Capítulo 1
Aquella mujer me continuaba siguiendo. Aquél incesante campanilleo hacía dolerme el pabellón auditivo. A pesar de mi enorme esfuerzo por perderla de vista, aún seguía ahí. Su aspecto era demoledor. Infligía respeto, miedo, terror. De repente ella fijo su mirada en mí. Mis pies quedaron clavados en el suelo, como si alguien los estuviera sujetando desde las entrañas del asfalto. Por más que intentaba moverlos, mis piernas no respondían. Toda yo permanecía paralizada. Miraba de un lado a otro sin que nadie me viera a pesar de estar rodeada de una gran multitud. Y gritaba con todas mis fuerzas pero nadie me oía. Ella levantó una mano muy despacio y extendió el dedo índice señalándome en la distancia. Sus ojos, ocultos detrás de aquellas enormes gafas de sol, hicieron acto de presencia cuando se las retiró del rostro de aquella forma tan amenazante. Eran diabólicos, enfermizos, dantescos, llenos de odio, llenos de muerte. Sonreía primero, carcajeaba después. Empecé a convulsionar por todo mí ser. Mi sudor caía por mi frente. Mi respiración empezó a ser un jadeo audible. Mis ojos se empañaron con mis Lágrimas. Lágrimas de pavor. Era víctima de una ansiedad incontrolable. Ella poco a poco, pasito a pasito, se acercaba a mí. Yo intentaba con las manos subir la pierna derecha que parecía estar adosada al pavimento.
Echó la mano hacia atrás y extrajo algo pesado y brillante de su espalda. Brillaba, brillaba mucho en la obscuridad tan opaca de aquella noche. No sabía lo que era, pero hizo que volviera a temblar y que no consiguiera tragar. Mi garganta estaba seca. Al fin pude averiguarlo. Era una daga. Una daga que empuñaba con toda su fuerza y se dirigía a mí con ella en alto. ¡Dios Santo! Solo quería huir de ahí, pero no podía. Aquella neblina que surgía de sus pies llegó antes que ella a mí. No podía respirar. Su olor pestilente no me dejaba oxigeno que aspirar. Levanté el rostro del suelo donde miraba y allí estaban esos ojos atigrados de color dorado y negro. Jamás había visto nada igual. Puse mis manos sobre mi cara, como una tonta protección. Iba a clavarme su daga. Sus labios babeaban ante la excitación que tenía por estar ya cerca de mí, por tenerme a un simple paso para matarme y...
— Ring, ring
— ¡Demonios! — dijo maldiciendo mientras intentaba apagar el minúsculo despertador que posaba en la mesilla.— Otra vez esa maldita pesadilla. Tengo que volver a mi terapia. Nunca debí abandonarla tan pronto.
Se levantó como todos los días, temprano para ir a trabajar a la galería de arte. Como todos los días, cansada, agotada, se incorporé de la cama como si no hubiera podido descansar en toda la noche a pesar de haber dormido de un tirón. Todos los músculos de su cuerpo parecían pesados, en especial el de su pierna, como si hubiera estado levantando pesas con ella durante horas seguidas. Se metió en la ducha con la ingenua intención de que ello la espabilara del exhausto sueño. Parecía que hubiera estado toda la noche corriendo, y de eso si era capaz de acordarse en el sueño. Tomó una taza de café sólo y bien cargado y sin nada más en el estómago se dirigió a la parada de taxi para ir al centro de La Gran Manzana, donde tenía la galería junto a su socia y amiga Virginia, The Blue Fairy. Otra vez llegaba tarde.
— ¿Buenos o malos días? — preguntó Virginia mirándola por encima de sus gafas —Malos supongo – se respondió ella misma al verla entrar por la puerta.
— No bromees, no estoy de humor.— le exclamó mientras movía la mano en forma de negación.
— Otra noche ajetreada, supongo.
— Supones bien.
— Me imagino que no ha sido por una noche de auténtico, verdadero, feroz y afortunado sexo – siguió Virginia con la broma mientras se acercaba al mostrador y dejaba sobre la encimera un fajo de papeles.—
— Supones otra vez, pero esta vez mal. He vuelto a retomar esas malditas pesadillas.— le dijo con tono pesaroso dejándose caer en la silla mientras se acariciaba el puente de la nariz.
— Otra vez la tiparraca esa vestida de cuero negro te ataca. Deberías probar el no tomar tanto café durante el día. Quizás así no te ataque esta noche – siguió bromeando Virginia.
— ¡Virginia! Guárdate tu humor para otro momento. No tiene gracia. Sabes que lo paso realmente mal. – la tuvo que regañar mientras hincaba su cabeza entre las manos intentado no volver a ver esas imágenes de nuevo en su recuerdo — Hoy incluso llegué a sentirla su respiración. Es horrible la realidad que tienen esos malditos sueños.
— Lo siento — comentó ahora en serio —solo pretendía hacer más light el tema. Deberías volver a charlar con tu psicoterapeuta. Te vendrá bien. Hacía mucho que no te pasaba esto pero por lo que veo se está repitiendo ese sueño con verdadera insistencia.
— Eso creo yo también. Ojalá pudiera recordar algo nuevo y no esos ataques de doña cañera con látigo.
— Ya vendrán a ti tus recuerdos. No te apures y date tiempo para que eso suceda.
— Claro, bueno ¿ha venido algún pedido?— dijo cambiando de tema mientras recolocaba el mostrador de cristal totalmente saturado de papeles.
— No, sólo la confirmación de la llegada en las próximas horas de la nueva colección de fotografías de la Vieja Fábrica.
—Vale. Cuando lleguen me las pasas. Buscaremos un hueco para exponerlas. Ahora creo que – le dijo mientras tiraba a la papelera el vaso de plástico que traía consigo desde su casa— voy a por otro café a la cafetería. ¿Quieres algo?
—¡No deberías de tomar tanta cafeína!, No es buena para conciliar el sueño.
—Vete al carajo Virginia.— la increpó saliendo por la puerta a grandes zancadas.— No tiene ninguna gracia.— la continuó diciendo desde el exterior a grito pelado mientras apoyaba la nariz sobre el escaparate y le sacaba la lengua de una forma infantil a su amiga haciéndola burla.
Caminó hasta la siguiente manzana. Allí se encontraba su cafetería preferida. Lo hizo inmersa en sí misma, en sus pensamientos. No lograba comprender lo que la estaba pasando y el porqué de ello pero llevaba ya varias semanas sin poder dormir toda la noche de un tirón.
La vieja puerta de hierro forjado de color burdeos le dio los buenos días antes de entrar al establecimiento. Había que hacer un gran esfuerzo para poder abrirla debido a su peso. Allí el simple olor a todos esos cafés hacía deleitarse a cualquier sibarita de esta bebida. Hacían unos capuchinos de muerte. Nunca los había tomado tan buenos en ningún otro sitio. Buenos y baratos. Con la cantidad de ellos que tomaba al cabo del día, tenían un presupuesto gratificante y fijo con ella. Además ya eran varios los años que los conocía y les unía algo más que los cafés. Aquel establecimiento le traía buenos y malos recuerdos.
—Hola Megan, buenos días, un capuchino por favor. – la solicitó cortésmente a su conocida camarera mientras se sentaba en uno de aquellos taburetes altos.
— ¿Para tomar o para llevar?
—Creo que para llevar. He de trabajar un poquito esta mañana. Ya sabes, tenemos esa fea costumbre si queremos comer al final de mes.
—Claro, ya, ya, nunca lo diría de mejor modo. Ten, tu café ya te esperaba y lo tenía casi preparado. Ten cuidado va muy caliente.
—Gracias Megan. Hasta ….. Pronto, supongo.
—Seguro que sí. Te iré preparando el próximo.
Al girarse sobre el taburete del bar, no pudo evitar fijar su mirada sobre la última mesa de la izquierda. Allí solía desayunar con Robert. Normalmente estaba ocupada puesto que era uno de los rinconcitos más solicitados por estar junto al enorme ventanal que poseía la cafetería, pero en esos momentos se hallaba vacía. Su mente viajó instantáneamente a un par de años atrás en los que estaban recién casados y todo era maravilloso. El venía todas las mañanas a desayunar con ella. Cerró los ojos, cansados por mi noche anterior, para borrar todo aquello de su mente y cuando los volvió abrir, fue cuando le vio. Allí sentado, en la misma silla que unos segundos antes estaba vacía. Era un tipo grande, moreno con el pelo cortado casi al uno, y con aspecto rudo. No podía ser. ¿Cómo lo había hecho? Hace diez segundos había mirado y estaba vacía y ahora estaba ese tipo ahí sentado. No lo vio llegar o quizás no fueran segundos en los que había mantenido cerrado los ojos. Se bajó del taburete con indiferencia mientras se dirigía a la salida, pero no pudo resistirse el girarse de nuevo para volver a mirar hacia aquel rincón, ahora ocupado por el tipo raro de negro. ¡Mierda, ahora no estaba! Miró alrededor de la zona y no estaba ni sentado, ni por ningún sitio de la pequeña cafetería. En la puerta estaba ella, no pudo haber salido por ahí sin haberse topado con él. ¡Dios Mío!, Virginia tenía razón, no debería de tomar tanta cafeína. Parecía empezar a afectarla de verdad.
—¿Has visto algún fantasma Nora? — LA preguntó Virginia nada más entrar por la puerta ante la palidez de su rostro.
—No ¿por qué?.
—Pues entonces pasa y maquíllate un poco. Estás que das asco.— la ordenó mientras extendía un periódico sobre la encimera del mostrador y señalaba con el dedo una parte de la hoja — Oye ¿has visto la prensa? Otra mujer encontrada muerta cerca del aeropuerto.
— ¿Cómo las otras? – preguntó quitándole el periódico de su mano.
—Efectivamente, como las otras. Decapitada y con el vientre abierto en canal. Apuesto a que estaba en cinta como las demás chicas. ¡Buag! Es nauseabundo.
— Esto empieza a ser peligroso. — la dijo con miedo mientras tiraba el periódico a la papelera de mala gana— Hazme el favor de no salir sola por las noches Virginia. Seguro que se trata de algún psicópata que está esperando al acecho para encontrarse con alguna mujer y atacarle –la atosigó como una madre a su hija adolescente.
—Ya empezamos con tus historietas. Hija hay que vivir un poco la vida. Dime — le dijo mirándola fijamente y esbozando aquella media sonrisa sospechosa de interrogatorio — ¿desde cuándo hace que no estás con un hombre?
—Virginia no me fustigues con tus ideas de ligoteo. Te prometí que no iba a aceptar ninguna otra cita a ciegas que viniera de ti. Yo solita encontraré algún día a alguien.
—Desde luego que sí. Metiéndote en casa a las ocho, seguro que sí.
—No me gusta salir entre diario.
—Y los fines de semana ¡ah, es verdad! Vuelves mucho más tarde a casa ¿a qué hora Nora? ¿A las nueve o a las nueve y media?
—No te burles más Virginia. Aun no estoy preparada.
—Pues han pasados ya dos añitos guapa. Destierra a aquel gilipollas egocéntrico y engreído y totalmente obsesionado con la paternidad, de tu cabeza y ponte manos a la obra. Cariño tienes veintinueve años. Se te pasará el arroz.
—¡Que exagerada eres Virginia! Si pretendes convencerme con que se es vieja para rehacer mi vida con solo veintinueve años no lo vas a conseguir. Estoy en muy bien como estoy. – la dijo poniendo punto y final a aquel diálogo que día tras día se repetía con la misma intensidad.— Y ahora dime, ¿está todo listo para la exposición?