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Ashia fue donde su director.
—Buenos días, Enrique.
—Hola, Ashia. Pasá adelante y sentate. ¿A qué se debe tu visita? Ayer quedamos que la próxima evaluación sobre el avance de los proyectos sería en dos semanas…
—No es por eso.
—¿Por un aumento salarial? —bromeó su jefe.
—No.
A Ashia se le hizo un nudo en la garganta.
El hombre la quedó viendo preocupado.
Los ojos de Ashia se colmaron de lágrimas.
—Es que alguien me quiere hacer daño.
Enrique estiró el cuello hacia ella.
—¿Qué? ¿Y eso? A ver, contame…
—Me han enviado varios mensajes amenazándome.
Su superior cruzó los brazos en su pecho.
—¿Y por qué?
—No sé.
—¿Tampoco sabés quién es?
—No.
Enrique se levantó y fue donde ella. Le dio un abrazo y se sentó en el escritorio tratando de mostrarle la mayor confianza posible.
—¿Fuiste a la policía?
—Sí. Van a poner agentes encubiertos…
—¿Es tan grave?
—Yo creo.
Ashia le contó lo que decían las cartas y lo que le había informado el agente que investigaba el caso.
—¿Y qué podemos hacer?
—En la policía me dijeron que sería bueno tomar un curso de defensa personal.
—Me parece bien. Ahora cada empresa tiene programas de este tipo para los empleados que se sienten amenazados, que viajarán a países conflictivos o han pasado por experiencias traumáticas de robo o secuestro. Dejame llamar para saber cuándo inician las clases.
Ashia se quedó más tranquila.
Se juró no llorar, así que se alegró de no haber derramado tantas lágrimas. Se sentía vulnerable. Los eventos recientes habían minado su seguridad y cada vez que hablaba sobre el tema, perdía su confianza.
—Tenemos suerte, Ashia. Hoy mismo empieza el curso. Es de dos semanas, así que podés tomarlo con toda confianza. Sin embargo, también quisiera proponerte que visités a un sicólogo.
—¿Un sicólogo?
—Sí. Esto es muy delicado, Ashia. Podés tener un trauma debido a las amenazas, así que es urgente actuar antes que tu cuerpo manifieste los efectos.
—No siento que me afecte. Es más la inseguridad de que alguien me haga daño en la calle. La verdad es que por ahora, me interesa más lo del curso.
—Está bien, Ashia. Lo dejo a tu decisión, pero en cuanto me lo pidás, buscaremos a un especialista para que te atienda. Las clases comienzan hoy a las cinco de la tarde en el área del gimnasio techado.
—Gracias, Enrique.
—Estoy a la orden y recordá que aquí contás con amigos que te vamos a ayudar.
—Claro, te lo agradezco.
Esa tarde, Ashia asistió a su primer entrenamiento.
En la entrada, un hombre que se presentó como Rachid, saludó a Ashia, le pidió su nombre y apellido, los buscó en la lista de inscritas y al no encontrarlos se rascó la cabeza.
—Hasta hoy avisaron —le explicó ella.
Los padres del instructor eran originarios de Marruecos. Habían emigrado a Holanda cuando él tenía tres años y se establecieron en Leiden, donde siguió los estudios básicos y medios. Luego se matriculó en un centro vocacional de la capital y culminó su carrera de profesor de educación física. Más tarde trabajó en un asilo de ancianos y a los veinticinco años se inscribió en cursos intensivos de capoeira, judo, karate y jiujitsu. Fundó una academia de defensa personal que abría por las mañanas. Por las tardes ofrecía cursos privados a empleados de empresas, organismos de cooperación e instituciones del gobierno.
Rachid le pidió que no se preocupara.
Fue a su oficina, hizo una llamada y volvió.
—Okey. Está listo, Ashia. Es un placer tenerte en el grupo.
Entraron al gimnasio y Ashia encontró a las demás participantes.
Eran otras cinco mujeres de diferentes departamentos. A dos las había visto algunas veces, pero con el resto nunca había cruzado palabra. El organismo en el que laboraba tenía casi trescientos empleados y muchos de ellos viajaban periódicamente al extranjero, así que le era imposible retener la cara de cada una de las trabajadoras.
—Okey. Vamos a comenzar. Bienvenidas. Ustedes están hoy aquí por dos razones: Porque vivimos en un mundo peligroso y porque ustedes tienen miedo. Recordemos que afuera hay muchas personas malvadas y aunque siempre fingimos que el mundo es seguro, nunca lo ha sido. Cualquiera puede hacernos daño, pero esto no significa que el peligro está en cada esquina. Sabemos por experiencia que por la calle hay gente con diferentes problemas, necesidades y otras, dispuestas a lo que sea con tal de robar o hacer daño, aunque tampoco debemos sentirnos todo el tiempo a la defensiva porque podríamos desarrollar un delirio de persecución. Aquí, quiero dejar claro lo siguiente: Vivimos en un mar abierto en el que nosotros somos peces tratando de no ser devorados por tiburones, pero esto no quiere decir que no podamos recorrer nuestras propias aguas. Lo que haremos desde hoy en este curso, será reforzar su seguridad para que puedan repeler un ataque inesperado, aceptando y controlando su miedo para enfocarse en sobrevivir.
Las alumnas lo escuchaban sin interrumpirlo.
—Ahora, lo primordial es antes que nada, identificar el miedo. No se preocupen. En nuestras vidas todos sentimos miedo… El miedo muchas veces es malo y otras, bueno. Es la causa de las persecuciones, desde las políticas hasta las racistas, es la forma en que nos manipulan desde los medios de comunicación hasta las personas que más amamos, es el que nos hace por ejemplo no querer envejecer, y por el que actuamos no como personas, si no como máquinas; el miedo es nuestro mayor enemigo porque vivimos rodeados de él y por eso, no es de extrañar que todos tengamos miedo a algo, pero por otro lado, es gracias a él, que a diario sobrevivimos porque de no ser así, moriríamos aplastados por un camión al cruzar una carretera sin fijarnos. Lo malo del miedo es que al apoderarse de nosotros, nos conduce a la destrucción total y a la muerte. En síntesis, el miedo equilibra nuestras acciones, pero si no lo controlamos y dejamos que nos intoxique el cuerpo, moriremos paralizados. Entonces, lo segundo es identificar cuál es nuestro miedo para lidiar con él, porque si conquistamos el miedo, habremos ganado el valor y aquí entramos a nuestro campo que es dar con el origen del peligro para manejarlo a nuestro favor. Hay señales que debemos tomar en cuenta y más cuando vamos a otro país en el que los índices de violencia son altos y a veces es mejor no salir de casa. Aquí estas situaciones son esporádicas, pero se presentan. ¿Quién dice que no? Por eso, en este curso les daré los pasos que se deben tomar para primero, gobernar su miedo, segundo, identificar el peligro y, tercero, reaccionar con prontitud ante la amenaza. Antes que nada, debo aconsejarles, pedirles, rogarles y recordarles, que nunca rechacen el miedo. Afróntenlo, permitan que pase sobre y a través de ustedes para saber de dónde viene y cuál es su camino, usándolo siempre a su favor para salir adelante en situaciones peligrosas. Esa es la base y filosofía de este curso. En los próximos días, les facilitaré herramientas que las ayudarán a defenderse de un ladrón o de alguien que intenta hacerles daño, pero insisto e insistiré a cada una de ustedes: Yo no puedo enseñarles a ser fuertes y valientes, porque eso, lo debe desarrollar cada quien. Cuando ustedes acaben este programa, controlarán su miedo y responderán a un ataque, sin que esto signifique dañar a personas inocentes. Estas clases son para repeler agresiones, no para dañar a las personas que sólo quieren acercarse a nosotros por la calle a preguntarnos la hora del día o la dirección de una tienda…
El hombre guardó silencio y caminó de un lado a otro viendo a las alumnas como si pasara revista a los soldados de una compañía militar entrenada para combatir.
De pronto, su expresión cambió a la de alguien enojado, se acercó hasta cernerse sobre una de ellas y le gritó:
—¡Qué me ves!
La alumna quedó pasmada y no le respondió.
La empujó y ella sin saber qué contestar, sonrió nerviosa viendo a las demás compañeras.
—¡De qué te reís!
La alumna lo vio espantada.
El instructor se acercó y con su nariz la olió.
Ella continuó muda y paralizada.
Por fin el guía se alejó y les dijo:
—Ven, de esto les hablaba. Reconozcan su miedo, identifíquenlo y úsenlo a su favor.
La mujer estaba en shock.
—Lo siento —se disculpó el hombre acercándose y dándole una palmada en el hombro —pero esto les puede pasar en la calle con un desconocido que se acerca de forma imprevista y nos quedamos sin saber cómo enfrentarlo y cuando digo enfrentarlo, no es para combatirlo, es para sobrevivir. Okey. Iniciemos. Pongamos el siguiente caso: Una de ustedes va por la calle y de frente, ve venir a un tipo que no parece observarlas. Todo va bien hasta ahí. Pero, ¿cómo identificamos la amenaza? ¿Alguna de ustedes lo sabe?
—Por la vestimenta —se adelantó una.
—Muy bien, muy bien aunque no es suficiente y nunca es determinante. A ver, otra…
—Por la forma de caminar —agregó la siguiente.
—Podría ser, sin embargo si veo por la calle a un muchacho de esos que bailan hip hop o reggae, también podría significarme una amenaza ¿no?
—Por la mirada —opinó otra un poco tímida.
El maestro la quedó viendo y señalándola con tal ánimo con su dedo índice, que parecía recompensar su comentario.
—Eso es, pero a ver, ¿qué pasa si es difícil verlo? Ahora, imaginemos por ejemplo, a alguien desvelado y con los ojos rojos porque la noche pasada falleció un familiar o por haber estado en una fiesta hasta la madrugada. ¿Podría él representar una amenaza?
Las mujeres se quedaron calladas.
—Okey. Escuchen bien. Lo que deben tomar en cuenta muchas veces no es su forma de vestir, su mirada ni su caminar. Consideren siempre la distancia. La dis-tan-cia. Esto es sumamente importante. Si alguien les quiere hacer daño, tratará de disminuir la distancia con ustedes y por eso, si una persona viene de frente con malas intenciones, aléjense pero si ven que continúa acercándose, no corran, por favor.
—¿No vamos a correr? —preguntó una como si no lo hubiera escuchado.
—Nada de correr. Mantengan la calma y respiren. Sé que es difícil actuar de esta manera en estas situaciones, pero desde hoy, les enseñaré cómo pueden responder ante esto, y les advierto que si ustedes tratan de escapar, el atacante tendrá suficiente tiempo para alcanzarlas y no lo pensará dos veces para hacerles daño porque son su presa que ha manifestado miedo. Pero volvamos al principio. Ante los desconocidos siempre debemos aplicar la distancia, aunque a veces nos parezca descortés. ¿Okey? Ahora, si la distancia de seguridad se rompe, esto es lo que deben hacer: Primero, salgan cuanto antes del ángulo de ataque del agresor. Si a pesar de esto la persona se dirige a nosotros, retrocedamos unos tres pasos pero sin darle la espalda. Escuchen bien: Sin darle la espalda. Para detenerlo, le mostramos las palmas de nuestras manos haciéndole entender que no estamos armados y le preguntamos con firmeza qué desea. Por favor, les pido que traten de hacer contacto visual por pocos segundos porque la persona está en un alto nivel de estrés. Si lo vemos mucho, se sentirá intimidado y más rápido nos atacará. En cuanto él muestre su arma o nos intimide a entregarle lo que llevamos, lo siguiente es colaborar y dárselo. Esto es importante que lo recuerden. No debemos enfrentarnos a él. Debemos tranquilizarlo y hacerle ver que no pasará nada y así nos evitaremos un daño físico innecesario.
—¿Nos dejamos robar? —preguntó Ashia levantando la mano.
—Exacto. Si estamos en una situación en la que no tenemos salida, sin nadie a nuestro alrededor que nos socorra o nos encontramos en un sitio cerrado en el que es difícil escapar con prontitud, es mejor no esforzarnos por hacernos daño al enfrentar a la persona. El dinero, no importa. Así es. Ténganlo bien claro. El dinero, no importa. Una cartera, tampoco; un reloj, menos. Lo material no vale la pena. Tratemos de dejarle esto claro a quien nos ataca y démosle lo que quiere porque muchas veces para sobrevivir, desafortunadamente debemos entregar el poder. Sin embargo, y aquí entra lo complicado, sin embargo, hay tipos que no buscan nuestro dinero, nuestra cartera o nuestro reloj. Nos quieren a nosotros, nos quieren hacer daño y quieren abusar de nosotros. Claro, el pretexto es robarnos, pero al final lo que quieren es herir a alguien; quieren sangre, quieren ver sufrimiento, quieren sentir el miedo. Entonces, aquí entramos a un aspecto de sobrevivencia y en el que sí es aceptada una respuesta física para no dejarnos maltratar. ¿Okey? Volvamos al escenario planteado al principio. Si nuestro atacante viene de frente, nos salimos del ángulo de su acción para no ser heridos por cualquier objeto cortopunzante que tenga a mano así que, cuidado. ¿Okey? Sigamos. Si éste es el caso y tenemos a alguien que quiere hacernos daño, mantengamos la respiración, intentemos evaluar al agresor fingiendo estar atemorizados, pero observando a nuestro alrededor para analizar las oportunidades de escapar. Si esto no es posible, en cuanto se acerque, con uno de nuestros brazos apartemos los del delincuente. Suena fácil ¿verdad? Pues no. Un asalto y cualquier ataque suceden en cuestión de segundos y por eso, es preciso que reaccionemos cuanto antes al evento. A ver, respiremos profundo y repitamos despacio el movimiento. Eso. De esta manera, como si apartaran a una necia mosca. Controlen su miedo. Vamos, respiren y repitan mi movimiento con e-ner-gía. Eso, luego, con el otro brazo, le damos una cachetada en la cara de esta forma. Yo recomiendo que sea con la palma de la mano porque con el dorso, podrían dañarse alguna vena. Es importante hacerlo lo más fuerte que se pueda. No tengan miedo a quebrarse una uña y tampoco le tengan lástima a la persona porque él no les tendrá lástima pues quiere hacerles daño, pero ustedes no se dejarán. Este golpe que les acabo de enseñar, es para que el atacante pierda equilibrio y por un instante, quede atontado. Es hasta este momento que debemos correr, gritar o pedir auxilio. ¿Okey? Vamos a un segundo escenario. Supongamos que no identificamos a tiempo la violación del campo de seguridad y nuestro agresor nos ha agarrado de los brazos. ¿Qué hacemos? Bueno, respiremos para calmarnos y recordemos que nuestro peso corporal también genera fuerza y nos ayuda a resistir y crear impulso a nuestro favor. Por eso, si alguien las coge de sus brazos, deben desplazar el pie que queda más alejado del agresor, a ver, así como yo y luego, doblen las rodillas apoyando su peso en el lado contrario de quien les jala. Eso. Perfecto. Más tarde volveremos a repetirlo. Así, quien las agrede, difícilmente podrá moverlas y ustedes tendrán tiempo para pedir ayuda. ¿Okey? Sin embargo, aquí todavía tenemos malas noticias pues seguimos en manos de nuestro agresor. ¿Entonces, qué hacemos? Respiremos y no perdamos la calma. Si la persona que nos ataca está de frente tomándonos de las manos o los brazos, le damos una patada en cualquiera de las rodillas y a como el primer escenario, aprovechamos la sorpresa para golpearlo con la palma de nuestra mano en la cara, concentrándonos en los ojos o en cualquiera de sus oídos. Eso lo dejará atontado y les dará espacio para escapar. Lo otro que pueden hacer, es que al instante que son agarradas de cualquiera de los brazos del agresor, ustedes con el otro brazo aún libre, le dan un golpe lateral para soltarse. A ver, así de esta manera y de nuevo, lo golpean en el oído. ¿Okey? Ahora, si la persona viene por detrás, ¿qué debemos hacer?
—Respirar y no perder la calma —contestó una de las alumnas.
—Correcto. Respiren y nunca pierdan la calma. Recuerden, es su vida contra la de él. En cuanto sean agarradas, traten de darle un fuerte cabezazo. Sí, por muy doloroso que se lo imaginen, es mejor un cabezazo que quedar a merced de quien les quiere hacer daño. ¿Okey? Bueno, vamos a lo siguiente: Tomen uno o dos dedos de su agresor, a ver, les explicaré usando a alguien de ustedes. Venga usted, por favor. Yo me pongo detrás de usted. Ahora, la tomo por sorpresa. Usted entonces, me da un cabezazo y luego, agarra cualquiera de mis manos. ¿Okey? Sigamos. Vean cómo me agarra los dedos. Deben cubrirlo con sus cuatro dedos y aprisionarlo con fuerza. Puede ser uno, pero no más de dos dedos. Sólo así tendrá el efecto deseado. Recuerden esto, por favor. Nunca traten de doblarle todos los dedos. ¿Okey? Entonces, la víctima me los dobla hasta torcerlos. Intenten hacerlo rápido. Recuerden que por muy fuerte que sea la persona, no resistirá el dolor y perderá la concentración. ¿Okey? Gracias, vuelva a su sitio. En este momento tienen dos opciones: o corren, o le dan un rodillazo en la cara y luego, corren. Estas técnicas y herramientas como ven, son sencillas, pero efectivas. Por último, aquí tengo una alternativa que les servirá: Si alguien las toma por la espalda, hagan lo siguiente: A ver, para esto necesito otra voluntaria. Eso, Ashia. Gracias. Okey. Usted es mi atacante, así que me atrapa por la espalda. De cualquier manera, no importa. Así, perfecto. Cuando estén en esta situación, le dan un codazo en el área plexo solar, es decir, entre el estómago y el pecho. Luego, le machucan cualquiera de sus pies a la altura del empeine, le dan un cabezazo o un puñetazo en la nariz y por último, un golpe en los testículos. Este es lo que yo llamo, el paso de Los Cuatro Fantásticos. Muy bien, Ashia. Ahora tendremos un pequeño receso y tras la pausa, practicaremos desde el inicio cada una de las técnicas con ustedes…
Los ejercicios se extendieron dos semanas. Una de las últimas lecciones aprendidas, fue cómo liberarse de amarres en las muñecas y en los pies.
Esto mantuvo la mente de Ashia ocupada y ni siquiera se acordó de llamar a la policía para preguntar cómo avanzaban las investigaciones.
A diario, el instructor repasaba las rutinas tratando que las alumnas aprendieran y memorizaran los movimientos, pero también que sus cuerpos e instintos, respondieran automáticamente al ataque.
Al final del curso, Ashia fue capaz de repetir los trucos y agradeció al guía, quien le recordó que al encontrarse en peligro, pusiera en práctica la técnica más importante: Controlar su miedo y respirar.
Esa noche, al volver de su trabajo, descubrió que alguien le había robado su bicicleta.