Capítulo XXXI

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Mildred y Jack no celebraron nada.

La abuela le pidió quedarse en casa el día de Navidad, pero el muchacho se apareció hasta las nueve de la noche.

Le explicó que pasó jugando con sus amigos, aunque no fue cierto.

Dejó su bicicleta en casa y caminó sin rumbo por la ciudad para despejar sus pensamientos.

¿De quién era hijo él? ¿Quién había sido su madre? ¿Qué sería de él en el futuro? No le cabía en la cabeza esto que desestabilizaba su vida como un barco golpeado por un témpano de hielo.

Nunca había escuchado de este dilema en otros muchachos.

Todos sus amigos tenían padres y madres. No había alguien postizo, ni siquiera uno adoptado. Se sentía un ser diferente e inferior a los demás. Era un joven sin pasado, presente ni futuro, acompañado de un misterio que parecía no estar dispuesto a resolverse.

Su madre no tuvo hermanos. Los padres de ella estaban muertos. ¿Entonces, a quién podía recurrir? Tras enterrar a su padre, escarbó en el pasado estudiando en su casa las fotografías de ellos guardadas en el ático junto a otras tantas cartas de su época de novios y de su etapa de casados.

Los encontró jóvenes, sonrientes, con pantalones abombados, camisas pobladas de flores, amigos en común que fumaban y bebían, fiestas a la luz de las velas, viajes a la playa, a algún campamento o ciudad donde se besaban, se abrazaban o posaban para la cámara al lado de alguna fuente o estatua.

¿Cuál de los hombres que aparecían en esas fotos sería su padre?

Esos meses escogió treinta imágenes en las que se encontraban nueve diferentes hombres junto a sus padres. Por horas se colocó frente al espejo y se comparó con cada uno. Con el pasar de los días, estimó que podía ser hijo de alguno de los tres en los que encontraba algún parecido en la frente, la nariz, la forma de la boca y los ojos.

El día del funeral, los amigos de su padre se aparecieron sin falta y cada uno firmó el libro de visitas que dispuso Mildred en la entrada de la capilla.

Más tarde, Jack arrambló con el libro y escondido en su mochila se lo llevó a casa.

Se pasó una tarde entera consultando en la guía telefónica los nombres y apellidos de los hombres que asistieron a la misa. Durante la ceremonia, los siguió con curiosidad. Vigiló el comportamiento de cada uno con ánimo de descubrir en sus ojos algún rasgo de familiaridad o complicidad sin obtener una clara respuesta.

Podía ser que fuera hijo del señor dueño de la tabaquería o del que vendía pescado. Incluso, el ingeniero que aconsejó a Vincent sobre cómo mejorar los ambientes de la casa y los canales del techo, podía ser su padre. También era posible que fuera hijo del jefe de Vincent. El señor asistió en representación de la empresa y ante Jack y Mildred, les habló de lo esforzado y trabajador que fue su padre.

Jack parecía estar en el centro de un remolino. No atendía lo que escuchaba porque el mundo se movía a alta velocidad, impidiéndole capturar los diálogos, las expresiones y en definitiva, la realidad.

No estaba seguro de nada. El porvenir le era tan complejo, que el fútbol era cosa de niños.

Por fin apuntó los teléfonos y direcciones respectivas.

Aunque tenía un arduo trabajo por delante, estaba empecinado en descubrir de quién era hijo y por qué su madre se metió en una inesperada relación guardada en silencio hasta llevársela a la sepultura.

Las semanas siguientes después de clases, se alejó aún más de los juegos y reuniones con sus compañeros y visitó a cada persona.

El primero fue un diseñador con quien su padre y madre salían fotografiados.

Se llamaba Roberto.

Le fue difícil dar con la dirección de la vivienda. Estuvo a punto de darse por vencido porque se hacía tarde, pero finalmente, alguien le indicó que quedaba a unos quince minutos de camino.

Vivía en un residencial muy lujoso y un poco alejado de la ciudad. En el lugar las viviendas eran de dos y tres pisos. El diseño era muy particular. La zona tenía forma circular y por fuera estaba rodeada de un anillo de agua. La única entrada era por un puente.

Sí, daba la impresión que se entraba a un castillo.

Al otro lado del canal había un gran campo de golf.

Jack recorrió el lugar hasta dar con el vehículo de Roberto, pues guardó en la memoria el caro estilo de la nave al observarla en el estacionamiento el día que velaron a su padre.

Decidido, tocó el timbre.

—Buenas tardes… —contestó la voz de una mujer en el interfono.

—Buenas tardes, mi nombre es Jack.

—¿Sí?

—Busco al señor Roberto…

—¡Roberto!

El hombre se puso al habla.

—Buenas tardes…

—Buenas tardes, mi nombre es Jack.

—¿En qué puedo servirle?

—Soy el hijo de Vincent.

—Ah, pero qué sorpresa…voy a abrirte.

El muchacho esperó viendo los lujosos autos que estaban en la zona.

—Hola —le dijo el hombre abriendo la puerta.

Jack le extendió la mano.

—Pasá adelante.

En el corredor había tres muñecas tiradas. En una mesita, estaba una imagen en la que salía retratada la familia frente a la casa. Dos niñas sonreían.

Jack subió las escaleras.

En las paredes estaban colgadas cuatro fotografías, dos de la mujer y dos del esposo. En la primera Roberto esquiaba y en otra, disfrutaba un día de campo comiendo uvas junto a un río. Ella aparecía en alguna selva tropical y en la segunda, se bronceaba acostada en la arena de una playa.

Entró y en la sala observó en medio de la pared un televisor pantalla plana de sesenta pulgadas. Nunca había visto algo de semejante tamaño.

—Sentate a la mesa —le invitó Roberto.

La familia estaba a punto de cenar.

Jack se acomodó frente a ellos.

Las dos niñas que había visto en la fotografía, jugueteaban al otro lado del comedor.

Mi nombre es Patricia, mucho gusto —saludó la mujer extendiéndole la mano y le regaló una sonrisa muy sincera dejando ver unos dientes demasiado perfectos para ser naturales.

—¿Y qué te trae por aquí? —quiso saber Roberto, quien fue a la cocina por un vaso con agua.

—Es que…

Jack se quedó pensando qué decir.

Estoy curioso de cómo conoció a mi padre y a mi madre.

La mujer ofreció jugo de naranja a Jack, pero éste le preguntó si mejor le daba un vaso con Coca Cola.

—Yo conocí a tu padre allá por el ochenta. Recuerdo que Vincent aún estudiaba en el politécnico y yo en la universidad. Un grupo nos reuníamos en el bar estudiantil los viernes y ahí acudían infinidad de muchachos y muchachas. A mí me lo presentaron otros amigos en común y desde el inicio nos caímos bien. Tu padre era un hombre muy alegre, siempre bromeaba y con frecuencia hablaba de su sueño de trabajar en una estación petrolífera. A nosotros nos llamaba la atención su elección porque nunca antes escuchamos a alguien que le interesara esto. Yo no sé de dónde sacó esa idea. A pesar de los comentarios, Vincent fue muy perseverante y su vida estuvo enfocada a lograr ese fin.

Ella sirvió la comida.

Jack le dio las gracias y comenzaron a comer.

Las niñas, más que alimentarse, jugueteaban con los platos en los que la madre había servido pescado y ensalada.

A veces dejaba de verlo por largas temporadas, pero siempre me escribía o llamaba. Era un amigo leal, de ésos que mantienen el lazo. Yo en cambio, nunca le correspondí a como debía. El trabajo de diseñador me ha consumido mucho tiempo y concentración, así que era difícil combinarlo con las amistades, aunque cuando Vincent volvía, hacía un esfuerzo para ir a verlo de vez en cuando.

—¿Y cómo conoció a mi mamá?

—Fue a como te dije antes, también por esa época. Vincent tuvo algunos contratos temporales de trabajo en estaciones de servicio de combustible y me acuerdo que una vez nos citó a todos para una reunión urgente, dijo él. Los amigos acudimos y ahí nos presentó a la que sería tu madre, anunciando que pronto se casarían. A nosotros nos tomó por sorpresa el compromiso, pero se les miraba mucho amor. Tu madre era una mujer hermosísima y muy amigable. Trabajaba en la alcaldía, pero no recuerdo cuál era su profesión.

—Era administradora

—Ah, pues sí. Entonces, se casaron. Me acuerdo que tu padre se apareció con un traje de tres piezas. El chaleco era negro y la corbata, azul marino. Ella lució un hermoso vestido blanco de vuelos e iban en un carruaje negro con unos lindos caballos de pelaje oscuro. Fue una elegante ceremonia a la que asistimos como unas treinta personas. Luego fuimos a un restaurante y ahí celebramos el enlace. Se mudaron a una casa y entre todos les ayudamos a repararla y, más tarde, a trasladar las cosas. Fue como una semana que los amigos nos tomamos el lugar para dejarlo nítido.

—Hay una foto en la que todos aparecen llenos de pintura…

—Así es. Eso fue muy cómico. La casa necesitaba una urgente reparada y pintada y entre los amigos nos reunimos para ayudar, pero también, para celebrar. Tu madre se encargaba de servir los almuerzos y las cenas y así nos pasábamos arreglando aquello que, al principio, era un total desastre. El lugar estuvo abandonado por muchos años. Un grupo de tres se encargó de limpiar el área del jardín que estaba cubierta con rocas y trozos de cemento. También se podaron dos árboles y se arrancó de raíces otro que amenazaba con estropear el piso de la casa. Dentro, un segundo grupo reparó las tuberías, renovó el sistema eléctrico e instaló los enchufes. A mí me tocó colocar dos ventanas, tres puertas y pintar, que fue lo más tardado. Me acuerdo que Vincent se fue desde el primer día, pues para esa fecha, debía acudir a un seminario de entrenamiento para una planta petrolera que había comenzado a funcionar creo que en el Mar del Norte y no se apareció hasta cuando dábamos los últimos toques.

Jack se quedó en silencio.

—De suerte que esa semana yo trabajaba sólo medio tiempo y podía pasarme por ahí desde la hora del almuerzo hasta el anochecer.

—Mentira. Ibas a esa hora porque te encantaba la comida que ella cocinaba —le reclamó la mujer.

—Y eso también —admitió Roberto riendo.

—¿Se quedaba hasta muy tarde?

—No. Yo me venía tipo nueve de la noche. Había unos que sí se quedaban y abrían botellas de vino y se la pasaban platicando y festejando hasta la madrugada. No teníamos un evento especial que celebrar, pero cualquier excusa era suficiente para extender la fiesta. Tu madre creo que había pedido licencia de trabajo. Tu madre y tu padre eran muy fiesteros y en fin, esa semana fue inolvidable para el grupo.

—Así parece…

—Yo me acuerdo que tus padres siempre visitaban nuevas discotecas o bares. Eran expertos en encontrar lugares de diversión. Tu madre era muy sociable. Era una mujer estupenda… Fue a los tres meses de haberse mudado, que tu padre nos anunció del embarazo.

Acabaron de cenar, Roberto le ofreció un postre, pero Jack se disculpó porque era muy tarde.

Roberto fue a despedirlo y en la puerta, al verlo alejarse, se quedó pensando en la mujer de Vincent. Qué afortunado había sido su amigo.

Abril hace lo que quiere
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