Capítulo 6
— Hola Nabirye – la dijo sonriendo con aquella enorme boca – Ya te he encontrado. No has cambiado nada en todo este tiempo.
Permanecieron ambas en silencio observándose mientras Nora intentaba respirar.
— No… no la conozco. No me llamo así.
— Veo que tu protector hizo bien su trabajo. — la susurró mientras se ponía en cuclillas a la misma altura de ella pero sin moverse del umbral de la puerta.
No sabía de qué la estaba hablando. Lo que menos la importaba en esos momentos era como la había llamado. Solo miraba alrededor para saber por dónde salir corriendo. Sabía lo que venía a continuación.
— No te acuerdas de mi ¿verdad? — la dijo mientras se incorporaba lentamente. Nora la miraba desde abajo— Claro, como ibas a hacerlo. Mejor así. Es una lástima que hayan tenido que morir tantas chicas por tu culpa. Todas me parecían que eras tú. Solo sabía que no lo era cuando ya no había remedio.— Se quedó en silencio durante unos segundos, mirándola fijamente. Luego esbozó una medio sonrisa— En realidad te acabo de mentir. Sabía desde un principio que ellas no eras tú, pero ya me habían visto aparecer, como tú ahora, y claro, no podía dejarlas que contaran todas lo mismo a ese ejército de torpes que tenéis, ¿cómo lo llamáis aquí? ¿Policía?
Entonces sacó de aquello que parecía un cinturón, algo. Algo que Nora sabía lo que era. Lo había visto en sus pesadillas una y otra vez. Con la daga en la mano se iba dirigiendo hacia donde ella estaba aún agazapada. Muy lentamente. Muy tranquilamente y muy sonriente, como si estuviera a punto de concluir un trabajo que ya le resultaba monótono.
— Ya sabes a que he venido. ¿No? — le dijo en un tono ahora más ronco.
— Le prometo que no tengo ni idea de lo que me está hablando. — fue capaz de soltarla viendo como jugaba con aquella daga entre sus dedos.
— Dame lo que quiero y acabaré pronto. Te prometo que no te enterarás.
— Déjeme en paz, por favor – le imploró suplicando a la vez que llorando – No sé lo que quiere, ahí fuera está el bolso con todas las tarjetas de crédito y las llaves de la galería. Todo. Todo es suyo pero por favor no me haga daño.
— ¡Ay mi dulce y pequeña Nabirye!. Aún ¿no sabes de qué va esto verdad?
— Me llamo Nora – la contestó tontamente, como si aquello fuera a disuadirla, como si con eso se auto convenciera de que se había equivocado de nombre y por lo tanto de persona.
— Claro, Nabirye o Nora o como tú quieras. Necesito tu don…. y por eso invoco a mis fuerzas ocultas aquí y ahora para que traspase las barreras de lo imposible y se introduzca en mí tú poder…
No podía dar crédito a lo que oía. Parecía estar recitando algún tipo de conjuro o al menos a ella se lo pareció, como si se tratara de un personaje sacado de un cuento. Pero aquello no era un cuento. La tenía delante de ella con aquellos ojos fuera de lo real, con su daga apuntándola sin vacilar hacia su cuerpo, con aquel resplandor que sobresalía por todo su contorno y aquel incesante ruido de campanillas.
Y entonces sintió un dolor agudo en el vientre. No pudo reaccionar. Aún estaba perpleja por aquellas palabras sin sentido para ella, cuando se echó encima y sintió el fuego del metal dentro de ella. Pudo ver sus ojos. Ahora eran amarillos como los de un gato, y su lengua salía y entraba de su boca como si estuviera relamiendo un helado. Sacó de Nora aquello que la abrasaba por dentro y sus ojos empezaron a verlo todo de color dorado. Aquella mujer reculó un par de pasaos hacia atrás mientras limpiaba el cuchillo en la pernera del pantalón. Bajó la mirada hacia dónde provenía el dolor y pudo ver como un reguero de sangre manaba de la herida. Atinó a tapársela con una mano mientras que con la otra intentaba sujetarse al wc para incorporarse en un intento de salir huyendo de allí. En esos momentos sólo podía ver a Virginia en el suelo. Ahora era ella la víctima. Realmente SI había venido a por ella aquella maldita noche.
Aquella mujer no se movió un centímetro de donde estaba. Parecía estar esperando algo de ella, alguna reacción que Nora no tuvo. Nora solo acertó a mirarle el antebrazo antes de sentirse mareada. Llevaba una especie de tatuaje negro. Era como una estrella de cinco puntas con forma de punta de flecha o de punta de un pluma estilográfica dentro a su vez de un tatuaje de mayor tamaño, en forma de alas de mariposa. Como el de sus sueños. Volvió a mirarla a su cara, ahora su rostro esperaba algo, estaba a la espera de algo que Nora debía darle.
De repente alguna fuerza extraña tiró a aquella mujer tan alta hacia atrás. Sus pies levantaron del suelo un palmo y se sintió un enorme ruido seco al otro lado del umbral de la puerta. Nora aprovechó para desplazarse arrastrándose como pudo hacia un lado donde estaba la bañera. Cogió una esquina de la toalla que había sobrepuesta en el toallero y tiró de ella. Se la puso encima del vientre a modo de tapón para intentar detener la hemorragia. Debía de salir de allí como fuera si quería sobrevivir. Apoyándose en el borde de la bañera pudo ponerse en pie. El dolor era insoportable y apretó más su mano contra el vientre. Apenas dio dos pasos cuando se desplomó al suelo.
Era tarde, demasiado tarde. Sus ojos ya no veían, todo estaba obscuro, pero de un negro rojizo que le hizo temblar sus entrañas. Tenía frío y no podía apenas respirar. Pero si oír. Se oían golpes a un lado y a otro de la habitación. Objetos que rodaban por el suelo y ruidos metálicos, como si chocara una barra de hierro contra otra. Una voz grave de hombre gritaba algo en algún idioma que no llegaba a entender y la mujer respondía en el mismo tono y en el mismo dialecto, sin dejar de carcajear en ningún momento.
Oyó unos pasos, duros y firmes, como si el dueño de esos zapatos pesara una tonelada. De repente un grito. Un grito sordo y aterrador. Era la voz de la mujer. Otro ruido, como si algo se desplomara contra el suelo bruscamente, después pudo escuchar un susurro tenue como el chasquido que emite un fósforo al encenderlo y logró vislumbrar un destello luminoso en medio de su penumbra. Luego silencio y otra vez esos pasos ahora acercándose.
Sintió calor. Algo le rozó el rostro. Luego sintió una presión sobre el vientre. Estaban apretando fuertemente la toalla contra ella. Temblaba, pero no de frío sino de miedo. Iba seguro a terminar lo que la mujer había empezado. Ya daba igual, quería que aquello acabara, que la quitaran aquel dolor tan grande. Sintió como levitaba. Alguien la levantó del frío suelo y empezó a caminar con ella en brazos. Notó como la dejaban sobre la cama delicadamente. Haciendo gala de un esfuerzo sobrenatural, abrió entonces los ojos y le vio.
A él.
Al hombre de negro de los días anteriores. Al de sus pesadillas nocturnas. No se movió. No acertaba a hablar. Estaba llena de pavor. Un terror incontrolable. El solo la observaba, con rostro desencajado y con ojos tristes. No veía nada de impiedad en ellos, solo desconsuelo, como si fuera él el moribundo. La volvió a acariciar el rostro con ternura. La piel de su dedo era cálida y suave. Ella se retorcía sobre si misma víctima del dolor insufrible de ese momento. La enrolló en la colcha de aquella cama y la volvió a coger en brazos como un bebé, apenas sin esfuerzo, parecía no pesarle en absoluto. Fue entonces cuando pudo percibir a través de la camiseta su respiración acelerada. Pareció invadirla el sueño. Apretó su cabeza contra su pecho. Un torso cubierto por una camiseta negra ceñida, pero que dejaba su musculatura libre a cualquier imaginación de que aquello fuera real. Su pecho era duro, muy trabajado, seguramente víctima de horas de gimnasio. Cerró de nuevo los ojos y se dejó llevar. Luego paz, sosiego, armonía, calma. Todo aquello parecía al fin terminar.
Despertó entre sudores y dolores. Estaba aturdida y aún demasiado desorientada. Cuando pudo ser capaz de entreabrir los ojos, los párpados la pesaban horrores, pudo notar que estaba tumbada sobre algo rudimentario. Estaba sobre una especie de camastro, cómodo y caliente, pero no llegaba a ser una cama. No sabía dónde estaba, todo permanecía a obscuras. Apenas había algo de luz al final de la sala, luz ofrecida por un par de velas encendidas. No se oía nada y olía a jazmín.
Intentó incorporarse un poco y un dolor agudo y punzante en el vientre la recordó lo sucedido obligándose a admitir que aquello que flotaba en su cabeza no había sido otras de sus pesadillas. Vino a ella aquella mujer alta y atlética clavándola aquel cuchillo sin ni siquiera pestañear, aquel hombre acunándola en sus brazos y aquel dolor en su corazón al ver la imagen de Virginia en el suelo de la cocina como ella lo estuvo sobre las baldosas frías del baño del hotel. Tuvo que quedarse en la misma posición que estaba. Se echó mano de inmediato al bajo vientre y solo logró tocar un vendaje bastante oprimente. Tras un largo esfuerzo consiguió sentarse sobre el camastro y mareada aún, intentó serenarse lo máximo posible para poder empezar a respirar.
— No intentes levantarte. Aún no. — dijo una voz tremendamente masculina y muy grave que provenía del fondo de la obscuridad haciendo que se sobresaltara y que la invadiera de nuevo aquel terror. No había podido notar su presencia antes. Intentó centrar su vista y dilatar las pupilas hacia dónde provenía dicha voz pero no lograba ver nada.— Has perdido mucha sangre y no debes moverte. — le ordenó esta vez.
Entonces le vio. Le vio cómo se aproximaba a ella. Aquella silueta se desplazaba hacia donde Nora estaba. Con aquella forma rítmica de andar, en ese momento le recordó. Era el mismo tipo de la cafetería y el mismo tipo de la noche en la galería. El mismo tipo que la besó en sus sueños. Su cuerpo se estremeció de pavor. Le había estado siguiendo y observándola desde sabe Dios cuando y ahora la tenía ahí, a su libre albedrío.
—¿Qué es lo que quieres de mí?¿Vas a hacerme daño? — preguntó intentando ganar tiempo para poder decidir qué hacer, aunque su mente no era capaz de digerir todo eso a la vez.
—¿Daño? — dijo más bien sorprendido— Yo nunca te haría daño.
— ¿Qué quieres?
— Nada
— ¿Dónde está tu compañera? La mujer de negro que me atacó – dijo reculando su dolorido cuerpo hacia la pared rugosa de piedra que hacía de cabecero, al ver que él seguía avanzando hacia ella.
— Ella ya no está. Ya no existe.
Se acordó entonces de aquella lucha que oyó en la habitación del hotel cuando estaba en el suelo del baño tirada, retorcida de dolor por la incisión en su abdomen. Aquellos ruidos metálicos y aquellos gemidos de rabia provenían de ella. Aquellos golpes secos y por último aquel resplandor cegador.
Recordó también ya vagamente, la sensación de que alguien la cogía en brazos. Y que al pasar por la habitación a un lado de la cama sólo había un rastro de algo gris, como ceniza, en el suelo con aquel olor nauseabundo y agrio que se te metía hasta lo más profundo del cerebro, y que al atravesar el umbral de la puerta los cuerpos de los dos policías yacían inertes en el suelo. Aquellos que debían cuidarla y guardar de su seguridad, no habían podido hacer nada por ellos mismos.
Saltó de la cama para intentar huir de él, de ese asesino que avanzaba hacia ella con la intención seguramente de divertirse un rato antes de cortarle el cuello. Cuando su cara golpeó el duro y áspero suelo se dio cuenta que no se tenía en pie. Su debilidad la ganaba. Intentó incorporarse pero lo más que pudo conseguir fue ponerse de rodillas. Entonces le notó a su espalda. Se quedó paralizada, mientras su cuerpo se puso rígido e inmóvil. Creyó que había llegado la hora de poner en marcha sus pequeños conocimientos adquiridos en aquellas películas que a Robert tanto le gustaban y que de tanto verlas los sábados por la tarde, pasó de aborrecerlas a admirarlas. “Lo que uno hace por amor”.
Sus manos eran grandes, rudas y frías. Es lo que sintió sobre su cintura además de su propio balanceo involuntario. ¿Y ahora qué? Las Lágrimas ocupaban ya su cara con poca discreción. Estaba totalmente aterrorizada. Iba a matarla. Aquel asesino iba a acabar con su vida. ¿Qué hacer ahora?. Seguramente jugaría con ella a algo que le hiciera disfrutar más aún de su final. ¿Por qué no acabó con ella de una vez en el hotel?
Sin ningún esfuerzo aparente, la levantó del suelo. La había agarrado desde detrás, por la cintura y la alzó. Fue entonces cuando pudo sentir su cuerpo varonil. Su pecho parecía como una losa de mármol. Rígido y hostil. A pesar de ello la cogió con delicadeza. El olor a océano invadió su nariz. ¡Qué bien olía! No podía dar crédito a sus pensamientos. Estaba entre los brazos de alguien que no sabía lo que iba a hacerla y a ella le excitaba su olor.
Con su boca tan cerca de su cuello pudo sentir su respiración bastante acelerada y a la vez entrecortada. Sus labios parecían rozarla, como un cosquilleo incesante.
— Al final harás que me enfade – le susurró fríamente al oído— A tu herida aún le quedan un par de días para sanar.
La herida. Se había olvidado de ella. Miró hacia abajo, donde salían aún aquellos ahora reducidos latigazos de dolor y sólo pudo ver un pequeño vendaje. Sus manos aún rodeaban su cintura. La levantó entre sus brazos y dulcemente la volvió a dejar en el camastro. Todo parecía transcurrir a cámara lenta.
—No es muy cómodo, lo sé, pero no estaremos mucho aquí. — le dijo mientras la arropaba con algo parecido a una sábana— Descansa ahora. Cuando despiertes todo irá mucho mejor y podremos empezar a hacer planes.
No podía articular palabra. Sólo le observaba a la vez que sus pensamientos iban a cien por hora. "Planes, ¿a qué malditos planes se referiría?". Ahora le tenía de frente, a escasos centímetros de ella Su tez era morena con una incipiente barba de varios días. Sus labios eran carnosos y tremendamente tentadores, aún con ese aspecto agrietado como por falta de hidratación. Su cabello era obscuro, tal vez negro, con aquella tenue luz que desprendían las velas, no podía apreciarlo bien. Pero lo que realmente la eclipsó fueron sus ojos. No por su belleza, que era evidente, ya que eran unos ojos grandes y bonitos de un color gris ceniza y las pupilas tremendamente dilatadas, si no por lo colosal de su tristeza y de melancolía que desprendían.
Hubo un silencio perpetuo e incómodo en la que aquel hombre permaneció varios segundos con su mirada fija en la de Nora sin decir nada. Después se giró rápidamente sobre sus talones y se alejó de ella sin más.
No pudo dejar de mirarlo, ni siquiera un momento a pesar de su situación. Su espalda era enorme. No sabría calcular la distancia entre los hombros. Aquella camiseta negra parecía estarle dos tallas más pequeña a la suya. Sus pantalones ajustados hacían que la vista se desviara sin quererlo hacia su… culo. Su altura era imponente, tanto de cerca como en la lejanía. ¿Por qué le atraía tanto aquel personaje que a la vez provocaba en ella un terror desmesurado? No había intentado en ningún momento hacerla daño. Al revés, parecía sentirse cuidada y protegida, como si estuviera acostumbrada a él.
Antes de salir por la puerta giró su cabeza tímidamente hacia Nora.
—Te traeré algo de comer – la dijo con rudeza – Estarás hambrienta.
¿Qué quería de ella? ¿Por qué no la había matado ya? ¿Quería mantenerla viva para poder pedir algún rescate? ¿A quién, si no tenía a nadie más que a Virginia? ¡Virginia, su pobre amiga! Su figura menuda, su carcajada extensa ante cualquier tontería, su infinita felicidad por estar en esta vida. Toda ella se evocaba en su cansada memoria incluido su cuerpo inerte y envuelto en un charco de sangre sobre el suelo de la cocina. No entendía nada. Se subió aún más la sabana hasta taparse la nariz con ella. ¡Oh! olía igual que él. Seguramente esa era su cama. Unos minutos más tarde se volvió a abrir la puerta. Eso hizo que volviera al lugar donde se encontraba. Su cuerpo volvió a tensarse. Su presencia provocaba en ella aquella reacción involuntaria.
—Aquí tienes. Come. – le ordeno dejándola una bandeja sobre la cama— Eso te ayudará a que te recuperes antes. Después intenta descansar.
Nora se incorporó levemente sobre el colchón apoyándose sobre sus codos, mirándolo fijamente, sin pestañear, como a la espera de algún ataque o algo así y después desvió su atención involuntariamente hacia la bandeja. El olor a bollo recién hecho hizo que su estómago rugiera de placer. Aquel tipo de bollería con sabor a canela era uno de sus desayunos habituales ¿cómo demonios lo sabía? Junto con una taza inmensa de café humeante, solo y esperaba que sin azúcar. Volvió a mirarle y comprobó que él tampoco dejaba de observarla con aquella mirada de lástima. Echó un paso atrás y girando sobre sí mismo, se marchó en silencio.
No había dirigido ningún vocablo con él en ningún momento, pero parecía entenderla con sólo mirarla. Se comió aquel suculento manjar casi con ansia. Estaba todo delicioso hasta el café que no tenía azúcar, estaba a su gusto. Realmente todo estaba como normalmente acostumbraba a estar. Si no fuera por las circunstancias en las que se hallaba hubiera disfrutado con todo aquello. Cuando hubo acabado aquel almuerzo retiró la bandeja hacia un lado y se dejó caer hacia atrás dando un leve suspiro de satisfacción y melancolía. Su mirada permaneció fijada en el techo durante breves instantes en los que su mente parecía estar plana y se dejó sin más llevar por aquel sueño que apareció de repente con fuerza en ella, a pesar de no querer cerrar los ojos. Reaccionó entonces. Seguramente le había dado alguna droga escondida en la comida, para dormirla o para... Demasiado tarde. Los párpados se cerraron sin su consentimiento.