Capítulo 5
No sabía lo que tardarían. Nora estaba sentada en el suelo mirándose las manos ensangrentadas con los ojos abiertos por el espanto y los pies chorreando de aquel fluido también. Giró su cabeza hacia la puerta de la cocina. Desde allí podía verla. No se movía. Tenía puesto aún el abrigo, y en el suelo había un cuenco roto. Debió de pasar mientras intentaba hacerse algo de cena. Sus manos estaban al lado de su cuerpo, pegadas a él con las palmas hacia arriba. Pero lo que no atinaba a ver era su pelo, su larga cabellera, su cabeza. Desde donde ella estaba no la veía. Quedaba por detrás de los muebles que a modo de isla, hacía de separación entre la zona de cocción y la mesa de comer. De repente le volvieron a la cabeza las noticias de las chicas asesinadas. Todas estaban decapitadas y con el vientre abierto en canal. Metió entonces de nuevo su cabeza entre las rodillas mientras se tapaba los oídos con las manos. Y así permaneció balanceándose sobre sí misma, no se el tiempo, hasta que una mano la tocó el hombro.
— Señorita Richardson ¿se encuentra bien? ¿Está usted herida?
Desconocía cuando entraron en su casa. Cómo lo hicieron. No podía hablar. Sus ojos estaban inundados. Apenas si podía mantenerlos abiertos. Sus labios temblaban, las manos también.
— Señorita Richardson ¿ha sido usted quien ha llamado a la policía?
— Si… supongo… — logro balbucear entre sollozos.
— Al 112 — le confirmó el agente de policía — ¿Está herida?
— No, yo no...... ¿Virginia?— le dijo desviando su mirada hacia la cocina mientras comprobaba como un par de policías estaban en cuclillas cerca del cuerpo de Virginia.
— Lo siento. — le susurro el policía poniéndole una mano sobre su hombro.
— ¡Oh Dios! — maldijo entre gritos — ¿por qué? Ella, ¿por qué?
— Tranquilícese. Ahora mismo le atenderá el enfermero. Esta usted muy nerviosa.
Así lo hizo el médico de la ambulancia. La exploró y comprobando que no tenía ningún daño le dio algo para tranquilizarla. Nora no dejaba de mirar a través del hueco de la puerta de la cocina. Aún seguía su cuerpo, ahora cubierto por una sábana térmica, ahí tirado. Su amiga. La habían asesinado. ¿Por qué?
— ¿Sabe usted si tenía algún enemigo? — le preguntó aquél policía con aquel horrible color de traje. No llevaba uniforme. — Lo siento no me he presentado. Soy el inspector Taylor.
— No, al menos que yo supiera – acertó a contestarle mientras se tapaba con la manta que le había puesto por encima.
— ¿Ha habido algo fuera de normal o se han dado cuenta de algo raro en estos últimos días?
— No, hemos hecho la vida de siempre. — le respondió a media voz. El tranquilizante empezaba a hacer efecto.
— ¿Vivía ella con usted?
— No, no. Ha sido una casualidad. ¡Oh Dios! — exclamó dándose cuenta de lo que aquello significaba – Virginia no debería haber estado aquí. Ella tiene su propia casa. Sufrió un imprevisto y la dejé pasar la noche en la mía. Yo tenía que estar en el trabajo, pero en realidad le tocaba a ella.
— ¿Que insinúa? — le volvió a interrogar.
— Que realmente ella no era su víctima. No se da cuenta. La víctima debía haber sido yo. Yo soy la que normalmente estoy en casa a esa hora, no cambio mis hábitos para nada. Vivo sola, no viene nadie nunca.
— Tranquilícese Sta. Richardson. Ahora mismo vuelvo. — la dijo alejándose de su lado y dirigiéndose a otro policía más alejado de allí.
Volvió a mirar a la cocina. Ya se la llevaban. Entonces no pudo más. Su grito inundó toda la sala y las lágrimas salían a borbotones. Intentó incorporarse del asiento del sillón pero le sujetó alguien que estaba a su espalda. Intentó revolverse para escapar de aquel agarre pero no fue capaz de conseguirlo.
—Sta. Richardson. — volvió a la carga aquel maldito inspector— Vamos a activar el plan de emergencia. La llevaremos a otro lugar más seguro mientras intentamos averiguar algo más. Tomaremos huellas en la casa y será mejor que no esté en ella. La acompañarán dos policías y no se separarán de usted en ningún momento. Creo que puede tener razón. No sé si iban a por su amiga o a por usted y hasta que sepamos algo más prefiero que esté custodiada.
Asintió con la cabeza. Sus fuerzas le fallaron y no le apetecía luchar contra nada más. La metieron en un coche y la llevaron a un destino desconocido. Iba en el asiento trasero como un zombi. Solo veía las cabezas de los dos hombres de uniforme por delante de ella. No hablaron en ningún momento, ni entre ellos ni con ella, cosa que agradeció. No le apetecía hablar. No tenía fuerzas para articular palabra. No sabía a donde iban y no reconoció ningún camino por los que se desviaron, hasta que llegaron a un hotelucho de carretera con luces, eso sí, de neón con color naranja, que se veían en la obscuridad a dos millas a la redonda. ¿Pensaban así hacerla pasar desapercibida?. Se dirigieron todos hacia la recepción y el joven que estaba sentado tras el mostrador pareció reconocerlos. Saludó con un gesto levantando la barbilla a modo de saludo y se giró para alcanzar tras él la llave de una habitación que nadie pidió. No era la primera vez que realizaban ese ritual, de eso estaba segura. Atravesaron un pequeño pasillo que en apenas cinco pasos se abría en un pequeño recibidor donde se bifurcaban a su vez varios pasillos. Se dirigieron por uno de ellos y llegaron delante de una de las puertas carcomidas que había. La abrieron sin ningún ritual de seguridad ni nada por el estilo. Estaban completamente seguros que allí no llegaría nadie conocido.
— Esta es la habitación Señorita. Nosotros estaremos aquí mismo. — le dijo uno de los policías abriéndola la puerta.
La habitación era amplia. Muy sencilla y austera. Constaba de una salita con un sillón, seguramente se haría cama, y había una puerta a mano izquierda. El otro policía se dirigió hacia ella abriéndola e introduciéndose dentro para comprobar que estuviera vacía.
— Aquí está su dormitorio, nosotros estaremos en el salón en todo momento. Si necesita algo, díganoslo. — le confirmó mientras dejaba su pequeña maleta sobre la cama.
— ¿Cuánto tiempo estaré aquí?
— No lo sé. Hasta que el capitán lo notifique. Es mejor que no sepa mucho así no tendrá mayores problemas.
No la convenció en absoluto, pero le hizo caso. No volvió a preguntar nada más. Entró en la habitación cerrando la puerta a su espalda y se sentó en el borde de la cama. Estaba exhausta, agotada por todo lo visto. Empezó a repasar todo aquello en su cabeza. No se lo podía creer que hubieran asesinado a Virginia, pero no se imaginaba que la víctima a seguir fuera ella o al menos eso era lo que pensaba. Ambas eran de la misma estatura, ambas eran morenas y más o menos de la misma edad. Las dos estaban dentro del patrón del asesino en serie que ya había matado a tantas chicas anteriormente. Cerró los ojos y se dejó caer hacia atrás. Cuando sintió el colchón bajo su cabeza todo empezó a darle vueltas. No creía que pudiera ser capaz de dormir esa noche.
Entonces cayó en la pregunta que el inspector le hizo en casa. “¿Ha habido algo fuera de lo normal últimamente? “ Diablos, como no se dio cuenta antes. El hombre de negro que vio en la cafetería era el mismo hombre que vio días después en la calle, entre aquella misteriosa neblina. Aquel hombre la había estado vigilando, aparecía y desaparecía como si estuviera espiándola— Tengo que avisar al inspector inmediatamente – dijo poniéndose de un salto en pie.
Se dirigió hacia la puerta llamando a los dos policías para contarles lo que se acababa de acordar. No la respondieron. Pero ellos la dijeron que estarían aquí fuera en todo momento. Volvió a llamarles y otra vez obtuvo silencio como respuesta. Empezó a temblar. Abrió despacio la puerta y asomó la cabeza con cautela. Miró al fondo y no vio nada. Ni a los policías ni nada.
— ¿Oigan? ¿Señores? — les llamó con temeridad. — ¿Están ustedes ahí?
Nada. Silencio. Cerró la puerta de un golpe seco y echó el cerrojo que había por dentro. Algo iba mal. Pensó en salir por la ventana que había al fondo, pero estaba cerrada, enganchada, le fue imposible abrirla. Víctima de una oleada de pánico, se metió en la otra puerta que había allí dentro, la del baño. También echó el cerrojo por dentro
¡Joder! el bolso, se lo había dejado encima de la cama junto a la maleta. Dentro estaba el móvil. Entonces empezó a oler aquel olor nauseabundo que en los últimos días se estaba haciendo demasiado familiar, el mismo que había estado en la galería. Sabía lo que venía a continuación. Lo mismo que en sus pesadillas.
Efectivamente las campanillas empezaron a sonar. Su llanto empezó a aflorar. Oyó como el ruido seco del pomo al girarlo alguien desde el otro lado hicieron que sus lágrimas se detuvieran. Reculó hacia el fondo del baño empezando a rezar con todas sus fuerzas a pesar de no ser creyente. Estaba muerta de miedo. Comenzó a llorar de nuevo. No sabía qué hacer. Estaba atrapada allí dentro, no tenía escapatoria. Por debajo de la puerta empezó a entrar esa neblina dorada y espesa que días atrás también había visto. ¿Qué demonios sería aquello? Algo de otro mundo, estaba segura. Empezó a chillar, a gritar a los policías para que vinieran a ayudarla, pero no había respuesta.
El cerrojo del baño hizo un ruido que fue capaz de parar en seco sus gritos. Empezó a deslizarse hacia un lado, solo. ¿Cómo era posible si sólo se abría desde dentro? Y dentro sólo estaba ella. Se agazapó en el suelo, al lado del inodoro, como si quisiera esconderse de algo que sabía no podía hacerlo.
Se abrió la puerta. La niebla desapareció de inmediato, como si un aspirador lo estuviera aspirando desde el otro lado de la puerta. Abrió los ojos lo más que pudo, como si quisiera quedarse en la memoria con todos los datos posibles para después contarlo a la policía. —¿Acaso iba a salir de allí viva? “Ilusa de mí". — Se dio cuenta entonces que estaba temblando. En realidad no había dejado de hacerlo en ningún momento. Tenía las rodillas hundidas contra su pecho y casi ella misma no se dejaba respirar. El miedo era el que la impedía hacerlo. Entonces en su retina apareció aquella imagen. No podía ser.
Era una mujer. El asesino en serie no era un hombre. Era una mujer. Enorme, pero una mujer. Era como la mujer de sus pesadillas, enfundada con cuero negro como si se tratara de una segunda piel.