colocar al recién nacido y de inmediato el sistema de cables avisaba al personal.

Los encargados cuidaban al bebé y mediante un acuerdo legal con el gobierno, buscaban personas dispuestas a adoptarlos en el mismo país o a nivel internacional.

—Pero con eso lo que hacen es propiciar el abandono de niños —analizó una de las presentes.

—Pues en mi caso, prefiero que los dejen en un lugar para que alguien los cuide y les ofrezca una mejor vida, en vez que los tiren al fondo de las letrinas, los ahoguen en los ríos o los maten de hambre.

—Es que en algunos países, —estimó otra —no hay valor por la vida.

—Claro que la hay, —intervino uno más —de lo contrario, no pondrían en peligro al resto de la familia. Las mujeres abandonan a los bebés que no pueden mantener, para que sobrevivan los demás. Es algo duro, pero es la única forma de garantizar la comida para todos en esos países donde la pobreza campea desde cada rincón.

—Yo lo veo como un acto cobarde.

—Bueno, tal vez es que nosotros nunca hemos padecido el hambre y la dura vida de ellos. Yo, al contrario, considero que alguien debe ser muy valiente y fuerte para abandonar a su hijo…

Mientras la conversación seguía,  Jack llegó acompañado de la abuela.

Los dos desentonaban entre el gentío bien vestido.

El muchacho exhibía una camiseta, chaqueta oscura de cuero, pantalón azulón y unas botas cafés desgastadas. Ni siquiera las lustró.

Ninguno esperó que esto fuera una pasarela de moda. De haberlo sabido, Mildred ni se hubiera aparecido porque en su guardarropa lo que más había, eran vestidos de los años sesenta. Por su edad, la liberaron de la responsabilidad de cocinar para los estudiantes. A ella ni le enojó. Estaba demasiado ocupada con lo que debía hacer a diario como ir al supermercado, al banco, limpiar la casa, cocinar, estar pendiente del nieto y llamar de vez en cuando a Vincent.

Jack la dejó en la entrada, le dio un beso y fue a su aula.

Se mezcló con los padres de familia, pero no entabló conversación con nadie.

En el área de venta, pidió un chocolate caliente y se quedó al lado de donde se encendió una fogata.

Escuchó algunas de las conversaciones y le parecieron repetitivas y cansadas, por lo que no intentó acercarse. Las pláticas iban de nuevo de la crisis económica, al clima o de alguno que se pavoneaba contando los detalles de su último viaje a Nueva York o París. Incluso uno de ellos, un calvo que se paseaba orgulloso con el cuello de su camisa levantado, repetía a quien se encontraba a su paso, de que en ese momento acababa de descender del avión tras un viaje de negocios en Inglaterra.

Pasó media hora de pie y, cansada, se fue a sentar a la banca que estaba en el pasillo, pero uno de los organizadores del evento le pidió quedarse afuera del edificio.

Ella no reclamó, levantó su pesado cuerpo y se enfrentó al creciente ánimo de los invitados que encontraron en la cerveza y el vino, la única llave para socializar y hasta hacer una que otra broma.

Por fin salieron los estudiantes.

Jack traía un paquete con los resultados de los últimos exámenes realizados durante el semestre.

—¿Lo disfrutaste?

—No. Estaba muy aburrido. Hasta me dio sueño.

—¿Y la cena?

—Estuvo bien.

Bueno, es hora de dormir. Vámonos.

Salieron de entre la feliz multitud. En la esquina el muchacho se separó de ella para ir a traer su bicicleta y de paso se despidió de sus amigos.

Ella lo vio ir y volver como si nada.

—Gracias, abuela.

—De nada, hijo. Cuidate.

Lo vio alejarse y ella caminó hacia el edificio donde vivía.

No se despidieron de nadie y tras marcharse, ninguno de los presentes los echó de menos.

Una semana después, supo que fue durante la celebración que se cometió el asesinato frente a la escuela.

Esto la sorprendió sobremanera.

Esa noche el ambiente fue tranquilo. En las horas que pasó, no escuchó alguna conversación sobre la muerte de alguien y le sorprendió que entre la masa reunida, pudo pasearse un criminal.

Lo otro raro, fue que tampoco vio ambulancias ni policías.

¿En qué momento encontraron el cadáver de la persona? ¿Quién dio aviso a los agentes? ¿Cómo sacaron el cuerpo de ahí sin ser notado? ¿Qué había ocurrido?

Trató de recordar algo en particular, pero la despedida de medio año fue como las anteriores.

No le cabía en la cabeza que alguien se atreviera a matar a otra persona durante un festejo público y con cientos de potenciales testigos en frente de la escena del crimen, pero en estos tiempos, cualquier cosa era posible.

Con tristeza, recordó que hacía un año, un hombre se metió a un jardín infantil y a cuchilladas mató a tres niños y a una de las cuidadoras. Esa vez a pesar de que el hombre caminó por la calle sosteniendo el cuchillo en su mano, que su cara estaba maquillada de blanco y el entorno de sus ojos pintados de negro, nadie lo detuvo al entrar al edificio. En otra ocasión, alguien ingresó a una escuela del oeste del país disparando su arma contra los alumnos. Dos jóvenes murieron. Todo esto había sucedido en menos de dos años.

En casa leyó lo que el periódico reportaba ese día en su portada.

 

La policía local aún se encuentra tras la pista de la persona que asesinó a un hombre de sesenta y nueve años el pasado treinta de junio en la Calle Oppenbar, frente a la Escuela Septimus, donde se celebraba el carnaval de mitad de año escolar.

A pesar de la concurrencia, la policía no ha establecido qué pasó. Los primeros informes obtenidos, indican que el sujeto, quien se dedicaba a la fontanería, murió de tres puñaladas: Una en el cuello, otra en el corazón y la última en la espalda.

Se estima que el hecho sangriento ocurrió entre las ocho de la mañana y las siete de la noche.

Uno de los vecinos aseguró haber escuchado gritos y golpes en la casa de al lado. Cuando salió a comprar, vio que la puerta de su vecino estaba un poco abierta. Al regresar, la encontró igual. Golpeó, pero nadie le contestó. Entonces, llamó a la policía.

El cuerpo del hombre estaba en medio de la sala.

Un charco de sangre cubría la alfombra. La mesa de noche fue destrozada. Un espejo estaba roto y había algunas manchas de sangre con dirección al lavamanos.

Hasta el momento, no se habla de detenidos.

Los vecinos afirman que la víctima era un hombre intratable, solitario y dedicado a algunas actividades que, aparentemente, rozaban con la ilegalidad.

“Era de esperarse que tuviera ese final”, comentó una de las personas que vive próxima al lugar del crimen.

“A su casa siempre llegaban muchachos jóvenes. Y uno, ¿qué puede imaginar, sino lo peor?”, dijo otro.

“Yo alguna vez intenté conversar con él, pero era muy amargado y le molestaba todo lo de aquí”, narró alguien que vivía frente a la casa de la víctima.

“A veces se aparecía en la taberna. Con sus tragos era sociable. Siempre se iba de último. Le gustaba hablar aunque en la mayoría de las pláticas no perdía oportunidad en criticar a los demás. Yo no sé cómo podía vivir así de frustrado”, explicó uno de los visitantes del bar que el asesinado frecuentaba.

Abril hace lo que quiere
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