Capítulo 3
El día concertado para la exposición llego rápido. Esa jornada Nora no fue a trabajar en todo el día, ya que esa tarde-noche debía estar en la galería. Eso era lo que hacían habitualmente entre Virginia y ella. A la que le tocaba trasnochar con las exposiciones no iba en toda la mañana a la galería y a la hora del cierre estaba allí para suplir a la que había trabajado en su jornada habitual, si es que el evento no era demasiado abrumante. Era parte de su acuerdo empresarial. La galería era de ambas, la abrieron a partes iguales después de algún tiempo siendo amigas. Lo llevaban bien. Su relación era muy buena dentro y fuera del ámbito de trabajo.
Mientras terminaba de secarse el pelo con la toalla sonó el teléfono a una hora que no esperaba que lo hiciera. El número en el identificador de llamadas era el de Virginia. Algo debía ocurrirla para avisarla a esas horas.
— Virginia ¿ha pasado algo? Aún son las seis.
— Tienes que venir antes Nora – la dijo toda exaltada — Siento que tengas que hacerlo antes de la hora.
— Cálmate ¿qué pasa?
— El idiota de mi nuevo novio se ha dejado el fuego de la cocina encendido con la sartén encima. Se ha achicharrado.
— Bueno Virginia, ¡que susto Jesús! No te lo tomes así, creo que ya necesitabas cambiar de menaje. — la dijo intentando calmar la situación mientras se ponía la mano en el corazón por el susto que acababa de dar.
— No Nora, la sartén no, la cocina. Se ha quemado la cocina.
— ¿La cocina? ¿Entera?
— ¡Oh Dios! Toda ella – la dijo sollozando— Toda enterita. Están allí los bomberos intentando apagar las llamas.
— Y Marco, ¿está bien? — la preguntó al ver que el asunto era más importante de lo que se imaginaba.
— ¿Ese imbécil? Espero que cuando llegue allí no esté porque seré yo quien le prenda fuego a él.
— Voy para allá. Tardo diez minutos.
Cuando llegó, Virginia la estaba esperando muy nerviosa. Se marchó aprovechando el mismo taxi hacia su casa, si es que aún tenía casa.
— Llámame en cuanto sepas algo. — la dijo dándola un beso en la mejilla de apoyo.
— Siento haberte hecho venir antes de la hora Nora. Podrás arreglarte sin mi ¿verdad?
— No te preocupes, y vete ya.
Se llevó todo lo necesario para arreglarse para el evento de la tarde noche a la galería. No le daba tiempo volver a casa. Cerró un poco antes de la hora y se puse el hilo musical a todo trapo mientras se vestía y maquillaba. Aquella sensación de que alguien la estaba vigilando aún no se le había pasado y ya se le empezaban a juntar las pesadillas con la realidad. Necesitaba oír algo, aunque fuera a través de las ondas, algo que no fuera silencio y su propio respirar.
Enseguida empezaron a llegar los primeros invitados, así que al final no fue tan dramática la espera. Muchos de ellos eran los asiduos a estas sesiones, otros venían por invitación de los últimos. Había mucha gente. No sabría si podría ella sola con todo ello, pero puso todo su empeño en que al menos no se notara el cansancio y agobio. Al final pensó que hubiera sido mejor haber coincidido las dos en ese evento. Se había magnificado la recepción sin control y se estaba duplicando el aforo de gente, pero aunque hubiera sido planeado así, ni siquiera hubiera sido posible con el incidente de Virginia. ¿Qué más podía ocurrir en ese día?
Llevaba varias horas de celebración transcurridas, varias copas de champán alternadas con diferentes canapés, y muchos elogios sobre la exposición por lo que estaba siendo bastante popular el acto y con grandes beneficios en ventas, cuando le sonó el móvil. Excusándose con la persona que estaba dialogando en ese momento, se apartó a un pequeño rincón.
— Virginia, ¿va todo bien?— la dijo contestando inmediatamente al ver su número.
— Necesito pedirte otro favor – la admitió con un tono de voz bastante apagado.
— ¿Te encuentras bien corazón? Tu voz parece cansada.
— Así es, estoy agotada con todo esto. Al final los bomberos no me recomiendan que pase la noche aquí, por los humos y eso. No sé donde alojarme y había pensado...
— ¿Estas tonta o qué? — la respondió a su peculiar forma de pedirla ayuda. — sabes que puedes venirte a casa todo el tiempo que necesites Virginia.
— Nora, se ha quemado todo – la confesó al final llorando.
— ¡Oh, mi niña! Escucha, debajo de la maceta de la ventana de la cocina tengo la copia de la llave, por si no encuentras la tuya en estos momentos con todo ese jaleo, no te pongas histérica que te conozco. Vete para casa, dúchate tranquilamente, cena algo y échate a dormir. Yo ya sabes que no puedo ir ahora mismo. Esto tiene pinta de demorarse un rato. Pero en cuanto pueda me voy para allí. ¿Vale?
— ¿De verdad que no te importa? No sé lo que tardaran en darme noticias del incendio, de cómo se encuentran los cimientos….
— Haz lo que te he dicho. Ves a casa e instálate cómodamente. No me repliques más. Es una orden.
— De acuerdo – dijo al final Virginia toda desconsolada— Te espero en tu casa.
— Eso es. En cuanto acabe voy para allá. No me esperes despierta. No sé cuándo acabará este jaleo. Hasta mañana entonces – la dijo colgando el teléfono no sin quedarse bastante mal por el estado de ánimo de su amiga.
Para cuando el último cliente hubo abandonado la galería eran ya poco más de las cinco de la mañana. Se había tirado todo el evento mirando la hora de su reloj. Aún era de noche ahí fuera, aunque ya se veían los primeros intentos de salir rayos de luz. Parecía que iba a ser un día precioso. ¡Vaya! se sentía positiva o ¿sería la sobredosis de alcohol y éxito? Había sido una exposición grandiosa. En cuanto llegara a casa despertaría a Virginia para contarle su gran aumento de saldo bancario en esa noche así como la insistencia del plasta de Roger, fotógrafo de la gran mayoría de las fotografías de la exposición, a acompañarla primero a tomar algo por ahí y después a acercarla a casa. ¡Buff!
Sin duda que cuanto entrara por la puerta la despertaría para cotillearle todo lo que había pasado. A Virginia no la gustaba para nada madrugar y seguro que se enfadaría pero… ¡que se fastidiara, ja, ja, que ella ya había dormido algo.!. Automáticamente se sintió culpable por esos pensamientos. La pobre estaría hecha pedazos. Lo acababa de perder todo. Seguro que no habría podido conciliar el sueño. Ese pensamiento había sido porque se sentía plena en esos momentos.
En un segundo, la euforia se evaporó y la media borrachera por las dos copas de champán, Nora no necesitaba más de dos para sentirse mareada, se disiparon al comprobar que estaba en medio de la calle y de noche, esperando a que algún taxi pasara por allí. No había tenido la preocupación de llamarlo antes. Con todo el jaleo y con las ganas que tenia de ir a casa a acostarse y a la vez de escapar de las garras de Roger, había salido de la galería precipitadamente como si fueran las cuatro de la tarde. Cuando hubo pasado algunos minutos aquella sensación de que era acechaba volvió a ella. Un escalofrío empezó a recorrerle por la columna vertebrar de abajo hacia arriba terminando en un cosquilleo desagradable sobre su nuca. Empezó a mirar de un lado a otro como si pudiera o quisiera encontrar a alguien y quedarse tranquila consigo misma de que no se estaba volviendo loca. Pero nada. No había nada. Ni un solo vehículo, ni un solo ruido de alguien transitando por la acera. ¡Joder era viernes por la noche y a esas horas la calle estaba normalmente plagada de noctámbulos!. Pero no, no había nadie.
Enseguida sus miedos flotaron al exterior. Ya no los podía controlar. Empezó a sudar y a tener palpitaciones. Comenzó a notar como las piernas iniciaban su temblor para a continuación empezar a sentir esa presión tan familiar sobre el pecho que hacía que la respiración no fuera espontanea. El miedo empezaba a hacerse con ella, por más que se decía a sí misma que no pasaría nada, la última chica asesinada empezaba a golpear su recuerdo. Decidió regresar a la galería y avisar desde allí a un taxi. El móvil se quedó desde hacía algunas horas sin batería, como siempre le solía pasar, por lo que en esos momentos regresar le pareció lo más adecuado ya que no había taxis en la parada. Desde la parada a la puerta de la galería no habría más de diez minutos andando, pero a ella le parecieron horas. No dejaba de mirar hacia atrás. Estaba convencida de que alguien la seguía.
A su cabeza venían continuamente las imágenes de todas aquellas jóvenes decapitadas, y empezó a entrar en pánico. Volvió a oír aquél campanillear metálico otra vez. Se paró en seco girándose bruscamente. Parecían venir justo desde detrás de ella. Pero no había nada. No había nadie. Sólo acertó a ver a lo lejos una espesa neblina que salía de una de las alcantarillas de la calzada. —¿Niebla en esta temporada? —pensó abriendo los ojos de par en par. No le cuadraba nada, nada le parecía normal. Salió esta vez corriendo y mientras buscaba las llaves de la galería en el bolso sin dejar de mover sus pies, tropezó a causa de los tacones y de su terror, cayendo a la calzada lastimándose las rodillas. El dolor era bastante grande, se echó mano hacia ellas dándose cuenta de que se habían roto las medias y empezaba a salir la sangre a través de ellas. En ese momento no podía ponerse a quejar por los rasguños. No eran precisamente las rodillas las que le hacían jadear de dolor. Era su propia respiración la que le hacía daño al salir por las fosas nasales. Se levantó lo más deprisa que pudo y esta vez, acertando con el llavero escogió en unos segundos la llave de color fucsia que era la que abría el cerrojo de la galería. Cuando llegó a la altura de la puerta con la llave preparada en la mano, no era capaz de introducirla en la cerradura. Entre que era una noche obscura, no había casi iluminación exterior, el dolor de sus rodillas y por supuesto el miedo que la invadía, perdió los nervios al no poder introducir la maldita llave en ese ahora minúscula muesca que era el agujero de la cerradura.
—¡ Entra maldita sea! – Dijo maldiciéndose por los movimientos no autorizados de su mano –deja de temblar y mete la maldita llave en el agujero.
Volvió a oír el peculiar sonido metálico a sus espaldas. Ahora ya no pensaba en los asesinatos si no en algo más familiar. Su pesadilla le invadía. No podía ser. Era el mismo tintineo que cada noche la visitaba. Por el rabillo del ojo acertó a mirar y a buscar algo que ya sabía que estaba allí. Esa densa niebla parecía tener patas y corría muy, pero que muy rápido hacia donde ella estaba. Tragó saliva y parecía haber tragado espinas porque su reseca garganta apenas podía responder. —¡Joder Nora, contrólate!.— Al fin metió la llave en la cerradura y giró las dos vueltas y media que tenía para poder ser abierta lo más deprisa posible. Aquel olor a “podrido” volvió a invadir su nariz nada más empujar la puerta de la galería. ¿Qué demonios seria ese olor? Empezó a pensar en algún animal con pelo y rabo largo muerto por algún rincón del almacén. De un fuerte golpe cerró la puerta mientras se apoyaba con la espalda en ella y se paraba unos segundos a recobrar la respiración. Cerró con llave por dentro mientras observaba que aquella niebla ya había alcanzado la zona donde segundos antes estaba. Corrió al teléfono a llamar a alguien y por supuesto pensó en primer lugar en la policía, pero ¿y qué carajo denunciaba?¿qué había una espesa niebla que la perseguía en mitad de una noche calurosa de verano? Directamente la mandarían a un hospital psiquiátrico en cuanto echaran mano de sus antecedentes depresivos. Sólo había una opción coherente: Al maldito taxi que debió de llamar en cuanto terminó la recepción. Le hubiera evitado tal disgusto si así lo hubiera predispuesto. Y por supuesto sacó una clara conclusión a todo esto: nunca debes preguntarte ¿qué más te puede pasar?