Capítulo VIII

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Ashia había sacado el contenido de las maletas.

Iba a acomodar la ropa, cuando recordó algo. Su misión ese día, era ir a una tienda, comprar una lavadora y una bicicleta.

Con una vieja cinta de regalos, tomó las medidas del lugar donde pondría la máquina, cogió su cartera, dejó varios portarretratos puestos en la mesa y abrió la puerta.

El día estaba mejor. El sol se colaba entre las nubes y esto la animó.

Durante su paseo encontró decenas de bicicletas cerca de la entrada de la Iglesia San Pedro, una construcción medieval usada ahora como lugar de exposiciones culturales, presentaciones estudiantiles y hasta para conciertos de rock. A pesar de haber nacido en esa ciudad, Ashia nunca había visitado ese templo que databa del siglo XII. Era de estilo gótico brabanzón con destacadas columnas interiores, un hermoso deambulatorio y una gran bóveda en forma de cañón.

Muchas paredes y fachadas de la ciudad habían sido convertidas en poemas. Poemas de Octavio Paz, Jorge Luis Borges y Pablo Neruda aparecían en español desde los rincones más insospechados. Los textos también destacaban a escritores desde Shakespeare, hasta Kavafis, pasando por Espriu, Pessoa, Rilke o Verlaine. Había textos de holandeses, rusos, árabes, japoneses, chinos, españoles y americanos acompañados todos de discretos cartelitos al pie del mural con la traducción respectiva.

Por el canal Rapenburg contempló las bellas y antiguas mansiones en las que vivían ricos comerciantes, armadores y estudiantes, aunque en la actualidad seguían siendo igual de cotizadas y adquiridas sólo por la clase más pudiente.

En el centro, vio las nuevas tiendas de ropa, la misma pescadería, la venta de motocicletas, el local donde se ofrecían aperos de pesca, la panadería, el restaurante, el despacho de abogados, la iglesia con su gran torre de la que se veía el reloj, aquella famosa fábrica de harina ahora abandonada, los dos puentes de madera pintada con idéntico color azul y negro y el canal en donde algunos botes iban y venían aprovechando el claro día.

Llegó a la zona de las tiendas y entró a varios locales.

No fue fácil dar con una lavadora pequeña. La mayoría de las máquinas eran grandes o se debía comprar lavadora y secadora por separado. Tras una hora de entrar y salir de diferentes comercios, dio con la indicada. Aunque le molestaba el alto precio, la compró pagándola con la tarjeta de débito. Facilitó la dirección de su casa y le prometieron que a las nueve de la mañana del día siguiente la tendría en su puerta.

Fue a ver las bicicletas.

Con esto tuvo más problemas.

Había tantas variedades, tamaños y precios, que más bien se confundió.

Tuvo que anotar los costos y estilos de las que le gustaban y fue a unas seis tiendas para comparar precios.

Se decidió por una ofrecida a un cinco por ciento menos que en los otros lugares. Era una bicicleta firme, moderna y ligera, con varias extras como el velocímetro, cambios de velocidad, la bomba para inflar las llantas, una espuma especial en caso de pinchadura, un bolsito con las herramientas básicas, la llave y el candado, el dínamo, un foco delantero y una luz intermitente trasera.

Ella se fue feliz en su nuevo vehículo y anduvo por la ciudad recorriendo las calles como si fuera la primera vez que lo hacía en su vida.

El dependiente esperó media hora y cambió el letrero de venta por otro en el que ofrecían el mismo producto, a un quince por ciento de rebaja, debido a que la siguiente semana entrarían al mercado los nuevos modelos.

Le gustaba esta libertad, esta seguridad que reinaba en el ambiente y andaba sin ningún temor de ser atropellada por algún irresponsable conductor.

Veía a la gente ir y venir sintiendo satisfacción por estar de vuelta.

Se detuvo junto al semáforo y no experimentó aquel miedo que la embargaba esos años lejos de su patria, cuando se cuidaba de quien se acercaba al taxi en el que ella se trasladaba aferrando en su vientre su cartera y protegiéndola con sus dos antebrazos.

Aquí no escuchaba sirenas ni ambulancias.

No había persecuciones policiales, disparos ni gritos.

Siguió la carretera y se detuvo en una pizzería.

Dejó la bicicleta en la calle sólo con el candado puesto y fue a comer.

Abril hace lo que quiere
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