Cap ítulo VI

 

 

Fue a mediodía cuando Ashia tomó un descanso.

El piso de la casa seguía colmado de cajas de cartón, bolsas de plástico y envolturas de papel periódico.

Abrió las cortinas de las ventanas desde las seis de la mañana, pero la claridad llegó pasadas las ocho.

Lo había olvidado.

Aquí le esperaban amaneceres oscuros.

Con el pasar de las semanas y meses, los días se harían más grises y cortos que los anteriores.

Las mañanas serían plomizas.

Otras alboradas se presentarían con tonos rosados.

Algunas se sentirían frías.

De una baja temperatura a veces hasta homicida.

Tendría jornadas con días lluviosos.

Auroras un tanto aburridas.

Ciertas, se sentirían insulsas.

Muchas, melancólicas.

Montones menos amables.

Docenas un poco tristes.

Mañanas algo siniestras.

Días cortos e infames.

Con nieve molesta.

Con viento fuerte.

Con charcos.

De hola.

De adiós.

De un sol ausente, a veces impedido o en muchas ocasiones, permanentemente detenido.

Siempre vería un sol distante, como si desde aquí estuviera más lejos de él, con una luna invisible y estrellas sólo en el recuerdo.

No serían más los vividos años, en los que el nuevo día entraba a diario por su ventana de la casa en la playa, desde las cinco de la mañana y con largas temporadas de invierno y verano.

Tras unos minutos de leer otros fragmentos del diario de su mamá, cerró el libro, lo guardó y salió al supermercado a realizar su primera compra.

Había una tienda de comestibles a menos de cien metros de su casa.

No había mucha gente en la calle.

En el tronco de un árbol vio pegada una hoja de papel con la foto de un fontanero que ofrecía sus servicios.

Se fijó en la cara del hombre porque al principio, pensó que se trataba de algún desaparecido, pero tras leer, siguió andando.

Caminando le pareció reconocer a una o dos personas. Le sonrió a quienes pasaban a su lado y hasta dio los buenos días varias veces. Algunos le contestaron con apuro, otros ni la volvieron a ver. La mayoría seguía su rumbo indiferente a los demás.

Debía acostumbrarse de nuevo a esto.

En donde vivió los años pasados, cualquier desconocido se acercaba a platicar con ella.

Al inicio creyó que era debido a ser la novedad en los pueblos visitados, pero con el pasar de las semanas se dio cuenta que los habitantes tenían una urgencia por contar sus vidas, como si fuera lo único relevante que habían hecho.

En cada historia se daba cuenta que sufrían.

Todos habían perdido a alguien o algo.

Todos habían sido abandonados, maltratados o decepcionados. A pesar de esto, en cada plática encontraba detalles llamativos y siempre se detenía a escucharlos.

Pero aquí era diferente.

Al entrar al local se sintió un poco cansada.

Pensó que era el efecto de pasar de lo frío a lo caliente, sin embargo se convenció que su estado era debido al cambio de hora que le pasaba factura.

El día anterior sólo durmió unas horas porque, tras llegar, se quedó platicando con sus amigos y hasta muy tarde con su padre.

Percibió un leve malestar, pero continuó caminando.

Cogió una carretilla de compras y al avanzar, se sintió abrumada.

Había tanto en esos estantes, que con un poco más de la mitad de los productos, se podía matar el hambre de varias de las comunidades visitadas estos últimos años. Estuvo en parajes áridos y aislados, donde a veces le parecía un milagro que los habitantes de esas zonas sobrevivieran con pocos alimentos.

Vio una fila de uno de los mostradores completa de botellas de vidrio con distintas marcas de miel, más allá doce diferentes sopas de tomate, en otro lugar siete tipos de leche y diversos recipientes con etiquetas que ofrecían desde yogur búlgaro a unos de procedencia griega. En el área de las verduras había gran abundancia de tomates grandes, medianos y pequeños, pimientos muy coloridos como si antes de colocarlos en los estantes, alguien los pintara de color amarillo, rojo y verde intenso, un estante con decenas de sabores de café procedente de lugares conocidos a los que no tenía idea, familias y familias de pan, cualquier cantidad de quesos y filetes de exquisitas variedades de pescado. Tomó algunos productos casi sin detenerse y, asfixiada, salió de ahí cuanto antes porque su mente no estaba para elegir entre esta increíble variedad de cosas.

Aun con su apuro y decisión, tardó casi una hora.

En casa se preparó un pan con tomate y pescado. Más tarde se hizo otro pan con queso, bebió un vaso con leche y se quedó sentada en el piso recordando su vida en esos paupérrimos pueblos donde apenas escogía entre dos cosas, no ésta exorbitante cantidad de artículos exhibidos en el supermercado con tal opulencia, que sintió un poco de pena.

Tras ver la televisión, reinició su labor de desempacar.

Le seguía el turno a sus maletas.

Esa mañana había sacado de ellas sólo lo preciso para su primer baño en casa.

Era hora de acomodar cada cosa en su lugar.

El lugar definitivo.

Abril hace lo que quiere
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