Capítulo 17
Al pasar un largo rato y no regresar, su propio orgullo la hizo reaccionar.
Eso era, se dispuso a marchar sin él, lejos de ese arrogante hombre. Si no podía estar con ella, ella era la que no necesitaba estar con él.
Le robó de su mochila una de las botellas de agua medio vacía y un trozo de la única barita de chocolate que quedaba. Se acercó sin titubeos al montón de cenizas que quedó de la guerrera y cogió la pequeña daga que había tirada sobre ellas. Con la espada no podría avanzar tan deprisa, por su peso y su volumen, con lo que no hizo ni intención de llevársela. Se metió el pequeño machete en el bolsillo trasero del pantalón y sin saber qué rumbo tomar, empezó a andar.
— Si no desea tenerme a su lado como mujer tampoco me tendrá como protegida. Ya me las apañaré yo con mi destino. — Con aquel único pensamiento en su cabeza cada vez andaba más deprisa. Huía más deprisa de él. Notó algo salado que entraba por su boca. Eran sus Lágrimas. Lágrimas de rechazo, de desamor por un individuo que apenas sabía nada de él, que apenas conocía y que a la vez no lograba comprender porque sentía conocerlo desde siempre.
—La tristeza no es eterna —se dijo a si misma limpiándose con la mano sus Lágrimas — Esto pasará, como paso con Robert. Dolerá, pero pasará. Lo volveré a superar.
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Aún no sabía cómo había podido contenerse. La deseaba tanto como ella a él. Pero sabía que para no empeorar más la situación tenía que evitar estar cerca de Nora. Sus sentimientos de hace décadas volvieron con la misma intensidad, si no más, en cuanto ella le abrazó.
— ¡Oh Dios! Cuanto hubiera deseado en esos momentos besar aquellos labios tan deseables, acariciar aquella pálida y tersa piel, apretarla entre sus brazos y decirla que sí, que la amaba, que la deseaba, que la necesitaba. Pero ella jamás sabría de esos sentimientos. Tenía que ser fuerte y ser capaz de rechazar sus invitaciones. No podía satisfacer sus deseos más íntimos. No podía ser. — Mierda aquella guerrera aniquilada tenía una energía demasiada exagerada y negativa. No puedo controlar esta sensación de irritabilidad constante. — se decía así mismo soltando un bufido. — No he sido capaz otra vez de contarle toda la verdad.
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Los pies la pesaban horrores, la noche se había echado encima y aquella sensación de ser observada según avanzaba, estaba empezando a volver a ella. Sabía que era ella misma quien lo provocaba, pero la daga en su mano declaraba sin palabras su terror. Oía ruidos, las voces de los animales. Al fin y al cabo estaba en mitad de la nada rodeada de caminos que no sabía si iban a alguna parte y de arena por todos los rincones. Siempre había querido tener unas vacaciones en una isla desierta, desconectada de todo aquello que le recordara el ajetreo diario de la galería, pero esto era demasiado desierto para poder disfrutarlo.
La sed hacía estragos, pero a base de no hacerla caso conseguía mantenerla controlada. Tenía poca agua. Y el hambre...... hacía horas que no se acordaba de ella.
Pero aquel dolor que la oprimía el pecho mientras huía sabía que no era por el esfuerzo de la caminata. Se lo hacía él. ¿Cuándo descubrió que se había enamorado de alguien como él, que no asimilaba aún quién o qué era? Aquel hombre parecía arrancado de una época menos civilizada, donde recurrían a los instintos primitivos para sobrevivir y donde se usaba la fuerza y no las palabras para poder seguir. En esos momentos le odió. Lo detestaba por haber aparecido en su vida. No tenía recuerdos anteriores, pero ahora los mantendría para siempre.
—Mierda ¿que ha sido ese ruido? — se dijo girando sobre sus talones al oír aquellos chasquidos a su espalda. Puso la daga a la altura de sus ojos como esperando a que alguien la atascara.
Había confiado en que no hubiera más ataques hasta pasada varias horas, como en las otras ocasiones. Pero afinó el oído esperando, con la esperanza de que no fuera así, de volver a oír aquellas notas metálicas. Levantó la barbilla hacia el firmamento mientras se ponía de puntillas, aprovechando la tenue brisa que se estaba levantando, para ver si llegaba otro olor que no fuera a polvo. Nada, sin embargo los ruidos persistían. Unas pequeñas gotas mojaron su rostro. — Mierda y ahora se pone a llover— Las nubes se colaban bajas y parecía avanzar por el bosque tras ella como si fuera una espesa humareda. Su cuerpo casi no la obedecía. Sus poros desprendían espanto y cobardía. Entre aquella obscuridad que la lluvia junto con la noche cerrada invadió en segundos, empezó a buscar con la mirada algún sitio donde poder ocultarse. Cuando lo hizo con Mert en aquel agujero le dio a entender que camuflados parecía tardar más en encontrarles. Pero por allí no había ni un maldito chaparro para hacerlo.
Siguió avanzando en lo que ella suponía por reflejo que era línea recta y cuando quiso darse cuenta estaba corriendo hacia ningún lugar. Se golpeó con la rama de un árbol rasgando su brazo pero no se detuvo. Sentía aquellos pasos tras de ella. Aquella valentía que se autoimpuso cuando le abandonó usurpando la daga de la guerrera, se estaba ausentado sin su permiso. Continuó corriendo casi galopando, no quería que lo que fuera la pillara por la espalda sin ni siquiera enterarse. Al menos lo habría intentado. Tropezaba continuamente con las ramas y las pequeñas rocas que sobresalían del suelo. Se cayó dos veces y estuvo a punto de romperse la crisma mientras intentaba descender por aquellos resbaladizos caminos de tierra. Tardó como una hora más en recorrer apenas tres kilómetros. Estaba dando vueltas, no avanzando, y durante todo ese tiempo no hacía más que preguntarse qué podría hacer para recuperar su autoestima ¿cómo había pasado? ¿Cómo había sido tan tonta de pensar que él.....? Había pasado en solo unos días de ser una prometedora empresaria de una afamada galería, entregada a su trabajo, con un futuro más que prometedor a convertirse en una tonta..... Inmortal y.... Enamorada.
La tormenta cobraba intensidad sobre su cabeza. El viento aumentó golpeándola la cara haciendo que la visión para caminar se hiciera imposible. Sintió que el corazón se le desbocaba en el pecho. Cuando se quiso dar cuenta sus pies no tocaban terrero. Estaban en el aire. Se acababa de precipitar por algún terraplén o algo parecido. El suelo ya no estaba en horizontal. La pendiente la hizo tropezar y cayó rodando por aquella ladera. Cuando dejó de girar y se estampó contra el suelo, reacciono de inmediato, como un muelle, y dolorida saltó hacia un lado ocultándose y apartándose instintivamente del camino principal. Su espalda rozaba algo parecido a alguna ladera. Sus manos detectaron tierra al apoyarse en ella. Ahora si podía cobijarse entre el talud de aquella torrentera.
Su respiración era atormentada, casi daba bocanadas para poder inhalar. Seguramente se trataría de algún animal salvaje de aquel bosque extraño que la perseguía o tal vez fuera otra de aquellas mujeres enfundadas en esa segunda piel de cuero quien intentara cazarla. Pero de igual forma su miedo no la dejaba de maltratar. Luchó contra aquellas ganas terribles de bramar, de pedir que por favor, bastara ya. No podía con aquel sin vivir. ¿Cuándo le tocaría a ella ser la siguiente víctima del Clan?. Apoyó su espalda aún más fuerte contra aquella pared de tierra, con la cabeza hacia atrás, intentando camuflarse con ella con el empuje. Sintió a través de la camisa que ya no se trataba de una tierra seca y polvorienta. Estaba fría, húmeda. La tocó con las manos, parecía barro, arcilla. Antes no se había dado cuenta de que estaba empapada. La tormenta ahora era incontrolable. Alzó su rostro y abrió la boca para que aquel torrente de agua llegara a su garganta. Al menos en ese momento podía beber. Pero no se movió. Su cobardía no la dejaba hacerlo. Con la daga en mano, alzó su brazo sobre su pecho, con la punta del arma hacia afuera en posición de ataque cuando presintió movimiento entre aquella oscuridad espesa. Sabía que aquello no serviría para nada si se trataba de alguna guerrera más, pero si el perseguidor era un coyote u otro animal, quizás.....
Se echó a llorar en silencio primero para que después grandiosos y desgarradores sollozos acudieran a su boca, espasmos sacudieron su cuerpo con dolorosas consecuencias, porque todo su cuerpo le dolía en esos momentos una barbaridad, aunque no era nada comparado con el dolor que sentía en su corazón. Sólo oía sus latidos mezclándose con los sonidos del bosque, crujidos de sobrecogedores gemidos que seguramente serían solo los árboles, protestando por el potente viento que azotaba sus cúspides.
—Narbirye, por Dios, ¿qué crees que estás haciendo? ¿Te has vuelto loca o qué? ¿Lo haces por fastidiar verdad? — le dijo aquella voz tan varonil que Mert tenía entre las tinieblas de la noche.
Sus músculos se relajaron entonces, como si se hubieran destensado una goma. Su garganta se volvió a secar. Sus manos aún temblorosas no dejaban de convulsionar. Era Mert, solo Mert. El no necesitaba luz para llegar hasta allí con tanta rapidez. Tenía una magnifica visión nocturna, no así durante el día, eso ya lo había notado anteriormente. Le aventajaba en su huida casi horas, y sin embargo era él que estaba detrás de ella a escasos metros durante toda su carrera. Con el crepitar de los árboles y el miedo que la invadía no le había oído acercarse.
—¡No vuelvas a dejarme así Narbirye!. Nunca jamás, ¿lo entiendes?, porque pareces no hacerlo. —le rugió con los dientes apretados y con sus ojos taladrándola.
Nora aún no se había movido de la posición inicial. Su espalda seguía apoyada sobe aquel montón de tierra. Mert se acercó más a ella. Le apartó las manos que aún las tenía enfrente de su rostro apuntándole con la pequeña daga. Se la robó de las manos temblorosas de Nora y la tiró al suelo. Le sujetó sus manos con fuerza y las colocó sobre la pared de tierra sujetándoselas contra ella con potencia. Inmóvil, mirándola directamente a los ojos con una fuerte mirada. Nora casi no podía respirar y él dándose cuenta de ello aflojo la intensidad sobre las muñecas dejándola los brazos libres. Ella los mantuvo en esa misma posición. Mert colocó una mano a la derecha de la cabeza de Nora, sobre la ladera del terraplén y la otra sobre el lado contrario quedando su rostro entre sus dos brazos. Seguía clavándola sus ojos en ella mientras una expresión horrorizada le desfiguraba la cara. Sus ojos estaban llenos de ira. Se les veía a si cuando luchaba con las guerreras. Sus labios denotaban violencia, se los mordisqueaba sin cesar. Su respiración parecía ser espasmódica en lugar de ventilar. Suspiro una, dos y hasta tres veces antes de acercarse tanto a ella que podía sentir su seco aliento sobre su boca sin ningún esfuerzo. Después silencio.
—¡Oh Dios Narbirye! Si me acerco más a ti, romperé otra vez las reglas —le dijo susurrando. Su hálito le rozó suavemente la oreja derecha.
—Pues rómpelas ya de una vez— le respondió jadeando mientras se mordía el labio inferior —
Sus labios rozaron los de ella por primera vez, su calor la hizo estremecerse. Lo que en un principio fue un simple roce, se convirtió en una gran presión sobre su boca. Sus movimientos la hicieron palpitar. Tomó su boca con sus labios hundiéndose en ella. Su lengua buscó la de ella. Un espasmo en forma de excitación la atravesó todo el cuerpo. Olía como el bosque que pisaban, era resistente como el granito y tenía un sabor cálido, dulce y masculino. La estaba besando por primera vez. Era un beso de acorde a su aspecto, irrefrenable e irresistible. No se atrevió a respirar, su intuición le escupía que si lo hacía perdería la magia de ese beso.
Su lengua empezó a recorrer todos los huecos de su boca lo cual la hizo resollar. Había algo en él demasiado familiar. Quizás fuera el modo de moverse, sus gestos, sus expresiones... La forma en que besaba....No podría dominarse por mucho tiempo más. Le cogió de su camiseta y tiró con pasión hacia ella. Quería sentirlo más cerca. Agarró su cabeza y le bajó la boca hasta poder volver a dar con sus labios y besándole con una intensidad tal que a él le calentó la sangre casi hasta hacerle hervir. En ese mismo instante se separó bruscamente de ella.
Se le veía en una lucha interna constante, como si su cuerpo dijera si y su cabeza no. Le puso las manos en las manos de ella y la apartó de un sutil empujón. Bajo su cabeza hasta rozar su barbilla contra su pecho— Dios era tan cálida, no debía....— Sus ojos se hundieron sobre los de Nora, eran dos órbitas de desconsuelo.
— Tus recuerdos eran muy importantes Nabirye, y yo te los robé — musito ladeando la cabeza ensombreciéndose sus facciones y sus ojos se volvieron inflexibles
— No sé lo que me quieres decir, y sí, los recuerdos son muy importantes —le repitió — pero a mí no me sirven de nada en estos momentos si me dices que tú no formas parte de ellos.
— Por favor Narbirye, no puedes hacerme, hacerte esto......—le imploraba intentando recuperar la compostura mientras sus ojos ardían como el fuego de deseo. Él también la deseaba, notaba su deseo sobre ella. Y Nora se lanzó a su cara para volver a besarle.
La pasión le arrastro. Esta vez fue ella la que se adentró en su interior. Le besó sin parar mientras le despojaba de su apretada camiseta subiéndosela hasta el pecho y sacándosela por la cabeza. Al sentir el calor de su piel volvió a notar agujas clavándose en su estómago. Su excitación era visible y ahora hasta palpable. La levantó entre sus brazos mientras Nora entrelazaba sus piernas a la cintura. Mientras sus bocas continuaban unidas, se desplazaron apenas medio metro a su derecha, introduciéndose en una grieta que se abría en el talud de tierra. Dentro la oscuridad seguía opaca, pero al menos no llovía. Con una tranquilidad pasmosa para aquella necesidad que le apremiaba, Mert empezó a desabrocharla lentamente los botones de su camisa mientras no dejaba de besarla. Ella apartó su boca y empezó a mordisquearle la mandíbula mientras él tiraba de su camisa intentando sacársela de los pantalones. Buscó el cierre del sujetador y lo desabrochó con bastante habilidad. Luego se lo quitó y le cubrió un seno con una mano. Nora soltó un gemido curvándose contra su palma cuando sintió el contacto. Le acarició tiernamente los senos, disfrutando cada segundo, sin prisa.
Continúo besándola, acariciándola por cada recoveco de su diminuto cuerpo. Ella se retorcía de tal forma que sus caderas quedaron bajo las suyas. Él le soltó el cabello que Nora llevaba sujeto en un recogido y siguió acariciándole sus hombros, deslizando sus dedos por sus brazos mientras sentía una oleada de energía calorífica. Mert le apartó el pelo de la cara que estaba empapado y se pegaba en su piel y le besó las mejillas, la nariz, la boca. Nora le puso las manos en el pecho reluciente por el sudor y él gimió en su cuello. Él se echó hacia atrás y la miró, jadeando y con la respiración entrecortada. No podría hablarla, decirla que no podía seguir aunque quisiera. La deseaba, lo hacía con una fuerza angustiosa. Nora tenía los ojos abiertos, clavados en él con tal intensidad que Mert tuvo que cerrar los suyos e intentar respirar hondo para resistir aquella tentación.
— Mert, por favor, no. No te separes de mi de esta forma. — le suplico viendo que él intentaba volver a parar aquello que brotaba de ellos.
—Narbirye, no puedo, no...... — Dios, aquella mujer tan maravillosa y tan vibrante le deseaba con una fuerza abrumadora.
Un gruñido salió el pecho de Mert. Presa de una gran excitación le resultaba imposible controlarse. Apretó la mandíbula mientras notaba como rompía su propia promesa. Se acercó a ella y le desabrocho el cinturón del pantalón mientras le acariciaba la receptiva piel de su vientre. Le bajó los pantalones y su bello cuerpo se asomó ante él. Era perfecta. Sus dedos se deleitaron de la tersa y sedosa dermis mientras Nora seguía sondeando el torso desnudo de Mert hasta que finalmente lo atrajo más hacia si. Después le bajó rápidamente a él los pantalones y le rodeo con su pierna. Él se sitúo entre sus muslos y se mantuvo sobre ella. El fuego salía por aquellos ojos grises.
— Por favor Mert — dijo ella mientras le rodeaba la cintura con sus piernas — Te deseo.
Él se inclinó y le tomó un pezón con la boca. Ella se arqueó contra él al mismo tiempo que lanzaba un grito de placer. Víctima de su excitación ya incontrolable, le acarició entre su húmedo y cálido núcleo femenino, preparándola para recibirlo.
Llevaba más de un siglo esperando ese momento, esperando hacer suya a esa mujer, a la única mujer del mundo no destinada a él.
El tiempo se detuvo al instante y entorno a ellos brotaron chispas de energía. Sintió que la exaltación le invadía en avalancha mientras ambos se mecían y sofocaban un fuego que les tocaba en el centro del alma.
Pasaron sin moverse de esa posición, de cómo estaban, demasiados minutos como para contarlos. Mert tras darle un suave beso en la frente, despacio se apartó de Nora y rodó sobre si, hasta alcanzar la fría y húmeda superficie del suelo. Nora se mantenía en la misma posición, quieta sin más, petrificada como una tonta, sintiendo como la anegaba su vigor y su calidez. A su lado, en un incómodo silencio, roto por una respiración todavía muy fuerte y un brazo puesto sobre la cara, permanecía inmóvil Mert. El gesto de su mandíbula tampoco decía nada bueno, la tenía tan apretada que se le marcaban los músculos de la cara. ¿Se estaba arrepintiendo de lo que acaba de suceder? Nora prefirió no indagar más. Se limitó a acercarse a él, desnuda, desnudos todavía, se abrazó a su robusto cuerpo.
— Maldita sea Narbirye..... — su cuerpo permanecía rígido, pero al final se envolvió en el abrazo que ella le estaba ofreciendo — Maldita sea..... — le susurró en su cuello mientras se fundió en un tierno y cálido beso.
Empezaba a amanecer cuando abrazada sobre él se despertó. Él ya lo estaba. Un poco de luz entraba a través de la grieta que hizo de puerta y le pudo ver. Con un tierno beso le dio los buenos días. Parecía que el cargo de conciencia de la noche anterior había desparecido o al menos parecía haber asumido que su deseo era igual de escandaloso que el de ella.
— Creo que deberíamos levantar el campamento — le dijo irónicamente mientras intentaba incorporarse.
— ¿Estás seguro de eso? — le respondió empujándole de nuevo sobre el suelo y poniéndose a horcajadas sobre él. — Ahora estás bajo mí. Te tengo todo controlado.
—Eres tremenda Nabirye, y yo soy insaciable, pero en serio — le ordenó mientras la volteaba haciéndola caer ahora de espaldas a ella sobre el terreno — debemos marcharnos ya.
—¿Un poquito más? —le manifestó bromeando como una niña.
—Por favor Nabirye, obedéceme por una vez a la primera. — la dijo tirándola la camisa y el pantalón aún mojados, sobre su pecho desnudo y esbozando una sonrisa. — Un poco más adelante hay una charca, puedes asearte un poco mientras busco un refugio donde poder encender una hoguera y así secar tus ropas.
Agua, por fin, un poco de agua para lavarse. Se incorporó quedándose sentada, mirándole con deseo desde abajo. Él ya de pies y en frente de ella, llevaba el pantalón puesto, pero la camiseta no. Andaba buscándola con la vista con bastante nerviosismo y premura.
—¿Buscas esto? — le dijo pícaramente poniendo la camiseta entre sus muslos — Creo que si la quieres tendrás que venir a por ella.
En cuestión de segundos le tenía sobre su regazo.
— Eres como una niña pequeña Nabirye. Tenemos que apresurarnos, aún nos queda una buena caminata.
Y la beso fugazmente en aquellos labios hinchados por la pasión mientras le arrebataba la camiseta de entre sus manos. Poniéndose en pie y mirándola de frente, atravesándola con una mirada de deseo, se introdujo la camiseta por la cabeza pero con el torso todavía sin cubrir del todo se giró para coger su bota, ofreciéndola ahora el ángulo opuesto a ella. Su espalda.
Nora quedo absorta, inmóvil, desencajada. No podía dar crédito a lo que estaba viendo en esos momentos.