Capítulo 23

 

 

Una corriente de aire frío la despertó. Estaba echada sobre un socorrido colchón de púas de pino y le pudo ver en la distancia. Estaba sentado a unos metros de ella, pero pudo divisar por primera vez desde que estaba con él, como sus ojos estaban mojados. Estaba llorando. Él también podía llorar. Ser inmortal no significaba ser inhumano. Siempre le insistió ante cualquier comentario magnificado de Nora en favor de la inmortalidad, que se equivocaba. Que ser inmortal no era tan maravilloso como se podía pensar. Se veía pasar la muerte cerca de ti, cerca de tu corazón una y otra vez. Y por eso nunca se deja de sufrir. Su hermano había muerto y él era el que lo había hecho.

Nora se levantó en sigilo, para que no se asustara de su ruido y se sentó a su lado. No dijo nada. Sólo se agarró a su brazo y dejó caer la cabeza en su hombro. Sólo le consoló.

- Siempre crecí con él – le empezó a contar – cuando me rescató aquel anciano ese día entre las aguas del río embravecido, Tronn ya estaba con él. Era mayor que yo, más alto que yo, más fuerte que yo, más hombre que yo. Se convirtió desde entonces en mi hermano mayor. Tuvo la misma escuela que yo y nos educaron bajo las mismas reglas de La Hermandad. Cuando yo dejé de creer en ellos, intenté llevármelo conmigo, pero no claudicó. Se quedó. Estaba demasiado absorbido por El Supremo. Nuestro viejo padre había hecho una gran labor con él. Se convirtió en la mano derecha de ese malnacido.

Nora le escuchaba con atención. Nunca le había contado nada de él. Estaba ansiosa de conocerle un poco más. Le acarició su mano repleta de cicatrices mientras continuaba hablando.

- Sabía que esto iba a pasar. Que más tarde o temprano iba a suceder, pero siempre intenté mantenerme alejado de él ya que si esto ocurría, sabía que era yo el que iba a ser derrotado.

- ¡Oh Mert!, no digas eso- le interrumpió. El pasó entonces su brazo por su cintura y acarició con la mano libre su regazo con ternura.

- Ya me perdonó una vez – dijo con melancolía- Aquello quedó entre los dos. Jamás nadie lo supo. Si El Supremo se hubiera enterado lo hubiera mandado aniquilar a él también. Pero la verdad es que pudo matarme y no lo hizo. No como esta vez.

- Lo siento Mert, mi amor – le cogió del mentón como hacía en multitud de ocasiones y le besó- Siento que esto sea por mi. Esta vez no lo hubiera hecho, no te hubiera perdonado. Sus ojos no decían eso. Esta vez tú hubieras muerto y entonces ese maldito Supremo habría ganado otra vez. Yo estaría en sus fauces y nuestro hijo también.

- Lo sé, lo sé. — la imploró con tristeza mientras ladeaba su cabeza para mirarla fijamente a los ojos —Hice lo que tenía que hacer. Luchar por los tres.

Y se fundieron en un largo y apasionado beso que derivó en unos largos y apasionados minutos de auténtico deleite.

 

 

Se puso en pie aún con su torso desnudo, jamás lograría acostumbrarse a ver aquél tatuaje en su espalda, que tanta turbación le hacía sentir, que tantas veces había visto en los brazos de aquellas guerreras. Él pareció darse cuenta y tapándose con su vieja camiseta la ayudó a ponerse en pie.

- Un tramo más y lo habremos conseguido Nerbirye.

- Está bien Mert, pongámonos en marcha ya.

Aquél camino, que horas atrás le había descrito Mert cuando lo vieron por primera vez entre aquellos dos vértices de colinas, con aquella forma de manifestarla “nuestro hogar”, se dejaba por primera vez entrever.

Aquellos colores tristes e insípidos del terreno que durante toda la trayectoria nos habían acompañado, se volvieron allí donde miraras de color. Verdes, azules y rojos. Era diferente. Este nuevo sitio estaba vivo. Ante ello se abrió una extensión más grande que varios campos de futbol, atravesado por un rio que no se veía muy caudaloso en ese tramo pero que fluía con una corriente importante. Al fondo se levantaban un par de muros de piedra y un tejado medio derruido y repleto de nidos de pájaros. Por fina algo de vida.

Mert agarró con más fuerza aún su mano y tiró aquellos últimos metros de ella. Las punzadas en el bajo vientre se había agonizado en los últimos minutos y por más que intentó ocultarlo, su cuerpo se rindió. El giro la cabeza al notar que ya no tiraba de Nora, que ahora arrastraba de ella

- Nerbirye, Dios mío, qué te pasa – le dijo incorporándola parcialmente-

- Mert, el bebe – sollozando le avisó– algo no va bien.

- ¿El qué? No me asustes.

Algo más debió de ver. Sus ojos revelaban ahora miedo. Miedo por algo que sabía que no iba bien Estaban abiertos de par en par y empezaban a cubrirse con un paño húmedo. Se miró su mano, le miró su mano y estaba roja. Estaba manchada de sangre.

La recogió en brazos y no anduvo, si no corrió, hacia una especie de llano que había al sobrepasar un par de monolitos de piedra, puntiagudos y altos, medio enterrados en la tierra, que a Nora se le antojó ver como si fuera el umbral de una puerta. La puerta a la Libertad.

La dejó suavemente en el suelo y con Lágrimas en los ojos, esta vez no ocultadas le dijo:

- Hemos llegado mi amor. Estamos en Tierra Sagrada. Estamos a salvo los tres. Aquí nadie intentará nada.

- Mert, el bebe -sólo acertaba a decir eso ya que sólo notaba algo caliente entre sus piernas correr. Nora miró hacia un lado, y hacia el otro también. - Aquí no hay iglesias, ni sinagogas, ni cúpulas Mert ¿cómo sabes que esto es Tierra Sagrada?

- Todo este suelo en el otro lado es un camposanto de un antiquísimo poblado indio. Es un cementerio milenario, un terreno sagrado. Aquí no es más que un terreno fértil para labranza y pasto. Y ves aquello — le señalo con el dedo hacia las ruinas de lo que debía ser un refugio de pastores— Aquello será nuestro hogar. No te preocupes por nada, sólo necesitas descansar y el bebe se restablecerá. Los dos os pondréis bien cuando pase algo de tiempo.

Volvió a confiar en él. Es cierto que estaba muy cansada, pero esa necesidad de cerrar los ojos empezaba a dudar de que fuera por no dormir.

- Claro Mert, yo también soy inmortal, se me olvida siempre – le dijo bromeando mientras cerraba sus ojos – sólo debo dormir y mañana esto pasará.

- Lo dudo mucho Narbirye – dijo aquella atronadora voz jamás oída por ella que los pillo a los dos por sorpresa- No despertarás mañana. Ni tú ni tampoco Mert.

Mert se puso en pie lo más veloz que pudo, inclinándose hacia delante ante una reverencia. Nora no le vio ninguna intención de desenfundar su arma. Miró hacia donde Mert permanecía inclinado y ni vio nada a pesar de sentir algo. Nora tembló. La temperatura había descendido de repente veinte grados y un viento empezó a soplar, primero tenuemente para segundos después crecer con fuerza. Una figura apareció de la nada. Era El Supremo.

- Has matado a Tronn, tu propio hermano. Mal, muy mal. La verdad, no creí que fueras capaz de ello mi querido Mert. — le increpó mientras llegaba a su altura.

- De no haberlo hecho, sería yo el que no estuviera aquí, Señor. — seguía con la cabeza agachada en posición de sumisión.

- De eso se trataba Mert, de eso se trataba. - le dijo aquel titán de hombre pero mirando muy fijamente a Nora con aquellos ojos que se le hacían de lo más familiar— Todo hubiera sido más sencillo si la vez primera que tu hermano te encontró hubiera cumplido las órdenes. Nos hubiéramos evitado todos tantos malos entendidos — llevó su dedo a la sien dándose golpecitos rápidos y rítmicos en ella.— y él no hubiera tenido que hacer el sacrificio de ir por ti al ser castigado con ello.

Empezó a avanzar un poco más hacia donde Nora estaba tirada. Apenas si podía sostener su cabeza erguida, pero si lo suficiente para poder ver aquella expresión, aquel mirar. Era el mismo ojear que tuvo Tronn antes de llegar a ella.

- Narbirye, siento presentarme ante ti así, con tan poco tiempo para conocernos. — inclino su cabeza a modo de reverencia doblándose por la cintura. Luego la miró mientras se acariciaba su barbilla — No debería ser así pero...

- Estamos en Terreno Sagrado, Señor – intervino interrumpiendo Mert -

A Nora le pareció increíble que aún le guardara ese respeto a El Supremo, que se dirigiera a él con tanto temor.

- ¿Tierra Sagrada? - repitió con sarna girando su cabeza a derecha e izquierda y encogiéndose de hombros a la vez - ¿Y qué? — Avanzó un par de metros hacia ellos— Ella me pertenece Mert, lo sabes de sobra. Todo hubiera sido más fácil para todos si no te hubieras llevado a mi mujer.

- Todo hubiera sido más fácil si tu ansia de poder y tiranía no hubiera echado a perder a La Hermandad. — Su tono era diferente. Al haber oído decir “su mujer” pareció que toda cortesía había desaparecido.

- Ya Mert – dijo chascando su lengua- es que ser el padre del futuro rey, me hizo sopesarlo todo. —Volvió a dar un paso más hacia ellos. Mert le puso la mano en su pecho interrumpiendo su camino.

- Ella ya no es pura, mi Señor. Está engendrada.

- Ya, ya lo sé, pero por lo que veo no por mucho tiempo. — contestó mirando hacia las piernas de Nora cubiertas por un reguero de sangre —Es una pena desperdiciar este olor tan rico que emana aún su útero.

Sus ojos cada vez se veían más exaltados y enloquecidos. Mert ahora le empujó con fuerza hacia atrás. Nora bajo su cabeza y se miró. La pequeña pérdida se había convertido ahora en una hemorragia.

- Mert, nooooo – gritó llorando – ¡el bebe no!

- Ves, el oráculo se ha vuelto a equivocar, ja, ja. El futuro rey ya no podrá acabar conmigo. —carcajeo aquel ser mientras se despojaba de una larga capa roja que colgaba de su cuello.

- ¡Está bien, está bien! - dijo Mert nervioso e indiferente a las Lágrimas de Nora - ya no hay bebe, ya no hay porque seguir con esto. — le sujeto por el codo ante la gran proximidad que tenía sobre Nora —Déjela en paz a ella.

- ¿Cómo dices vil súbdito?— le reprendió con rudeza mientras hacía un movimiento brusco para deshacerse del agarre de su codo— ¿Cómo osas dirigirte a Tu Señor de esa forma? Ella morirá igual que tú por vuestra traición. Tu misión consistía en traerme a la hembra. Si no hay vientre que pueda volver a ser engendrado, no hay problema futuro y con los años que me quedan por estar en este mundo, ja, ja, se acabó el obstáculo para seguir siendo yo el rey.

- Estamos en Suelo Sagrado ¿Lo ha olvidado? - dijo suplicando esta vez Mert — no puede matarla, ella también es inmortal.

El Supremo pareció empalidecer, pero en unos segundos sacó su espada de su envoltura. Mert hizo lo mismo. Un ruido metálico retumbó con eco en el aire.

- Si mata a alguien aquí, no saldrá bien parado – le dijo Mert poniéndose a la defensiva.

- ¿Crees que me voy a poner a pensar en lo que puedo perder sabiendo lo que puedo ganar? - le dijo El Supremo a Mert a la vez que empezó a cargar contra el.-

 

 

La elegida
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