Capítulo 18

 

En cuanto giro su cabeza se dio cuenta perfectamente del error que acababa de cometer: Mostrarle su espalda desnuda, sin ninguna protección de camiseta ni chaqueta.

Se colocó de inmediato la camiseta y avanzó un par de pasos hacia Nora. Ella ya estaba en pie, recogiendo como podía víctima de su furia y rabia de ese momento, su pantalón y la camisa e intentando salir de allí corriendo.

—Espera Narbirye, te lo puedo explicar.— le gritaba Mert mientras salía detrás de ella.

Mientras, Nora corría despavorida, llorando, gimiendo y esputando insultos hacia él.

—Tu espalda, ese dibujo. — le bramaba una y otra vez, sin dejar de gritar, encolerizada y tremendamente asustada .Se encontró sin escapatoria, había llegado hasta el final de la senda y se topó con una ladera más de aquel terraplén. Se quedó quieta con la espalda sobre el terreno, aún desnuda. Le vino a la cabeza la pequeña espada de la guerrera. La había dejado caer en el lado contrario, cuando Mert la atrapó entre la otra ladera. Su respiración la dolía y sus Lágrimas la ahogaban.

—Quería decírtelo, pero... — le intentaba explicar mientras llegaba hasta ella.

—No te acerques más a mí. — le ordenó mientras se ponía la camisa sobre su cuerpo tapándose sus intimidades.

— Espera Narbirye. Ahora sé que está confundida pero....

—Y un carajo confundida — le respondió toda llena de ira a la vez que asqueada — Llevas tatuado a la espalda el mismo símbolo que las guerreras en sus brazos. Eres, eres,...... eres uno de ellos.

—¡NO!.— gritó enrabiado

—¿Que no Mert? Entonces.... — le dijo reculando un poco más, alejándose muy despacio de su alcance mientras con un rápido movimiento se ponía los pantalones.— Vas a ser tú el que termine el trabajo ¿verdad?

—¿De qué demonios estás hablando? Te estás equivocando.

—¿Ahora me vas a decir que no sé lo que he visto?. Todas y cada una de ellas llevaban el mismo dibujo que tú llevas en tu espalda. La misma estrella con alas de mariposa o lo que demonios sea eso. Ellas y tú pertenecéis al mismo clan. Yo creía que tú estabas aquí para ayudarme no para matarme. Que gran idiota he sido.

—Yo no voy a hacerte daño Nabirye. — Sus ojos se entornaron. Una oleada de dolor atravesó su cara.

—Joder ahora lo entiendo todo. En todo momento has evitado darme la espalda, hacías todo lo posible para no enseñarme el torso desnudo delante de mí. En todo momento ellas te hablaban como si te conociesen de hace siglos.

—Es que me conocían desde hace siglos.

—Ni siquiera vas a negarlo ¿verdad? Mejor así. No soportaría más mentiras.

— Por favor Narbirye, déjame que te lo explique. No son las cosas como te las estás imaginando. Estas muy nerviosa y no razonas. — le decía con las manos al frente, intentando de nuevo acercarse a ella.

—¡PARA!.¡Quédate donde estás Mert!. Tengo un arma y prometo defenderme.— le chillaba a sabiendas que la que mentía ahora era ella y a sabiendas también que la daga estaba al otro lado de ellos.

No sabía cómo lo había hecho, pero para cuando terminó de decir la última palabra le tenía encima de ella sujetándola con una mano del cuello, inmovilizándola contra la pared de tierra. y con la otra intentando esquivar las patadas que Nora le lanzaba.

—Narbirye, ¡ESCÚCHAME! No voy a hacerte daño, no estoy aquí para matarte, ya lo hubiera hecho antes de ser así. No lo entiendes.

Las Lágrimas mojaban otra vez su rostro solo que esta vez era un llanto en silencio, sin emitir ni un solo ruido. Ahora lagrimeaba por haber creído en él.

—Me has utilizado Mert, me has hecho el amor por que ....

—Porque te quiero Nabirye. No busques conclusiones erróneas. Llevo muchas décadas deseando hacer el amor contigo y siempre me he tenido que contener. Es cierto que lo que llevo a mi espalda es el símbolo de La Hermandad. Pero yo no te he mentido. He estado siempre a tu lado para protegerte. Esto que está pasando ahora ya se sabía hace mucho tiempo que tendría que suceder — le intentaba explicar mientras aflojaba su mano sobre su garganta.— Nunca te he mentido. Sólo guardé silencio para que no desconfiaras de mí. Quería contártelo todo pero no sabía por dónde empezar.

—Cuéntamelo todo Mert. Déjame que me lo vuelva a creer, déjame que me vuelva a sentir utilizada. — le dijo intentando escabullirse de entre sus brazos.

—Yo entre en tu vida para ser tu protector. Eso siempre te lo dije. Pero en mi cometido nunca entró el que me enamorara de ti. Yo solo debía de enseñarte la doctrina de los inmortales, hacer que llegaras a la edad adulta sin ningún problema y protegerte de las guerreras cuando llegaran. Yo sólo tenía que hacer eso. — le confesó con un ligero temblor en su voz mientras dejaba de sujetarla por los brazos, liberándola de su prisión. Ella salió corriendo de su raptor— Únicamente debía cuidar de ti, no enamorarme de ti.

Nora se frenó en seco. Se giró sobre si misma y esperó. Espero a que su voz fluyera por su garganta, aunque con su mirada le advirtió de que se echara hacia atrás.

—¿Pero pasó?

Mert no se movió, se limitó a arquear una ceja sin dejar de mirarla.

— Por supuesto que pasó Nabirye. Tú eras La Elegida, la intocable para otro inmortal que no fuera El Supremo. Pero me enamore de ti, nos enamoramos. Nuestro amor fue sincero, limpio, puro. Nunca llegamos a sobrepasar la barrera más que con múltiples besos ardientes, y que tu constantemente me reclamabas más, pero yo no podía contarte por qué no podía ofrecértelo.

— No entendía nada entonces y sigo sin comprenderlo ahora.

— Debí de hacerlo hace siglos cuando también te daba a equívocos mis actuaciones y no pude confesarte por miedo a que perdieras tu vida la verdad. Empezaste a pensar que lo que sentías por mí no estaba bien. Yo para ti era como un padre, te había recogido siendo una niña. No podías admitir verme como un hombre. Y yo dejé que así lo pensaras. La Hermandad… hacía tiempo que dudaba de ella, sus normas iban cambiando al beneficio propio de El Supremo. Cada vez sus órdenes eran más aterradoras, cada vez había más muerte entre nosotros. Todo aquello por lo que me educaron cambio de la noche a la mañana. Yo ya no comulgaba con ellos pero seguía cumpliendo mi misión: cuidar de ti. Cuando decidí salir de ahí, de aquel infierno de dudas que en mi interior me roía, de tu vida, era demasiado tarde. Me llegó una nueva orden. El Supremo ya no te necesitaba como hasta ahora lo venía imponiendo. Pasaste de tener que defenderte ante cualquier ataque que hiciera peligrar tu vientre, un vientre que solo El Supremo podría poseer, porque solo tu vientre era capaz de engendrar vida entre inmortales siendo el fruto de ambos el nuevo Rey, a ser la cortesana que conseguiría hacer con la simiente de El Supremo un nuevo rey inmortal, grandioso e invencible. Tan colosal que empezó a temer por su propia existencia.

—Se le dio la vuelta a la tortilla.

—Llámalo con la expresión que desees, pero el caso es que, igual que se me ordeno ser tu protector, años más tarde se me exigió ser tu verdugo. — empezó a frotarse su sien en la que se podía ver una vena azul y gruesa latiendo.— Pero yo ya no podía obedecer esa regla, esa orden. Te amaba.

—Entonces....

—Entonces es cuando se me ocurrió usar mi don en beneficio propio. No se me ocurrió otra cosa. Te borre los sentimientos hacia mí, tu historia, tus conocimientos como inmortal, para que pudieras sobrevivir en este otro lado. Cometí el error de que si tu no sabías quien eras, tu no intentarías buscarnos y ellos no te encontrarían tan fácilmente entre todos los mortales.

—Pero aunque yo no supiera que era inmortal, ellos sí. Más tarde o temprano me hubieran localizado

—Otro de mis errores. Lo hice siempre pensando que todo esto funcionaría. Durante muchas décadas y después de que La Hermandad se dividiera entre los que concordaban con El Supremo y los que no, los inmortales rebeldes eran perseguidos hasta acabar con ellos. Por eso los que quedaban, se fueron disipando por todo mundo para no toparse entre s y evitar la lucha, y así impedir que lo que la leyenda narraba no llegara nunca a cumplirse.

Nora se había relajado, o al menos sus músculos. Se dobló por la cintura, con las manos juntas sobre las rodillas y con la vista clavada en el suelo permaneciendo en silencio varios minutos, digiriendo lo que Mert la estaba contando.

— ¿Cuál era ese mito?— le preguntó levantando la vista hacia él.

— Cada uno de los inmortales que habitaban en el planeta lucharían entre si hasta que solo quedara uno: el último gran inmortal. Y ese último inmortal tendría el poder unificado de todos los inmortales juntos. Con tal poder el que lo tuviera gobernaría al mundo sin que hubiese nadie que se lo intentara robar. Pero esa batalla podría no empezaría nunca si estaba en la buena conciencia de los inmortales evitar la contienda entre nosotros.

—Si nadie mataba a nadie, la leyenda no se cumpliría.

—Así es. Pero El Supremo se encargó de ello. Empezó primero él mismo a matar a otros inmortales, y más tarde se hizo con un ejército que lo hacía por él, ya que ante cualquier batalla podría ser él mismo quien cayera derrotado. Pero poco a poco su tropa cada vez iba siendo más pequeña. Iban desertando uno tras uno y el que no, el mismo se encargaba de hacerlo desaparecer. El Supremo consultaba siempre un adivinador antes de emprender cualquier acción. Se fiaba de todo lo que le decía.

El oráculo le aconsejó que alguien de su sangre fuera un aliado fiel e invencible a su vez. Ahí entrabas tu Nora, pero solo tenías ocho años por aquel entonces. Me fue encargada a mi esa misión.

— Educarme para ser el vientre fructífero de un déspota.

— De un déspota cargado de poder.

— ¡Dios Santo!.

— Fueron momentos muy dolorosos. El enfrentamiento de todos los inmortales por la supremacía acababa de empezar y no pararía hasta que uno solo quedara victorioso. Solo quedaría uno y ese sería El, El Último Inmortal, repleto del poder de todos los inmortales.

—¡El Supremo pretendía ser él el último!

— Eso es lo que él pensó. Fueron años duros y peligrosos pero también fueron momentos de envidias: todas las guerreras empezaron a desear tener ese don tuyo de poder engendrar y no pararon hasta descubrir quién era esa afortunada.

— Yo

— Así es, tardaron años en localizarte, pero lo consiguieron. Una vez sabían quién eras y donde estabas, solo tendrían que rajar tu vientre para absorber tu energía y tu don entrarían en ellas.

— Ellas pretendían ser la mujer que pudiera engendrar al hijo de El Supremo.

Mert asentía una y otra vez con la cabeza mientras sus puños se retorcían.

— Acostumbrado a preguntar a su oráculo siempre antes de tomar cualquier decisión, en una de sus últimas predicciones, se le comunicó que su hijo , ese que le ayudaría a llegar a ser algún día el rey, el asesino que iba a acabar por Él con todo los inmortales, se iba a volver en contra suya porque codiciaría su posición. De nada le serviría tener ya un descendiente puro e invencible que le realizaría el trabajo sucio y que gobernaría junto a él. Ahora su hijo quería ser el rey. Quería ser El último Inmortal. El hijo se revelaría contra su padre y acabaría con él.

— ¡Su hijo!

— Vuestro hijo Narbirye.

— Pero si yo nunca pude tener hijos con Robert.

—Ya te lo dije, porque no era un inmortal. El don de quedarte en cinta solo funciona si quien te engendra es un inmortal puro. Tú eras La Elegida para tal misión.

—¿Mi hijo?

— Un niño nacido de un único inmortal puro. Nosotros los inmortales no podemos engendrar ni ser engendrados. Sólo un inmortal puro podría hacerlo.

—Pero ¿porque todo esto?. ¿Por qué me dieron el don de la fertilidad y no otro?.¿Porque yo Mert?

—Nadie lo da Narbirye. Se nace con ello.

—¿Y por qué si tanto hizo por encontrar a La Elegida, por encontrarme, luego quiere acabar con eso que tanto deseaba?

—Porque el vencedor de esa lucha por ser el último Inmortal no iba a ser Él si no su hijo. ¿no lo entiendes?

— Claro que lo entiendo, en una primera ocasión el oráculo le dijo que El Supremo sería el último Inmortal si engendraba un hijo que le proporcionaría victoria ante cualquier batalla y después ese mismo oráculo predijo que cuando solo quedaran ellos dos, solo uno podría llegar a ser el rey. No podría ser capaz de luchar contra su propio hijo y matarle. Aunque parezca increíble lo te voy a decir, pienso que esa bestia tiene sentimientos.

—Ahíte equivocas Narbirye. Su pensamiento no era ese, sino todo lo contrario. Si su hijo había llegado hasta el siendo el vencedor, el único inmortal que quedaba aparte de sí mismo, tendría almacenado todo el poder de todos aquellos a los que había decapitado. Demasiada energía para poderle vencer. Y sabía que el vencedor de esa última batalla sería su hijo y no él.

—Sería invencible.

— Eso es. Invencible, incluso para su propio padre. Por eso cambió después de estrategia. Lo más inteligente era atajar el problema desde la raíz: matar a La Elegida. Sin vientre no habría hijo, sin hijo no existiría ese futuro rey. Él sería El Rey.

—Aunque tuviera que hacerlo solo.

— Aunque estuviera completamente solo en todo eso. Nunca pensó que su creación sería su fin.— Mert apretaba tan fuerte los puños que parecían que iban a explotar. —Ahí es donde empieza mi infierno Narbirye. Yo no quería formar parte de todo esto, ya no cumplo las órdenes, sus reglas. Una cosa era que yo enseñara todo mi conocimiento a una inmortal totalmente pura del que algún día nacería una criatura que traería el bien al mundo, todo lo que La Hermandad defendía desde hacía siglos y otra cosa es que yo fuera el causante de la muerte de la única mujer que me había hecho sentir vida por primera vez en toda mi existencia.

 

La elegida
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